POR DEBORA GOLDSTERN
La verdad jamás estará en los ignorantes, en los cobardes, en los cómplices, en los serviles y menos aún en los idiotas.
Tierra hueca: Madre de todas las conspiraciones.
Por Débora Goldstern.
Año: 1942
País: Alemania
Objetivo: Tierra Hueca
“Estamos en abril de 1942. Alemania vierte todas sus fuerzas en la guerra. Nada, al parecer, es capaz de desviar a los técnicos, a los sabios y a los militares de su tarea inmediata. Sin embargo, una expedición organizada, con asentimiento de Goering, de Himmler y de Hitler, abandona el Reich con gran sigilo.
Forman esta expedición algunos de los mejores especialistas del radar. Bajo la dirección del doctor Heinz Fisher, conocido por sus trabajos sobre los rayos infrarrojos, desembarcan en la isla báltica de Rugen. Van provistos de los aparatos de radar más perfeccionados. Estos aparatos son todavía raros en esta época, y están repartidos en los puntos neurálgicos de la defensa alemana.
Pero las observaciones que van a realizarse en la isla de Rugen son consideradas, por el alto Estado Mayor de Marina, como de importancia capital para la ofensiva que Hitler se apresta a desencadenar en todos los frentes. No bien hubieron llegado, el doctor Fisher apuntó los aparatos al cielo, en un ángulo de cuarenta y nueve grados.
Salta a la vista que nada hay que detectar en la dirección elegida. Los otros miembros de la expedición creen que se trata de un ensayo. Ignoran lo que se espera de ellos. Más tarde les será revelado el objeto de la expedición. Desconcertados, comprueban que los aparatos siguen apuntando en la misma dirección durante muchos días.
Entonces se les da esta explicación: El Führer tiene buenas razones para creer que la Tierra no es convexa, sino cóncava. No habitamos en el exterior del Globo, sino en su interior. Nuestra posición es comparable a la de las moscas que andan por el interior de una esfera. El objeto de la expedición es demostrar científicamente esta verdad.
Gracias a la reflexión de las ondas del radar, que se propagan en línea recta, se obtendrán imágenes de puntos extraordinariamente alejados en el interior de la esfera. El segundo objeto de la expedición es obtener, por reflexión, imágenes de la flota inglesa anclada en Scapaflow”.
Año: 2007
País: USA
Objetivo: Tierra Hueca
Se anuncia por enésima vez una expedición a la Tierra hueca, que por diversos problemas en especial de índole económico, es aplazada año a año. La idea parte de un grupo de exploradores norteamericanos, en su mayoría practicantes mormones, quienes creen que la famosa tribu perdida de Israel reside en las entrañas del Polo Norte, donde mora el Rey del Mundo, representante de Dios en la Tierra.
Esta idea toma como fuente primaria, además de los pasajes bíblicos, un libro que se conoció a principios del siglo XX, Smoky God. Un viaje al interior de la tierra, relato de Olaf Jansen, pescador noruego que junto a su padre pasó dos años en esas tierras desconocidas. Por medio de un rompehielos ruso, el Yamal, esperan arribar a ese lugar mítico y comprobar su tesis. Los pasajeros que quieran participar deberán abonar la módica suma de veinte mil dólares, un costo menor si se piensa en los beneficios.
¿Por qué una idea que en 1942 no tuvo un final feliz, como después veremos, es retomada 65 años más tarde? ¿Hastío de la modernidad? ¿Fastidio con la ciencia que niega su existencia? ¿Es realmente la Tierra hueca y su secreto escondido por las potencias? ¿O es que tal vez nuestros libros están caducos y necesitamos fabricar nuevas respuestas?
La Tierra no es hueca, dicen los especialistas, pero si no lo es, ¿por qué algunos no creen? En la historia de la Humanidad siempre existieron inconformistas, individuos que se negaron a aceptar hechos incuestionables y propusieron nuevos caminos. Algunos se adelantaron a su tiempo, otros sucumbieron ante los cambios, no se adaptaron. Pero hubo un tercer grupo que se decidió a resistir y alzó su bandera en contra de las posturas vigentes. ¿Es este el caso de los sostenedores de la teoría de la Tierra Hueca?
