El ejemplo de una rata lesionada, nos ayuda a entender la lucha entre la empatía y la repugnancia.
Las ratas no suelen salir a la luz del día, y mucho menos en una mañana ocupada en la ciudad de Nueva York. Pero allí estaba, su cabeza sobresalía torpemente delante de su cuerpo, tambaleándose de un lado a otro …
Lo que hirió a la criatura no tengo ni idea, pero sus patas traseras ya no podían soportar su peso. La rata arrastraba sus cuartos traseros como un niño que arrastra de mala gana una bolsa de basura. Los músculos de las patas delanteras se alternaban impulsando su cuerpo hacia adelante a lo largo de la acera. El roedor se movía sorprendentemente rápido teniendo en cuenta la lesión. Sin embargo, su falta de propósito dejaba adivinar su angustia.
Dos niñas, de no más de 15 años, podían ver a la rata herida a unos 10 metros de distancia. Se abrazaron entre ellas, gritando y riendo y avanzando hacia el animal teatralmente. Al mirar hacia abajo, fruncí el ceño. ¿Acaso no apreciaban el sufrimiento de la criatura o se sentían tocadas por su desesperación? Lo miré y no dije nada.
En “The Last Child in the Woods”, el periodista Richard Louv habla del “trastorno por déficit de naturaleza”, algo que los urbanitas hemos asumido en los últimos cien años más o menos. Él dice que la población urbana se han vuelto tan desconectada de la naturaleza que no puede procesar las duras realidades del mundo natural, tal como los ojos de un animal herido. Pero si estas jóvenes sufrían de esa desconexión urbana, entonces ¿por qué yo no reaccionaba también de esa manera, siendo un urbanita hasta la médula? ¿Qué me hizo responder con empatía en lugar de asco?
Los teóricos evolucionistas creen que muchos de nuestros comportamientos son de alguna manera adaptativos. “La empatía probablemente comenzó como un mecanismo para mejorar la atención materna”, propone Frans de Waal, un primatólogo de la Universidad de Emory y autor del libro ‘The Age of Empathy’. “Las madres de mamíferos que estaban atentas a las necesidades de sus crías tenían más probabilidad de una descendencia posterior exitosa.”
Y estos descendientes, a su vez, tenían más probabilidades de reproducirse, por lo que ser capaz de sentir los sentimientos de otro era beneficioso, ya que ayudaba a los mamíferos a transmitir sus genes, el premio final en el juego de la vida. Los machos mamíferos también demuestran empatía, dice Waal, porque “el mecanismo de reproducción de madre a hijos da lugar a otras relaciones, incluyendo la amistad.”
Aunque todavía hay mucho que no se entiende de la empatía, abundan las teorías. Desde un punto de vista mecanicista, algunos investigadores creen que un tipo específico de neuronas llamadas “neuronas espejo“, podrían ser la clave para la empatía. Estas neuronas se activan tanto cuando un individuo realiza una acción como cuando la otra persona va a realizar la misma acción. Si la teoría es válida, las neuronas espejo podrían ser una especie de conexión con los demás seres vivos.
“Pero los monos también tienen neuronas espejo, y sin embargo, su empatía es muy esporádica, mucho menor que nosotros”, señala Jonathan Haidt, un psicólogo social de la Universidad de Nueva York. “Así que ellos son sólo una parte de la historia.”
Algunos científicos piensan que las hormonas proporcionan el resto de la narración. Y si las hormonas son los personajes principales de la historia, entonces su héroe puede ser oxitocina un neurotransmisor que algunos científicos llaman la “hormona del amor“. Los investigadores han demostrado que la oxitocina, fabricada en el hipotálamo, está involucrada en la confianza humana, la formación de enlaces, la generosidad y, por supuesto, la empatía. Un estudio realizado en 2010, demostró que los hombres sienten más empatía hacia los niños llorando y adultos afligidos tras recibir un aerosol de oxitocina, en comparación con un placebo. La ciencia de la oxitocina está todavía en su infancia, sin embargo, y aunque algunas de las investigaciones indican que la hormona aumenta la confianza y el cariño, en algunos casos, debe suprimirse.
Además de las bases fisiológicas de la empatía, los seres humanos han de ser capaces de imaginar la situación de otros con el fin de sentir empatía. Según de Waal, esto significa agregar una crucial capa cognitiva encima del todo, la parte “pensante” de la reacción de empatía. Esta capa cognitiva es la razón por la que contuvimos la respiración durante el bombardeo de la maratón de Boston, mientras veíamos a los paramédicos, corredores y agentes de la ley corriendo para ayudar a las víctimas cubiertas por los escombros . Es por eso que nos llenamos de lágrimas cuando vimos el pavimento manchado de sangre una vez disipado el caos.
En tales momentos, los beneficios de ser capaz de percibir las emociones de otra persona son evidentes (¿cómo si no, se puede consolar a una persona necesitada?). Pero, exactamente, lo qué ganamos por percibir el dolor en animales no humanos ya no está tan claro.
