“Citius, altius, fortius”, es el lema de los Juegos Olímpicos que, presumiblemente, se desarrollan a partir de una premisa casi lúdica de hermanar a las naciones a través del deporte. Ese es un fin loable. Es sabido que las actividades deportivas contribuyen a la cohesión social, amén de mejorar la calidad de vida de las personas. Asimismo, el deporte tiene importantes consecuencias para la salud: en 2003, la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha la iniciativa “por tu salud, muévete”, debido a que ya se ha documentado ampliamente por parte de diversos especialistas que la falta de actividad física, junto con una alimentación poco saludable, son los principales factores de riesgo que contribuyen a la morbilidad y mortalidad por enfermedades crónicas en el mundo.
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Por lo tanto, el deporte “se reivindica como una actividad humanista, destinada a favorecer el desempeño deportivo de los hombres, a mejorar la salud pública, participar en la expansión del ludismo y a convertirse en un factor de integración y amistad. Contribuye a la emancipación de las mujeres, a la lucha contra el racismo y la xenofobia, a la aceptación, por parte de los individuos, de los valores republicanos y a la manifestación, para los más afortunados, del ascenso en la escala social”.
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El deporte, por lo tanto, recibe cada vez más atención de parte de las sociedades. Ello es positivo, pero también plantea el desafío de que las autoridades de cada país lo someten al quehacer político, buscando derivar beneficios particulares, alejados del bien común. Por tanto, “el deporte está lleno de tensiones, entre el pueblo y las élites dominantes, entre innovación y restauración, entre liberación y colonización. Cuando se pretende armonizar estas contradicciones, se ignoran aspectos relevantes y esenciales del deporte”.
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Puesto que la política deportiva es responsabilidad del Estado, un evento como los Juegos Olímpicos posibilita que los países proyecten una imagen de liderazgo y poder ante el mundo. Es una forma de mostrarle a otras naciones los logros de las políticas de determinado Estado en el terreno deportivo y en rubros relacionados –como el alimentario, el educativo, etcétera. Los deportistas exitosos, por su parte, pueden convertirse en genuinos embajadores promotores de una imagen positiva del país del que proceden. Todo ello se resume, en que el deporte es una herramienta al servicio del poder, aunque también de la economía.
En 2012, Londres por tercera ocasión será sede de los Juegos Olímpicos. Previamente, en 1908 y 1948, la capital inglesa albergó la más importante justa deportiva del mundo, aunque en condiciones muy diferentes a las de ahora. Baste mencionar, por ejemplo, que en 1908 el mundo se encontraba en buena medida bajo dominio colonial, por lo que sólo concurrieron 22 países y 2008 atletas, entre quienes figuraron apenas 37 mujeres, y las disciplinas deportivas eran 26.
4 Para 1948 –hay que recordar que se tenía previsto celebrar los juegos olímpicos en 1944 en la citada capital inglesa, lo cual no pudo ser debido al desarrollo de la segunda guerra mundial– participaron 59 países y 4 mil 104 atletas, de los que 390 eran mujeres, en 17 disciplinas.
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En la actualidad, Londres dará la bienvenida a 205 países/comités olímpicos nacionales que acudirán con una representación de aproximadamente 10 mil 500 atletas para competir en 26 deportes y 39 disciplinas. Se estima que en porcentajes la composición por género será a razón de 6 a 4, es decir, 60% del número total de los atletas serán hombres y el 40% mujeres que competirán en las diversas justas.(6) Asimismo, las autoridades británicas erigieron infraestructura específica para hospedar a los deportistas y para contar con instalaciones deportivas requeridas, independientemente de las que ya existían.
Al margen de los números, los Juegos Olímpicos revisten gran importancia política y económica, y cuentan con la concurrencia de actores estatales y no estatales, siendo los segundos tanto o más importantes que los primeros.(7) Lejos de ser actividades que hermanen a las naciones –donde “lo más importante no es ganar sino competir”–, las olimpiadas ponen de manifiesto la enorme distancia entre países desarrollados y en desarrollo, ejemplificando, una vez más, el irresoluble conflicto Norte-Sur.
Los juegos olímpicos y las disparidades Norte-Sur
En los Juegos Olímpicos que se efectuaron en Beijing en 2008, se otorgaron 958 medallas a atletas de 81 países/comités olímpicos nacionales. Esto significa que de los 204 países/comités participantes, sólo el 39% obtuvo alguna presea. Ahora bien: de las 958 preseas entregadas, los 10 países que encabezaron el medallero olímpico, acapararon 540, esto es, el 56% de las mismas, por lo que otras 71 naciones se repartieron las 418 restantes.
Siguiendo con este razonamiento, entre los 10 países punteros, se observa una cerrada disputa, en particular entre la República Popular China (RP China) y Estados Unidos (véase el cuadro anexo), dado que los chinos dominaron las preseas doradas, si bien la Unión Americana fue el país que más medallas se adjudicó. Con todo, no deja de ser impresionante el desempeño de los atletas chinos, quienes, de un total de 302 medallas de oro que fueron otorgadas en el torneo de Beijing, se hicieron de casi el 17% de las mismas, es decir, prácticamente, una de cada cinco preseas doradas fue a parar a manos de algún deportista chino.
De los 10 países punteros en el medallero olímpico de Beijing, siete son desarrollados, uno es un país en transición (Rusia), y dos son naciones en desarrollo (RP China y Corea del Sur). Todos ellos han albergado los Juegos Olímpicos y en ciertos casos, más de una vez.
