Archivo por días: mayo 24, 2012

SAUNIÉRE,BOUDET Y MARÍA MAGDALENA

Rennes-le-Château es un lugar común del ocultismo, hoy casi del mismo género que el mismo Grial y no menos inaccesible. Pero también es un lugar real, y para allá fuimos en el decurso de nuestras pesquisas. Podríamos compararlo con lo que significa Glastonbury en Gran Bretaña, ya que ambos tienen un corazón lleno de profundos misterios y han originado teorías y mitos alucinantes, pero muy extendidos.

Rennes-le-Château está en Aude, un departamento del Languedoc, y cerca de la ciudad de Limoux, cuyo nombre toma una prestigiosa blanquette que da un vino de aguja, en una comarca que se llamó el Razès durante los siglos VIII y IX. Desde el pueblo de Couiza, unos paneles de considerable tamaño envían a la comarcal por donde se va al «Domaine d l’ Abbé Saunière». El viajero que haga caso de ellos se hallará en la curiosa espiral ascendente que conduce a la cima donde está la aldea de Rennes-le-Château.

Para nosotros, lo mismo que para otros muchos en estos tiempos, es una excursión emocionante. Gracias principalmente a The Holy Blood and the Holy Grail, pero también a la propaganda oral del mito, esta subida a un monte de Fracia cobra en sí misma cierto carácter de viaje iniciático. Sin embargo el lugar donde por lo general se tienen los visitantes resulta muy prosaico. Al entrar en el pueblo recalamos inevitablemente en la explanada para los automóviles y una grande rue bastante estrecha que no tiene oficina de correos ni un supermercado, pero sí una librería esotérica, un bar-restaurante, el ruinoso castillo que presta su nombre a la población y varias calles por donde se accede a la famosa iglesuela y a la presbiterial.
El lugar tiene una historia siniestra y una reputación todavía más lóbrega, aunque algo imprecisa. Resumiendo, la historia es que hará poco más de cien años, François Bérenger Saunière (1852-1917), un sencillo cura nacido y criado en el pueblo de Montazels, a sólo tres kilómetros de Rennes-le-Château, hizo un descubrimiento de algún tipo mientras intentaba reformar su ruinosa iglesia parroquial del siglo X.1 Como consecuencia de dicho descubrimiento, sea que éste tuviese un valor intrínseco, o porque condujese a otra cosa susceptible de explotación financiera, se hizo inmensamente rico.

Mucho se ha especulado durante esos años acerca de la verdadera naturaleza del hallazgo de Saunière: los más prosaicos sugieren que encontró el escondrijo de un tesoro, mientras otros creen que pudo ser algo más estupendo, como el Arca de la Alianza, el tesoro del Templo de Jerusalén, el Santo Grial… o incluso la tumba de Cristo, idea que ha tenido expresión reciente en The Tomb of God, de Richard Andrews y Paul Schellenberger (1996). (Véase el Apéndice II para una discusión de esta teoría.)

Teníamos que ir a Rennes-le-Château porque, según los Dossiers secrets y The Holy Blood and the Holy Grail, era de especial significación para el Priorato de Sión, aunque por razones que nunca dejaron de ser oscuras. El Priorato asegura que Saunière descubrió unos pergaminos que contenían una información genealógica que demostraba la supervivencia de la dinastía merovingia, de donde resultaba que ciertas personas tenían derecho a pretender el trono de Francia… por ejemplo, Pierre Plantard de Saint-Clair. Sin embargo, no teníamos muchas razones para seguir esa línea, considerando que nadie ajeno al Priorato ha visto en realidad esos pergaminos, y que toda esa idea de la continuidad de los merovingios es bastante dudosa por no llamarla de otra manera.


