Las mujeres persas


La mayor parte de la información acerca del papel de la mujer en la sociedad persa nos ha llegado a través de autores griegos, como es el caso de Herodoto, pero los datos aparecen distorsionados por el propio concepto de los griegos con respecto a las mujeres. En consecuencia, leyendo estas fuentes recibimos la impresión de que vivían ocultas tras un velo, prácticamente secuestradas y sin un papel relevante en la sociedad y el comercio. Sin embargo, contamos también con las tablillas descubiertas en Persépolis, datadas entre 509 y 438 a. C, y con documentos hallados en Susa, Babilonia y otras importantes ciudades de la antigua Mesopotamia, de todos los cuales se extrae una idea diferente a la reflejada por los autores griegos. El material registra transacciones financieras y, al ofrecer datos despojados de cualquier opinión subjetiva, resultan más fiables.
Es cierto que la sociedad persa era patriarcal, y que los hombres ocupaban las posiciones dominantes en el gobierno, el comercio, el ejército y la familia, pero la posición de las mujeres no resultaba poco significativa, y eran tratadas con gran respeto. Las persas aportaban al matrimonio una dote que formaba parte de los bienes conyugales, pertenecientes a ambos cónyuges por igual. Cualquiera de ellos podía divorciarse, con o sin motivo, y en tal caso la dote era devuelta a la esposa. Existen registros que demuestran la existencia de mujeres que retenían propiedades aparte de la dote, posesiones que podían vender o comerciar con ellas sin que el esposo tuviera que intervenir.
A la muerte de los padres, la herencia pasaba a los hijos, con una división a partes iguales y sin distinción de género. La viuda heredaba incluso aunque no hubiera tenido hijos. Estos podían ser entregados como garantía del pago de alguna deuda, pero estaba prohibido entregar como rehén a la mujer.
Uno de los hallazgos más interesantes es el de un gran número de sellos en tumbas femeninas, y hay que tener en cuenta que en la antigüedad los sellos eran frecuentementesímbolos de poder y autoridad. Tal es el caso de Irdabama, que tenía su propio sello privado sin que se encuentre referencia alguna que la relacione con la familia real. Contaba con un personal a su servicio de cientos de trabajadores de ambos sexos, tanto adultos como niños, y los controlaba personalmente, al igual que otras mujeres mencionadas en diversos puntos del Imperio Aqueménida.
Conocemos por estos registros los salarios que se pagaban a los trabajadores que llevaban a cabo alguna obra en Persépolis. Aparecen mencionados los nombres y los cargos, y nos encontramos con que, si bien algunas tareas se asocian a un determinado sexo (por ejemplo las tejedoras solían ser mujeres), la gama de ocupaciones en las que se empleaba mano de obra femenina era muy amplia: eran artesanas, trabajaban la madera y la piedra, elaboraban vino, muebles, eran empleadas del tesoro y realizaban muchos más trabajos. La mayoría de los negocios funcionaban con equipos en los que se mezclaban hombres y mujeres, y el jefe de estos equipos era a veces una mujer. Recibían diferentes títulos, seguramente según el nivel de responsabilidad o habilidad. El rango más alto que aparece en los textos referido a una mujer es el de arashshara(literalmente “gran jefa”).
En cuanto a los salarios, los hombres percibían más paga por los trabajos no cualificados, como labores manuales; sin embargo, en los cualificados no había ninguna diferencia salarial. Además las mujeres cobraban una paga durante la baja por maternidad. Eso sí, se consideraba preferible tener un hijo varón. Si tal era el caso, tanto la madre como la partera y el médico recibían el doble que cuando nacía una niña.
En el arte persa aparecen representadas abundantemente, excepto en templos y edificios públicos. Algunas están cubiertas por un velo, pero en muchos casos no es así. Un texto legal asirio que data del siglo XIII a. C. restringe su uso a las mujeres respetables, prohibiéndolo a las prostitutas y mujeres de clase humilde, aunque en las imágenes no parece que se siga ninguna norma clara: a veces aparecen mujeres incluso coronadas, pero no veladas. El velo podría ser en la antigua Persia algo que se llevaba en público de modo ocasional y que denotaba un cierto rango.
Los documentos indican una diferencia de status reflejado en el tratamiento. Las mujeres del pueblo reciben el de mutu, mientras que las de la familia real son irti y duskis, dependiendo de cuál sea su relación con el rey. La madre se sitúa por encima de todas. A continuación está la reina, esposa principal o madre del heredero, seguida por las hijas y hermanas del rey. Todas gozaban de independencia económica, viajaban con su séquito, eran activas y emprendedoras y tenían su propia administración para manejar sus considerables fortunas. Además podían ostentar la regencia a la muerte del rey, durante la menor edad del heredero. Los ritos funerarios e inscripciones conmemorativas también reflejan el reconocimiento oficial de estas mujeres. Madamis, una mujer empleada en la corte, poseía tierras, lo que indica que dicha propiedad no estaba reservada a las mujeres de la familia real, sino que era algo relativamente común e indicativo del nivel de independencia y del reconocimiento de la mujer ante la ley.
Se ha hallado un documento acerca de un “juez perteneciente a la Casa de Parisátida”, esposa de Darío II. Los persas tenían su propio sistema judicial en los territorios conquistados, y al parecer la reina disponía de un juez para examinar sus propios asuntos. Poseía muchos pueblos en Babilonia. Los habitantes eran súbditos libres, y no pertenecían a la reina como esclavos, pero tenían que pagar impuestos en forma de vino o productos agrícolas, ganados, etc.
Las mujeres de la familia real daban fiestas suntuosas para las que se encargaban ingentes cantidades de carne, vino y otros productos, con o sin las órdenes selladas del rey. Participaban en festividades y banquetes además de organizar los suyos propios.
Existía la poligamia y el concubinato, además de matrimonios entre parientes próximos, incluso hermanos, como una forma de mantener la riqueza dentro de la familia. Las concubinas eran denominadas simplemente “mujeres del rey”, aunque no era costumbre exclusiva de estos: los sátrapas y nobles persas también las tenían en sus palacios. No hay suficiente información acerca de su status, pero se sabe que contaban con asistentes personales. Algunas de ellas eran cautivas de origen extranjero, y se encuentran junto a otras mujeres de origen noble. Estaban presentes en los banquetes y en las cacerías reales.
En Babilonia se han hallado 45 contratos matrimoniales, siempre entre el esposo y miembros de la familia de la novia y firmados por varios testigos. Comienzan con la petición de la mujer en matrimonio y los regalos que son ofrecidos a la novia y a su familia. Si el marido decide tomar una segunda esposa, debe darle a la primera una determinada suma de dinero, y ella puede regresar a su hogar. Pero en el caso de adulterio de la mujer, el castigo es normalmente la muerte.

