Cuando buscas mítico en el diccionario de la RAE te remite a mito y ahí presenta varias definiciones, entre las que destacaré las siguientes: «Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico […]». / «Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal».
Permítaseme ampliar metafóricamente el alcance de estas definiciones y hablar de que cada uno de nosotros tiene una vida que, si nos damos cuenta, puede adquirir el carácter de mítica.
Una vida mítica sería una vida que tiene un aroma de perfección. Es un «ha ocurrido esto porque tenía que ocurrir», «estoy y he estado en todo momento en los lugares apropiados y con las personas apropiadas», «mi vida se desarrolla en una secuencia que tiene sentido y que además es mágica».
Me gusta ver mito en todo tipo de obras de arte que parecen perfectas, en entornos que parecen perfectos. Pero no perfectos tipo cartón piedra, sino porque se nota que ahí hay una presencia, un alma especial. Lo mismo ocurre con las personas. Hay personas que sencillamente es perfecto que estén ahí, o que te las encuentres en ese puesto de trabajo, o que por variados motivos se crucen en tu vida, pasando a formar parte de ella en ocasiones. Hay personas que se sienten confundidas y fuera de lugar, pero también es perfecto que esas personas se estén reinventando. Refirámonos también a los nombres; los nombres que son perfectos para esas personas. Me parece asombroso que los nombres y apellidos de las personas que han trascendido como grandes escritores, compositores, científicos, deportistas, etcétera, cuadren tanto como nombre de escritor, compositor, científico, deportista, etcétera, mientras que cuadrarían mucho menos si se intercambiasen dichos nombres. ¿Wolfgang Amadeus Mozart autor de la teoría de la relatividad?; hombre… ¿Albert Einstein autor de composiciones musicales fantásticas?; sí que tocaba el violín, pero…
Habrá quien dirá que es que nos acostumbramos a los nombres y que ahí se acabó el misterio, pero me permito dudarlo muy mucho. Más bien percibo que hay una energía presente en los nombres que va absolutamente a una con lo que la persona ha venido a manifestar en este plano.
Si esto fuese así, estaríamos viviendo el despliegue de una maravillosa sinfonía histórica en la que cada uno de nosotros puede gozar conscientemente del lugar que ocupa dentro del gran orden, y gozar también del despliegue de la propia vida como de una sinfonía dentro de la gran sinfonía que hacemos entre todos.
Este despliegue incluiría tanto los aciertos como los errores sin perder por ello el aroma de la perfección. De hecho, no sería relevante distinguir entre acierto y error, puesto que, como afirma la programación neurolingüística, todos lo hacemos lo mejor que podemos en función de la comprensión y las herramientas de las que disponemos a cada momento, en cada etapa.
Nuestras vidas, como las sinfonías, contienen pasajes alegres, pasajes tristes, pasajes principales muy reconocibles, pasajes más irreconocibles e incluso aburridos, que son el puente hacia una nueva zona de interés… El juego de tensiones y distensiones es continuo; el equilibrio parece precario, pero es absoluto.
La música clásica goza de una popularidad tan solo relativa porque, entre otras razones, cuesta captarla a la primera. La primera audición puede resultar incluso, en ocasiones, soberanamente aburrida. Es habitual que sea necesario escuchar una pieza varias veces para poder captar toda su coherencia. Cuando descubres toda esa coherencia, se descorre un velo; es una maravilla. Te das cuenta de que ningún pasaje era en realidad sobrante, y que incluso esos que parecían menos melódicos o más aburridos ocupan plenamente su lugar en el conjunto de la trama. Después puedes seguir profundizando, y a cada escucha descubres algo nuevo. Y, sobre todo, asumes completamente que lo que se desarrolla durante esos minutos es perfecto. Algo que empezó teniendo apenas sentido acaba siendo un emblema de la mismísima perfección. Y no una perfección fría, sino llena de contenido, emoción y vida.
Bien, las obras musicales serían para mí ejemplos de construcciones míticas, particularmente cuando el compositor no se limitó a copiarse a sí mismo o a cumplir un encargo, sino cuando captó algo que le llenó en ese momento y tuvo la habilidad de convertir esa intuición, ese cúmulo abstracto de sensaciones, en una estructura compleja y llena de significado en la cual cada melodía, cada armonía, cada instrumento y cada nota ocupan su lugar.
Te invito a que te familiarices con la sinfonía de algún compositor que te atraiga (si no lo has hecho ya) (Beethoven es siempre una garantía) y que, una vez que te des cuenta de esta maravilla de la que hablo, contemples tu vida como si de una sinfonía se tratase. Una vida con sus melodías, sus no melodías, sus momentos disonantes que dan lugar a una tensión creativa, sus alegrías, sus tristezas, sus aventuras, sus riesgos, sus seguridades, sus encuentros, sus decisiones, sus dudas, sus certezas… Puedes pensar incluso que la sinfonía de tu vida ya ha sido escrita, y que en este momento la estás viviendo. Eres, a cada momento dado, una nota consciente, que puede hacerse consciente de todos los pasajes que han sonado hasta ahora y que vas a ver dónde resolverá tu actual transición, si en una bella melodía calmada o en unos cuantos compases vigorosos. No es necesario predeterminarlo; la perfección de tu vida se desarrolla momento a momento, y basta con que prestes atención, con mirada maravillada, a la próxima sorpresa. Si te conviene actuar o esperar depende de ti, y siempre estará bien, porque seguro que harás lo máximo que puedas en función de tu comprensión actual. Esta ley de la programación neurolingüística es el hilo conductor que asegura que nuestra obra está siendo perfecta, que toda nota y melodía está ocupando su preciso lugar.
