domi El escondite de la etarra deprimida

Tiene 24 cadáveres sobre su conciencia

  • Es Inés del Río, la etarra que logró que se anulase la doctrina Parot.

  • El fotógrafo la caza cuando vuelve de hacer footing por Tafalla

  • «No la dejáis vivir», dice una amiga indignada

Tafalla es un pueblo fantasma a la hora de la siesta. No hay testigos cuando la enigmática cincuentona, oculta tras unas gafas de sol, se asoma a la puerta de su edificio y echa a galopar. Dobla la esquina de la calle Ábaco de cuatro ágiles zancadas. El clic de la cámara llega demasiado tarde para capturar sus movimientos.

Una vez más, la escurridiza Inés del Río ha logrado escapar. Lleva oculta más de tres meses, desde que abandonó la prisión de Teixeiro (A Coruña) el 22 de octubre. La etarra sólo cumplió 26 años de cárcel:apenas 399 días por cada uno de sus 24 asesinatos. Y, al recuperar la libertad, dejó un regalito judicial: la anulación de la doctrina Parot, lo que provocó la repentina excarcelación de casi un centenar de terroristas, asesinos y violadores.

Del Río ni siquiera abandonó su escondrijo el 5 de enero. Ese día, medio centenar de etarras se reunieron en el matadero de Durango(Vizcaya) para celebrar su libertad. Pero la tafallesa, artífice de la gran escapada, no posó en la foto de la vergüenza. Y eso que su presencia había sido anunciada por miembros de la izquierda abertzale.

El runrún se hizo imparable. Quizá Del Río no apoyaba lo que se anunció en Durango: que los presos etarras asumirían la legalidad penitenciaria. Pero no era cierto: «motivos personales» impidieron que la sanguinaria Nieves posara con sus viejos camaradas. «Inés sufre depresiones», concreta un peso pesado de la izquierda abertzale navarra. «Le está costando mucho adaptarse a la vida en libertad».

Casi tres horas después –ya son las 17:45–, la corredora vuelve a aparecer en la calle Ábaco. Consulta su teléfono móvil. Zigzaguea entre los coches. Trota hacia su escondite: un modesto bloque a las afueras del pueblo navarro, con un vistoso logo de la Falange en el dintel. Y, al detectar al fotógrafo, oculta torpemente su rostro con la mano.

De cerca, queda claro por qué sus compañeros del comando Madridla apodaban La Peque. Delgada, pálida y ojerosa, apenas levanta metro y medio del suelo. Se ha cortado la cabellera en una media melena. Nada que ver con la mujer sonriente cuyo retrato circuló por las redes sociales minutos después de abandonar la prisión de Texeiro.

–No voy a hablar, no quiero saber nada de periodistas–, insiste Del Río, de 55 años, quien ni siquiera ha hablado en estos tres meses con la prensa más benevolente con los batasunos.

La etarra trota a medio gas hacia el final de su calle. Se gira un par de veces. Duda. No es, desde luego, lo que uno imagina en una de las terroristas del sanguinario comando Madrid de los 80. Tras unos segundos, se para de nuevo: «De verdad que no voy a hablar con vosotros».

–¿Por qué no fuiste al acto de Durango?

–Eso no es cosa tuya.

–Unos dicen que no estabas de acuerdo con asumir la legalidad penitenciaria. Otros, que estás mal de salud…

–Se dicen muchas mentiras sobre mí.

–¿Y cuál es la verdad, Inés?

Hasta ahora, la verdad oficial era su única foto en libertad, tomada en un coche nada más salir de prisión. La distribuyeron sus amigos a través de internet. En ella, Inés Del Río aparecía lozana, sonriente, triunfal. Era el símbolo de la victoria abertzale en el Tribunal de Estrasburgo, que había tumbado la doctrina Parot el día antes. Inés Del Río estaba libre tras pasar 9.599 días a la sombra: ni siquiera el 1% de los 3.828 años de condena que acumulaba.

«Sufre depresiones», dice un capo de la izquierda abertzale. «Le cuesta adaptarse a vivir en libertad»

Pero aquella imagen mentía. O, al menos, no decía toda la verdad. El 22 de octubre, una quincena de íntimos recogió a la etarra a la salida de la prisión a las 16:25. Eran los mismos que la visitaron durante estos años de encierro, cuando parte de su familia la dejó de lado.

Sus íntimos se quedaron sorprendidos con la mujer que se encontraron. Todo asustaba a la asesina: la velocidad de los coches, la amplitud de las autopistas, incluso esas cajitas que tomaban fotos y, a la vez, servían para hablar por teléfono. «Salió hecha polvo, muy alterada, nerviosísima, a punto de llorar…», relata uno de los integrantes de la comitiva.

Inés del Río, en la localidad navarra de Tafalla. Javier Barbancho

Ya en los días previos a su excarcelación, Del Río dio síntomas de su desequilibrio. Los funcionarios la recuerdan «histérica» mientras aguardaba la resolución de Estrasburgo en el módulo X de Teixeiro, el único reservado a las mujeres. Cuando recibió el fallo, a media mañana del 21 de octubre, lo celebró haciendo la maleta en su celda.«No comía, apenas dormía… Se puso fatal esos días», aseguran los trabajadores del penal.