Pero hay otro fallo importante, otra incongruencia garrafal en la narración del Priorato. Si realmente hubiese perseverado durante tantos siglos sólo para defender a los descendientes de los merovingios, era curioso que saludase con tanto entusiasmo una información que venía a decirles quiénes eran esos descendientes. Seguramente debían de conocer a aquellos a quienes habían jurado proteger, ¡o de lo contrario les habría faltado el celo fanático necesario para preservar su propia organización durante tantísimo tiempo! Obviamente no se podía confiar mucho en lo que era, esencialmente, una justificación retrospectiva de su raison d’être, si queremos describir el caso con moderación.

No obstante nos intrigaba la importancia que atribuía el Priorato a esa aldea. Se nos ocurrían dos motivos posibles: primero, que la aldea fuese efectivamente importante para ellos, aunque no por los motivos pretendidos en los Dossiers; segundo, que la historia de Saunière no tuviese ninguna relación con el Priorato en realidad, y que éste hubiese decidido apropiarse el misterio para explotarlo en favor de sus propios fines. Íbamos a averiguar cuál de estas dos posibilidades se acercaba más a la verdad.

Llegados al estacionamiento reparamos en la espectacular vista que abarca desde el valle del Aude hasta las cumbres nevadas de los Pirineos. Así se comprende fácilmente que en el pasado, ese pueblo tan insignificante en apariencia hubiese sido una cota de gran valor estratégico, por su dominio inigualable sobre cualquier ruta que un posible invasor tuviese que seguir. Por eso fue Rennes-le-Château un poderoso reducto de los visigodos; algunos incluso la identifican con la ciudad perdida de Rhedae, en otros tiempos comparable a Carcasonne y Narbonne, aunque resulta difícil imaginar dónde se oculta la agitada metrópoli de antaño bajo el caserío aislado que vemos hoy. Sin embargo, Rennes-le-Château conserva una atracción magnética; con menos de cien habitantes de derecho, recibe más de 25.000 visitantes al año.

La torre de las aguas, que se alza en la misma explanada, ostenta los siglos zodiacales, y la misma ornamentación se repite sobre las puertas de algunas casas. La decepción es grande cuando averiguamos que se trata de una costumbre de toda la comarca. Pero todas las miradas se vuelven hacia el extravagante edificio colgado como un nido de águilas sobre el despeñadero, al borde mismo de la cima.

Es donde tuvo Saunière su biblioteca privada y su estudio, conocido como la Tour Magdala, y parte de su domaine recientemente abierto al público. Como una atalaya medieval, la Torre Magdala se prolonga a un lado con la muralla que lleva a un mirador actualmente en estado ruinoso. En los sótanos hay un museo ahora, dedicado a la vida de Saunière y a los misterios que la rodean.
Un huerto separa la torre de la casona que hizo construir con su no explicada fortuna, la Villa Bethania, algunas habitaciones de la cual se han abierto asimismo a los visitantes. Debajo de ella se accede por un sendero de grava a una gruta construida por el sacerdote con piedras que él mismo sacó de un valle cercano, es de suponer que con no poco esfuerzo físico. De ahí se pasa al cementerio de la aldea y a la desvencijada iglesia, que está dedicada a santa Magdalena.

Sorprende verla tan pequeña habida cuenta de la fama que ha alcanzado, pero la posible decepción queda más que compensada por la extravagante ornamentación, justamente famosa, que dispuso el abbé Saunière. En esto al menos todavía logra suscitar asombro.

