Una colaboración de lalunagatuna
“La vida es un juego, todo es de azúcar” así describe Jostein Gaarder a la vida, todo es de
azúcar, todo es digno de probar y degustar de forma agradable, no dice a veces es de azúcar,
o algunas cosas son como azúcar, no. Todo es de azúcar. Por buenas o malas que parezca
ante nuestros ojos, cada una de las experiencias que la vida nos presenta tienen un fin
definido, preestablecido, perfectamente diseñado para que el devenir pueda existir.
Cada una de las cosas que nos rodean, por lo tanto, tienen un motivo de estar, fueron puestas
ahí para que las usemos como referencia, para que sean nuestra ancla o bien el viento que
impulse nuestras alas para elevarnos hacia donde podamos explorar algo más, para seguir
creciendo.
El ser humano fue dotado de cinco sentidos, conocidos por todos, utilizados de manera
consciente o inconsciente por todos y cada uno de los seres humanos que habitan este
planeta hecho precisamente para ser gozado, conocido, explorado a través de los sentidos. El
ser humano evolucionó precisamente porque exploró y utilizó cada uno de sus sentidos de tal
manera que se formó una red para poder moverse en el mundo que se le iba abriendo por
delante, creando así mapas que le permitieran actuar en consecuencia, fijando puntos de
referencia para experiencias posteriores.
La ciencia, la tecnología, aún lo más avanzado que se nos venga a la mente en este momento,
ha sido creado, descubierto o desarrollado, a través de algún sentido.
En su libro “Mujeres de Ojos Grandes” Ángeles Mastretta en un párrafo que no puedo recordar
del todo, describe a una mujer que con deliciosa cadencia se mueve entre los pasillos de un
mercado, camina delicadamente tratando de sentir el suelo que pisa, su cuerpo se mueve
erguido entre la gente y sus ojos miran atrapando los colores y formas que su nariz percibe.
Toma la fruta con delicadeza y mete en la canasta sólo aquella que su nariz ha identificado
como perfecta.
¿Cuántas veces nos hemos regalado una experiencia así?
En el apresurado mundo en que vivimos, los vegetales que compramos vienen ya preparados
y enlatados, congelados dentro de prácticas bolsas de plástico que se cierran fácilmente o
bien acomodados el los estantes del supermercado con un espejo que los refleja mientras
puntualmente reciben un baño de agua fría que los mantiene “frescos” pero sin olor porque
fueron cosechados prematuramente sin permitir que el sol pusiera en ellos el delicioso aroma
de la madurez.
Nos movemos en un mundo moderno, nuestros sentidos nos han regalado miles de
comodidades que … ¡Ay! ¡No tiene ya sentido usar los sentidos! Al menos no de manera
consciente, abriéndonos a percibir cada uno de sus resultados.
He tenido la oportunidad de realizar una actividad con dos grupos de niños de distinto nivel
social, es decir, niños que se han desarrollado en diferentes ambientes, uno menos “civilizado”
que el otro.
La actividad consistía en rebanar una hogaza de pan previamente preparado en casa, untarle
mantequilla y espolvorearlo con azúcar y un poco de canela en polvo.
Primero realicé la actividad con el grupo de niños de la ciudad y obtuve como resultado poco
interés espontáneo por parte de ellos para “sentir” cada uno de los ingredientes que se les
proporcionaron, fue necesario motivarlos a tocar y darse cuenta de la diferencia entre la
corteza y el centro del pan, olerlo, ver su color y compararlo con el de la mantequilla, cerrar los
ojos y tratar de adivinar qué especie era la que pasaba frente a su nariz.
Finalmente, como niños, se abrieron a la experiencia y se dejaron guiar, disfrutando cada una
de las sensaciones que se les presentaban.
El resultado fue positivo disfrutaron de la actividad aunque la mayoría dejó una buena porción
del delicioso pan en sus platos.
Tiempo después realicé la misma actividad con niños de una comunidad rural.
Me impresionó de manera totalmente agradable la apertura con la que recibieron la sorpresa,
sus ganas de oler, tocar, saborear, saber el nombre de los ingredientes.
Con ojos bien abiertos escuchaban las instrucciones y seguían al pie de la letra cada uno de
los pasos para preparar la receta del pan con mantequilla y canela que desapareció de los
platos y dejó caritas iluminadas por el brillo del azúcar que quedaba sobre sus labios.
Cada vez más, nuestros niños son sustraídos del ambiente natural para el que fueron creados.
La vida los somete a vivir enclaustrados en habitaciones que los protegen de la naturaleza,
entre juguetes y tecnología que los aparta de la realidad para la que fueron programados
dándose así una reprogramación en la que las sensaciones no tienen el espacio para
evolucionar.
Sensaciones y sentimientos evolucionan a través de los sentidos. Los sentidos nos dan el
punto de referencia para crear ese mapa conceptual en el que se orientan las sensaciones y
se administran los sentimientos.
Si nuestros niños están creciendo sin la referencia exterior, ¿cómo podemos pretender que
puedan lograr formarse una referencia interior? ¿Cómo podemos pretender que logren saber
qué sienten y qué es lo que les hace tener ese sentimiento?
La inteligencia emocional se desarrolla a partir del conocimiento de los propios sentimientos,
de las emociones y el efecto que los factores externos tienen sobre nosotros. Ser
emocionalmente inteligente proporciona al ser humano las herramientas para relacionarse de
manera sana con los demás, por lo tanto, es indispensable tener la posibilidad de reconocer
cómo y por qué nos sentimos de determinada manera en cada uno de los momentos de
nuestras vidas.
Si no desarrollamos el gusto por la vida, si no le encontramos el sabor a lo que vivimos, no
podemos administrar nuestros sentimientos. La orientación viene de afuera hacia adentro. C
onocer el mundo que nos rodea para poder conocer el mundo que tenemos dentro.
Saber saborear lo dulce y salado de la vida para ser capaces de comprender y utilizar de
manera positiva las alegrías y las tristezas que nos mueven el espíritu.
En la actualidad, millones de jóvenes entran en depresión a pesar de tener todas las
comodidades que un ser humano pueda desear: Una buena casa, un par de mascotas que
saltan alegremente apenas llega, una moto que proporciona sensaciones totalmente
placenteras al encender su motor que invade los sentidos y abre una infinita posibilidad para
disfrutar del camino que se tiene por delante, una madre que está en casa invisible y fría pero
preocupada y por lo tanto distraída de su propio presente por la depresión del hijo que no
puede vivir con pasión.
Vivir con pasión, encontrándole sentido a cada una de las actividades que tenemos que
realizar, desde bañarnos, alimentarnos, movernos entre el tráfico de la ciudad, llegar a la
oficina con aire acondicionado después de haber atravesado el calor producido por el asfalto
que nos rodea. Explorar, sentir, vivir conectando nuestro ser interior con cada una de esas
sensaciones para poder expresar: “Estoy irritado porque el ruido del motor
del autobús en el que viajé era muy estridente”.
Entonces puedo recapacitar y darme cuenta de que mi secretaria nada tiene que ver con el
motor ruidoso y no merece que llegue azotando puertas y gritando órdenes sin razón antes de
saludarla.
Regalémonos el tiempo y el espacio para “sentir” con cada uno de nuestros sentidos. Démon
os la oportunidad de aprender y compartir con nuestros niños las experiencias que la vida nos
regala.
Aprendamos a ver con los ojos del espíritu para intuir las emociones que nos mueven.
Advertir las consecuencias de las acciones que realizo ahora para poder discernir lo que
puede venir después.
¡Porque la vida sí es de azúcar!
Peregrina.