La jornada de su liberación, los periodistas la aguardaban en Tafalla, su pueblo natal. Incluso se organizó una fiesta de bienvenida a la comitiva a altas horas de la madrugada. Fue en la taberna Azoka, en los bajos de la sede municipal de Bildu, cuya carta incluye bocadillos de sugerentes nombres: borroka (lucha), iheslariak (huidos), iraultza (revolución)… Y, cómo no, uno dedicado a la etarra más ilustre de la localidad, el bokata Inés, compuesto por lomo, tortilla francesa, queso y pimiento verde, a 5,50 euros la unidad.

Sin embargo, Inés del Río no acudió al festejo en su honor. Prefirió refugiarse en casa de su hermana pequeña, Cristina. Allí pasó sus primeras semanas de libertad, en un anónimo bloque de apartamentos en el Parque de los Enamorados, al norte de Pamplona, donde su cuñado, Francisco Javier, recibe a Crónica con gesto hosco.

–No sé quién os ha invitado a venir, pero no vamos a hablar con nadie –dice en el quicio de la puerta–. Bastante tenemos con lo que hemos sufrido ya en estos años que ha pasado en la cárcel.

Cambio de escondrijo

Allí permaneció Inés del Río hasta mediados de diciembre, cuando se mudó a su actual escondrijo. Aunque Tafalla sea su lugar de nacimiento, la etarra apenas conserva familia en la localidad. Los Del Río se mudaron en su infancia a Valtierra, un pueblo situado a 40 kilómetros al sur. Si acaso, le quedan algunos primos segundos, con los que apenas mantiene relación.

Pero sí que cuenta con amigos influyentes en el mundillo radical de Tafalla, un pueblo de potente implantación batasuna: en las elecciones municipales de 2011, Bildu cosechó el 30,45% de los votos. Entre ellos destaca José María Esparza Zabalegui, escritor y fundador de la editorial Txalaparta, quien la recogió en la cárcel de Teixeiro. O Adolfo Arain, ex encargado del área jurídica de Herri Batasuna, quien distribuyó su sonriente foto a través de su cuenta de Twitter.

Son sus amigos quienes la blindan de las miradas indiscretas en su apartamento tafallés. Y quienes se plantan allí minutos después de que el fotógrafo consiga retratarla. «No la dejáis vivir», se queja una amiga de unos 40 años, que se niega a identificarse. «Ella ya ha cumplido la condena que le tocaba. Ahora dejadla en paz».

Llevaba tres meses escondida. Ni siquiera acudió a la «fiesta» de los ex presos de ETA en Durango

Protegida por este círculo radical, Del Río apenas se deja ver por Tafalla. Suele comprar fiambre en el Covirán de la esquina. Y, sobre todo, sale a trotar por unas colinas situadas a escasos metros de su domicilio. A la hora de la siesta, mientras ella hace deporte, el paraje está completamente desierto. Sin embargo, una pareja de la Guardia Civil tiene allí aparcado su todoterreno. ¿Casualidad?

Allí, en este pueblo de la merindad de Olite –11.201 habitantes– nació Inés del Río Prada el 2 de septiembre de 1958. Hija de agricultores, la niña quedó al cuidado del padre, José María, cuando la madre, Cristina, les abandonó. Ya de joven, se ganaba bien la vida como auxiliar administrativa en una empresa de la comarca. Hasta que, en octubre de 1982, escuchó la llamada a las armas de Juan Lorenzo Lasa Txikierdi, jefe de los comandos de ETA en los años de plomo, quien también se benefició del fallo de Estrasburgo sobre la doctrina Parot.

En septiembre de 1984, la banda puso en activo a su joven recluta. Una tarde la citaron a las puertas de los Cines Callao de Madrid. Debía identificarse a su contacto llevando un pañuelo rojo anudado en el asa de un bolso negro. También contaba con una pregunta en clave:«¿Eres amiga de Luis?».

Cuando respondió «sí», La Peque recibió 400.000 pesetas y una lista de objetivos. Sin saberlo, acababa de convertirse en responsable de infraestructura del comando Madrid, el más sanguinario de la historia de ETA. Lo conformaban temibles pistoleros como De Juana Chaos, Soares Gamboa, Belén González, Antonio Troitiño o Idoia López La Tigresa. Eran la élite asesina de la banda.

En apenas dos años, Inés del Río participó en una decena de atentados. El más violento fue el de República Dominicana (14-VII-1986), en el que fallecieron 12 guardias civiles tras la explosión de una furgoneta-bomba. Antes de cumplir los 30 años, La Peque ya acarreaba 24 cadáveres sobre su conciencia.

El guardia civil Enrique González sobrevivió a dos bombas de La Peque. La primera, en la plaza de República Argentina, le hirió en la pierna. De la segunda, en la calle Juan Bravo, se libró por puro azar (ver Crónica nº 941).