Después de leer el próximo informe, el lector decidirá.
JOHN CLEVES SYMMES. Un rebelde en la corte de las Trece Colonias
Remontémonos a 1823. Ese año “el representante de Kentucky, Richard Johnson que llegaría a ser vicepresidente de los Estados Unidos, se levantó en la Cámara, para presentar respetuosamente una instancia en la que se pedía que el Congreso costeara una expedición al centro de la Tierra; y, al instante, volvió a imperar el bullicio en la asamblea”. Aunque la moción sonara a broma, ya llevaba cinco años dando vueltas por el territorio norteamericano. El impulsor de la propuesta era un capitán retirado, John Cleves Symmes, que combatió a los británicos en la Guerra de la Independencia.
“Yo declaro que la tierra está vacía y que su interior es habitable; que contiene un cierto número de esferas concéntricas, sólidas, una dentro de la otra, y que tiene una abertura de doce a dieciséis grados en el polo. Empeño mi vida en apoyo de esta verdad y estoy dispuesto a explorar el hueco, si el mundo quiere sostenerme y ayudarme en tal empresa. John Cleves Symmes, de Ohio, ex capitán de infantería.”
“Tengo preparado para la prensa, un tratado sobre los principios de la materia, donde doy pruebas de la proposición anterior, explico varios fenómenos y revelo el “secreto dorado” del doctor Darwin. Mis condiciones son el patrocinio de esto, y el nuevo mundo lo ofrezco a mi esposa y sus diez hijos.
Elijo como protectores, al doctor S. L. Mitchel, a Sir H. Davy y al barón Alexander von Humboldt. Invito a un centenar de bravos compañeros, bien equipados, a partir desde Siberia, en la estación otoñal, con renos y trineos, para avanzar en la superficie del mar helado; doy mi palabra de que encontraremos una cálida y rica tierra, llena de florecientes vegetales, y de animales, si es que no hay hombres, al llegar, un grado hacia el norte de latitud 82; regresaremos durante la primavera siguiente. J. C. S”.
Cuando Symmes escribe ese panfleto apasionado en defensa de la Tierra Hueca, ya se encuentra retirado de sus actividades militares, disfrutando de una apacible vida hogareña que por lo visto lo aburría. Ni los diez vástagos que tenía a su cargo, ni al parecer su esposa lograban aplacar el espíritu del indómito capitán, que invirtió sus últimos años en tratar de interesar a sus compatriotas acerca de este tema.
Su creencia en la posibilidad de oquedades polares comenzó con la compra de un telescopio para observar los planetas. “Estudiaba mapas y dibujos de Saturno, y llegó a la conclusión de que el hecho de que haya anillos alrededor de aquel astro, establece que el principio de las esferas concéntricas, o de los planetas huecos, existe realmente.
Juzgó que Isaac Newton había incurrido en un error, y que una atmósfera llena de un elástico fluido aéreo o de unas esferas de éter, huecas, microscópicamente invisibles, explican la gravedad: El fluido aéreo crea, en vez de una fuerza arrastrante, una impelente, que es principio real de la gravedad.
Opinó también que la materia informe tomaba, en rotación, la forma esférica, y por consiguiente, una masa nebulosa en rotación, como lo era nuestra Tierra durante su proceso formativo, no asumiría la forma de una esfera sólida, sino, más bien, la de esfera hueca”.
Para sustentar esta visión se adentró en cierto tipo de lectura esbozada por algunos autores partidarios de su querida teoría. Estudió a Burnet “que creía que la Tierra había sido, anteriormente, un pequeño núcleo, cubierto de petróleo, al cual se había adherido el fluido de la atmósfera, formando así la corteza terrestre.
Otros escritos fueron los de Woodward, “que afirmaba, que la Tierra está formada por distintos estratos, dispuestos en lechos concéntricos, como las capas de una cebolla”. De Whiston extrajo “que la Tierra había sido originada por un cometa, y que en el cometa se había formado un abismo líquido, el cual había sido cubierto después por una corteza, de modo que, en su aspecto final, la tierra se parecía a la yema, a la clara y a la cáscara de huevo”.
