¿Alguna vez has llegado a tu oficina o a tu hogar sin recordar prácticamente ningún detalle del viaje que acabas de hacer? Creo que nos ha pasado a todos en alguna que otra ocasión: salimos, esperamos en la parada, nos subimos al autobús o el tren, caminamos algunos metros y cuando llegamos a la entrada del edificio pensamos: “¡Wow, ¿Ya llegué?!” Eso se debe a que hemos estado funcionando con un piloto automático.
El piloto automático es una expresión popular que se refiere a que funcionamos guiándonos básicamente por los hábitos que hemos ido construyendo a lo largo del tiempo. De esta manera, sabemos lo que tenemos que hacer aunque diversas áreas del cerebro se “desconecten”, sobre todo las que están vinculadas a la toma de decisiones. Cuando un hábito se dispara, no necesitamos pensar, realizamos todas las acciones de manera automática, a menos que algo cambie en la rutina.
Por una parte, poner este piloto automático es beneficioso porque así le damos un descanso al cerebro, no tenemos que planificar cada una de las acciones que realizamos para llevar a cabo una tarea. De hecho, ¿imaginas cuán agotador sería tener que pensar en cada uno de los pasos que sigues cuando te bañas, te lavas los dientes o conduces el coche? Son actividades que, a través de la práctica, se han automatizado, liberando parte de nuestros recursos cognitivos para que los empleemos en otra tarea. Por tanto, funcionar en piloto automático, nos ahorra trabajo y nos permite, de cierta forma, descansar.
El lado oscuro de funcionar en piloto automático
Aunque los hábitos nos reportan ciertas ventajas, pasar gran parte del día funcionando en piloto automático es una señal de alarma que no deberíamos obviar. No podemos olvidar que los hábitos no son más que hábitos, no nos permiten crecer ni mejorar como personas. De hecho, son tareas repetitivas que tenemos que hacer pero que no nos resultan particularmente agradables ni placenteras.
Funcionar en piloto automático es como mirar la vida y dejarla pasar, como si fuese un filme que transcurre delante de nuestros ojos pero en el cual, los personajes son otros, nosotros nos limitamos a ser meros espectadores. El problema es que… ¡no podemos ser espectadores pasivos de nuestra vida!
Cuando abusamos del piloto automático, estamos perdiendo una oportunidad para crecer, aprender algo nuevo o simplemente percatarnos de lo que sucede a nuestro alrededor. Por ejemplo, existen muchas maneras de cubrir el camino de la casa al trabajo: podemos ir en piloto automático, sin prestarle atención a lo que pasa a nuestro alrededor o podemos aprovechar este momento para estimular nuestros sentidos apostando por un camino diferente. De hecho, ¿sabías que recorrer caminos diversos es uno de los trucos que los neuropsicólogos nos recomiendan para mantener activo nuestro cerebro y evitar las enfermedades neurodegenerativas?
El piloto automático en las situaciones sociales
Hay ocasiones en que no nos limitamos a echar mano al piloto automático cuando estamos solos sino que también lo usamos cuando estamos en compañía de otras personas. Se trata de esos momentos en los cuales estamos ausentes y nos limitamos a responder de manera mecánica cuando nos dirigen una pregunta.
Como podrás suponer, las personas detectan esa falta de interés y apatía y, actúan en consecuencia. De esta manera, funcionar en piloto automático suele generar muchos problemas en las situaciones sociales. Además, casi siempre es una señal de alarma ya que nos indica un rechazo encubierto a la situación. Por algún motivo, no sentimos placer en estar allí y evadimos la realidad recurriendo al piloto automático. En estos casos, es necesario realizar un análisis más profundo, preguntarse si ocurre siempre con las mismas personas o solo en determinados contextos. Si indagas un poco en tu interior, es probable que te asombre lo que descubras.
En resumen, los hábitos son necesarios y nos resulta imposible renunciar a ellos pero cada cierto tiempo deberías hacer un alto y pensar si durante los últimos días has estado funcionando demasiado en piloto automático.