EL TÉRMINO DIOS

Después de la cuarta conclusión, es posible que lectores creyentes del blog, se sientan ofendidos.

¿Fueron los extraterrestres y no Dios quien creó al hombre? La Biblia dice lo contrario.

Personalmente, creo que para los que somos creyentes, resulta un alivio, comprobar que Dios no tenía que ver nada en todas esas atrocidades del Antiguo Testamento.

Veamos un concepto de Dios moderno, publicado en http://www.tendencias21.net/Teologos-y-cientificos-debaten-sobre-la-accion-divina-en-el-mundo_a4659.html?preaction=nl&id=1453142&idnl=71899&

Teólogos y científicos debaten sobre la acción divina en el mundo

La mecánica cuántica ofrece un lugar perfecto para Dios, pero obliga a cambiar la noción tradicional que tenemos de Él

Desde hace unos veinticinco años, teólogos y físicos han intentado encontrar la manera de describir la forma en que Dios obra directamente en el universo creado. El indeterminismo propuesto por algunas interpretaciones de la mecánica cuántica ofrece el posible ‘lugar’ perfecto en el que Dios podría intervenir en el curso de la historia universal sin interferir en el orden natural regido por las leyes de la naturaleza. Esta propuesta, sin embargo, promueve la visión de que Dios obra a la manera de las causas naturales, lo que implica un radical cambio en la noción tradicional de Dios. Por Ignacio A. Silva.

La noción cristiana (tanto como judía y musulmana) de Dios incluye sin dudas la creencia de que Dios obra providencialmente en el universo. Dios, no hay duda de esto dentro del credo de las grandes religiones monoteístas, está decididamente involucrado en el desarrollo y la evolución del universo y, sobre todo, en la historia de la humanidad. Sin embargo, explicar la manera en que esto acontece parecería restringir la autonomía de la naturaleza y socavar los fundamentos de las ciencias naturales. Es evidente que la naturaleza no necesita de nada externo a ella para causar eventos naturales.

Para muchos, la ciencia moderna es evidencia clara y distinta de que el mundo natural se comporta de una manera absolutamente determinista. Cada estado del universo natural es efecto del estado precedente, y causa del estado consecuente. Nada es dejado al azar o la casualidad. Esta es la postura tan vehementemente sostenida por Laplace, en el siglo XVIII. Desde esta perspectiva es casi evidente que Dios no podría actuar providentemente de ninguna manera en tal naturaleza.

Las acciones providentes de Dios (o acciones especiales, como son llamadas en el debate contemporáneo) son aquellas que acontecen en un lugar y tiempo particulares del universo creado. Así entendida, ninguna acción divina especial puede ser admitida en una perspectiva determinista del universo. Quizás una suerte de deísmo general pueda ser aceptado, en el que Dios se limitase a crear el universo material y las leyes por las cuales tal universo se rige. Así, Robert Russell, del Center for Theology and the Natural Sciences en Berkeley, afirma que desde el siglo XVII en el que se vio el surgimiento de la ciencia moderna, la teología cristiana ha estado buscando la forma de describir a un Dios providente a la par de la descripción científica del mundo. (1)

En esta situación, la única solución que pudo ser aceptada fue que, para obrar directa y providencialmente en el universo, Dios simplemente rompiera las leyes de la naturaleza, descritas por las ciencias naturales. Sin embargo, esta opinión acarreaba graves consecuencias tanto epistemológicas como teológicas: los fundamentos de la ciencia natural, en tanto que describe las relaciones causales entre eventos naturales, se caerían a pedazos, ya que las regularidades que las ciencias descubrían podrían ser cambiadas en cualquier momento por la acción directa del Creador. Además, un Dios que necesitaba ‘corregir’ el curso del universo creado podía ser visto como un Dios no del todo poderoso como se lo describe tradicionalmente.

Por estos motivos, en los últimos años del siglo XX y principios del siglo XXI, algunos teólogos comenzaron un proyecto de investigación en el que se buscaban teorías científicas que pudiesen aceptar una interpretación no-determinista. Así, la naturaleza descrita por tales teorías implicaría eventos o procesos en los que, por lo menos en algún nivel de tal naturaleza, habría una falta de causas suficientes naturales. La idea fundamental era que, en tales procesos, sería Dios quien ofreciera lo que le faltaba a la naturaleza para causar tales eventos naturales.