Aunque estos autores colmaban sus expectativas, Symmes indagó aún más en el pasado y encontró que en 1692, el famoso astrónomo Edmund Halley, descubridor del cometa que lleva su nombre, esbozó “que debajo de la corteza terráquea había un vacío, dentro del cual giraban tres planetas del tamaño de Venus, Marte y Mercurio.
Halley no estuvo solo ya que poco después el famoso matemático alemán Leonard Euler agregó a las observaciones del británico una pequeña modificación: unificó los tres planetas en uno solo, “al cual dio luz de día y una avanzada y próspera civilización”. Esta corriente sería seguida por Cotton Mather “habló de un universo interior” y “dos décadas más tarde, el barón Holberg escribió una novela en la cual el protagonista caía dentro de la Tierra, para descubrir allí un sol y un sistema solar, y convertirse él mismo, durante tres días, en un satélite girante”.
Uno de los últimos científicos en unirse a Halley y Euler fue el escocés Sir John Leslie “célebre por sus investigaciones sobre la radiación, especuló acerca de una tierra hueca, provista de dos resplandecientes planetas, semejantes al sol, llamados Proserpina y Plutón”.
Symmes carecía del don de la oratoria, pero recorrió el país brindando algunas Conferencias ante un público ávido por novedades. En 1820 se dio a conocer “Symzonia: un viaje de exploración”, que fue editado por la casa editora J. Seymour (New York) y firmada por un tal Adam Seaborn.
“Esta divertida obra de ciencia ficción era una parodia de Symmes, de su hipótesis, y de su expedición en proyecto. En el relato, el autor, en primera persona, inspirado por Symmes, prepara una exploración de las regiones polares, con el pretexto de cazar focas. Al acercarse al lugar donde se encuentra el “gélido cerco” que conduce al mundo interior, la tripulación descubre en una isla, los huesos de un monstruo. Antes que la dotación pueda amotinarse, el capitán deja que su buque de vapor sea rápidamente arrastrado, por fuertes corrientes, hacia el sur. No tardan en hallarse dentro de la Tierra.
Symzonia.
En su metrópoli, el capitán y sus hombres dan con una raza albina de seres humanos, vestidos con ropas blancas como la nieve, y que hablan un musical lenguaje. Symzonia, iluminada por dos soles y dos lunas, es una utopía socialista. El pueblo albino, regido por un individuo superior, vive prósperamente, posee oro y dispone de avanzados inventos, tales como dirigibles armados con lanzallamas que arrojan gas encendido a una distancia de un kilómetro y más.
Celosos por mantener su régimen, los symzonianos obligan al capitán y a su equipaje a que regresen al mundo exterior, más avaricioso”. Muchos consideran que tras la fachada de Adam Seaborn se esconde la pluma del mismo Symmes. ¿Ridiculizándose a sí mismo? ¿No será tal vez que debemos pensar en un verdadero ataque lanzado por algunos detractores que despreciaban sus teorías?
Salvo que el capitán tuviera un sentido del humor a toda prueba, eso haría que los rumores que lo describen como un hombre de mal genio “que se encendía rápidamente en presencia de una situación ridícula, y que su falta de paciencia no le permitía coordinar, de una manera ordenada y minuciosa, sus radicales ideas”, no tuvieran ningún fundamento. ¿O sí? [1]
Un rico empresario James MacBride se convirtió en su “padrino y colaborador”, quien adaptó sus investigaciones en un libro: Symmes’ Theory of Concentric Spheres (1826) donde se podía leer: “según el capitán Symmes, el planeta que ha sido denominado Tierra está compuesto, como mínimo, de cinco esferas concéntricas, huecas, con espacios intermedios, y una atmósfera alrededor de cada una; y son habitables, tanto en la superficie cóncava, como en la convexa.
