Todas las constituciones de los estados modernos redactan como un “derecho”, una supuesta libertad de culto” que algunos ciudadanos dan por sentada, otros interpretan como un “progreso en las libertades individuales”, y del cual pocos cuestionan su trasfondo. ¿Por qué se hace del culto un derecho? Para comprender esto podemos observar como otro “derecho fundamental” es el “derecho a la vida”. El entusiasmo que nos genera el ver como cuidan de nuestra vida haciendo de ella un “derecho”, a veces no nos deja ver que esto es una inmensa tontería (solemne y legislada, pero una tontería de las gordas): la vida no es un “derecho”, sino un hecho. Somos seres vivos, y –mientras tanto- estar vivo se da por hecho. No interviene ningún tercero vivificante entre nosotros y nuestra vida, pues es la vida el atributo de nuestro ser, verbo copulativo, por lo tanto, no predicativo, y no transitivo. Somos vivos, y esto no requiere otra proposición, ni condición, ni derechos, ni siniestros. Siendo así entonces, ¿Por qué hicieron de esta vida un “derecho”? Sencillo: al hacer de la vida un “derecho”, necesariamente alguien o algo otorgará ese derecho, y ese papel se lo adjudicará rápidamente el poder político. Hacer de la vida un derecho (aún siendo, “fundamental”) pone más fácil el camino para quitar ese derecho, es decir, la vida. Si la vida es un hecho natural, matar es un deshecho contranatural; ahora bien, si la vida es un”derecho”, matar sólo resulta ser un “delito”… y ya sabemos que la justicia acostumbra a ser ciega en estos asuntos.
Si esto ocurre con el primer “derecho humano”, ¿qué ocurre con el decimoctavo artículo según la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, el derecho a la libertad de culto? Pues que el culto -además de un “derecho”- ya no es sólo un “hecho” sino un “acto”, y -como todo acto- acarreará unas consecuencias sobre las cuales ni el poder judicial, ni el legislativo, ni cualquier forma del poder político tiene competencia. Así, la “libertad de culto” se ha convertido en el mundo moderno en un derecho que pertenece a la “vida privada”, una actividad respetable en cualquier caso, y una premisa insertada en el carácter estatal moderno que llaman “laicismo”. Después de haber desarrollado mil y una “religiones” rivales y polémicas entre sí, ¿qué es lo que deja el Novus Ordo Seclorum al hombre moderno en materia de “fe” y “religión”?
El derecho a escoger entre un conglomerado de incontables doctrinas articuladas por otro incontable número de organizaciones donde perderse, dividirse consigo mismo y con sus semejantes, y –sobre todo- triturar las energías en disputas estériles. La religión que etimológicamente uniría, a efectos prácticos dividirá al moderno en un desorden infrahumano de tendencia contraespiritual que el Nuevo Orden Mundial llamará “libertad religiosa”. Es por ello por lo que la “religión” no supone problema alguno para la secularización global; al contrario, resulta ser una fiel aliada. Pero antes de seguir usando esta palabra tan usada, ¿alguien puede decir qué es “religión”?
La “religión” –palabra netamente occidental- es uno de los aspectos exteriores de una tradición; es decir, parte de lo que con propiedad se llamaría el “exoterismo” de una forma tradicional. En situaciones normales, si existe una parte exterior, necesariamente tendrá que haber una parte interior, de la misma manera que cuesta concebir un huevo que sea sólo cáscara. ¿Existiría entonces
en cada una de las incontables “religiones” de la modernidad, un núcleo esotérico que les diera fundamento? Por supuesto que no: no estamos ni mucho menos en una situación normal, y lo que hoy se llama “religión” supone ser por sus propios textos, una “libertad”, un “derecho civil”, una “opción individual”. Les habrá quienes se pregunten: Si la “religión” (o más apropiadamente, las “religiones”) del mundo moderno resulta ser una cuestión civil, ¿por qué no es el poder político quien administra esas cuestiones y por qué entonces existen miles de iglesias, agrupaciones y comunidades que se encargan de ello? Esa es la cuestión clave: en verdad, ya hoy, es ese único poder político global quien domina y administra esta y todas las cuestiones del ser humano (o lo que queda de él). Las “iglesias”, “agrupaciones”, “comunidades” (todo eso que da cuerpo a lo que se define sin rigor como “religión”) dan al ciudadano global una ilusión de espiritualidad desvinculada de su vida real, cargada de un moralismo adoctrinante dirigido al “buen comportamiento” civil, y articulada en el peor intencionado error intelectual que aquí definiremos como “contrainiciación”.
