La simbología del friso del monumento podría estar
señalando una antigüedad
milenaria, más allá de la
aceptada por la arqueología.
Tiahuanaco (o Tiwanaku) es un antiguo complejo arquitectónico y actual yacimiento arqueológico de Bolivia, ubicado en la meseta del Collao a 20 km. al sureste del lago Titicaca. Allí existe una puerta de piedra que podría tener más de diez milenios de antigüedad… ¿Imposible?
A 3.825 metros sobre el nivel del mar, donde el oxígeno escasea y donde ni siquiera es visible la capital, La Paz, se alza uno de los monumentos megalíticos más sobrecogedores y desestabilizadores del pasado andino: La Puerta del Sol (Inti Punku), y nadie sabe con exactitud su antigüedad.
Hay quien afirma que puede tener veintisiete mil años; los más, en torno a diez mil y los menos, los ortodoxos, sobre dos mil trescientos.
Puerta del Sol, en la ciudad de Tiahuanaco, Bolivia.
Un investigador alemán, Rolf Müler, es el único que ha intentado datar con criterio científico la antigüedad del monumento. Se ha averiguado que cuando llega el equinoccio austral de primavera, cada 21 de septiembre, los primeros rayos de sol penetran, hacia las cinco de la mañana, atravesando la puerta. Esa fecha, curiosamente, es la misma que los mayas utilizaban para indicar la llegada desde los cielos de Kukulkán, su dios instructor, también asociado a las estrellas Y que sería, según muchos intérpretes, al igual que el dios Quetzalcóatl, una acepción local centroamericana de Viracocha, el dios instructor de los pueblos andinos, un personaje legendario que, puestos a especular, se nos antoja poseedor de unos conocimientos más allá de lo humanamente comprensible.
Bien, partiendo de esta particularidad astronómica verificó matemáticamente las modificaciones orbitales y de inclinación del eje terrestre, según es hoy la salida del Sol ese 21 de septiembre.
Müler averiguó cuándo el citado amanecer encajaba como un guante con la puerta. Y esa fecha es el año 9500 a.C.
Así que, o bien los constructores del monolito quisieron señalar esa fecha por alguna razón, o bien ésa es la que corresponde al momento de la edificación del monolito.
De prevalecer la segunda de las opciones, Tiahuanaco sería la primera de las ciudades construidas por el hombre.
Y a la vez supondría un órdago a la cronología aceptada, puesto que, según la arqueología ortodoxa, entonces no existía allí cultura alguna capaz de erigir semejante jeroglífico de piedra.
Fue encontrada hace casi dos siglos en las alturas de ese enclave ciclópeo que es Tiahuanaco, junto al lago Titicaca, y hoy, pese a los avatares del tiempo, ocupa el que originariamente fue su emplazamiento.
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Este sorprendente portal, trabajado en un solo bloque de piedra andesita, tiene 2,75 metros de altura, 3,84 de longitud, una anchura de 50 centímetros, y pesa 10 toneladas aproximadamente.
Entre los enigmas que plantea, quiero destacar el que trasmite el friso de su dintel.
Cargado de una simbología aún sin descifrar, destaca en él una figura humanoide de pequeño cuerpo y gran cabeza. Tiene bajo sus ojos varios orificios en la piedra que parecen lágrimas, razón por la cual es conocido como el “dios llorón”. Sustentado sobre una pirámide escalonada, cada una de las manos de este personaje sostiene un báculo. De su cabeza surgen 24 rayos. En suma, se trata de una representación que, como es lógico, ha dado lugar a infinidad de interpretaciones. Se cree que puede representar a una entidad religiosa, un rey o a un sacerdote. Otros creen que es una divinidad, pero la tradición andina, y muchos expertos, identifican a esta figura con Viracocha. Y eso, por razones que ya hemos comentado, son palabras mayores.
A ambos lados de la imagen encontramos un total de 48 figuras: 24 a la izquierda y 24 a la derecha. Se trata de hombres alados con corona, algunos con cabeza de ave, y que dan la impresión de estar caminando.
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Es probable que tan medida distribución no corresponda sino a un calendario que señalaba años de doscientos ochenta y ocho días… ¡Sí, doscientos ochenta y ocho!
Jamás la Tierra ha tardado ese tiempo en girar alrededor del Sol. Ningún ciclo terrestre corresponde con ese calendario; ni siquiera el año de Venus, asociado simbólicamente a Viracocha, que dura doscientos veinticuatro días.
Pero hay una probabilidad más que fascinante…
http://www.antiguosastronautas.com/articulos/Fernandez01.html
Si en un tiempo muy remoto la Tierra dispuso de cuatro lunas, su influencia provocaría un adelanto en su ciclo de traslación alrededor del Sol. Un adelanto que ¿casualmente? llevaría a nuestro planeta a completar un ciclo anual en doscientos ochenta y ocho días.
No hay que olvidar que tradiciones andinas hablan de que la Tierra, en un lejanísimo pasado, estuvo rodeada por más lunas que la actual.