domi Abecedario Cortázar

Alfaguara celebra el centenario del escritor argentino con un álbum biográfico editado por Carles Álvarez Garriga y Aurora Bernárdez, viuda del escritor argentino

Abecedario Cortázar

El 12 de febrero de 2014 se cumplen treinta años de la muerte de Julio Cortázar. Este mismo año, también, se celebra su centenario, ya que el escritor argentino nació en 1914 en Bruselas, donde su padre era diplomático. Cifras. Cifras que son, como cualquier otra excusa, buen motivo para rendirle homenaje al mayor de los cronopios. Eso es lo que han querido hacer su viuda Aurora Bernárdez (se separaron en 1967, pero al final de la vida del autor de Rayuela se reencontraron y éste la nombro su albacea y heredera universal) y Carles Álvarez Garriga. El resultado es un cuidado álbum biográfico, ordenado alfabéticamente.

No es la primera vez que colaboran Bernárdez y Álvarez. El periodista catalán (que se doctoró con una tesis sobre los prólogos del argentino) fue el que trabajó con la traductora (la viuda de Cortázar es una de las mejores traductoras de Camus o Durrell) en la publicación, también en Alfaguara, de los cinco volúmenes de la extensa correspondencia del escritor. Y enPapeles inesperados, aquel libro formado por artículos, cuentos y discursos que habían quedado olvidados en una vieja cómoda.

Cortázar de la A a la Z recupera, de alguna manera, la idea de libro-almanaque que tanto le atraía al autor. Del diseño se ha ocupado Sergio Kern, que ha conseguido simular una suerte de troquelado para que el lector se desplace por las diferentes entradas que constituyen el libro, con una portada que parece un guiño a los malabarismos alfabéticos de Brossa.

Comienza el álbum con la palabra “Abuela” –Victoria Gabel de Descotte fue muy importante para el escritor- y termina con “Zzz…”, donde vemos una instantánea en la que Cortázar descansa en el barco de regreso de Estados Unidos, en 1980, donde ha ido a impartir clases de literatura en Berkeley, clases transcritas y publicadas recientemente por la misma editorial.

De Julio Cortázar se han dicho muchas cosas, pero tal vez es su amigo Octavio Paz quien mejor definía su forma de escribir: “prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones, vaso comunicante entre los ritmos callejeros de la ciudad y el soliloquio del poeta”.

Objetos, cartas, dibujos y documentos personales que, más que un fetichismo, lo que hacen es convocar al personalísimo universo cortazariano. Es un libro para leer, sí, pero únicamente bajo el orden de la pulsión. Pasamos de “Pipa” (con un fragmento de Los premios) a “Infancia” (con un poema que evoca sus primeros años) o a “Gabo” (a quien le escribe “maravillado” por Cien años de soledad).

¿Por qué un álbum para explicar una vida y una obran tan compleja? El propio Cortázar responde, sin saberlo, en el capítulo 109 de Rayuela, cuando escribe que “el libro debería ser como esos dibujos que proponen los psicólogos de la Gestalt, y así ciertas líneas inducirían al observador a trazar imaginativamente las que cerraban la figura”.

El libro, pues, es un collage lleno de citas, fotografías y recuerdos que aborda las múltiples miradas del escritor argentino, desde el humor, el culto a la amistad, o el compromiso político de su última etapa. Pero no es un libro lineal. Es una invitación a comportarnos como un lector-saltamontes. La imagen no ilustra el texto, sino que dialoga con él. El azar es, una vez más, protagonista del juego.

¿Sigue abierto el enigma?
El esfuerzo bibliográfico y antropológico de Bernárdez y Álvarez es indiscutible. El resultado, impecable. Pero es éste un libro festivo, lúdico (en la mejor acepción del término), lleno de luz, que no tiene por objetivo entrar en algunos rincones que puedan dañar la imagen de un icono de tal envergadura. Una biografía en sentido estricto, sin embargo, es lo que Miguel Dalmau iba a publicar en la editorial Circe, pero que, por incomprensibles problemas con los derechos de autor (no han autorizado la reproducción de algunos fragmentos de la obra de Cortázar), se ha quedado en un proyecto estancado (Miguel Herráez sí publicó la suya, revisada, en 2011).

Dalmau explicaba en el suplemento Cultura/s, el pasado agosto, que su objetivo era “poner en tela de juicio una telaraña de mitos”. Entre otros datos sorprendentes, asegura que el escritor abandonó Argentina por “una relación obsesiva y cuasi patológica con la figura materna y también con su hermana Ofelia, una esquizofrénica exaltada que le produjo conflictos a lo largo de la vida y le familiarizó con el suicidio, otro tema tabú”. Y analiza la importancia de Edith Aron, la mujer que inspiró el personaje de La Maga, a quien este diario entrevistó, y cuya presencia es, según el autor, “minimizada por el círculo de Aurora Bernárdez”. Lo cierto es que no se le dedica ninguna entrada en el álbum recién editado.

Parece que Cortázar, como París, no se acaba nunca.

 

EL ÚLTIMO COMBATE

El centenario de Cortázar comienza fuerte. Otro de los títulos que han llegado a las librerías es El último combate, que recoge, con un amplio trabajo documental (fotografías, fotos, y hasta un póster de la lucha entre los dos púgiles), los treinta años de amistad y colaboración entre el escritor y el artista Julio Silva. Juntos diseñaron algunos de los libros más radicales en cuanto a formato, como La Vuelta al día en 80 mundos o Último round.

Inaugura el volumen las fotografías que Julio Silva y Julio Cortázar se hicieron, a cuerpo descubierto, en Saignon, en 1972, en un entretenimiento que bautizaron como El combate del siglo.

RM rescata, además de la correspondencia entre los creadores argentinos, Los discursos del Pinchajeta, litografías de Silva acompañadas por un texto inédito en castellano. También encontramos Silvalandia y Un Julio habla del otro, y cierra el libro una entrevista de Saúl Yurkievich, testigo privilegiado de la complicidad entre los dos amigos

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