¿Libertad de cultos? ¡Claro! En verdad, se trata de un único culto invertido, una única “religión” occidental. Algunos –con propiedad- lo llaman “satanismo”, nosotros preferimos llamarlo “la espiritualidad al revés”.
Además de ese error intelectual común, la inconsciencia es otra de las características de esta “espiritualidad al revés”, sobre todo en sus manifestaciones más exteriores. Así, se comprenderá cómo los religiosos modernos se definen a sí mismos a través de las formas más groseras y toscas, sin cuestionar ni mínimamente cuál es el centro de su “confesión”. No existe un núcleo metafísico en la contraespiritualidad moderna; como sucedáneo invertido, se exaltará la manifestación más baja del ser humano: su sentimentalismo. De esta manera, la intelectualidad pura será algo inexistente en la “espiritualidad al revés”; en ella, el hombre moderno sólo podrá dar rienda suelta a sus anhelos sentimentales, para encontrar un “consuelo” en el mejor de los casos, o una “contrainiciación” en las peores y más habituales de las veces. ¿Qué es esa “contrainiciación”? Tenemos una definición de origen magistral que transmitimos aquí:”Al no poder conducir a los seres humanos hasta estadios superiores de conocimiento, como la iniciación normal, la contrainiciación arrastrará indefectiblemente hacia lo infrahumano.”
Así es: la “contrainiciación” (revistiéndose de carnavalesca apariencia tradicional o –como dirían muchos de sus seguidores- “religiosa”) conduce al hombre moderno a los estadios infrahumanos y –lo que lo hace aún más grave- de manera completamente inconsciente. Si el conocimiento amplía la conciencia, la caída libre hacia la ignorancia nos hace inconscientes, como meras piedras con apariencia humana movidas sólo por la inercia. En esa inconsciencia, el hombre moderno escoge (cree escoger) su “opción religiosa” como un derecho civil más, sin darse cuenta que a un nivel efectivo él continúa rindiendo culto a lo mismo que rinden culto sus compañeros de esclavitud. Él cree escoger ser “católico” o “protestante” de la misma manera que cree escoger ser de “izquierdas” o “derechas”, del “partido político A” o del “partido político B”, del “equipo de fútbol X” o del “equipo de fútbol Y”. A efectos verdaderos, nos existirán diferencias esenciales entre estas elecciones, salvo que con ellas el moderno encontrará una identidad para dividirse de sus semejantes humanos, en una serie de estériles diferencias, conflictos y rivalidades que colaborarán en el proceso hacia la infrahumanidad.
Ese es el papel de la “espiritualidad al revés” en el Novus Ordo Seclorum, en la secularización deshumanizadora ulterior de la Civilización Occidental, y -para ello- lo que los modernos llaman “religión”, se servirá de iglesias (la “Iglesia Católica”, la “Iglesia Anglicana”, la “Iglesia Baptista”…), colectivos religiosos (protestantes, católicos, mormones…) y movimientos neoespiritualistas (espiritismos, teosofismos, cienciologías…) como instituciones donde se impartirá la “contrainiciación” en el inconsciente culto satánico. Es sencillo comprobar que a pesar de las múltiples formas religiosas de la modernidad, el culto es único: ¿Se trata –al fin- de un único Dios (falso) para todos los hombres? ¿Una falaz unicidad pseudo-teológica como cúspide jerárquica de la dividida y conflictiva multiplicidad de los seres humanos? ¿Es esta monstruosidad secular el satánico rostro del monoteísmo? Infelizmente, todo resulta menos sencillo que lo que nosotros como seres humanos podemos cuestionarnos; se trata de un problema más refinadamente enmarañado.
