Magdalena, Esposa Arquetípica

Dentro del campo de la conciencia, como el lector habrá advertido, damos notable importancia a la lectura de las imágenes, los arquetipos, los símbolos, que conectan una información con los aspectos ocultos del ser, almacenados en el subconsciente. En ese sentido, aportamos el siguiente documento, que gira alrededor de una figura despreciada por la cultura religiosa: María Magdalena. Tachada como prostituta, Magdalena es una imagen del Cristo femenino, como desmostraremos a continuación; así fue considerada antes de que el poder terrenal afectase a los hechos acaecidos hace dos mil años. El respeto que los creyentes en Jesús de Nazaret le tenían, muy posiblemente, se manifestó en las creaciones artísticas que llegan hasta la Edad Media, en donde la imagen de la Virgen Negra representa a Magdalena. Esa veneración que equipara la mujer al hombre, mediante la consideración de Magdalena como Esposa (incluso, aunque no se llevase a términos oficiales) de Jesús, tenía (y tiene) tremendas repercusiones, puesto que pone en tela de juicio la concepción falocéntrica de nuestro mundo. Se entiende, pues, que a partir de la Edad Media, la Virgen Negra fuese ‘reciclada’ en la Virgen María, vaciando al arquetipo de toda la riqueza que podría facilitar la identificación de las mujeres con su Cristo Femenino. Fue la propia Iglesia Católica, la que llevó a cabo ese reciclaje, luchando contra las ideas heréticas que ponían en duda la legitimidad de la Iglesia de Pedro. Pedro, el pescador, que –como podremos ver- representa a la perfección la antítesis del arquetipo femenino, cuyos resultados son más que evidentes en el catolicismo.
El teólogo e investigador Ramón Jusino postula una hipótesis valiente y verosímil sobre la anulación de la figura femenina en la historia del cristianismo.
Jusino defiende que aquel que se define en el Evangelio según san Juan como el discípulo amado es, en realidad, un disfraz tras el que se oculta la personalidad de María Magdalena. Su tesis se construye sobre los pilares fundamentales de los textos de Nag Hammadi (http://www.metalog.org/files/introd.html) y el propio Cuarto Evangelio, el de Juan.
Los cuatro evangelios que nosotros conocemos se escribieron para cuatro primitivas comunidades cristianas distintas, pero no fueron los únicos textos que hablaban de la palabra de Jesucristo en las primeras congregaciones.
Una muestra de ello son las Escrituras de Nag Hammadi, un conjunto de papiros manuscritos en lengua copta (egipcio de los primeros siglos de cristiandad) hallados junto al río Nilo en Egipto en 1945, pertenecientes a una agrupación cristiana del génesis de la iglesia.
Las investigaciones de Jusino se construyen sobre las realizadas por el más reconocido especialista católico en textos bíblicos de los EEUU, Raymond E. Brown.
Según Jusino, en la emergente iglesia de hace casi dos mil años los líderes masculinos no vieron con buenos ojos, dada la posición de las mujeres en aquellas sociedades, que las discípulas femeninas tuviesen relevancia en los textos que conformaría la tradición de la iglesia, por lo que cualquier papel de éstas en el liderazgo de la comunidad e incluso en los episodios vividos junto a Jesús, debían ser eliminados. Así, realmente tras el discípulo amado del Evangelio de Juan se hallaría una discípula amada de manera especial por el Maestro, y no un varón.
Pero vayamos por partes. No pocos de los eruditos sobre textos bíblicos dan por hecho que el autor del Evangelio de Juan no fue Juan de Zebedeo, sino que fue escrito por otras manos. Lo indudables es que, por los detalles que se desprenden de la narración, conoció personalmente al Maestro. ¿Quién fue en realidad?
Jusino identifica varias fases en la confección de dicho evangelio: Una primera versión originada por el discípulo amado y otras posteriores que modificaron la autoría original de los manuscritos, suprimiendo el papel de la de Magdala (que significa ‘torre’) como autora y líder de esa comunidad primigenia.
Siguiendo esta tesis debemos saber que en el seno de esa comunidad que acababa de nacer se produjo un cisma, entre los que no estaban dispuestos a modificar el contenido del legado que habían heredado (secesionistas, como los denomina Brown), y los que se decidían por una iglesia más institucional (apostólicos), que tacharon a los secesionistas de herejes. Fue tras esta ruptura cuando se modificó esa primera versión, con lo cual, cada comunidad defendió el texto como propio, mientras que el que llegó hasta nosotros fue la obra que perteneció a la comunidad apostólica, los que se aliaron con la iglesia institucional emergente.
Se hace preciso recordar que en la Ley Judía el testimonio femenino no contaba para nada. Recordemos también que María Magdalena es el primer testigo de la resurrección de Jesús y, sin embargo, el misterio se cierne sobre ella. El desconcierto y la vergüenza de los líderes varones de esas primeras comunidades habría propiciado que su figura se disfrazase, así que el escritor del Cuarto Evangelio guardó la identidad del discípulo amado en secreto; papel representado por María -líder de su comunidad y compañera del Maestro-, que desaparece para asumir el rol de la común mujer judía, convirtiéndola en todo lo apocada, penitente y llorosa que habría de ser ejemplo para el orbe femenino. Así acaba convertida en icono de sumisión, de acatamiento a la orden masculina, minimizando el carácter que el propio Jesús le había reconocido.
Sin embargo, los secesionistas, siendo el grupo más numeroso de los dos, derivarán la identidad de su líder femenino hasta las comunidades de cristianos que habrían de escribir los textos que hoy conocemos como de Nag Hammadi. Préstese suma atención a dos destacados párrafos de dichos textos (1):