Hoy, sigue en tratamiento psiquiátrico para superar el trauma, que se ha agudizado tras la liberación de la etarra. «Está bien que los periodistas la tengáis localizada», asegura. «Pero preferiría que la controle la Guardia Civil. Tengo miedo de que ella y todo el núcleo duro de la banda, ya en libertad, vuelvan a empuñar las armas».

Tras el zambombazo de República Dominicana, Inés Del Río recibió la orden de cruzar la muga con Francia. Huyó justo antes de que las autoridades descabezaran el comando Madrid. A esas alturas ya estaba en Argelia, nuevo santuario de etarras tras las fracasadas conversaciones de ETA con el gobierno de Felipe González.

Su rastro reapareció en julio de 1987. Un policía la reconoció en Barcelona y luego la siguieron hasta Zaragoza, donde inspeccionó unPeugeot 309 repleto de explosivos. Esa misma noche, la detuvieron en el Hotel Gran Vía junto al etarra Ángel Luis Hermosa. Su misión era reactivar el comando Andalucía de cara a la Expo de 1992.

Eran los años de Reagan, Thatcher y Gorbachov. Apenas existían los móviles o internet. Ya en prisión, Inés del Río empezó a contar los días hasta el 3 de julio de 2008, fecha prevista de su liberación. Jamás se apartó de la ortodoxia del frente de makos, con sus huelgas de hambre y su actitud chulesca ante los funcionarios. «Sois meros agentes del Estado opresor», solía decirles.

Encarcelación masiva

Aquella ansiada fecha pasó sin que la pusieran en libertad. Los tribunales españoles le aplicaron la doctrina Parot, lo que amplió su condena hasta 2017. Así que Inés del Río llevó su caso hasta la Justicia europea, que ordenó su liberación el 21 de octubre. En cascada, aquel polémico fallo supuso la excarcelación de medio centenar de etarras, además de criminales de todo pelaje como el violador del ascensor, el loco del chándal o uno de los asesinos de las niñas Alcàsser, Miguel Ricart.

Por esta hazaña fue recibida como una heroína por los suyos en Tafalla a mediados de diciembre. Tras 26 años viéndola a través de un cristal, le organizaron un discreto recibimiento. En algunos balcones del centro ondearon banderolas con una foto de su juventud.

Del municipio han salido pesos pesados del mundillo radical como Floren Aoiz, ex portavoz de Herri Batasuna, o Iosu Bravo, militante de ETA. Allí, por suerte, jamás se ha registrado un atentado mortal, aunque sí frecuentes actos de kale borroka. Sin embargo, sí que se ha derramado sangre, como la de cuatro etarras que murieron mientras manejaban explosivos en dos incidentes: Juan José Valencia Lerga y José Javier Alemán Astíz (13-V-1982) y Alfonso Yoldi Martínez y Emiliano Iturri Lizoaín (05-IV-1987).

«No quiero hablar con periodistas», dice la etarra. «Lo único que quiero es que me dejen en paz»

Pero, fuera de este núcleo borroka, el pueblo ha reaccionado con repulsa ante la liberación de su incómoda vecina. El Ayuntamiento, gobernado en minoría por UPN, aprobó una moción de «condena y repulsa» a Inés Del Río. «Entendemos que no debería ser lo mismo asesinar a una persona que a 24», subrayaba el texto municipal.

La moción se aprobó semanas antes de que La Peque se mudara a Tafalla. Tal ha sido su sigilo que ni siquiera la alcaldesa, Cristina Sota, conocía que se había instalado en el municipio. Tampoco a la delegada del Gobierno, Carmen Alba, le consta su actual dirección. «Aunque no nos guste, los tribunales la han puesto en libertad», dice. «Ella está sometida a las mismas medidas de control que cualquier otra persona».

Sí que estaba al tanto de su presencia una víctima de ETA del pueblo. Se trata del ex alcalde Luis Valero, a quien pusieron una bomba en su tienda de electrodomésticos. «Tarde o temprano me la cruzaré por la calle, pero no sé qué haré», asegura. «Supongo que, más que odio, lo que sentiré será desprecio».

Tal vez para evitar estos encuentros incómodos, Del Río apenas ha frecuentado el centro de Tafalla. Ha preferido refugiarse en su escondite, donde recibió la noticia de que Estrasburgo le había negado la compensación de 30.000 euros que reclamó al gobierno por «daños morales». Al final, esa cantidad se descontará a los 19 millones que adeuda al Estado por las indemnizaciones a las víctimas, ya que ella se ha declarado insolvente.

Las asociaciones de víctimas denuncian que, al salir de prisión, Del Río solicitó un subsidio de excarcelación de 426 euros al mes durante medio año. Se le concediera o no, el 1 de enero entró en vigor unareforma legal que ha arrebatado esta ayuda a los terroristas que no se arrepientan. Así que esta vía de ingresos ya ha quedado bloqueada.

En Tafalla, desde luego, no se le conoce oficio. Su principal ocupación es correr por el monte, un deporte ideal para combatir la depresión. Así, al trote, es como huye del fotógrafo que, tres meses después de su liberación, ha logrado retratarla en su madriguera.

No quiero saber nada de vosotros –insiste antes de perderse por las calles de Tafalla–. Lo único que quiero es que me dejen en paz.

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