La llegada de la mecánica cuántica a los primeros planos de la física de comienzos del siglo XX claramente desafió toda descripción determinista del mundo, y proveyó el puntapié inicial para una interpretación causalmente abierta del mundo natural. Dado, entonces, que la teoría cuántica puede ser interpretada indeterminísticamente, por lo que el universo natural, por lo menos en sus niveles más fundamentales, tendría una falta de causas suficientes, el ‘lugar’ donde Dios pudiese actuar en el universo creado fue encontrado. El universo, según la descripción científica dada por la mecánica cuántica, no es un sistema causal totalmente cerrado: las leyes naturales, descubiertas y descritas por la ciencia, sugieren que ella tiene alguna suerte de agujeros causales. (2)

Así, el dilema entre aceptar un Dios providente o aceptar la visión determinista del mundo que ofrece la ciencia moderna parecía disolverse por completo: en un mundo indeterminista Dios podría actuar en los procesos naturales sin romper o suspender las leyes naturales. La teología ya podría descansar tranquila, teniendo entre sus manos una descripción de un Dios providente que obra en naturaleza de manera no-intervencionista y objetiva (NIODA, por sus siglas en inglés: Non Indeterministic Objective Divine Action). NIODA, entonces, sostiene que Dios obra directa y objetivamente en el universo creado y que al hacerlo no rompe ninguna ley natural, ya que obra, de alguna manera, dentro de tales leyes.

Esta propuesta trajo aparejadas muchas respuestas desde ámbitos científicos, epistemológicos, metafísicos y teológicos. En las próximas líneas voy a presentar los argumentos de Robert Russell a favor de NIODA, y me limitaré a una objeción metafísica: en esta perspectiva, Dios terminaría siendo considerado una causa natural más. De este modo, la noción tradicional de Dios en cuanto omnipotente y providente, así como trascendente, debería ser dejada de lado, lo que implicaría algunas consecuencias teológicas indeseables.

En palabras de Robert Russell ‘las acciones especiales y objetivas de Dios son no-intervencionistas cuando causan eventos que van más allá de los descritos por las leyes de la naturaleza sin romperlas ni suspenderlas, porque la causalidad eficiente natural, descrita por tales leyes, es creada por Dios ex nihilo para ser insuficiente para causar este particular tipo de eventos.’ (3). Las preguntas que surgen en este punto son: ¿cómo es que esto sucede? ¿Cómo hace Dios para actuar a través de los eventos cuánticos?

Mecánica cuántica y acción divina

Penrose ha explicado con gran claridad que la teoría cuántica involucra dos tipos de procesos en todo sistema cuántico: la evolución (U) del sistema en el tiempo y la interacción del sistema en el momento de la medición (R). El primero es descrito por la ecuación de Schrödinger, ecuación de por sí determinista. (4)

Así, la falta de determinismo causal en los eventos cuánticos no se encuentra en la evolución temporal del sistema, el proceso (U). Sin embargo, sí se encuentra en el proceso (R): la medición de tal sistema (5). Durante este proceso, el proceso indeterminista sucede en lo que se conoce como el colapso de la función de onda, en el que el sistema, que se encontraba en una superposición de estados, es reducido a uno de tales estados, sin aparente causa natural para colapsar en tal estado.

Inmediatamente después de la medición, la ecuación de Schrödinger vuelve a describir el sistema, hasta que una nueva medición se lleve a cabo. De acuerdo con la mecánica cuántica, solamente en los procesos de medición se puede encontrar un indeterminismo causal. La interpretación estándar de estos hechos es la llamada interpretación de Copenhagen, sostenida por Niels Bohr y Werner Heisenberg, y rechazada por Albert Einstein.