Cada una de estas esferas tiene amplias aberturas en sus respectivos polos. Aunque la ubicación particular de los lugares donde se cree que existen las aberturas polares puede que no haya sido averiguada con absoluta certidumbre, se considera no obstante que la misma es aproximadamente correcta; su situación ha sido conjeturada por apariencias que existen en aquellos lugares; tales que como un círculo o zona que rodea al globo y en la cual no crecen árboles ni otra vegetación (excepto musgo); las mareas del océano corren en diferentes direcciones y que, al parecer se reúnen; la existencia de volcanes; las hinchazones del fondo, en el mar, que son más frecuentes, la aurora boreal que asoma hacia el lado sur”.
El retirado capitán se convirtió con el tiempo en un personaje peculiar que provocaba sonrisas por lo bajo, defensores a ultranza y enojosos intelectuales que desde su irrupción en escena con la idea de una Tierra Hueca no dejaban de criticarle. Eso explica por qué en vida jamás alcanzó los fondos necesarios para llevar a cabo una expedición, falleciendo a la edad de 42 años (1828) sin lograr su objetivo. Pero su bandera fue izada por otros.
Tan sólo un año después de su partida uno de sus más fervientes discípulo Jeremiah Reynolds logró convencer a un rico empresario Watson, que a diferencia de Mac Bride que apadrinó a Symmes creyó en la existencia de una Tierra Hueca, y decidió financiar de una vez por todas el excéntrico viaje al Polo Sur. Se contrataron dos navíos: el Annawan y el Serpa. Pero la aventura casi termina en tragedia.
“Los navíos efectuaron el desembarco a los 82 grados de latitud sur, pero el grupo que saltó a tierra se extravió y fue salvado, en el instante preciso, de la muerte por inanición. Después la tripulación amotinada obligó a que los buques pusieran proa a la patria; se pertrecharon en las costas de Chile, desembarcaron a Reynolds, y siguieron adelante, para buscar, en la piratería, descubrimientos más provechosos”.
Pronto las ideas de Symmes tomarían otra dimensión y sobrevivirían de mano de algunas de las mentes literarias más vivaces de su tiempo, que explotarían el tema hasta el hartazgo. Edgard Allan Poe fue uno de los primeros en tomar la posta. “El manuscrito en la botella”, “La incomparable aventura de un tal Hans Pfall” y “Las Aventuras Gordon Pym” son una buena muestra.
En 1864 el escritor francés Julio Verne dedicaría una de sus mejores novelas al género, “Viaje al centro de la Tierra”, la única profecía verniana que sus cultores dicen aún no se cumplió. A esa le seguiría la “Esfinge de los Hielos”. Otro escritor maldito, Lovecraft legaría “Las Montañas de la Locura”. Edgard Rice Burroughs, creador de Tarzán, imaginó en su novela “En el centro de la Tierra a Pellucidar”, un continente perdido en el interior del planeta con acceso por el Polo Norte.
En 1868 se da a conocer “Un globo hueco”, del profesor W. F. Lyons, que retomaba la idea de Symmes aunque desconociendo su nombre de las obras consultadas, característica que muchos autores imitarían. Consciente de tal omisión Americus Vespucius Symmes, uno de los diez hijos del desaparecido militar publica (1878) “Teoría de las esferas concéntricas de Symmes, que demuestra que la tierra es hueca, su interior habitable, y con espaciosas aberturas en los polos”.
“Esta colección fue publicada por Bradley and Gilbert, de Louisville. Aunque Américo acreditó a su padre como autor absoluto del texto, e hizo constar que él era únicamente un compilador, en realidad compuso una colaboración original para el volumen. Symmes había afirmado que bajo la tierra existía una civilización. Americus no fue capaz de resistirse a dar más detalles. Esta civilización, dijo, no era otra que la de las diez tribus perdidas de Israel, que habían sido localizadas por otros en zonas tan distantes como México y la Atlántida”.
Con el comienzo del Siglo XX, el legado de Symmes cruzaría los océanos y ganaría partidarios, que esparcirían el evangelio de la Tierra Hueca por todo el mundo.
Nota: [1] Se cree que el verdadero autor es (1764-1835) Nathaniel Ames.
Fuente: Al Filo de la Realidad Nº 174.
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