Drowning Dream, por Necromantikk, 2008
«¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún…»
El espinazo del diablo, 2001.
Llevo años escribiendo sobre el descenso al Inframundo, una experiencia que se repite con mayor o menor intensidad a lo largo de nuestra búsqueda, de nuestras vidas, y según el momento adquiere una forma u otra. El Descenso es también el inicio del ciclo Bajo Tierra, implica una despedida de todo lo logrado hasta el momento, el aprendizaje del desapego, abrir las manos y dejar ir tanto lo disfrutado como lo sufrido. Idealmente, sólo lo esencial debería permanecer con nosotros, del mismo modo que la semilla deja atrás la carne del fruto, y se adentra en la tierra para resurgir en un nuevo árbol.
Pero el camino de los humanos dista mucho de ser un sendero ideal, y cada uno de los descensos nos recuerda la necesidad de excavar las capas de pieles caídas sobre las que construimos nuestro presente, a la búsqueda de los tesoros que nos queda pendiente traer a la superficie para su manifestación. Otra cosa es que hagamos más o menos caso, ya que en ese viaje hacia nuestras semillas de futuro, en lo profundo de nuestro interior, nos encontraremos también con todos los muertos que nos habitan, no siempre en paz, con los fantasmas no han logrado disolverse porque les queda una cuenta pendiente que saldar.
Todos conocemos historias de espectros, y solemos creer que pertenecen al mundo exterior. Pero como en una vieja historia de fantasmas que aguardan en las orillas de un pantano, los remanentes de otros tiempos esperan que pasemos cerca para agarrarnos de los tobillos y exigir lo que necesitan para su redención. A veces el descenso al Inframundo no es un acto voluntario, nos pilla por sorpresa, nos arrastra contra voluntad a nuestras profundidades, que no por propias dominamos o resultan menos oscuras. Pero el tesoro sigue estando allí, esperando también a que superamos las pruebas que impone el ciclo Bajo Tierra.
A lo largo de mi propia búsqueda he aprendido mucho de los mitos y de los cuentos, que en ocasiones pueden funcionar como mapas o más bien como indicadores de qué puede pedir de nosotros el camino en un momento determinado, ya que en esencia son la memoria de muchos recorridos. Otra cosa que he aprendido es que cuando nos tomamos el sendero en serio, no existen los «compartimientos estancos». Si las cosas se hacen de forma completa llega un momento en que cada instante de nuestras vidas implica tener los pies en el sendero escogido, y todo lo que hayamos aprendido y practicado resulte una herramienta dolorosamente útil para superar una prueba que la vida nos presenta, a veces, cuando menos lo esperamos.
Existen muchos relatos acerca de espíritus que sorprenden al viajero distraído para arrastrarlo consigo al fondo de las aguas, a las profundidades donde residen los deseos y los temores más profundos de nuestro ser. Del mismo modo en ocasiones un accidente o incluso un evento trivial puede arrebatarnos de forma súbita esa ilusión de control sobre nuestras vidas a la que estamos tan acostumbrados, y hacer temblar nuestro mundo desde sus cimientos.
Recientemente, una conversación normal con un familiar me llevó al terreno de mis sombras de una forma tan fulminante como si se hubiera abierto una trampilla bajo mis pies. Al principio me sentí algo extraña, quise quitarle importancia e intenté no hablar de ello, pero en cuestión de horas mi mente estaba obsesionada al punto que la realidad se transformó eclipsando mi presente y haciéndome revivir la impotencia, el dolor y la rabia de un infierno pasado hace años, de forma tan violenta como si hubiera ocurrido ayer mismo.
Lloré durante días, enfermé de males que relaciono con aquella época. Guardé todas mis fuerzas para no perder el trabajo, porque a penas podía levantarme de la cama. Fue como vivir una pesadilla de la que no podía despertar: los monstruos del pasado devoraban mi presente, amenazando con derrumbar lo que he construido en este tiempo, sin que yo pudiera hacer nada.
