«Las mujeres hemos alcanzado logros importantes. Vivimos en una época de posibilidades ilimitadas. ¿Qué quieres ser? ¿Directora de departamento, astronauta o canciller? ¿Quieres vivir sola, en pareja, casarte o «sólo ser madre»? Todo está a nuestra disposición en el supermercado de los deseos.
Publicado por alman en Iberaldea
La mujer buena, adaptada y reprimida forma parte del pasado. Eva se dejó convencer por la serpiente, mordió la fruta prohibida y, desde que le tendió la manzana a Adán y ambos comieron del Árbol de la Sabiduría, las mujeres hemos conquistado el mundo.
Decidimos qué queremos y agarramos lo que podemos en el mercado de las posibilidades. Así que todo perfecto, ¿no? Es verdad, hemos logrado muchas cosas. Desfilamos a paso rápido a través de una agotadora cotidianidad llena de contradicciones, ansiamos desesperadamente una protección, un hogar y una familia, y todos los días libramos nuestra batalla solitaria en el mundo laboral masculino.
Nuestras relaciones se rompen con una rapidez cada vez mayor. Renunciamos a tener hijos, y, si los tenemos, los depositamos cuanto antes en las manos de un extraño. Hacer equilibrios entre la vida privada y la carrera es un deporte peligroso que, en lugar de darnos alas, nos aniquila. Nos exige demasiado, nos agota y nos cansa y, de vez en cuando, nos preguntamos si merece la pena.
¿Cuál es el precio que pagamos por emanciparnos y tener seguridad en nosotras mismas? ¿Acaso seguimos siendo mujeres o hemos perdido nuestra feminidad? Quien se plantea dichas preguntas en voz alta rompe un tabú. Se lo considera un traidor de la mujer y ha de contar con…
una oposición considerable por parte de una sociedad que ya no se atreve a discutir si los logros de los movimientos femeninos son logros de verdad. Lo sé por propia experiencia. Cuando planteé esas preguntas, tuve que tragarme unas cuantas cosas. Algunos intentaron atacarme personalmente y eso no fue agradable.
Pero el tema es demasiado importante para dejarme intimidar. Demasiado importante para seguir actuando como siempre, porque lo que está en juego es nuestro futuro, el de nuestros hijos, y la continuidad de nuestra sociedad. Si seguimos así nos extinguiremos y nuestra tierra quedará yerma dentro de pocos siglos.»
Así comienza el libro de Eva Herman, «El Principio de Eva» publicado hace unos años. Este libro, que consiguió un gran éxito de ventas en Alemania, despertó una gran polémica social, exasperando a las feministas a ultranza y constatando la cómplice aprobación de muchas mujeres que vieron justificados sus deseos de poder quedarse en casa cuidando a sus hijos o ir a trabajar sin sufrir presión social por ello.
No cabe duda, Eva Herman ha tocado un tema polémico que está aún lejos de haber sido zanjado. Eva Herman recibió un severo castigo por ello y fue despedida del Canal televisivo ARD donde ejerció durante 18 años como presentadora de diversos informativos. Recibió varias acusaciones y tuvo que presentarse a varios juicios que finalmente ha ganado.
A Eva Herman se la ha presentado como enemiga pública de la mujer, del movimiento feminista y de todos los logros conseguidos en este siglo en pro de la emancipación e igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Eva ha declarado muchas veces que ella expone su propia vivencia y lo que piensa que la mujer ha perdido en ese largo camino de la búsqueda de la igualdad. No ve negativos los logros conseguidos pero si cree que las mujeres están olvidando su condición de género, algo semejante a lo que le está sucediendo al hombre.
La autora de «El principio de Eva» está preocupada por los bajos niveles de natalidad de las mujeres alemanas. «La discusión sobre las causas y las consecuencias de la escasez de niños actual me impulsó a escribir un artículo acerca del tema, que apareció en mayo de 2006 en la revista Cicero.
«¿Acaso la emancipación es un error?», me preguntaba en dicho artículo. Y «¿acabaremos extinguiéndonos, porque las mujeres han olvidado la felicidad y la satisfacción que supone tener hijos?»».
Desde su personal experiencia, Eva Herman, que es madre de un hijo, hace un análisis indagando en investigaciones y estudios científicos, antropológicos y sociológicos en los cuales se afirma que la capacidad de ser madre es núcleo constitutivo del ser mujer y no un estado de servilismo y esclavitud que deba superarse.
Y concluye: «Parece absurdo, pero es innegable: las mujeres hemos olvidado que somos mujeres. Desde muchos puntos de vista, hemos perdido nuestra feminidad, aquello que podía conformarnos». Este «conformarnos» no se refiere al conformismo sino a aquello que da forma al arquetipo femenino.
Eva explica algunas cosas con respecto a la lucha por la igualdad de derechos y habla de algunas verdades incómodas de las que su propia trayectoria vital eran ejemplos a denunciar: «Preferimos vernos como víctimas que han de exigir sus derechos que como valientes que luchan contra los privilegios masculinos.