Russell, entre tantos otros, acepta esta interpretación y afirma que la suma total de las condiciones naturales que afectan a un proceso cuántico, es decir, la suma total de las condiciones que la ciencia contemporánea puede descubrir y describir con sus ecuaciones, es necesario pero en principio insuficiente para determinar tal o cual resultado de la medición, o evento cuántico. De esta manera, el futuro del sistema está ontológicamente abierto, sub-determinado por las condiciones naturales actuando sobre la superposición presente de estados de tal sistema.

Dadas estas condiciones, Russell afirma enfáticamente que Dios obra, junto con la naturaleza, para causar los eventos cuánticos sub-determinados. La naturaleza provee las causas necesarias, pero es Dios obrando en conjunto con la naturaleza lo que constituye la causa suficiente para que tal evento ocurra (6). Así entonces, se puede describir teológicamente a un Dios que obra providencialmente dentro de los procesos causales naturales sin romper, suspender, ni violar las leyes de la naturaleza descritas por la ciencia contemporánea.

La posición final de Russell es que Dios obra en todos los eventos cuánticos, dado que ninguno de ellos está completamente determinado por causas naturales, y el principio de razón suficiente implica que debe haber una razón suficiente para causar cada evento. En algunas ocasiones Dios podría no obrar con un objetivo determinado, con lo que no ‘elegiría’ la manera en que el sistema cuántico colapsase.

Claro está, en otras ocasiones Dios sí elegiría que el sistema siguiera su evolución de tal o cual manera para favorecer algún objetivo buscado, como por ejemplo promover la vida. Así, Dios estaría obrando de manera providencial en tal evento particular. Este tipo de acción divina podría servir hasta para una comunicación de Dios con los hombres a través de los procesos cuánticos neuronales, y así explicar desde profecías hasta el don de lenguas (8).

Explícitamente Russell afirma que, de acuerdo con la interpretación indeterminista de la teoría cuántica, no hay causas naturales suficientes para causar los eventos cuánticos particulares, lo que implica que Dios no es una causa natural. Si este fuera el caso, las acciones de Dios en el universo creado podrían ser descubiertas por la ciencia. Sin embargo, Russell remarca, las acciones de Dios permanecen ocultas a la ciencia (9). De esta manera, Dios completa lo que la naturaleza ofrece, trayendo a término el futuro que Él promete para toda la creación (10).

Causas naturales y acción divina

Es evidente que, esencialmente, la noción de causalidad con la que Russell está trabajando tiene como nota característica el ser una causalidad determinista. Esta perspectiva es claramente dependiente de la manera de entender la causalidad de la ciencia moderna del siglo XIX, en la que, típicamente, causalidad y determinismo eran identificados. Por este motivo Russell asume que cualquier intromisión de Dios en el desarrollo y desenvolvimiento de la causalidad natural atenta directamente contra la autonomía del universo creado.

Llevando hasta el extremo a estos dos presupuestos, la conclusión que sigue es que Dios debe ser tratado como actuando a la manera de una causa natural. Russell explícitamente rechaza, varias veces a lo largo de su obra, esta posición. Dice, por ejemplo: ‘La causalidad de Dios es radicalmente diferente de cualquier otro tipo de causalidad que conozcamos.’(11) No obstante, muchos autores han afirmado que la pregunta acerca de si Dios es o no considerado como una causa natural más debe ser, por lo menos, enfrentada nuevamente, pues no parece tener una respuesta tan simple.

William Stoeger, del Observatorio Vaticano en Roma, no está seguro de que el debate contemporáneo haya logrado evitar colocar a Dios en el marco de las causas creadas al explicar este obrar a través de la mecánica cuántica (12). Taede Smedes, teólogo holandés, y Michael Dodds, filósofo y sacerdote dominico, son un poco más extremos en sus posiciones: ninguno de los dos acepta que el debate haya logrado tratar a la causalidad divina como algo distinto de la causalidad creada.

