“La minería es fundamental para la era moderna. Sin ella regresamos a la época de las cavernas. No podemos caer en la irresponsabilidad de ser mendigos sentados en un saco de oro. La minería correctamente manejada es positiva”.
Rafael Correa, presidente de Ecuador
Quimsacocha, 25 de octubre del 2011
¿Puede ser sustentable la minería?, es la pregunta de fondo. La respuesta es fácil. Definitivamente no. En ninguna parte del planeta hay una minería “sustentable”. Esto no debe sorprender. Por definición la explotación de recursos no renovables no es sustentable. Un proceso extractivista es sustentable cuando puede mantenerse en el tiempo, sin ayuda externa y sin que se produzca la escasez de los recursos existentes.[3] Sostener lo contrario es practicar un discurso distorsionador.
Es justamente ese discurso, que promete una “minería sustentable”, diseñado por las grandes transnacionales mineras, en el marco de la Iniciativa Minera Global (Global Mining Initiative), hace más de 10 años, el que despliega el gobierno del presidente Rafael Correa.
En el Plan Nacional de Desarrollo del Sector Minero 2011-2015 se ha asumido este mensaje transnacional. Allí se ofrece generar “condiciones de desarrollo sustentable” en la actividad minera a gran escala. Se dice solemnemente, entre otras muchas promesas incumplibles, que esta actividad contribuiría a “la distribución equitativa de sus beneficios, generando nuevas zonas de desarrollo y contribuyendo al modelo del Buen Vivir.”
¿Es posible creer en una megaminería bien hecha que no ocasione severos impactos ambientales y sociales y que, además, se constituya en la senda para el Buen Vivir? Por supuesto que no. La realidad contradice esta afirmación, que no pasa de ser una burda manipulación.
La megaminería a la luz de la realidad
El examen de la minería industrial alrededor del planeta evidencia un sinnúmero de daños y destrucciones múltiples e irreversibles de la Naturaleza. Por igual son incontables las tragedias humanas, tanto como la destrucción de las potencialidades culturales de muchos pueblos. En el ámbito económico la situación tampoco es mejor. Los países de América Latina, África y Asia cuyas economías dependen fundamentalmente de recursos minerales o petroleros, no saldrán de la pobreza.
La explotación minera industrial moderna implica la extracción masiva -y en un tiempo muy corto-, de la mayor cantidad posible de recursos minerales; recursos que se han formado en procesos de muy larga duración, a escalas tectónicas. En la actualidad, los sitios de alta concentración mineral se van agotando. Sin embargo, los elevados precios del mercado mundial permiten que la explotación minera sea rentable aún en los yacimientos en donde el mineral es escaso. De allí el carácter sumamente destructivo de la minería del siglo XXI. Para hacer producir estos yacimientos, es necesario aplicar una minería industrial de gran escala, con uso masivo de químicos a veces sumamente tóxicos, el consumo abundante de agua y la acumulación de grandes cantidades de desechos. Esta es la síntesis de la megaminería que se avizora en Ecuador.
Este gigantismo provoca la generación de impactos ambientales enormes. A menudo, los efectos nocivos se observan ya en la fase de exploración. Sin embargo, cuando arranca la explotación la megaminería muestra su rostro de monstruo depredador: se abren gigantescos hoyos o túneles en la Madre Tierra y se usan químicos tóxicos para procesar los minerales extraídos a raíz de los cuales se registran invariablemente daños ecológicos irreversibles. La movilización del material extraído afecta grandes extensiones de territorio.
El agua entre el negocio minero y la vida
La contaminación minera es particularmente devastadora para el agua. El agua termina por ser inutilizable para el consumo humano y para la agricultura. Si bien estas consecuencias se dan en un grado variable según el tamaño de la explotación y las técnicas empleadas, siempre se produce una contaminación a gran escala de las aguas de superficie y subterráneas, por drenaje ácido de roca y con sustancias tóxicas, incluyendo metales pesados como el arsénico, plomo, cadmio, cromo, cianuro y mercurio, e incluso sustancias radiactivas.