‘Había tres llamadas María (Mariam), quienes caminaban con el Amo todo el tiempo: Su madre, su hermana y la magdalena, que es llamada su pareja. Así su verdadera Madre, Hermana y Pareja, se llaman Mariam.’

‘La sabiduría que los humanos llaman estéril, es la Madre de los Ángeles. Y la pareja de Cristo es Miriam Magdalena. El Amo la amaba más que a todos los demás discípulos, y la besaba a menudo en la boca. Él abrazaba también a las otras hembras, mas le dijeron: ¿Por qué la amas más que a todas nosotras? Él les dijo: ¿Por qué no os amo a vosotras como a ella? Mientras un ciego y un vidente están en la oscuridad no se distinguen entre sí, pero cuando venga la claridad, entonces el vidente verá la luz, mas el ciego quedara en las tinieblas.’

Estos fragmentos confirman que en algunas comunidades de ese principio se conocía a María de Magdala como la discípula amada y compañera de Jesús. De hecho, en la segunda fracción, el Maestro aclara que el motivo de su amor hacia ella tiene un origen más allá de lo humano, dando a entender -por medio de una comparación muy simple- que ambos son lo mismo. Obviamente, la verdadera personalidad de la Magdalena queda oculta tras su rol de aparente discípula, quedando fuera cualquier homologación.
Veamos ahora dónde aparece en el Cuarto Evangelio el discípulo amado:
1) Lo vemos apoyado en el pecho de Jesús durante la Última Cena, siendo intermediario entre Pedro y el Maestro, cuando el pescador le pide que le pregunte por la identidad de su traidor.
2) Aparece junto a la cruz acompañando a la madre de Jesús, a María Magdalena y otras mujeres; allí el crucificado le pide que se haga cargo de su madre.
3) Lo veremos corriendo a ver la tumba después de que Magdalena diera el aviso de que ésta estaba vacía. Tras la Resurrección será el primero en fijarse que el hombre que habla a los discípulos que están pescando es Jesús, de lo cual advierte a Pedro.
Si hubiese sido Juan de Zebedeo -el hijo del trueno-, el autor de este evangelio, ¿cómo se entiende que se proclame a sí mismo como el discípulo amado? No creemos que las veces que se hace referencia a dicho anónimo discípulo sea producto de la vanagloria y la jactancia del propio Juan. Y si no fue así, ¿cómo es que hay dos tradiciones bien asentadas que hablan del discípulo a quien Jesús quería mucho identificándose como dos personas distintas?
Jusino da tres explicaciones:

1~ No existe conexión alguna entre los dos personajes; se trata de una coincidencia que en el Cuarto Evangelio se hable del discípulo amado y que en los evangelios coptos a la Magdalena se la identifique no solo como la discípula que más amaba Jesús, sino que la llama claramente ‘su compañera’.
2~ La tesis de Brown: los evangelios de Nag Hammadi se inventaron una tradición basada en la figura de María Magdalena, en virtud a su papel de principal receptora de la resurrección.
3~ Tesis de Jusino: el Cuarto Evangelio se está refiriendo a María Magdalena; de igual modo que es de esa fuente (en la versión salvaguardada por los secesionistas) de donde parten los textos de Nag Hammadi que hacen referencia a ella. La diferencia estriba en que los cristianos apostólicos transformaron los textos para hacerlos más ‘políticamente correctos’ con la iglesia que se estaba formando. Siempre pensando en la cantidad de seguidores más que en la calidad. Fueron ellos los que borraron toda alusión a Magdalena para validarlo a los ojos de los líderes de una iglesia que no vería con buenos ojos un evangelio escrito por una mujer, ya que esos textos nunca tendrían validez dado que el ministerio femenino jamás sería considerado apostólico.
Con todo ello, a nuestro juicio, la tercera es la hipótesis que parece más real. No ver la relación entre los dos textos (Cuarto Evangelio y Nag Hammadi) es ridículo; el propio Brown señala que son abundantes las semejanzas entre las ideas de ambos textos.
Así tenemos que, como señala la tercera opción, el redactor definitivo del Cuarto Evangelio substituyó cualquier alusión a Magdalena por el discípulo amado, tratando de hacer un relato coherente que, sin embargo, se tornaría turbulento -tal como señala Jusino- cuando en una misma escena aparecen el discípulo amado y Magdalena.
La tradición era suficientemente conocida como para anular la presencia de María en dos de las más destacadas secuencias de los evangelios: la Crucifixión y la Resurrección. Su presencia en ambos momentos era posiblemente conocida por todos los cristianos primeros. ¿Cómo hacer que ambos discípulos aparezcan en el mismo espacio al mismo tiempo? Es difícil, ya que el redactor del evangelio se veía en la obligación de hacer que el fundador de su comunidad fuese un testigo ocular de esos importantes acontecimientos y, al mismo tiempo, no podía eliminar la figura de Magdalena. Así que optó por una salida rápida y diplomática: en las escenas en las que simultáneamente aparecen María y el discípulo amado el texto debe dar a entender que ambos son individuos distintos. Tarea muy difícil…
Consecuentemente, en las dos escenas en las que aparecen juntos ambos personajes (en la Resurrección y en la Crucifixión) hallamos una débil estructura que evidencia lo que Jusino expone. Veamos:

‘Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, él dijo a su madre:’Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego le dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa.’