No es de extrañar que al principio muchas mujeres se sintieran decepcionadas conmigo. ¿Acaso no había una de ellas alzado la voz en contra de su propio sexo? ¿Una mujer que durante media vida había sacado provecho de los beneficios de la emancipación femenina que repentinamente despreciaba? ¿Una que ya había pasado por tres divorcios, se había convertido en madre y aun así trabajaba muchísimo, sobre todo a las ocho de la noche, la hora a la que debería estar acostando a los niños? ¿Una mujer que, tras haber aprovechado todas las ventajas del movimiento feminista, ahora lo pisoteaba en público?» No duda en otros momentos en poner el dedo en la llaga: «La sociedad es incapaz de llamar la atención sobre esta realidad, porque no encaja con el discurso con el que las feministas, en su mayoría solteras, pretendían convencernos hace algunos decenios: todo es planificable, nos decían, y, para realizarnos, debemos superar ese vínculo con un marido y un hijo.
Digámoslo con toda tranquilidad: nosotras mismas nos cargamos el peso de esas contradicciones a las espaldas, nosotras mismas nos convertimos en el juguete de los ofrecimientos seductores y las promesas de una carrera profesional. Al emprender la batalla por nosotras mismas, por nuestra independencia… y la batalla contra los hombres, pasamos por el aro que nos pusieron delante de las narices en vez de detenernos y plantearnos las auténticas preguntas vitales».
El Principio de Eva es el fruto de la sincera auto reflexión de una mujer. Eva se sincera y nos explica: «Antaño mi deseo era ser feliz, y el camino para alcanzar la felicidad parecía evidente: profesionalmente y sin reflexionar al respecto, me convertí en una así llamada mujer moderna y emancipada.
Fueron las cosas pequeñas, casi imperceptibles, las que causaron las catástrofes mayores: renuncié a un agradable fin de semana en pareja por presentar un lucrativo show televisivo, postergué una cena a la luz de las velas porque tenía que trabajar. Sin pensarlo, opté por trabajar cada vez más y acabé renunciando a mi vida privada: a fin de cuentas, tenía grandes planes. Mi perspectiva empezó a cambiar cuando me quedé embarazada: de pronto comprendí que, en contra de lo que siempre había creído, yo no era lo más importante del mundo.
Mi perspectiva se amplió y los sentimientos de empatía y compenetración empezaron a dominar sobre los demás. Y, poco a poco, mi supuesta superioridad y omnipotencia se fueron adaptando a las necesidades de los demás; fue un proceso que registré con asombro. ¿Qué me había ocurrido? Tardé un tiempo en comprenderlo: la visión atenta que había conseguido tener de las cosas y las personas era un producto de la naturaleza, una preparación para mi futura existencia como madre.
Desde entonces he pasado por todas las experiencias positivas y negativas que supone la presencia de un niño, y, día a día, voy incorporando nuevas miradas al dilema al que se enfrentan muchas mujeres y madres. A lo largo de los últimos años, me he topado con muchas de ellas y he ido comprendiendo que todas estamos expuestas a los mismos problemas.
En cuanto hemos cerrado la puerta de casa, dispuestas a acudir al trabajo, dejando a nuestro hijo en cama y con fiebre al cuidado de otro, nos damos cuenta de que algo no funciona. Y, por la noche, cuando, aun sabiendo que nuestro hijo o hija nos aguarda lloroso junto al teléfono y todavía no podemos abandonar nuestro escritorio, el sentimiento de tragedia nos desgarra por dentro. Estas circunstancias son perfectamente conocidas por las mujeres profesionales como yo, y todas nos enfrentamos al mismo conflicto una y otra vez.
Pero ¿quién nos escucha? ¿A quién le importa que vivamos abrumadas por la cantidad de papeles que hemos de interpretar? Todas estas cosas ha tenido que anunciarlas una mujer de vida «pública» que, gracias a ello, ha conseguido captar cierta atención. De lo contrario, este tema explosivo permanecería todavía oculto bajo la sombra de las mujeres-objeto que sólo parlotean de sus éxitos en las arenas del mundo mediático.
Todas las conocemos, y yo misma fui durante un tiempo un miembro de ese club de marchosas. Así que pertenecí a ese grupo de heroínas y mujeres súper organizadas que aparentemente se las ingenian para arreglarlo todo y que evitan las preguntas críticas acerca del sentido de la vida con una sonrisa, mientras procuran que la tormenta no las arrastre fuera de la cubierta. Hoy lo veo de otra manera.
Me considero responsable de hablar de aquello que la mayoría de las mujeres no quieren reconocer: que con frecuencia ese proyecto de vida tan inteligente nos deja en la estacada. En realidad, sabemos que no somos capaces de cumplir al cien por cien con todos los desafíos que supone la profesión, a menudo también porque somos madres.