Desde una perspectiva racional, nada de aquello tenía sentido; objetivamente, esa etapa de mi vida está superada y mi presente, con todas sus carencias e incomodidades, es mejor que el futuro que me esperaba de no haber pasado por lo que pasé. Sin embargo, sé que en algún momento aprendí a tragarme el dolor y la ira, por justificados que fueran, para poder seguir adelante. Podemos contenerlos el tiempo necesario para que nadie salga demasiado dañado, a cambio de que luego sean liberados en un lugar «seguro». Pero en su día la necesidad me llevó a empujarlos muy al fondo, y a la hora de liberar conscientemente estas fuerzas, parecía que se habian disuelto, que ya no había nada allí.
… Hasta que algo, casualmente, removió el fondo, y las emociones que llevaban demasiado tiempo sumidas en un sueño artificial despertaron con fúria. No había nada que resolver, no había nada que entender de aquello, ningún sentido ulterior; sólo tocaba dejar ir esas emociones que habían quedado atrapada en el fondo, como un fantasma que ha perdido el camino para pasar al otro lado. Dejarlas pasar sin caer en la tentación de reengancharse. Después de llorar todo lo que había que llorar, la obsesión y el malestar se fueron atenuando por sí mismas, y por fin volví a mi vida tal como ahora es.
Hasta la fecha me ha costado explicar este tipo de experiencias, tal vez por el miedo a ser juzgada en un medio en el que cualquier cosa mala que nos pase es susceptible de etiquetarse como un «daño que alguien ha conseguido hacernos», o como un «castigo que por algo nos hemos ganado». Pero me hago mayor y creo que empieza a ser momento de advertir que este es el tipo de cosas a las que nos puede llevar el trabajo interior, a remover los fondos donde habitan nuestros propios fantasmas, en ocasiones irredentos: El que no los haya encontrado es que o no ha profundizado lo suficiente, o sigue empujándolos hacia el fondo. Y esto es en paralelo con lo que puede suceder fuera. Pero si no hubiera un aprendizaje y unas pruebas que pasar no tendría sentido estar en un camino.
Puede parecer que pasar dos o más semanas desconectada porque tu cabeza está en otro lado y tu cuerpo a penas te responde para mantener un trabajo es un «mal», y yo no negaré que es un mal trago, pero realmente me alegro de que haya sucedido de este modo, en vez de generar una enfermedad bastante más grave dentro de unos años. Del mismo modo, si no hubiera tenido cierta idea de lo que podía estar sucediendo podría haberme reenganchado a viejas emociones y confundido y la pesadilla podría haber sido mucho más larga o interminable; del mismo modo, si no hubiera tenido a las personas adecuadas a mi lado, los daños ocasionados por la situación podrían haber sido realmente preocupantes. Así que definitivamente ha sido un asco el proceso de sacarlo, pero está fuera. Comprobado que algo he aprendido, que los esfuerzos valen la pena y que tengo a mi lado a las personas adecuadas, no debo estar haciendo las cosas tan mal. Significa también que el camino se ha despejado y hay vía libre hacia la próxima parte del tesoro a manifestar ( y a compartir con las mismas personas que han demostrado ser las adecuadas). Y eso es bueno. Aunque implica seguir trabajando, por supuesto.Para muchos de nosotros no existe tal cosa como un «…De seis a ocho meditaré/visualizaré sobre el Descenso al Inframundo, pondré una vela y así habré cumplido con la celebración de esta festividad.» Algo así puede suceder al principio del camino, algo parecido a mojarse un poco los pies antes de zambullirse en el agua. Esto no significa que todo el mundo esté en condiciones o tenga ganas de convertirse en nadador profesional, pero creo que es fácil de entender la diferencia que existe entre asistir a una exhibición de natación, y ponerse a nadar: nademos mejor o peor, con un estilo u otro, con más o menos resistencia se trata de experiencias distintas a ser un espectador externo. Creo que es importante recordarlo de vez en cuando. Nuestra formación puede facilitarnos mapas, que como decía antes, nos ayudan a entender qué puede pedir el camino de nosotros en un momento dado; pero luego hay que vivir ese camino, con todos sus monstruos, redenciones, compañeros de viaje y tesoros.
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