Dodds afirma que ‘los esfuerzos de algunos teólogos de situar el obrar divino dentro de los espacios disponibles en la teoría cuántica sugieren que siguen trabajando con una noción unívoca de la causalidad en la que el obrar divino siempre aparece en peligro de tropezar e intervenir con la causalidad de otros agentes.’ (13) Smedes es aun más severo. Asegura que buscar alguna forma de indeterminación en los niveles cuánticos sugiere que el obrar divino ‘compite con las leyes de la naturaleza y que está en el mismo nivel ontológico que el obrar del orden natural.’ (14)

Sin embargo, según Russell, Dios no puede ser tomado como una causa natural más, porque, dada la interpretación ontológicamente indeterminista de la mecánica cuántica, la teoría misma no permite que ninguna causa natural cause el colapso de la función de onda (15). Con todo, mi pregunta es: ¿es posible considerar que Dios es radicalmente diferente a las causas naturales si Dios debe actuar para completar el obrar de la naturaleza dentro de los parámetros, leyes, de la naturaleza, al igual que las causas naturales?

Para intentar resolver esta cuestión será conveniente hacer algunas distinciones. En primer lugar, será necesario notar que no es lo mismo decir que

1) se concibe a Dios como siendo una causa natural más,
2) Dios obra como una causa natural, reteniendo su divinidad.

Las críticas de Smedes afirman, evidentemente, la primera opción. Se dirigen a la afirmación de que la causalidad de Dios es concebida como estando al mismo nivel que la causalidad natural creada. Russell, empero, no parece querer admitir esta posibilidad. En cambio, parecería que Russell no podría negar la segunda opción. De hecho, si este no fuera el caso, todo el debate acerca del obrar de Dios en la naturaleza carecería de razón de ser. En un sentido, dentro de los límites de este debate, Dios está atado por las leyes de la naturaleza que, al final, confinan a Dios a obrar siguiéndolas. De ahí que Dios es concebido como obrando a la manera de las causas naturales, siguiendo las leyes de la naturaleza, que rigen la causalidad de las causas naturales, y por lo tanto rigen la forma en que Dios causa en la naturaleza.

Russell admite que Dios interactúa con la naturaleza creada al nivel cuántico en el proceso de observación o medición del sistema cuántico. Evidentemente, Russell explica, dado que la teoría nos dice que no hay causas naturales que causen el colapso de la función de onda del sistema de una manera particular, Dios no puede ser concebido como una causa natural, aunque sí como causando tal colapso dentro de los parámetros dados por la teoría. Así, según Russell, la teoría dice que no hay causas naturales, por lo tanto Dios no es una causa natural.

Esta forma de razonamiento me lleva a proponer una segunda distinción, que nos hará comprender mejor la manera en que las causas naturales son concebidas en este debate. Según Russell las causas naturales son definidas por la teoría científica. De este modo, dado que la teoría dice que no hay causas naturales, aunque el teólogo (Russell en este caso) encuentre a Dios como la causa del colapso de la función de onda, Dios no es una causa natural. Llamaré a esta posición como el ‘criterio epistemológico’ para discernir causas naturales. Por otro lado, siguiendo a Dodds y quizás también a Smedes, una causa natural tiene su propia manera de causar, el cual es regido por las leyes de la naturaleza, las que son expresadas por las teorías científicas. Las causas naturales, en esta perspectiva, son anteriores a la teoría científica, y, de alguna manera, la teoría es definida por tales causas. Llamaré a esta posición el ‘criterio ontológico’ para discernir causas naturales.

El enfoque epistemológico de Russell deriva de la tradición de Copenhagen, en particular de las ideas epistemológicas de Heisenberg, quien admitía que la teoría determinaba lo que era observado. Para lograr entender cabalmente los fenómenos descriptos por la mecánica cuántica, Heisenberg echó mano de las ideas de Einstein para interpretar cualquier fenómeno físico: solamente aquello que la teoría considera observable puede ser observado.

Evidentemente, Russell ha tomado este método y lo ha llevado aun más lejos al afirmar que las causas naturales que la teoría descubre son las que verdaderamente existen. Heisenberg y Einstein hacían ciencia al aplicar su método para evitar el uso excesivo de conceptos no aptos para describir los fenómenos a nivel cuántico (tales como la órbita de un electrón o la temperatura de una partícula subatómica). Russell, en cambio, utiliza este método con una fuerte impronta filosófica afirmando la existencia o la no existencia de causas naturales al aceptar lo que la teoría científica dice (16).