Sobre el atrio, que exhibe unos pájaros de escayola casi cómicamente triviales y baldosas amarillas quebradas, están esculpidas las palabras Terribilis est locus iste o «¡Qué terrible es este lugar!». Este latín es una cita del Génesis (28, 17), la cual queda completada en la bóveda del atrio: «Nada menos que la casa de Dios y la puerta del Cielo».
Una figura de María Magdalena preside la puerta, y el tímpano está ornamentado con un triángulo equilátero, y un bajorrelieve de rosas con una cruz. Pero lo que más sorprende es la presencia de un demonio de escayola horrorosamente contorsionado y puesto a manera de guardián dentro del atrio y antes de la entrada al templo. Cornudo y gesticulante, es obvio que quiere decirnos algo con su postura mientras soporta sobre sus hombros la pila del agua bendita.
Sobre ésta campean cuatro ángeles que representan los cuatro ademanes de que se compone la señal de la cruz; al pie una leyenda dice Par ce signe tu le vaincras, es decir «con este signo tú lo/le vencerás». En la pared del fondo un grupo escultórico representa el bautismo de Jesús; la postura del bautizado refleja exactamente la del demonio del agua bendita. Ambos, el demonio y Jesús, miran a un punto determinado del suelo, cuyas baldosas forman escaques en blanco y negro. En el grupo el Bautista domina a Jesús con toda su estatura mientras le echa agua de una concha que repite la forma de la pila del agua bendita.
Evidentemente se nos está indicando algún tipo de paralelismo entre ambas imágenes, entre el demonio y el bautismo de Jesús. (En abril de 1996, en uno de los muchos actos de vandalismo a que está expuesta esa iglesia, unos desconocidos le cortaron la cabeza al demonio y se la llevaron.)

De pie sobre el ajedrez de las baldosas y mientras paseamos la vista en derredor observando esta pequeña iglesia parroquial de Santa María Magdalena, a primera vista parece un ejemplo bastante típico de los templos católicos de su época y ubicación geográfica. Excesivamente recargada de santos de escayola pintados en colores chillones, como san Antonio el ermitaño y san Roque, contiene los paramentos habituales. Pero vale la pena contemplarlos con detenimiento, porque la mayoría presentan al menos un rasgo distintivo. Los pasos del vía crucis, por ejemplo, van en sentido contrario al de las agujas del reloj, lo que no es corriente, e incluyen aquí un adolescente con falda escocesa y un negrito. El tornavoz del púlpito tiene la figura del Templo de Salomón.

El frontis del altar ostenta un bajorrelieve que, según se cuenta, era el orgullo y la niña de los ojos de Saunière, quien aportó personalmente los últimos toques. Representa una Magdalena con manto de oro que tiene frente a sí un libro abierto, y una calavera junto a las rodillas. Entrecruza los dedos en la curiosa postura que se llama latté. Delante de ella hay una cruz hecha con un arbolillo vivo, como manifiesta la rama que retoña con algunas hojas hacia la mitad del tronco; a sus espaldas, más allá de la gruta rocosa donde está arrodillada, se entrevé la silueta de una construcción recortada contra el cielo. El cráneo y el libro abierto son elementos admitidos de la iconografía usual de la Magdalena, pero curiosamente falta la convencional ánfora o jarra de la esencia de nardos.

También la vemos a ella en el vitral que está sobre el altar, donde parece asomar por debajo de la mesa para ungir los pies de Jesús con la preciosa esencia. En total la iglesia tiene cuatro imágenes de la Magdalena; parecen muchas para un templo tan pequeño, aunque sea la santa patrona de los lugares. La devoción de Saunière queda corroborada en el nombre que dio a su biblioteca, la Torre Magdala, y en el de su casa, la Villa Bethania, que recuerda la población donde vivía, según los evangelios, la familia formada por Lázaro, Marta y María.

Hay una estancia secreta detrás de un armario de la sacristía, aunque ésta rara vez recibe visitas del público. La única ventana, que no se distingue bien desde el exterior, también representa en vidrios de colores la usual escena de la Crucifixión; pero como sucede con casi todo lo demás de este «lugar terrible», tampoco ésta es del todo lo que parece a primera vista. La atención se orienta hacia el paisaje del fondo que se entrevé bajo los brazos del crucificado; obviamente es el tema principal de la imagen, y ahí vemos una vez más el Templo de Salomón.

