Lynette Jones es una científica atrevida y visionaria. Está embarcada en una línea de investigación tan fascinante como osada: Utilizar la piel del cuerpo humano como dispositivo de percepción sensorial de datos en una interfaz digital capaz de revolucionar diversos capítulos de la relación entre el Ser Humano y las máquinas.
En un futuro quizás no muy distante, una vibración característica ejercida cerca del ombligo por un cinturón, u otra de tipo distinto ejercida en el hombro izquierdo por una camiseta, podrían darnos instrucciones para, por ejemplo guiarnos a través de una zona desconocida para nosotros, sin que tuviéramos que depender de la información visual en una pantallita o de las instrucciones habladas de altavoces o auriculares.
Podemos pensar en ello como si fuese una especie de código Morse táctil: Vibraciones de un dispositivo que forma parte de nuestra ropa, con un GPS incorporado, que nos dice si debemos doblar a la derecha o a la izquierda, o detenernos, dependiendo del patrón de pulsos que percibamos. Tal dispositivo podría liberar a los conductores de la tarea a veces peligrosa de mirar mapas mientras conducen, y podría también servir como una guía táctil para las personas con problemas graves de visión y/o de audición.
Jones, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Cambridge, Estados Unidos, está muy segura de las posibilidades de la piel humana para percibir información compleja, codificada en forma de sensaciones táctiles.
“Si comparamos la piel con la retina, encontramos casi la misma cantidad de receptores sensoriales. La diferencia es que en la piel están esparcidos por unos dos metros cuadrados de espacio, mientras que en el ojo están todos concentrados en un área extremadamente pequeña”, argumenta Jones. Ella considera que la piel es un medio lo bastante sofisticado para la comunicación, si bien aún no se ha explotado como tal. Basta con distribuir las señales por ese amplio espacio epidérmico para obtener un sistema sofisticado de interpretación de vibraciones.
Sin embargo, saber cómo dispersar información táctil a través de la piel es una tarea complicada. Las personas solemos ser mucho más sensibles a los estímulos en áreas como la mano en comparación con el antebrazo, y en tales zonas podemos captar con más nitidez ciertos patrones de vibraciones. Tal información sobre la percepción detallada de estímulos en la piel podría ayudar a los ingenieros a determinar la mejor configuración de los motores en un sistema de transmisión cutánea de datos, dependiendo de en qué punto del cuerpo debiera llevarse puesto la interfaz o interfaces de datos táctiles.
Ahora, el equipo de Jones, en el que también ha trabajado Katherine Sofia del MIT, ha construido un dispositivo que monitoriza con precisión las vibraciones de un motor a través de la piel, en tres dimensiones. El dispositivo consiste en ocho acelerómetros miniaturizados y un único motor vibratorio, comparable a los usados en los teléfonos móviles. Jones utilizó el dispositivo para medir las vibraciones del motor en tres sitios: la palma de la mano, el antebrazo y el muslo. En los experimentos que ella ha realizado con ocho participantes en buen estado de salud, Jones midió la percepción de vibraciones en cada una de las personas, incluyendo por ejemplo hasta qué extensión de la piel tales vibraciones se propagan de manera fácilmente localizable por el portador del dispositivo, y examinó otras cuestiones vitales para dar con el mejor enfoque de diseño de estas singulares interfaces.
Jones vislumbra aplicaciones prometedoras para dispositivos táctiles incorporados a prendas de vestir. Ella considera que los estímulos táctiles podrían dirigir a los bomberos a través de edificios en llamas, o a otros trabajadores de servicios de emergencias a través de sitios donde ha ocurrido un desastre. En escenarios más mundanos, ella sostiene que los dispositivos táctiles podrían ayudar a las personas al volante de un automóvil a orientarse en zonas que no conocen, sin tener que apartar la vista de la carretera para mirar una pantalla, ni tener que escuchar instrucciones habladas, algo, esto último, que no es fácil en entornos ruidosos.