Los países en desarrollo, con excepción de los que encabezan el medallero olímpico, han sido rara vez organizadores de un evento de estas proporciones. Las razones son evidentes: los juegos olímpicos demandan infraestructura, seguridad, gastos logísticos, promoción, etcétera, y estas son condiciones que no tan fácilmente pueden reunir las naciones más marginadas. Baste mencionar que a la fecha ningún país del continente africano ha sido sede de las olimpiadas. De hecho, fuera de Beijing y Seúl, sólo México, en 1968, fue capaz de albergar este evento, por cierto, en un contexto nacional e internacional particularmente difícil. Brasil será el segundo país latinoamericano en la lista de anfitriones en 2016, a pesar de que en 2014 también será sede de la copa del mundo.
Con todo, se trata de una inversión recuperable. Los Juegos Olímpicos de Londres tendrán un costo aproximado de 14 mil millones de dólares, gran parte de los cuales han sido sufragados por el sector privado y otras aportaciones. Según Visa, el consumo de productos relacionados con la justa veraniega de Londres generará un gasto por mil 220 millones de dólares. Adicionalmente, Londres aportará a la economía británica como resultado de este evento, unos 8 mil 280 millones de dólares. Es cierto que las autoridades británicas han invertido en promocionales para invitar a las personas a visitar Londres en este verano, y para ello se invirtieron alrededor de 40 millones de dólares. Empero, las ganancias estimadas se calculan en casi 32 mil millones de dólares, esto es, 10 mil millones por arriba de las que generaron las olimpiadas de Beijing en 2008.(8) Por lo tanto, Brasil en 2016 no sólo mejorará su imagen internacional, sino que podrá embolsarse una importante cantidad de recursos financieros con motivo de esta competición deportiva. Aun así subsiste la pregunta de cuántos países en desarrollo podrán emular a Brasil en el futuro. ¿Albergará algún día algún país africano los Juegos Olímpicos?
Entre los países en desarrollo, fuera de los que ocupan las 10 primeras posiciones en el medallero de Beijing, Jamaica –cortesía de Usain Bolt– y Kenia –con sus maratonistas– son los más destacados, con un total de 11 y 14 medallas, respectivamente. En el caso de América Latina y el Caribe, detrás de Jamaica, el país más aventajado es Brasil, con 15 preseas, si bien Cuba es, numéricamente, el más exitoso con 24.
¿Qué importancia revisten estas cifras? Independientemente de que revelan que los países punteros han puesto especial énfasis en la promoción del deporte, también evidencian que éste es parte integral del desarrollo nacional. No se trata de asumir que la fórmula “más desarrollo es igual a muchas medallas en las olimpiadas” es infalible, dado que, por ejemplo, Noruega, el país con el más alto desarrollo humano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), apenas logró adjudicarse 10 medallas en Beijing. A partir de este ejemplo se podría debatir el sentido del deporte en una sociedad como la noruega, aparentemente más preocupada por promover un desarrollo menos desigual entre sus habitantes, que por dar muestras de superioridad en el atletismo y el deporte a los ojos del mundo. En contraste, la RP China, que obtuvo la mayor cantidad de preseas doradas en 2008, es un país con enormes disparidades sociales, lo que llevaría a pensar que, a diferencia de Oslo, prefiere sobre todo hacer de sus logros deportivos una muestra de poder ante el mundo, más que utilizar a estas actividades en beneficio del bienestar social de su población.
Al respecto, pensando en Cuba, el país más medallero del continente americano –con la excepción, claro está, de Estados Unidos–, parecería una nación cuyas políticas deportivas vendrían siendo una especie de híbrido entre el ejemplo de lo que significa el deporte para Noruega, y la utilidad del mismo en la RP China. Es sabido, por ejemplo, que en Cuba hay una decisiva promoción del deporte por parte de las autoridades y que desde el triunfo de la revolución se decidió eliminar el profesionalismo en términos de comercialización, apoyando, en cambio, el amateurismo bajo la consigna de que el deporte es un derecho del pueblo. Es conocida la asesoría que Cuba brinda a países como Brasil, Venezuela y Bolivia en materia deportiva, además de que la ínsula caribeña es una verdadera potencia en béisbol, boxeo, judo, lucha grecorromana y atletismo. También con frecuencia La Habana se enfrenta a la pérdida de atletas que desertan a otras naciones, lo que sin duda constituye una merma para el desarrollo de esta actividad en el país.
Con todo, al igual que en el caso de la RP China, también es cierto que las autoridades cubanas han exaltado los logros de sus deportistas en diversas oportunidades, a fin de destacar las bondades del sistema político, económico y social en que se desenvuelven. Sin ir más lejos, en agosto de 2008, en el marco de las olimpiadas de Beijing, Fidel Castro dio a conocer un comunicado en el que señalaba que la ínsula caribeña es el único país donde no existe el deporte profesional; que es la única nación que hace años creó una Escuela Internacional de Educación Física y Deporte de nivel superior, donde se han graduado muchos jóvenes de países en desarrollo y donde estudian en la actualidad alrededor de mil 500 alumnos sin pagar un solo centavo; que los atletas cubanos de alto rendimiento estudian gratuitamente como profesores de educación física y deporte y que el país ha graduado en centros superiores de enseñanza a decenas de miles de ciudadanos en esa especialidad, quienes prestan sus servicios a niños, adolescentes, jóvenes y personas de todas las edades, aunado a que muchos de ellos se involucran en los programas de cooperación con otras naciones en desarrollo, servicios que ofrecen a un costo mínimo, o de manera gratuita en algunos casos, efectuando una decisiva contribución al deporte en el mundo; y, por supuesto, Castro no dejó escapar la oportunidad para señalar que la ínsula caribeña era el único de los participantes en Beijing, económicamente bloqueado por el imperio más poderoso y rico que existió jamás.(9)
¿Cuánto cuesta una medalla olímpica?