Nota del editor: David McKenzie es corresponsal internacional de CNN en China. Síguelo en Twitter.
BEIJING/ANHUI (CNN) — Zhou Xia camina a toda prisa y con cierta intención. Lleva tres maletas y está vestida para soportar la noche en Beijing. Se abre paso entre el tránsito y las banquetas atestadas. Son sus primeros pasos en un viaje de 1,000 kilómetros hacia su hogar, en la provincia de Anhui.
“Me siento de maravilla porque voy a casa”, dijo. “Solo puedo ir a casa una vez al año, a veces dos. Quiero ir a casa a ver a mis padres y a mis hijos porque los extraño”.
Al igual que muchos migrantes, Zhou fue a Beijing por el dinero. Tiene dos trabajos como sirvienta y su esposo trabaja ocasionalmente como capataz. Juntos ganan unos 1,200 dólares al mes (15,000 pesos al mes) para mantener a su familia.
ENFOQUE: Ve en este mapa las rutas migratorias por el Año Nuevo Chino.
“En realidad no me gusta Beijing”, explicó. Hay mucha gente y el trabajo es constante. Pero las oportunidades para ganar dinero en China se han trasladado del campo a la ciudad.
Los migrantes están por todas partes en la extensa Beijing. Limpian casas, tienen puestos rodantes de frutas, preparan panecillos crujientes para la hora del desayuno, limpian la basura en las calles y cortan setos a mano. Ayudan al funcionamiento de esta ciudad de más de 20 millones de habitantes.
Durante el Año Nuevo, los migrantes colocan letreros escritos a mano en sus tiendas, reciben sobres rojos Hong Baollenos de gratificaciones y dejan dentro sus millones. Muchas de las personas originarias de Beijing no los notan hasta que se han ido.
Zhou se une a las muchedumbres que se agolpan afuera de la estación de trenes de Beijing, un imponente monumento maoísta de estilo soviético. Los migrantes se sientan por todas partes en bancos y cubetas, rodeados por su equipaje y fuman cigarrillos en medio del frío.
“Apuesto a que nunca has vivido algo como esto”, dijo Zhou mientras nos disponíamos a atravesar una multitud de gente para abordar. Se escucha apenas un anuncio, sentimos un empujón hacia el frente, damos medio paso hacia atrás y luego avanzamos todos juntos. “No me empujen”, grita un hombre mientras levanta una bolsa de lona sobre su cabeza.
El largo camino a casa
China construyó una red impresionante de trenes de alta velocidad. Pero no es el caso del tren de las 20 horas a Hefei. Esta es una hilera de vagones de color azul encendido, rojo y blanco, diseñados para ser cómodos, no veloces. Hasta eso se sacrifica durante el Año Nuevo Lunar.
Los chinos hacen más de 3,000 millones de viajes durante este periodo y más de 200 millones se hacen en tren, así que tan solo conseguir un boleto es como ganar la lotería.
Los boletos a Hefei se vendieron en segundos en internet, explicó Zhou, así que compró uno a la primera parada, en Tianjin, con la esperanza de que los maquinistas no los echen en esta época de buena voluntad.
“Todas las mujeres embarazadas, los niños pequeños o los ancianos en este vagón”, dijo el maquinista principal, quien vestía un uniforme color azul marino mientras el tren abandona la estación.
Parece que ninguna de las personas de nuestro vagón pudo conseguir un boleto para llegar más allá de Tianjin, así que el maquinista nos registra para distribuirnos por todo el tren. Algunos consiguen dormitorios con literas de tres niveles; otros se apiñan en donde pueden.
En China hay un dicho: “Seas rico o pobre, ve a casa en las fiestas”( 有钱没钱,回家过年). Se ha vuelto un cliché, pero para los chinos —y los inmigrantes chinos en particular—, ir a casa para el Año Nuevo Lunar o la primavera, el festival es casi obligatorio y a menudo es la única época del año en la que pueden estar con su familia.
“Realmente extraño a mis hijos”, dijo Zhou. “No es que dejemos de vernos un mes o dos, es por todo un año. Es mucho tiempo y nos separa una gran distancia”.
La familia de Zhou es reflejo de los cambios en China. La generación de su padre trabajó en los campos cercanos a su aldea, pero la contaminación y la urbanización volvieron insostenible la agricultura. Zhou no tuvo educación, así que trabaja tenazmente para mantener a toda la familia. Su hija trabaja en una fábrica de electrodomésticos, pero su hijo está en la universidad y estudia Física.
Él es su gran esperanza. ”Su colegiatura cuesta miles y hay que pagar”, explicó Zhou. “Pero estoy llena de esperanzas de que se graduará y encontrará un buen trabajo con un salario estable y contribuirá con la familia. Todo lo que hacemos es por nuestros hijos y nuestra familia”.
Las familias migrantes están llenas de esta clase de cargas y sueños. Así que para muchos, pasar 10 horas en un tren atestado no es realmente un sacrificio. Otras personas que van a bordo del tren, como el señor Fan —quien administra un puesto de desayunos en Beijing—, también están felices de sufrir el hacinamiento.
“Vamos a casa una vez al año a ver a mis hijos y a mis padres. Este viaje no es nada para mí. Estoy totalmente satisfecho”, dijo. La gente a su alrededor duerme en el piso del vagón, otros se apiñan de pie en filas de tres en tres. Comen, tratan de dormir y juegan Shengji, un popular juego de cartas chino.
“Solo faltan ocho minutos”, dijo Zhou mientras nos acercábamos a Hefei, sumergidos en la penumbra que antecede al amanecer. “Me siento muy bien, pero estoy segura de que estás cansado”.
Pronto se hará la reunión, habrá comida y fuegos artificiales. Chismearán con los amigos y verán a la familia. Pero Zhou solo piensa en una cosa. ”Cada año, cuando me acerco a mi casa me siento muy feliz. Pero regresar es muy difícil. Me siento muy triste y siempre lloro”.