La teoría, sin embargo, no dice absolutamente nada acerca de lo que no puede ser observado. No dice que no hay nada más, o que hay algo más. La interpretación de la teoría, por otro lado, funciona de otra manera. En ella se hace una descripción ontológica de lo que sucede para que acontezca el colapso de la función de onda. De esta forma, la interpretación indeterminista de la teoría cuántica dice que no hay causas naturales que hagan que el colapso acontezca. En este sentido, según el argumento de Russell, Dios no es una causa natural causando el colapso, simplemente porque la teoría interpretada dice que no lo es.

Según el criterio ontológico descrito más arriba, las causas naturales no dependen de una teoría para ser causas naturales. Simplemente lo son. La pregunta aquí es qué es lo que define a algo como una causa natural, si no es la teoría que las describe. Una causa natural puede ser definida como aquella que, perteneciendo al mundo natural, obra de acuerdo a sus propios poderes y capacidades, permaneciendo dentro de los límites del orden natural, por ejemplo considerado como las leyes naturales. Entonces, si Dios requiere obrar dentro de estos límites del orden natural, tendría que considerárselo como actuando a la manera de las causas naturales, aunque no pertenezca a él.

Ahora bien, si tomásemos el criterio epistemológico de Russell para discernir las causas naturales, no habría manera de evaluar el razonamiento en su totalidad, dado que sería un argumento autocontenido. La interpretación ontológica de la mecánica cuántica, tal como es entendida por Russell, simplemente nos dice todo lo que hay que saber: qué es una causa natural, cuáles son las causas naturales, qué tipo de causas naturales existen y podemos encontrar, y cómo causan.

De este modo, no deja ningún parámetro o criterio de decisión. Por lo tanto, si queremos tener algún otro criterio de decisión por sobre la interpretación de la teoría (para poder juzgar si tal o cual interpretación es correcta), debemos adoptar el criterio ontológico para discernir las causas naturales. Aun más, si aceptamos que la teoría interpretada es suficiente para determinar cuáles son las causas naturales, estaríamos tomando el riesgo de no poder ver fuera de tal teoría y descubrir diferentes causas naturales. Evidentemente, esto inhibiría el desarrollo de nuevas y mejores teorías para explicar el mundo natural.

El criterio ontológico

En conclusión, el mejor criterio para juzgar sobre las causas naturales en este debate es el adoptado por Dodds y Smedes: el criterio ontológico. Mientras que los argumentos de Russell para distinguir las causas naturales de la causalidad divina no parecen ser suficiente, por lo que Dios, en tanto que agente causal en la naturaleza, parecería ser concebido como actuando a la manera de las causas naturales (17).

Russell no tiene ninguna duda acerca del poder ilimitado de Dios. Aceptando, entonces, que Dios es un ser omnipotente, no habría ninguna dificultad para aceptar que Dios puede causar cualquier evento que cualquier causa natural pudiese causar. Sin embargo, un efecto natural en un mundo natural requiere una causa, ya sea una causa natural o una causa divina, que estará causando a la manera de las causas naturales pues obrará al nivel de las causas naturales, es decir, dentro de los límites del orden natural. De esta manera, si se lleva hasta las últimas consecuencias la propuesta de Russell, Dios debe ser concebido como causando a la manera de las causas naturales.

Ahora bien, un Dios concebido de esta manera es un Dios que dejará de ser trascendente, pues estará sumergido dentro del orden causal por Él creado. Asimismo, será un Dios que carecerá del tradicional atributo de omnipotencia, pues su poder se ve limitado por los parámetros dispuestos por la ciencia. Este Dios, que obra a la manera de las causas naturales creadas, es un Dios que deja de ser el Dios tradicional de las grandes religiones monoteístas.

En última instancia, si queremos mantener el concepto tradicional de Dios, aquel Dios omnipotente y por lo tanto omni-misericordioso y benevolente, será preciso buscar otra manera de entender sus acciones providentes. NIODA no parece ser la solución tan ansiosamente buscada por los teólogos modernos.

Ignacio A. Silva, Fundación Decyr, Argentina, Harris Manchester College, University of Oxford

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