“No os hagáis ídolos, no os alcéis estatuas o estelas ni pongáis en vuestra tierra piedras esculpidas para postraros ante ellos” (Lev.26.1)
Los tiempos que corren -en el umbral de un nuevo siglo y un nuevo milenio- son propicios, sociológicamente hablando, para el surgimiento y proliferación de toda clase de supersticiones y creencias irracionales. En gran medida, se debe a la inseguridad y el vacío que sufre el ser humano en este caótico mundo en el que las religiones oficiales, por un lado, y la ciencia y la teconología por otro, no han logrado erradicar definitivamente la angustia y los problemas que aquejan al hombre contemporáneo, y aún menos, han sabido encontrar respuestas a todos los grandes misterios de la vida.
La invención y adoración de ídolos -ya sean, materiales o espirituales- ha servido como mecanismo de defensa para afrontar, de alguna forma, ese temor ancestral que subyace en el espíritu humano hacia lo desconocido, la muerte o el “más allá”…
El auge en nuestros días de la astrología, los ritos mágicos, las técnicas adivinatorias, el esoterismo, el ocultismo, así como la expansión de movimientos sectarios de toda índole, es signo evidente de la crisis milenarista que sufrimos en estos momentos, al menos aquí, en occidente… A su vez, surgen -como era de prever- un sinfín de falsos videntes, timadores psíquicos, pseudo-curanderos y demás charlatanes que utilizan este boom de las paraciencias para aprovecharse -sobre todo, lucrativamente- de la buena fe y de la ingenuidad de muchos mortales. Al respecto, en el coloquio que, bajo el título “Los Enigmas a la luz de la Ciencia“, celebramos el pasado 15 de octubre en la Facultad de Ciencias Empresariales y Jurídicas de Huelva -con motivo de la Semana COPE-, el eminente parapsicólogo Daniel Ortíz, presidente de la Sociedad “Andrómeda”, señalaba con especial énfasis que “hay que erradicar a todas esas personas que se están lucrando a costa de fenómenos que ellos mismos inventan y que no tienen una realidad viable“.
Por añadidura, estos desaprensivos -debido a sus constantes apariciones en los medios de comunicación, sobre todo en TV- están contribuyendo, desgraciadamente, a empañar la imagen seria de la Parapsicología, en particular, porque muchos de ellos tienen la desfachatez de presentarse públicamente como parapsicólogos, y ni lo son ni actúan como tales.
Como bien apunta el incansable investigador Manuel Carballal en su imprescindible obra “Los Peligros del Esoterismo”, “el parapsicólogo no posee ninguna capacidad paranormal, sino que es el estudioso que estudia dichas capacidades“.
El único fin de la Parapsicología -no olvidemos que, salvo en España, se estudia en numerosos centros universitarios de todo el mundo- es investigar con rigor y objetividad los llamados fenómenos paranormales, intentando hallar una respuesta científica a los mismos y, a su vez, desmitificar las falsas y erróneas interpretaciones que, popularmente, se suelen hacer de tales hechos anómalos.
Como sabemos, el pensamiento mágico y las creencias supersticiosas suelen manifestarse más entre personas de escaso nivel cultural -aunque no exclusivamente-. Según el profesor de psicopatología Javier de las Heras, “a veces este pensamiento puede alcanzar proporciones delirantes o formar parte de las ideas de referencia si el sujeto mantiene una irreductible convicción en esas ideas absurdas a pesar de los argumentos y pruebas que los demás esgrimen en contra“. En los casos más extremos, nos encontramos, incluso, con individuos que sufren trastornos psicopatológicos (esquizofrenia, histeria, neurosis…).
Citamos de nuevo al Dr. de las Heras, sobre la superstición señala que “no es sólo una fuente de temores o un medio para protegerse de diversos males, sino también por una vía para dar más fundamento a ciertos anhelos y esperanzas“.
Dicha característica la hallamos, precisamente, en un tipo de idolatría que se está multiplicando por diversas regiones españolas en los últimos tiempos. Me refiero a esos casos de presuntas apariciones -casi siempre, identificadas por sus protagonistas con figuras religiosas- que quedan plasmadas sobre determinados soportes materiales. En torno a estas supuestas “teleplastias pseudoreligiosas”, una vez que se ha propagado el rumor de la existencia de las mismas, se concentran en poco tiempo, un gran número de personas que considerarán el fenómeno como un evento milagroso. A partir de ese momento, el fervor popular hará el resto: oraciones, velas, curaciones pseudomilagrosas, escenas de histerismo colectivo, etc. Acudirán, además, videntes, iluminados y otros variopintos personajes -arribistas, la mayoría de ellos- que intentarán monopolizar esos “misteriosos” hechos, buscándoles una explicación mágico-folklórica para fomentar y potenciar, aún más si cabe, el mito.
Sirvan de ejemplos los siguientes casos localizados en nuestro país:
Sobre la fachada de un convento de Coria (Cáceres), surgió hace unos años un rostro que los lugareños identificaron con el de Cristo; un hecho similar sucedió en un domicilio particular de Rota (Cádiz); en una pared interior de la Capilla de Ntra. Sra. de Guadalupe, en Villalba (Lugo), apareció una silueta que fue identificada con la Virgen; en una vivienda de Canarias surge una extraña mancha en la pared que se asemeja, según los testigos, a una cruz de Caravaca; una vecina de Villalba (Madrid), afirma que en el interior de una bombilla observa una pequeña figura de la Virgen; en un bar valenciano, el perfil de Cristo es observado sobre un jamón; un plato de porcelana que exhiben los seguidores de las apariciones de la Virgen en Pedrera (Sevilla), se aprecia una pequeña deformidad en la que se ve la silueta de la Virgen; de nuevo es la figura de la Virgen la que se visualiza en una veta de la madera de un armario ubicado en un domicilio de Alcalá del Valle (Cádiz); el investigador valenciano Vicente Moros, me informaba recientemente sobre otra presunta “teleplastia” de Cristo aparecida en la pared exterior de una casa de Nules (Castellón); y, sirva como último ejemplo, el ocurrido hace unos meses en las afueras de Moguer (Huelva); sobre el plástico de un invernadero de fresas, surgió, de improviso, el perfil de un rostro que se correspondía, según los vecinos del lugar, con el de Cristo…
Creemos que todos los casos anteriormente expuestos tienen una explicación natural. Una mancha de humedad en la pared, una veta de madera o un reflejo sobre un cristal, pueden ser interpretados por mentes sugestionables y en un contexto socio-cultural bajo (en donde el fervor religioso se confunde con la superchería y la milagrería), como el rostro de un Cristo o la silueta de la Virgen.
Pero las explicaciones lógicas y racionales no les sirven… Sin existir una sola evidencia que lo pruebe, esos individuos seguirán creyendo, ingénuamente, que son protagonistas directos de un suceso sobrenatural, y argumentarán que aquellos que dudamos del origen milagroso de dichos fenómenos, es porque hemos sido tentados por el Maligno (?). Curiosa forma de justificar el autoengaño del que son víctimas.
Y es que ya lo decía Petronius: “Mundus vult decipi; ergo decipiatur” (El mundo quiere ser engañado; pues que lo sea)…