domi De la alienación a la alquimia

alienacion

Ser humano: un microcosmos en relación
De la alienación a la alquimia

Uno se levanta el lunes bajo un cielo despejado lleno de estrellas. Oye el canto del mirlo en el árbolcercano y respira a pleno pulmón. Recomienza la vida. Con el aroma de la infusión aún humeante, enciende el ordenador y responde a los mensajes de los trasnochadores: convocatorias a actos culturales y políticos, una invitación a pasar el fin de semana en la sierra, una propuesta profesional. Al salir a la calle, desde el autobús escolar unos niños de primaria saludan alborozados por la ventanilla. Corresponde sorprendido a ese regalo inesperado. No hay cola en Correos ni en el supermercado y, al llegar al andén del metro, el próximo tren pasa en un minuto. Ya en el despacho, llaman dos nuevos consultantes. El día transcurre alegre y productivo. La cena con la familia es especialmente comunicativa. A medianoche, ya en la cama y con sano sueño, uno se dice: «Ha sido un buen día».

El martes el cielo está cubierto. Sopla viento del norte huracanado y, a la media hora, cae un chaparrón que parece el diluvio universal. El tráfico es denso y solo se oyen pitidos de conductores estresados. En la pantalla del ordenador se cuelan dos anuncios indeseados. Tres cancelaciones de citas y proyectos. Frustración. El metro, abarrotado de gente, y el próximo tren atrasado 20 minutos. Las hijas llegan sobrecargadas de tareas escolares, empapadas y hambrientas. La comunicación se reduce a «sí», «no» y «no sé». Sin ganas de seguir trabajando en el ordenador, cree uno poderse relajar haciendo zapping en el televisor después de cenar: una tertulia de políticos gritones, dos reposiciones de películas mediocres, un telediario repetido hasta la saciedad, un «reality show» de personajes descerebrados sobreactuando para ganar pasta y popularidad. Se acuesta uno sin sueño y piensa: «¡Vaya día de m….!».

Pero el mundo exterior no ha cambiado. Sigue su curso. Solo la mente ha seleccionado: «días como el lunes, repetir», «días como el martes, evitar». Los pies se quejan cansados, la vesícula segrega bilis, los pulmones respiran mal y el desánimo aumenta a la medianoche del martes, porque las expectativas se han frustrado. Reflexionemos: ya al amanecer a uno se le agrió el gesto y el mundo pareció responder con gesto airado toda la jornada. Recuerdo entonces haberme olvidado de hacerme el propósito del día, inspirado en el pedagogo peruano fallecido hace décadas, Gerardo Schmedling: «Hoy martes me responsabilizaré totalmente de mi vida. Me adueñaré de todas mis decisiones y no culparé a nadie ni a las circunstancias de sus resultados. Vigilaré todos mis pensamientos, sentimientos y emociones, y asumiré que soy yo quien las genera y no lo que sucede a mi alrededor ni lo que los demás hacen o dejan de hacer».

Estas situaciones pueden ocurrir cada día y normalmente reaccionamos escindidos. Es decir, completamente alienados de nuestra verdadera identidad cuerpo-mente-corazón-espíritu unificados. La mente, los deseos, las sensaciones corporales y las emociones van a su aire y nos vemos zarandeados por los acontecimientos externos y las expectativas que sobre ellos tenemos.

Todo esto influye en nuestra salud integral –corporal, emocional, mental y espiritual- que requiere una respiración completa instante a instante. El aliento de vida empieza y termina con la respiración. Tal como respiramos, así pensamos, y no al revés. Pensar requiere oxigenar las neuronas, para que estas hagan sinapsis, además de glucosa. Sin embargo, la identificación con nuestros pensamientos es la fuente principal de desperdicio de energía. Somos seres pensantes, pero no solo. Ya quedó desfasada la afirmación de Descartes, «pienso, luego existo». El racionalismo imperante desde entonces no da respuesta a quiénes somos en realidad. No soluciona la propuesta inscrita en el Templo de Delfos de conocerse a sí mismo para conocer el universo entero ni a la propuesta socrática de encontrar la propia verdad.