Esta escena sólo aparece con tal precisión en el Cuarto Evangelio (2); en los demás el discípulo amado no está junto a la cruz. Los otros tres evangelios -Mateo, Lucas y Marcos-, los denominados evangelios sinópticos (llamados así por considerarse procedentes de una única fuente), tienen en común que las únicas personas que presenciaron esa muerte fueron las mujeres antes nombradas, la Magdalena entre ellas, pero nunca Juan.
En Lucas se dice que ‘sus conocidos y las mujeres que le seguían’ presenciaron su muerte. En Mateo sólo están las mujeres, al igual que en Marcos. En el Cuarto Evangelio están las mujeres y el discípulo amado. Imaginemos cuatro documentales de diferentes autores y una misma temática, en los que un personaje central aparece en las imágenes de los cuatro, siempre acompañado por las mismas personas, pero en el cuarto de los reportajes un nuevo acompañante ha sido digital y artificiosamente añadido.
De hecho, no sólo física sino espiritualmente, es más comprensible que cambiemos el género del discípulo a quien Jesús encomienda su madre, pues si tal como los otros textos afirman, María Magdalena era su pareja, esa despedida de ‘Mujer ahí tienes a tu hija; discípula, ahí tienes a tu madre’, reflejaría no solo la petición de amparo más coherente, sino el puesto que en la concepción real de Jesús ella tenía. Dicho de otro modo: esa encomienda haría alusión al comienzo (o continuidad) de la misión física y espiritual de la Magdalena, una vez la de Jesús está a poco de concluir.
En el Evangelio de san Lucas es sólo Pedro quien va a ver la tumba después de María; en Mateo y Marcos no se hace siquiera mención a que alguien fuese después de la Magdalena. La siguiente escena sobre la Resurrección la encontramos solamente en el Evangelio de Juan (3):
‘El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Entonces se fue corriendo a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: ‘¡Se han llevado del sepulcro al señor, y no sabemos dónde lo han puesto!’
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó, pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar. Luego, aquellos discípulos regresaron a su casa. María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando.’
Si imaginamos la escena como si fuese una película diríamos que el director está loco de remate. La película podría llamarse La mujer que nunca estuvo allí… ¡¿Qué fue de María Magdalena?! ¿Está o no está en el sepulcro? ¡Claro que sí! De hecho es la única que visita la tumba junto a Pedro.
Evidentemente, el redactor hace malabarismos con los personajes hasta tal punto que no sabe ni dónde ha de colocarlos.
Como se entenderá, la trascendencia de estas conclusiones es bien grande, pues pasajes que antes se veían desde la perspectiva Jesús~Juan, ahora se tornan en Jesús~María, con todo lo trascendente que ello conlleva, dejándonos comprender la verdadera y preciosa significancia de la expresión discípulo más amado.
En conclusión, diremos que todo esto nos conduce a evidencias convincentes que afirman que María Magdalena, fue convertida en un discípulo masculino anónimo durante todo el Cuarto Evangelio, excepto en los momentos en que no se podía evitar la mención de su presencia.
Apuntan Jusino y Brown un aspecto curioso que sirve de apoyo a esta tesis, y es la rivalidad existente en el Cuarto Evangelio entre Pedro y el discípulo amado. Estos son algunos ejemplos:
1~Como ya vimos, durante la Ultima Cena el discípulo amado está apoyado en el pecho de Jesús, y Pedro le pide que interceda ante el Maestro para saber por la identidad del traidor (4).
2~Tras la prisión de Jesús este discípulo anónimo tiene acceso al palacio del sumo sacerdote. Pedro no lo tiene (5).
3~El discípulo amado es el primero en creer en la resurrección. Pedro –desconfiado del testimonio femenino- sale a comprobar por el mismo lo que la Magdalena aseguraba, ‘pues a los apóstoles tales relatos les parecieron desatinos y no los creyeron’(6).
4~El discípulo amado es el único en reconocer a Jesús resucitado mientras éste le habla desde la orilla a los discípulos que están pescando. Es el discípulo amado el que le dice a Pedro ‘¡es el Señor!’, a lo que éste responde tirándose al mar (7).
5~Pedro lo cela preguntando a Jesús acerca del destino del discípulo amado (8).
El recelo de Pedro hacia Magdalena es equivalente al que siente el hombre –pétreo representante del racionalismo- hacia la mujer, bastión de la intuición y los misterios de la Vida; la separación de ambas naturalezas es el núcleo original de la caótica existencia de una humanidad cuyas energías (masculinas y femeninas), han sido enfrentadas.
Pero además, observando el historial de la iglesia romana nacida de Pedro y Pablo, y aún a pesar de que a Magdalena se la denomine apostola apostolorum (apóstola de apóstoles), queda claro –a través de la marginalidad a la que se ha sometido al género femenino- que el reconocimiento a su figura es meramente simbólico, carente de la sustancia que equipare –en la práctica- la mujer al hombre, tanto en el seno de la iglesia como en la sociedad, así sea secular.
Curiosamente en los manuscritos de Nag Hammadi existe una relación entre Pedro y María Magdalena cuya naturaleza es la misma que la que acabamos de exponer. Véasen dos ejemplo:
* En el Evangelio de María Magdalena (9) Pedro se siente celoso de las revelaciones que ella ha recibido del Cristo, pero ocultas a los discípulos varones.
* En el Evangelio de Tomas (10) Pedro dice lo siguiente sobre ella: ‘Que María salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la Vida’. Casi nada…
El paralelismo entre la rivalidad de Pedro y el discípulo amado y la existente entre el pescador y la Magdalena, consolida la hipótesis aquí expuesta sobre una sola personalidad y dos denominaciones.
El encubrimiento de la verdadera identidad de ese discípulo amado supone un empobrecimiento del legado de ese ser llamado Jesús. Sin embargo, creemos que es comprensible la actuación de esas primeras comunidades cristianas, teniendo en cuenta las férreas condiciones sociales de hace dos mil años; no es tan comprensible que aun hoy, ni la discípula a la que Jesús más amó (ni las demás mujeres), hayan recuperado el espacio que les corresponde frente al varón. De lo cual deben pedirse responsabilidades a la Iglesia Católica, adoctrinadora desde las escuelas.
Ahora tenemos la madurez para ver la película completa. Vale, puede que no la versión definitiva, pero al menos se acerca más a la verdad que la que teníamos antes; ahora empiezan a salir a la luz las secuencias ‘censuradas’, las que deliberadamente cortaron para que no llegasen hasta nosotros.

