Ley de la reciprocidad psicológica: ¿en qué consiste?

Dar para recibir. Ayudar para ser ayudados. Apreciar para ser apreciados… La ley de la reciprocidad nos recuerda que a veces, al hacer algo bueno por alguien este se ve impulsado a realizar lo mismo por nosotros tarde o temprano.
Ley de la reciprocidad psicológica: ¿en qué consiste?

La ley de la reciprocidad psicológica es el pegamento social que enriquece nuestras relaciones. Consiste en algo tan simple —y  complejo a la vez— como hacer algo bueno por alguien para que este se sienta motivado y haga lo mismo por nosotros. Es un “yo te doy tú me das” desinteresado, pero orientado a sembrar nuestros entornos sociales de nobles valores.

Si echamos la mirada atrás seguro que recordamos una experiencia similar. Esa en la que de pronto nos acordamos de cómo una persona en concreto hizo algo noble por nosotros. Siempre llega un día en el que encontramos la oportunidad de devolverle a alguien ese bonito gesto, de repetir esa conducta altruista y sincera que no solo supone un beneficio para el otro. También nos complace a nosotros mismos.

Porque la reciprocidad, aunque nos sorprenda, es una dimensión que ha orquestado nuestra conducta desde tiempos inmemoriales. El cerebro sabe de sus beneficios y esto ha estado presente en nuestra evolución e historia desde tiempos inmemoriales. Así, algo que señala el célebre arqueólogo Richard Leakey, es que “somos humanos porque nuestros antepasados ​​aprendieron a compartir su comida y sus habilidades en una red honrada de obligaciones…”

“Si deseas ser amado, ama”.

 -Séneca-

Amigos para representar la ley de la reciprocidad

¿En qué consiste la ley de la reciprocidad?

La ley de la reciprocidad se conoce también como “la persuasión” de la reciprocidad. De algún modo, en este acto se inscribe una pincelada de ese intento por tentar a alguien para que haga algo amable, para que tenga una inclinación hacia nosotros.

Esta dimensión se experimenta con frecuencia cuando una persona nos hace un regalo y, tarde o temprano, sabemos que tendremos que devolvérselo.

¿Quiere decir esto que el sustrato de la reciprocidad parte de “la obligación”? En realidad, no. Algunos estudios, como los realizados en la Universidad de Freiburg (Alemania), hablan más bien de influencia social. Los seres humanos nos sentimos influenciados por las emociones y gestos sociales ajenos y esto, más que obligarnos, nos inspira o nos alienta para hacer lo mismo.

Actuar de manera recíproca parte del hecho de que, al hacer algo bueno por alguien, yo me sentiré bien. No hay presión, no existe exigencia alguna. Es el impulso libre y auténtico por propiciar en los demás un impacto positivo y enriquecedor. Profundicemos un poco más en este tema.

Intención, empatía y credibilidad

La ley de la reciprocidad se edifica a partir de tres raíces poderosas: la intención, la empatía y la credibilidad. Pensemos en ello: para que un gesto amable, bueno y útil sea creíble, debe percibirse que hay una clara intencionalidad por generar un bien. No debe intuirse un interés oculto detrás. Asimismo, la empatía debe palparse y sentirse, solo así se edifica la base de los actos recíprocos.

Así mismo, lejos de ser una conducta falsa e impostada, la reciprocidad crea un impacto en el otro porque es creíble. Sin esos tres factores, el motor de lo recíproco no tendría sentido ni trascendencia.

La ley de la reciprocidad en las relaciones personales

Hay un hecho innegable: las relaciones de amistad, de pareja, de compañerismo y también de familia parten de la ley de la reciprocidad. Es la piedra angular de todo vínculo social y lo que edifica además los cimientos de la propia cultura humana. Esa danza configurada entre el acto de dar y recibir es lo que hace que nuestras relaciones sean más satisfactorias.

En cuanto percibimos que todo aquello que hacemos por los demás se queda en saco roto, se asoma el sufrimiento. Cuando invertimos cariño, intenciones y acciones orientadas a generar bienestar en quienes nos rodean, lo hacemos siempre de corazón. Con plena autenticidad. Y a veces no esperamos que nos lo devuelvan al instante; es cierto. Sin embargo, lo que sí esperamos es respeto, consideración y el mismo nivel de afecto.

La reciprocidad en los negocios y el marketing

Hemos hablado de la influencia emocional de la ley de la reciprocidad en las relaciones personales. Ahora bien, el ámbito de la empresa y el marketing también se vale de esta estrategia: la conoce, sabe de su impacto, de su pegamento social y por ello es común que la aplique para fidelizar clientes.

En este caso, ya hay detrás un interés económico, pero aún así no deja de ser interesante conocer este proceso. Para entenderlo pondremos un ejemplo que a todos nos es sobradamente conocido. Nos llama nuestra compañía de telefonía para decirnos que si seguimos con ellos, nos regalarán datos indefinidos y un descuento mensual en la factura.

Nosotros, al escuchar esa propuesta, no atendemos solo al descuento. En muchos casos, al escuchar el término “regalo” o “gratis por ser nuestro cliente” nos vemos impulsados a responder también de manera positiva ante ese gesto. Es nuevamente un tú me das yo te doy, pero en este caso hay intereses económicos detrás y la palabra gratis nunca es real.

personas abrazándose para representar la ley de la reciprocidad

Dar para recibir nos permite sobrevivir mejor

Sabemos que la reciprocidad es un mecanismo que ha facilitado la evolución humana. Compartir recursos, promover conductas prosociales y ayudar para ser ayudados nos ha permitido poder avanzar como especie. Ahora bien, trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de St Andrews (Escocia) dicen que la ley de la reciprocidad es un mecanismo de adaptación presente en buena parte de las especies animales.

Nosotros no somos los únicos. También muchos animales disponen de ese instinto con el que saber que a veces ayudar tiene más beneficios que costes. ¿Por qué no priorizar entonces esta conducta? Siempre que sea bienintencionada, revertirá de manera directa en nuestro bienestar emocional, social y también culturalTengámoslo presente

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