Una lectura de esta exposición puede dar la impresión de una respuesta atea –o peor aún, agnóstica- a todo este galimatías. No es así; nada más lejos de la realidad. Ya advertimos que todo es aún más complejo: todo entra dentro de lo planeado. El llamado “ateismo” es la respuesta negativa a la cuestión sobre la existencia de Dios. Para que se dé esa respuesta, tiene que darse el contexto que hace posible esa pregunta. Sin embargo, el ateo cree desvincularse de un problema con el mero hecho de responder negativamente a la pregunta que da pie a dicho problema. No es así: no hay diferencia esencial entre un teísta y un ateo (a pesar de lo que ellos “creen”), pues ambos se definen a través de la cuestión del teísmo, la cual –además de estar mal planteada- sólo se ha formulado de esta forma en contextos sumamente recientes, occidentales, y – cómo no- modernos. Incluso teológicamente, cuestionar “la existencia de Dios” es un absurdo lógico, ya que la “existencia” no se le puede atribuir a Dios – independientemente de lo que unos y otros quieran entender por Dios-. El error en la formulación de la pregunta teísta no está tanto en “Dios”, sino en la “existencia”, término repleto de problemas filosóficos que aquí no vamos ni a enunciar. Además, toda la cuestión teísta (tanto su respuesta afirmativa, como su aún más absurda contrapartida negativa) se basan en el dominio de la creencia. Así, de la misma manera que el creyente dice: “yo creo que Dios existe”, el ateo dice: “yo creo que Dios no existe”, sin conciencia de que está realizando la misma actividad que su compañero creyente, es decir: “creer”. El ateo está así creyendo en una proposición negativa, pero eso no lo convierte en menos crédulo. El ateo –por lo tanto- se define a sí mismo a través del dominio que él “cree negar”, a saber, la “fe”; y si no existiera ese dominio, él no podría definirse, es decir, sería el mismo ateo el que no tendría existencia. El ateo depende de su relación con Dios para ser eso mismo, “ateo”, aunque sea a través de una doble negación contradictoria que roza la esquizofrenia. La cuestión teísta siempre fue secundaria (o inexistente) en las tradiciones antiguas, y esto se puede ver especialmente en la tradición india, donde el término que con menor inexactitud traduciría al Dios de los teístas sería Iswara, el cual sólo va a tener un papel auxiliar. Este desdén por la cuestión teísta aún se puede ver con más claridad en el budismo, que algunos orientalistas modernos (en su solemne
estupidez) lo calificaron como “religión atea”. Estos orientalistas comparten con los ateos el mismo desprecio por las palabras que usan; y precisamente –para nosotros- el ateismo moderno sólo puede valorarse como un balbuceo. Y para el Novus Ordo Seclorum, ¿qué papel tuvo y tiene ese ateísmo moderno? Pues uno bien claro: en su momento, el siglo XIX, el ateismo sirvió de base teológica (¿o
quizá sería mejor decir “ateológica”?) de movimientos contra-tradicionales claves en el proyecto globalizador, como el socialismo, el comunismo, el anarquismo, y demás “ismos” políticos que sirvieron de pretexto para estúpidos conflictos que dividieron a los hombres hasta el punto de llevarlos al abismo de la infrahumanidad. Actualmente, el “ateísmo” resulta ser una opción más, una
casilla más en el censo mundial de la “confesión religiosa”, una superficial manera que tiene el moderno para identificarse con algo que lo aparte de lo que verdaderamente lo define: su idiotez. Eso es –a grandes rasgos- lo que supone ser ateo en el Nuevo Orden Mundial.
Pero aún hay más: para cerrar el círculo contraespiritual de la “libertad religiosa” del Novus Ordo Seclorum, se propondrá como opción el “agnosticismo”, el cual sería etimológica y efectivamente la confesión de incapacidad gnoseológica; es decir, la confesión de que el ser humano ni conoce ni puede conocer. Así, con una falsa humildad, el agnóstico se presenta como el resultado final de la deshumanización en el dominio espiritual. ¿Cabe recordar que es exactamente el conocimiento lo que nos diferencia positivamente de las bestias? ¿Cabe recordar que es el conocimiento quien permite –para bien y para mal- lo humano? ¿Cabe recordar que negar ese conocimiento es poner una “equis” en la casilla “no humano”? Así es: el agnóstico dice “no saber”; lo que realmente no sabe es que el agnosticismo es la última opción en el censo de la confesión religiosa de la “espiritualidad al revés”. De la misma manera que en las encuestas estadísticas de control poblacional al servicio del Establishment, existe la casilla NS/NC (No sabe/No contesta), en la religión única del Nuevo Orden Mundial está el “agnosticismo” como punto que cierra el cuestionario contraespiritual. Así, a través de esas “casillas” se podrá comprobar que lo que se pretende es “encasillar” (es decir, delimitar) al “espíritu”, del cual poco más se puede decir salvo que es ilimitado. Delimitar lo ilimitado –además de ser una imposibilidad- resulta ser la pretensión satánica; y al ser una tarea imposible para esta fuerza, ella sólo podrá presentar una impostura, una parodia, una farsa trampeada.
Esta farsa es la que brevísimamente hemos expuesto aquí: mientras los hombres modernos se definen como católicos, protestantes, judíos, espíritas, mormones, ateos, agnósticos o con la palabra que les venga en gana, todos se cogen de la mano en el contenido esencial de su culto: la colaboración con la infrahumanidad. Así, después de definirse y dividirse a través de las múltiples religiones, el consenso satánico hace su trabajo: los seres humanos sólo consiguen ponerse de acuerdo para un único fin: destruirse.
http://armonicosdeconciencia.blogspot.com/2012/05/la-espiritualidad-al-reves-contra.html