El drenaje ácido de roca es un fenómeno que puede darse desde el inicio de la mina y durar por decenas e incluso miles de años, y es particularmente destructor para los ecosistemas. Esta forma de contaminación ocurre cuando las aguas de lluvia, o aún el aire, entran en contacto con las rocas que han sido desplazadas desde el subsuelo hacia la superficie y acumuladas en las escombreras, en los cráteres de las minas a cielo abierto o en los diques de desechos de la mina. Generalmente, existe un alto riesgo de que se produzca una oxidación de las rocas sulfurosas por la lluvia o el aire húmedo, que terminan por provocar una acidificación inusual de las aguas que corren sobre estas rocas. Son muchos los casos alrededor del planeta en los que todas estas formas de contaminación afectaron a ecosistemas enteros, particularmente a la vida acuática, provocando la desaparición de especies enteras de peces.
En el Ecuador, la mayoría de los yacimientos mineros por ser explotados estarían particularmente expuestos a este problema porque contienen rocas sulfurosas, conocidas por generar drenaje ácido.
La contaminación de las fuentes de agua provoca además un conjunto de impactos directos e indirectos en términos de salud pública, como enfermedades degenerativas, enfermedades de la piel, etc. Una vez que los metales pesados provenientes de las minas entran a la cadena alimenticia, permanecen allí. Estas sustancias se acumulan en los peces y otras especies que absorben dichos metales. Al alimentarse de estas especies, los seres humanos acumulan también estas sustancias en su cuerpo. Las poblaciones más vulnerables a la acumulación de metales pesados son niños, niñas y mujeres embarazadas.
Cabe señalar que la misma empresa Iamgold, propietaria del proyecto Quimsacocha, ha sido acusada de haber contaminado las fuentes de aguas alrededor de su proyecto africano de Yatela en Malí, un país subsahariano que abrió la puerta a la gran minería al fin del los años 90. Allí, según un informe gubernamental, se ha observado tasas anormales de abortos espontáneos en las comunidades aledañas.
La escala de esta devastación está íntimamente vinculada a las dimensiones de las minas y de su voracidad en términos de energía y de agua. La minería industrial moderna requiere enormes cantidades de agua para su funcionamiento. Para extraer una onza de oro (una cantidad apenas más grande que un anillo) se demanda un promedio de 7 a 8 mil litros de agua. Para producir una tonelada de cobre se emplea entre 30 y 500 mil litros de agua. Luego de ser utilizado en la minería, el líquido vital queda irremediablemente contaminado; es decir inutilizable para el consumo humano y para la producción de alimentos.
Las enormes cantidades de desechos que dejan las minas industriales modernas son igualmente responsables de la contaminación a gran escala de las redes hidrográficas. Para darse cuenta de este gigantismo, cabe citar el ejemplo de Canadá, el líder mundial del sector minero: en este país, la industria minera genera 60 veces más desechos que todas las ciudades del país reunidas.
A escala mundial, la producción de una tonelada de cobre puro implica un promedio de 500 toneladas de desechos (tierra estéril, escombros y otros desechos mineros). En el caso del oro, las proporciones son todavía más espeluznantes: la producción de una onza de oro implica un promedio de 20 a 60 toneladas de desechos sólidos, mientras que en ciertos casos, esta cifra puede subir hasta más de 400 toneladas.
En el Ecuador, los proyectos vigentes son fieles a este gigantismo. Para producir un total de 208.800 toneladas de concentrado de cobre, el proyecto minero a cielo abierto Mirador de la empresa ECSA (de capitales chinos) en la Cordillera del Cóndor producirá al menos 326 millones de toneladas de desechos durante la vida de la mina. Esta cantidad representa un volumen correspondiente a más de 4 Panecillos, ¡y es comparable a la recolección de basura de la ciudad de Cuenca por casi 5000 años! Según estimaciones prudentes realizadas por expertos japoneses, la explotación a cielo abierto del yacimiento de Junín en Íntag implicaría la ocupación de 600 hectáreas solo para las escombreras, y 200 hectáreas para los diques de colas.