Incluso la verja del cementerio se sale de lo común, atendida la ornamentación consistente en una calavera con tibias cruzadas, emblema que fue de los templarios con el añadido original de la mueca que exhibe veintidós dientes. Entre las tumbas, decoradas con ofrendas de flores y fotografías de los finados como ocurre en tantos otros cementerios franceses, encontramos la de una familia Bonhommes.
En cualquier otro lugar quizá ni siquiera nos habríamos fijado, pero aquí nos parece un recordatorio lingüístico especialmente impresionante, ya que eran los cátaros quienes se llamaban les Bonhommes. La sepultura del mismo Saunière, con su perfil en bajorrelieve —también estropeado por el vandalismo en época reciente— está junto al muro de división entre el cementerio y su antiguo domaine. A su lado está enterrada Marie Dénarnaud, su fiel ama, si no fue algo más.

No es nuestro propósito volver aquí sobre los detalles de esta historia, muy trillada a estas alturas. Digamos sólo que no nos equivocábamos al sospechar que el misterio de Rennes podría aportar algunas claves sobre la continuidad de la tradición clandestina, y que no quedamos defraudados. Como hemos venido explicando, teníamos indicios de una complicada serie de encadenamientos que retrotraían a una tradición gnóstica existente en la región, que siempre ha sido notoria por sus «heréticos», llámense cátaros, templarios o supuestas «brujas».

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¿Como creamos la realidad? Geometría sagrada, numero aureo Phi, Fibonacci. El uso y la Creación de Símbolos

Ahora mismo está desarrollando las matemáticas áureas, un nuevo enfoque matemático que permite conecta entre otras a la geometría sagrada, la física cuántica o la alquimia. Redescubriendo la raíz del conocimiento que ha ido pasando de civilización en civilización y a través de generaciones de sacerdotes y de linajes reales.
Una de las conclusiones más importantes que aporta esta visión de las matemáticas, es que conecta a distintas culturas ancestrales, como la hebrea, la egipcia o la babilonia, apuntando una raíz común para el conocimiento científico secreto de todas ellas.
Este conocimiento relaciona entre otras cosas el origen de los lenguajes escritos, la astronomía, la Kaballah, la física y la química a través de la alquimia y nuestro linaje genético. En resumen se podría afirmar que son las matemáticas de la Doctrina Secreta.

El mensaje principal de estas matemáticas es que todos somos 1 y eso se demuestra a través de un principio simple, que todos los números o secuencias o relaciones matemáticas importantes para explicar cómo se constituye la realidad, presentan una fuerte correlación con la identidad de la unidad, ya sea a nivel aritmético, geométrico o fractal.
Funcionan a través de un principio muy simple, y es que existen ciertas relaciones matemáticas y números que constituyen el núcleo operativo de la realidad. Si uno descubre como funcionan estas relaciones numérico/geométricas, puede entender como funciona todo, ya que vivimos en una realidad fractal.

Desde la antigüedad la simbología, las matemáticas y la geometría sagrada, han servido como formas de preservación del conocimiento último, la arquitectura del universo.

Antiguas civilizaciones como la Babilonia, la Egipcia o la Griega, las grandes religiones como la católica, el hinduismo, el budismo, escuelas como la pitagórica y la cabalística, sociedades secretas como los Masones, Rosa Cruces u Opus Dei; todos ellos han perseguido el mismo objetivo y han codificado sus conocimientos a través de símbolos.

El objetivo principal del taller es aprender decodificar los conceptos básicos respecto al símbolo (estamos rodeados por ellos), para generar nuestras propias resonancias armónicas, a un nivel matemático, geométrico y por supuesto energético.

El mismo se realizará en la cabaña  rural “El Callis”, un lugar con una energía y un entorno natural privilegiados. En el corazón de la Vall de Bianya disfrutaremos de un fin de semana inolvidable, compartiendo la esencia y las enseñanzas de la escuela pitagórica, de las matemáticas de la vida y de la arquitectura del universo.

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¿Como creamos la realidad? Geometría sagrada, numero aureo Phi, Fibonacci. El uso y la Creación de Símbolos