 

Un comentario en “Las mujeres persas

  1. Mientras que en una parte del mundo estamos intentando ingresar en un nuevo paradigma que libere a toda la Humanidad, en la otra todavía se practican lapidaciones contra las mujeres que practican «adulterio».
    El sublime «papel» de la mujer en estos mundos ha sido metido hasta el fondo de una cloaca, sin derecho a sacar la cabeza para respirar.
    La igualdad no es un derecho ni un deber: todos somos iguales en la Vida. Por lo tanto no debe ser una bandera a enarbolar. ¿Pero qué ha pasado que la mujer ha pasado ferozmente en los países occidentales de ser tal a ejercer unos roles alejados hasta de su propio significado? Es indudable de que quienes quieren ejercer el control y el poder a la fuerza se han asegurado de que ciertas partes de la sociedad, no contribuyan directamente en ella, bajo la convicción de que si lo hubiesen hecho, el mundo actual no sería tal cual ellos lo han forjado para sus propios intereses.
    La denigración, el castigo, la vejación hacia ciertos seres llamados mujeres, ha sido tal que en muchas partes ni han osado levantar cabeza, ni sacarla de sus sacos-burkas; en otras el poder directamente llamado machista, ataba a la mujer a la pata de la cama o de la mesa: condenadas a ser marujas infinitas y sin derecho, tan siquiera, a que sus células cerebrales pudieran crear por sí mismas ni una sola palabra elocuente.

    Cuando la mujer quiera despertar lo hará, pero que sea de forma Consciente, no radicalizada ni manipulada… porque ahora es la hora de despertar no sólo de las mujeres sino de todo el conjunto humano. Esperemos que nuestras hermanas más vejadas en ciertas partes de este planeta se levanten y levanten su rostro hermoso hacia lo que a todos nos ha sido concedido: la vida y la libertad de vivir y escoger su vida como ellas mismas desean.

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