El filósofo inglés Derek Parfit recientemente postuló una teoría acerca de la identidad que ha generado olas de discusión y seguimiento por parte de algunos psicólogos. En su libro Reasons and Persons, Parfit argumenta que no existe una identidad consistente que se mueva en el tiempo, sino una cadena sucesiva de “yos” que está tangencialmente ligada a, y sin embargo distinta de, las identidades previas y subsecuentes. De acuerdo a esta teoría, un niño que, sabiendo que sufrirá el hábito años después, comienza a fumar, no debe ser juzgado gravemente. “Este niño no se identifica con su “yo” del futuro”, escribe. “Su actitud hacía sí mismo en el futuro es de muchas maneras como su actitud hacia otras personas”.
A partir de este postulado, muchos psicólogos están considerando que esto podría describir precisamente nuestras actitudes en torno a nuestra propia toma de decisiones: resulta que vemos nuestros futuros “yos” como extraños. Esto, obviamente, afecta nuestra habilidad para tomar buenas decisiones para su –que es por supuesto el nuestro—bienestar. Aunque inevitablemente compartamos su destino, la persona en la que nos convertiremos en una década o en veinte años es desconocida para nosotros.
Esto hace bastante sentido y tiene un sinnúmero de implicaciones. Podemos elegir procrastinar, y dejar que alguna otra versión de nosotros se encargue de resolver las consecuencias después. O, como en el caso del niño de Parfit, podemos disfrutar del placer ahora e ignorar a aquél que pagará el precio.
Pero, si la procrastinación o la irresponsabilidad pueden derivarse de una conexión defectuosa con nuestras identidades futuras, es lógico pensar que al reforzar esta conexión podemos remediar hasta cierto punto el problema. Ésta es precisamente la táctica que algunos investigadores están implementando. Anne Wilson, psicóloga de la Universidad Wilfrid Laurier en Canadá, ha manipulado la percepción del tiempo de algunas personas al presentarles una línea de tiempo en progresión hacia un evento próximo. “Usar una línea de tiempo más larga hace que las personas se sientan más conectadas a sus futuras identidades”, apunta Wilson. Eso alentó a los estudiantes a terminar sus quehaceres antes y ahorrarse el estrés de su identidad de fin de semestre. Lo que sucede con las líneas de tiempo es que forman algo así como una cuerda entre el presente y el futuro, y permiten que no podamos desligarnos de nuestros “yos” futuros tan fácil. Las metáforas visuales siempre han sido efectivas para concebir lo ignorado.
Otro experimento, llevado a cabo por Hal Hershfield, ha tomado un método un poco más sofisticado. Él y sus colegas llevaron a los participantes a un cuarto de realidad virtual y les pidieron que se vieran en un espejo. Los sujetos vieron ya sea su rostro presente o una imagen digitalizada de sí mismos que los hacía verse viejos. Cuando salieron del cuarto se les preguntó cómo gastarían mil dólares. La mayoría de aquellos expuestos a la foto envejecida dijeron que gastarían el dinero en una cuenta de retiro. Aquellos que vieron su imagen fiel dijeron toda suerte de otras cosas.
Ambas técnicas parecen eficaces. Pero puede ser aún mucho más práctico: si esta teoría está en lo correcto, y la manera en que tratamos a nuestros “yos” futuros es igual a como tratamos a alguien más, podemos tratar mejor a los demás. En relaciones o en matrimonios, por ejemplo, hacemos sacrificios por el otro todo el tiempo. Entonces el hilo de plata que podría remediar nuestra disociación con el futuro es una razón más para ser buenos con los otros. Para tener empatía con ellos, que también somos nosotros en algún momento.