Uno de los mayores desafíos contemporáneos para la humanidad es salvaguardar la seguridad alimentaria para las generaciones actuales y futuras. Una demanda creciente y un aumento constante de la población mundial ( se espera que cerca de 10 mil millones de personas habiten en la Tierra para 2050) requiere que la producción de alimentos por área de tierra cultivada tenga que aumentar drásticamente. La expansión a tierras que actualmente no están cultivadas no es factible, especialmente considerando las presiones del cambio climático.
Una forma de lograr mayores rendimientos será reducir las pérdidas de cultivos causadas por plagas, incluidos los insectos. Por ejemplo, en cultivos de cereales como el arroz y el maíz, que son alimentos básicos para una gran parte de la población mundial, los insectos causan pérdidas de hasta un 15% .
La pulverización de insecticidas químicos sigue siendo el enfoque principal para combatir los ataques de insectos en muchos cultivos. Pero su uso futuro está bajo escrutinio debido a muchas preocupaciones, entre ellas sus efectos sobre la salud humana . Su uso también representa una gran carga económica para los productores, especialmente los de los países en desarrollo. Y en cualquier caso, se teme que los insectos pronto desarrollen resistencia a los insecticidas.
Reducir su uso también sería bueno para el planeta, ya que los insecticidas son inherentemente insostenibles: su uso continuo ha resultado en una contaminación ambiental masiva, que afecta negativamente a otros organismos beneficiosos como las abejas, las aves, los peces y el ganado. Esto significa que hay una creciente demanda de los consumidores de alimentos libres de residuos. Vinculado a esto, la disponibilidad de insecticidas para el manejo de insectos está disminuyendo a nivel mundial debido a cambios considerables en su legislación .
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