Somos uno en lo esencial, pero absolutamente singulares en lo individual. Cada persona tiene una predisposición genética que le hace único. Sin embargo, la epigenética ya ha demostrado que las decisiones cotidianas, como la dieta que seguimos, nuestro estilo de vida y las condiciones del entorno pueden cambiar de hecho la forma en que se expresan nuestros genes. Estos serían como las semillas, que no pueden germinar sin tierra, agua y nutrientes adecuados. Nosotros somos realmente las semillas y el entorno sería la tierra, el clima, el abono. Pero cada planta necesita condiciones distintas de sol, lluvia, tierra y humus. Por esto, no existen dietas, medicinas ni terapias universales apropiadas todo el mundo.

Por ejemplo, la medicina y alimentación ayurvédicas han funcionado en la India durante siglos y casi se practica hoy día más en Occidente entre buscadores y élites que en el país de origen. Como expresa uno de los mayores expertos en la cultura hindú, Agustín Pániker («La sociedad de castas. Religión y política en la India»» y «El jainismo. Historia, sociedad, filosofía y práctica», Editorial Kairós), lo que se come, con quién se come, quién lo prepara es más una cuestión ritual y social, que marca y manifiesta las jerarquías existentes, que una cuestión de auténtica salud. Todo ello sin desvalorizar la enorme sabiduría acumulada durante milenios.

En realidad, las dietas, las medicinas, las terapias, los ejercicios corporales e incluso las religiones –practicadas como sistemas de creencias y de pautas morales de comportamiento y no como lo que indica su etimología, religare, «volver a unir», acabar con la escisión, llegar a la unidad del Todo-, suponen tomar el rábano por las hojas. ¿Y cuál es el rábano? La unidad orgánica que formamos, desde la más humilde brizna de hierba al centenario e imponente roble, desde el capullo a la flor, desde la oruga a la mariposa. En biología las jerarquías son funcionales: asociaciones de células, tejidos, órganos… pero sin la vida del primer escalón de la cadena, todo el sistema se colapsa. Por ello, en todos mis talleres y coloquios propongo el círculo, en donde cada punto de la circunferencia está a la misma distancia del centro y nadie es más que nadie. De ahí el subtítulo de mi último libro «Guía para hombres en marcha. De la línea al círculo». El facilitador, facilita, pero puede hablar o escuchar, conmoverse por una vivencia estremecedora o mostrarse vulnerable haciendo una confidencia personal si viene al caso. Y los participantes toman el centro y vuelven a la periferia de un modo fluido sin identificarse con la función de hablar o escuchar, ser momentáneamente el protagonista, sino con la totalidad del alma grupal que se forma.

En cualquier auténtica terapia debe ocurrir lo mismo. Terapeuta y consultante son solo dos puntos de luz que, al relacionarse, forman otro tercer punto luminoso que abre y no cierra, amplia y no reduce. No se trata de ayudar a soportar la vida, sino a estar más vivos. En esos momentos, solo hay amor. Sin amor no hay auténtica terapia, sin el punto de unidad, solo habrá cristalización de la escisión, la alienación recíproca de terapeuta y consultante. La alquimia se produce cuando ambos toman conciencia al mismo momento de su poder de transmutación. Todos somos alquimistas de nuestro destino, que no está trazado de antemano, a pesar de los condicionantes genéticos, de las condiciones de infancia, de lo que nos dieron y de lo que no nos dieron.

El presente siempre empieza AHORA. Y eso es lo que da miedo: empezar a escribir la página en blanco de nuestro próximo minuto, del día que tenemos por delante, del año por vivir… Y la muerte esperando pacientemente al final del recorrido, sin prisas, sin pausas, sin adelantarse ni atrasarse un solo segundo.

No hay excusas. Tom Heckel, consultor espiritual estadounidense, residente en Chile, me dijo hace unos años que la mayoría de las personas prefieren sufrir a cambiar. Parece que el cambio asusta, porque imaginan sufrimientos desconocidos y prefieren aferrarse al dolor del pasado, que justifica la impotencia y el victimismo. Formas habituales de alienación.

Seamos el cambio que queremos producir en el mundo. La alquimia funciona y no está afuera, sino adentro. La alienación tiene sus compensaciones –adormecimiento, amortiguación del dolor, no tener que responsabilizarse de tomar decisiones…-. Sin embargo, la alquimia es la transformación del plomo interior, vivido como una carga paralizante, en oro (aurum), que resplandece y augura un brillante amanecer.

www.alfonsocolodron.net

Un comentario en “domi De la alienación a la alquimia

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.