Amenazadas por el sida
KUNENE, Namibia – Los himba son una tribu africana de la región de Kunene, conocida como Kaokoland, situada al noroeste de Namibia, que está en verdadero peligro. Tan sólo quedan 6 mil representantes de una peculiar raza de ganaderos seminómadas que mantienen tradiciones culturales, como la poligamia, que les hace especialmente vulnerables al VIH/Sida.
“Yo no uso eso. Dicen que le ponen el Sida dentro” mantiene una mujer himba mientras se le intenta aclarar que el preservativo no es más que un trozo de látex que le puede salvar la vida.
La campaña nacional contra el Sida que se está siguiendo hasta ahora es la del ABC Abstinence. Be Faithful. Condomise. [Abstinencia. Se fiel. Usa Preservativo].
No obstante, la pregunta que surge es: ¿Cómo es posible enfocar eso con los Himba si un varón puede tener hasta 20 novias y tres esposas, y a su vez las novias y las esposas pueden tener hasta cinco amantes?.
“Con este panorama si uno de ellos está infectado con el VIH/Sida, irremediablemente todos lo estarán”, comenta Otambo Godhareine, Coordinadora de Cruz Roja Namibia en la región de Kunene, situada al noroeste de Namibia.
La región de Kunene, más conocida como Kaokoland, es el hogar de los últimos 6 mil himba que quedan, una peculiar raza de ganaderos seminómadas que mantienen tradiciones culturales, como la poligamia, que les hace especialmente vulnerables al VIH/Sida.
“Namibia se sitúa en tercer lugar en la lista de países con más alto índice de afectados por el VIH -casi un 20 por ciento según últimos informes de Naciones Unidas-, pero aún así nuestra gente sigue pensando que no les repercute a ellos personalmente”, dice Godhareine desde su oficina de Opuwo, capital de la región de Kunene.
El calor de Opuwo es abrasante y el fino polvo de sus tierras cubre por completo personas animales y casas. Desde la Independencia del país, en 1979, la ciudad de Opuwo se ha convertido en una de las más concurridas de Namibia, abriendo sus puertas al mundo moderno y a sus cambios.
El progreso y el turismo desmedido han transformado muchas estructuras socio-culturales de las dos principales tribus que cohabitan en la capital: hereros y himbas.
Una atracción turística
Los himba provienen de los hereros, y mantienen lazos de unión como su lenguaje, el Otjiherero.
Para esta tribu, ropa, pelo y adornos reflejan un esencial significado y forman parte de su tradición y cultura. Cubren toda la piel de su cuerpo con una mezcla de grasa animal, ocre y esencia de resina de Omuzumba, un arbusto de tamaño medio autóctono de las zonas áridas, el cual le atribuye a la mezcla rojiza un característico olor que se puede asemejar al cuero humedecido.
Los himba se han convertido en un deseada atracción turística. Opuwo, en temporada alta, deja de ser una pacífica y tranquila ciudad, transformándose en una Disneylandia de autobuses repletos con hombres blancos de cámara al hombro disfrazados de expedicionarios.
Oleadas de visitantes se agrupan en fila delante de la oficina de turismo esperando a que su autobús, con el guía local respectivo, les lleve en un tour -de 50 euros por persona- entre las calles de Opuwo y algunos poblados himba de la zona.
El autocar se va parando en cada comunidad himba, e incluso delante de cualquiera de ellos que pasee por las calles de la capital, para tras un “Damas y caballeros ¡esto es un himba¡” del guía de la expedición, abran las ventanillas, anteriormente cerradas herméticamente para no desperdiciar el aire acondicionado, y empiecen a disparar fotos sobre ellos sin ni tan si quiera molestarse en bajar del transporte.
El conflicto entre modernidad y tradición ha ofrecido un perfecto nicho ecológico a la difusión del VIH, aunque muchas áreas asoladas y comunidades rurales no se han visto aún envueltas en tal evolución, manteniendo sus estructuras culturo-sexuales y creencias ancestrales.
“En esta región los himba están muy asolados, viven en lugares inhóspitos. Aún quedan familias que no han visto jamás ni un coche ni un hombre blanco, ni siquiera saben qué es Opuwo o dónde está Namibia. En este caso la tradición les salva pues no se relacionan con otras tribus y por ello no se infectan”, dice Kunovandu V. Hepule, un voluntario local que trabajó para Cruz Roja hasta que se terminaron las subvenciones destinadas al programa de educación sobre VIH/Sida.
“Los bajos índices es un problema, se descuidan las labores de información y educación. El Sida se ha establecido en Opuwo con un 9 por ciento desde 2002 y, desde entonces, se han dejado de enviar subvenciones por parte de los benefactores y el gobierno. Pero las demás enfermedades de transmisión sexual se mantienen en niveles muy altos”, comenta Hepule.