Pat Shipman, profesora de antropología en la Universidad Estatal de Pennsylvania, y autor de “The Animal Connection”, cree que todo se reduce a la domesticación. “La capacidad para “leer” las emociones de otras especies subyace con total éxito en la domesticación de los animales”, dice ella. “Si usted va a tener un animal salvaje en cautiverio, debe ser capaz de comprender lo que necesitan los animales”. Shipman piensa que aquellos humanos capaces de percibir y anticipar las necesidades de los demás animales tuvieron más éxito para mantenerlos que los que no lo eran. “La domesticación nos convierte en cazadores y recolectores mucho más eficientes. No tenemos que evolucionar hacia una fuerza, forma o tamaño específico, podemos tomarlo prestado de nuestros socios animales”, explica Shipman. En pocas palabras, los humanos que eran más empáticos también eran más próspero. Visto de esta manera, las chicas que chillaban al ver la rata lesionada, probablemente no hubieran sido buenos cazadores-recolectores.
Pero las chicas no sólo eran indiferentes hacia la rata. Se sentían asqueadas por ella. Y esa repugnancia, como la empatía, ¿es adaptativa?
Según Valerie Curtis, directora del Centro de Higiene en la Facultad de Higiene y Medicina Tropical de Londres, el asco es la voz en nuestra cabeza que nos dice que evitemos cosas, alimentos o animales, que podrían albergar “emanaciones corporales similares a la enfermedad”. Y las ratas, definitivamente, es la elegida.
El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades enumera 11 tipos distintos de enfermedades que los roedores pueden transmitir a los humanos, incluyendo el síndrome pulmonar por hantavirus, fiebre hemorrágica con síndrome renal y la peste bubónica. Respirar el polvo de lugares donde habitan las ratas o beber agua donde los roedores hayan defecado son los principales modos en que los humanos se contagian estas enfermedades. Por supuesto, las mordeduras de ratas infectadas también representan un riesgo. Los investigadores creen que estas enfermedades explican por qué los seres humanos tienden a sentir repugnantes a las ratas, pero no a otras especies de roedores como hamsters o conejillos de indias, que históricamente han portado menos enfermedades. De igual manera, cuando retrocedemos al ver retorcerse unos gusanos o sentimos arcadas al tirar comida podrida, estamos protegiéndonos de los agentes patógenos que podrían acarrear.
Estos sentimientos de disgusto son mensajes evolutivos que nos alientan a alejarnos lo más lejos posible de la fuente de nuestra incomodidad. Los investigadores creen que son muchas las áreas del cerebro que participan en la formación de estos mensajes, pero la insula anterior, localizada en lo profundo del pliegue cerebral, conocida como el surco lateral, se encuentra entre uno de los más importantes, señala Curtis. “Estos nos ayudan a monitorear los interiores de nuestro cuerpo y percibir las náuseas.”
Pero con las señales contradictorias de empatía y repugnancia inundando nuestro cerebro, ¿cómo una emoción prevalece sobre la otra? “Estamos tan llenos de deseos contradictorios, que tal vez sea la naturaleza del ser humano”, señala Curtis. “En todo momento tenemos que sopesar diferentes motivos y tomar decisiones en base a unas circunstancias, así que la gente puede querer simultáneamente consolar a un animal enfermo y retroceder ante su herida abierta”. Lo que usted elige hacer, dice ella, “depende de la fuerza de su repugnancia o la de su deseo de cuidarlo”.
Y cuando se trata de supervivencia a corto plazo, la repugnancia es a menudo la sensación más fuerte, apunta Haidt. Nosotros preferimos pensar que somos compasivos, una cualidad que ayuda a la supervivencia a largo plazo, pero cuando nos encontramos en situaciones potencialmente peligrosas para la vida, nuestro deseo inmediato es seguir viviendo, y a menudo esto se expresa a través de la repugnancia, que tiende a ganar.
Ess es el por qué “la repugnancia es mucho más poderosa a distancias cortas”, añade Haidt. La gente puede sentir mucha compasión por otros seres en abstracto, pero si se le muestras a un animal enfermo y le pides que lo toque, su empatía no siempre se traduce en acción.
Eran las 9 de la mañana, sobre la acera esperaba yo, que, un poco tontamente, una multitud dr reuniese alrededor de la rata. Pero los que por allí pasaban unos se apresuraban para ir a trabajar otros para tomar un café en las cercanías. Y además, si la gente, incluyéndome a mí, no se detienen tan siquiera vacilantes ante las personas sin hogar de la calle, ¿por qué iban a pararse a un metro de la rata lesionada? Se me ocurrió que debía salvar a la criatura de la agonía de una muerte lenta por deshidratación, o quizá de una rápido por depredación. Pero, ¿qué pensaría la gente si me vieran matar a una rata en plena Lafayette Street? Es más, ¿sería capaz de hacerlo? A veces las normas culturales prevalecen por encima de nuestros instintos más primarios.
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