Cabe señalar que estas grandes cantidades de desechos mineros, al ser acumulados durante muchos años, representan una amenaza para las generaciones actuales y futuras. Son frecuentes los casos de derrames accidentales de desechos tóxicos alrededor del mundo los cuales llevaron a catástrofes ecológicas, económicas y sociales. En el Ecuador, existe un riesgo muy fuerte que se den estos tipos de accidentes a raíz de la alta sismicidad y de las fuertes precipitaciones que se registran en el país, las cuales podrían llevar a la ruptura de los diques de colas.
En el caso del Ecuador, estas contaminaciones del agua serán mucho más graves en áreas geográficas caracterizadas por altas precipitaciones y normalmente ricas en biodiversidad, como es el caso de Intag o particularmente la Cordillera del Cóndor en donde se encuentran los mega-proyectos Mirador, Fruta del Norte y Panantza San Carlos. También son particularmente sensibles las áreas de páramo, zonas de formación de las fuentes de agua del país. Recuérdese que el 12,5% de las zonas de páramo del país ya está concesionado.
Asedio al agua de Quimsacocha
En Quimsacocha, en donde la actividad será subterránea, se estima que cada día se moverán 3.000 toneladas de material; un volumen equivalente a 15 veces el de la recolección diaria de basura de la Ciudad de Cuenca. Si bien es cierto que la minería subterránea no implica una desfiguración tan grande del paisaje, al remover grandes cantidades de roca, provoca los mismos impactos nocivos sobre el ambiente como lo hace la minería a cielo abierto.
Por todo ello, se puede concluir que es altamente probable que ríos y acuíferos queden irreversiblemente contaminados si se explota el yacimiento de oro en Quimsacocha. Esto preocupa. La zona del proyecto minero se encuentra precisamente en una de las principales fuentes de agua de la ciudad de Cuenca y de muchas otras poblaciones aledañas, cuyos habitantes, con justa razón, protestan en contra de esta actividad. Los moradores pueden respaldarse en el Informe UAIE 0036-2009 de la Contraloría General del Estado, que estableció que estas “concesiones mineras afectarían la calidad y cantidad del agua en la cuenca del Río Yanuncay”, que abastece a la Planta de Tratamiento de Agua Potable SUSTAG de ETAPA.
En estas circunstancias, resulta una falacia decir que la explotación en Quimsacocha “no contaminará las fuentes de agua que alimentan a Cuenca”, como afirmó el 25 de octubre del presente año el presidente Correa, cuando llegó a dicha zona protegido por cientos de soldados y policías.
Es obvio que en estas zonas de formación de fuentes de agua, como en Quimsacocha, los impactos sobre el líquido vital son en extremo nocivos. Eso explica porque, con sobrados argumentos el Concejo Cantonal de Cuenca rechazó, el 22 de septiembre del 2011, los proyectos mineros de Quimsacocha y Rio Blanco; proyectos en los que, además, no se ha dado la consulta previa.
Por supuesto, las empresas mineras y los gobiernos cómplices de sus intereses, aupados por la gran prensa que lucra de la publicidad de la minería, siempre dirán que el agua contaminada se puede tratar, que el “agua terminará más limpia” después de haber servido a la extracción de los metales, y que los otros problemas ambientales también podrán ser manejados con las nuevas tecnologías.
En su prepotencia (y en algunos casos ignorancia) nunca reconocerán que es imposible controlar totalmente el impacto y el camino que tomarán los desechos mineros. Tampoco aceptarán que los efectos de la contaminación provocada por metales pesados y el drenaje ácido de roca perduran durante siglos, y a veces, milenios, ¿qué empresa puede garantizar el tratamiento del agua durante siglos?
Las empresas basan sus afirmaciones sobre la premisa que la técnica moderna y la ciencia actual son capaces de diagnosticar, prever y controlar todos los impactos que la minería a gran escala puede provocar. La creencia ciega en la capacidad de la ciencia y la tecnología están muy arraigadas en el imaginario occidental moderno. A esta creencia ingenua, basta oponer la realidad y historia recientes de la megaminería en el mundo, que demuestran hasta la saciedad cuáles son sus enormes y nocivos impactos sobre la Naturaleza y la vida de los seres humanos.
Las alegres cuentas de la megaminería
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