Y después está el tema del mito, del que parece que me he desviado. Pero no. Cuando reconocemos la perfección de cualquier obra la atesoramos para seguir gozando de recrear esa perfección. De la misma manera, podemos repasar nuestra vida cuantas veces haga falta para ver qué lugar ocupa todo. Y si algo no lo tenemos aún claro, sigamos viviendo, porque el actual pasaje de transición desembocará seguro en una nueva melodía.
Una sinfonía es una constante interrelación de elementos (notas e instrumentos) con contenido, magia y perfección. Y esta amalgama de contenido, magia y perfección da un efecto de imprescindibilidad. Es decir, sentimos que la vida no sería lo mismo, que le faltaría algo, si esas obras perfectas no se hubiesen materializado. Esto las convierte en inmortales y, por ende, en míticas.
Pero ¿qué es lo que hace que esas obras adquieran ese carisma? Tienen ese carisma gracias a todos los elementos que contienen y, sobre todo, a la manera en que se combinan esos elementos entre sí para ser los depositarios de un enorme contenido.
Es fácil ejemplificar esto con las sinfonías, porque constituyen ejemplos muy gráficos. Pero es que, más allá de ellas, hay infinitas cosas en la vida, infinitas «notas», que combinadas entre sí dan lugar a una obra maestra. Y como cada uno de nosotros somos el eje de nuestras propias vidas, somos los protagonistas de una obra maestra en cada caso.
Además de las distintas notas, las habrá que serán tocadas por flautas, otras por violines y otras por trompetas. A veces sonarán a la vez, constituyendo una armonía más o menos cargada, y otras veces habrá maravillosos solos, e incluso silencios. Es así como habrá «notas», «armonías», «orquestaciones» y «silencios» que serán paisajes. Otros que serán personas. Otros que serán lugares de residencia. Otros que serán viajes. Otros, excursiones. Otros, sencillos paseos. Otros, el camino al trabajo. Etcétera, etcétera, etcétera. Incluso hay sinfonías dentro de la sinfonía; por ejemplo, camino al trabajo, ¿con qué personas me encontraré? ¿Qué caras conocidas o desconocidas veré? ¿Qué sorpresa habrá en cualquier momento por la calle? ¿Qué coches pasarán, cuál me llamará la atención por algún motivo? ¿Cómo estarán hoy las hojas de los árboles? ¿Qué paisaje dibujarán las nubes en el cielo? ¿Puedo realizar ese sencillo trayecto como si de una obra perfecta se tratase y convertirlo en inmortal por su magia y contenido dentro de una estructura que permite condensar y evaluar su perfección (esa estructura es el trayecto mismo, el tiempo que dura)?
Para que pueda darme cuenta del mito inherente a mi vida y a cualquier cosa, el sentido de perfección es importante, como lo es para cualquier obra de arte que se precie. Es decir, considero que es perfecto que sea justamente esa persona la que se está cruzando en este momento conmigo. Es perfecto que justo ahora pase este coche. Además, las enseñanzas espirituales me dicen que todo lo exterior es un reflejo de mi interior, así que ¡todo encaja! Todo es perfecto porque realmente lo es, porque yo estoy haciendo todo lo que puedo en función de mi momento evolutivo actual y todo mi mundo lo refleja. ¿Qué imperfección podría caber?
Y la perfección es delicia, como esas películas que no dejaríamos nunca de ver o ese cuadro, paisaje o persona que no dejaríamos nunca de admirar. Valoremos pues la mágica perfección de nuestras vidas y saboreémoslas con delicia. Puesto que, sin nuestra vida, el mundo no sería lo mismo. Nada sería lo mismo. Faltaríamos nosotros. Si estamos es por algo. No infravaloremos nunca lo que somos ni nuestro sentido aquí.
Tal vez algún día nos sentaremos en una butaca cósmica y nos deleitaremos viendo la película de la epopeya mítica constituida por nuestras vidas. Y diremos: «¡Cuánta perfección!» «¡Cuanta belleza!». Nos daremos perfecta cuenta de cómo los momentos más difíciles acabaron resolviendo en un gran aprendizaje, los aprendizajes resolvieron en una gran evolución y la evolución constituyó un todo coherente con mucho sentido. Gracias a todo ello habremos regresado al pleno conocimiento de nosotros mismos, es decir, del mismísimo todo.
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Francesc Prims Terradas
Compartido por LA CAJA DE PANDORA