Paradójicamente la capital de Kunene posee el menor porcentaje de VIH en toda Namibia, pero en la frontera con Angola, Ruacana, lugar donde habitan los himba en las épocas de lluvia entre enero y mayo, el número de infectados roza el 30 por ciento.
El sexo es tabú
Kgeendepi Muharukwa es el Jefe himba de Okongo, una de las comunidades cercanas a Opuwo.
Kgeendepi rondará los ochenta años, ya que no sabe su edad exacta, tiene cuatro mujeres y tantos hijos que les ha perdido la cuenta, tan solo sabe señalar por donde deben andar con la mano alzada y un chasquido de dedos.
Vive con su primera esposa en una choza oscura de paredes de barro y techo de paja, siempre con una eterna hoguera en el centro que llena de un humo irrespirable su interior.
Kgeendepi deja ver que no conoce qué es el Sida aunque ha oído hablar de ello, sabe que es un grave problema y estaría muy contento si alguien viniera a informarles.
Hepule le comenta los factores básicos de transmisión: sangre, semen, fluidos vaginales y leche materna; Kgeendepi pone cara de asombro y se queda pensativo mientras que su esposa murmura: “El fin del mundo. Dios nos ha mandado esto para acabar con el ser humano”.
“Mi pueblo no habla inglés -establecido como idioma nacional desde la Independencia- ni siquiera viviendo a escasos kilómetros de la ciudad. No saben lo que es el Sida, pero además no hacen por saberlo aunque le tienen mucho miedo. El Sida tiene que ver con el sexo y el sexo es tabú”, comenta Erwin el hijo primogénito del Jefe himba y próximo sucesor.
“Por supuesto que muere gente con el Sida”, continúa Erwin “pero la gente dice que es por culpa de la malaria o la tuberculosis, y si alguno aparece muerto por la mañana se le llama brujería. Todavía, si alguien enferma, se le lleva al Fuego Sagrado para rezar a los Cuatro Ancestros”.
Aunque muchos himba se han convertido a la religión católica aún mantienen aferradas tradiciones curativas desconfiando de la medicina moderna. Rezan a los llamados Cuatro Ancestros enfrente de una gran hoguera, conocida como Fuego Sagrado.
“Yo no voy al hospital”, responde Korsupi Maroto, un anciano himba que pastorea sus cabras.
“¿Para qué iba a ir si los doctores son ovambo -otra tribu de la región vecina- y estos son unos inútiles”, ríe Maroto con su sonrisa huérfana de dientes, sentado bajo la sombra de un árbol, dejando claro que el motivo era obvio y la pregunta estúpida.
Unas niñas himba lavan la ropa en un canal medio seco. Al preguntarles la edad contestan que tienen 14 años. No hablan inglés, ni siquiera lo básico, jamás han ido a la escuela y no saben que es el VIH aunque ya tienen hijos y las dos están casadas.
La tradición tribal
“En las fiestas las niñas bailan mirando fijamente al chico que les gusta. Luego el chico se acerca y toca con la mano el hombro de la chica, con ese gesto ellos ya saben que, en cuanto el baile termine, se encontraran entre los matorrales”, comenta Hepule.
Continúa: “En muchas fiestas el marido o el novio no aparece pues se va con algún otro ligue que tengan por ahí, pero ellas están contentas pues su amante está en la fiesta y así no tienen que esconderse”.
“Yo tan solo tengo una esposa”, dice Ngavetukane Tijharulca, un anciano himba que talla una madera típica de la tribu, “pero si mi hija se casara con un hombre que tiene más esposas yo lo asumiría, es la tradición”.
Existe la costumbre de ofrecer la esposa a una visita importante de la familia, siempre que ella esté conforme. Es habitual que ella casi siempre acceda, pues la negación es tomada por un insulto.
“Si la visita está infectada”, les explica Hepule a unas mujeres que descansan a la sombra de un árbol “vosotros también lo estaréis y, por lo tanto, vuestro marido”, señala.
Ellas atemorizadas preguntan qué como podrían protegerse de tal enfermedad.
Al explicarles para qué sirve y cómo se usa el preservativo, utilizando como muestra un pene de madera, las mujeres se miran incrédulas llevándose las manos a la cabeza y poniendo cara de asco.
“¿Cómo vamos a tener niños si usamos ese plástico?”, pregunta Halcano Ruhorzu, la madre del grupo de mujeres.
“Lo único entendido como verdadero sexo es cuando el acto concluye con el varón eyaculando dentro de la mujer. El sexo es entendido como placer, pero no quita que este ejerza una función reproductora, cuantos más niños, más gente que trabaje con el ganado”, dice Hepule.
Los esfuerzos que Cruz Roja y otras ONGs han mantenido en la zona parecen inútiles. Las medidas a tomar deben de ser completamente distintas, pues el Sida, aunque nos pese, no respeta las tradiciones culturales, sino que a veces se hace incluso más fuerte.