Es habitual que no logremos cumplir con nuestras obligaciones en el hogar y en la vida de pareja, y no sabemos cómo convertir nuestro ajetreado hogar en el ansiado oasis de paz. Lo logramos muy pocas veces y, en general, tampoco tenemos tiempo de ver a los amigos y cuidar esas relaciones de tantos años. ¿Una vida en pareja que funcione, que sea confortable y segura? ¡En absoluto!»
Y habla de la madre y de como ser madre se va convirtiendo en un estatus degradante en nuestra sociedad: «Me saca de quicio encontrarme en situaciones en las que se hace evidente que hoy en día se considera que las mujeres sólo tienen valor si trabajan. (…) Esa desvalorización es una estupidez que ya no podemos aceptar.
Hay culturas que veneran a las madres, que sienten respeto y aprecio por el logro que supone criar niños y conservar intacta la vida familiar. Pero entre nosotros, parece que las madres convencidas ocupan el último peldaño de la jerarquía social.»
Eva también hace una reflexión sobre el papel que juegan los niños en nuestra sociedad: «Me pregunto lo siguiente: ¿qué valor tienen los niños en nuestra sociedad? ¿Acaso sólo son decorativos? ¿Un lujo que uno se permite cuando ya ha alcanzado todo lo demás? ¿Algo que a veces depositamos en algún sitio y volvemos a recoger según nos convenga? Eso es lo que parece. Pero se puede renunciar a lo decorativo, y cada vez hay más mujeres que lo hacen.»
En su obra «El Principio de Eva» se tratan numerosos temas como la alarmante reducción de la natalidad en Alemania y otros países de Europa, la falta de una crianza de los niños realmente maternal y su relación con el incremento de alteraciones psicológicas de los niños y de la violencia juvenil, la llamada del reloj biológico, los efectos que produce la separación entre sexualidad y reproducción en el ámbito de la pareja, las alteraciones hormonales y sus consecuencias fruto de la adopción de roles masculinos, y la guerra de sexos que suelen acabar en el fracaso matrimonial …
«Resulta que vivimos en un mundo materialista ?escribió una indignada lectora del artículo de Cicero? y hemos de adaptarnos a él.» Yo opino lo contrario.
Somos el mundo materialista, nosotros lo convertimos en lo que es. Pero, al mismo tiempo, tenemos la oportunidad de escapar de ese mecanismo, si es eso lo que de verdad deseamos.
Nuestro estado no es una construcción abstracta y anónima, sino todo lo contrario: cada uno de nosotros forma parte de esta comunidad.
Decidimos, damos forma a nuestras vidas, aceptamos circunstancias o impedimos que se desarrollen. Cada persona colabora mediante sus propias acciones. Y quien cree que solo no puede lograr nada se equivoca muchísimo.»
Eva Herman explica cual es el propósito de su obra: «El objetivo de este libro es informar acerca de cómo convertir el desconcierto en energía para actuar y decidir nuestro destino de manera consciente. Parece absurdo, pero es innegable: las mujeres hemos olvidado que somos mujeres. Desde muchos puntos de vista, hemos perdido nuestra feminidad, aquello que podía conformarnos.
Desfilamos trajeadas por un frío mundo masculino y reprimimos nuestros sentimientos. En lugar de construir, luchamos, y vivimos en solitario en lugar de entregarnos a lo que mejor sabemos hacer: construir un nido cálido, formar redes, ofrecer un lugar de protección en un mundo que es cada vez más despiadado.
Si logramos recordar cuál es nuestro auténtico fuerte, podremos cambiar el mundo. ¿Grandes palabras? Quizá. Pero resulta que son las mujeres quienes pueden forjar una convivencia más humana gracias a su inteligencia social y emocional.
Y lo cierto es que: poseemos una fuerza increíble que podemos volver a descubrir. Funciona sin juegos de poder, porque su deseo no es vencer, sino construir. No quiere separar, quiere reconciliar.
¿Quiénes si no las mujeres desarrollarán un proyecto alternativo al mundo de la lucha por la competencia, la falta de amor y la implacable explotación?
Llamémoslo el principio de Eva. Eva no es Adán, pese a que las feministas preferirían convencernos de que la igualdad de derechos también significa igualdad de género. Las mujeres somos distintas. Pongámonos en marcha para descubrir esa diferencia y cultivarla.
No deberíamos, por tanto, seguir luchando con las armas de siempre ni contra los hombres, ni tampoco contra las mujeres que se consideran emancipadas. Es más, quisiera indicar un camino a la reconciliación, un camino de regreso a la armonía social, ésa que pueden conformar precisamente las mujeres.»
Recuerdo que en nuestras ancestrales culturas la Mujer formaba un papel prioritario. De hecho, eran tiempos donde el matriarcado se expresa en todo su esplendor. Eran tiempos idílicos, de paz, de armonía, de concordia.
Los hombres tenían su cometido bien definido y las mujeres también, ambos se respetaban sin sometimientos ni rivalidades. Eva Herman hace una reflexión profunda sobre el rol que nuestra sociedad y el feminismo recalcitrante le impone a la mujer y afronta con valentía el reto de mostrar un camino de retorno a los valores perdidos.
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