‘Jesús ve unos nenes que están mamando y dice a sus discípulos: Estos nenes que están mamando se asemejan a los que entran en la soberanía.
Le preguntan: ¿Al convertirnos en nenes entraremos en la soberanía?
Jesús les responde: Cuando hagáis los dos uno, y hagáis el interior como el exterior, y el exterior como el interior y lo de arriba como lo de abajo, y así establezcáis el varón con la hembra como una sola unidad, de tal modo que el hombre no sea masculino y la mujer no sea femenina, entonces entraréis en la soberanía.’
~Evangelio de Tomas, logión 22, Nag Hammadi~

Este último fragmento refleja a la perfección que únicamente la re-unión de las dos energías (masculinas y femeninas), puede hacer realidad el retorno de la soberanía perdida, que no es otra cosa que la esencia original que como seres (como portadores de la chispa cósmica) tenemos. Así, ‘entraréis en la soberanía’ no es sino recuperar nuestra memoria, nuestra identidad primigenia.
Las diferencias entre los otros tres evangelios canónicos y éste último de Juan, son definidas por el escritor Peter Calvocoressi (11) de la siguiente manera: ‘El marco de referencia de Juan, sin embargo, es mucho más amplio y está expresado asimismo con un lenguaje de una sofisticación mayor. Del mismo modo que Pablo amplió el alcance del mensaje cristiano para extenderlo a los gentiles, Juan lo llevó aún más allá al enmarcarlo dentro del plan general de Dios: “En el principio existía la Palabra…”. La Palabra o el Logos (Entendimiento divino), es el plan de Dios que antecedió a la creación, y, por ello, el relato que hace Juan del ministerio y la Pasión de Jesús encuentra un lugar dentro de un plan diseñado por Dios desde antes de la creación y que sólo concluiría con el Fin de los Tiempos.’
El apóstol Pablo, aquel que se nombró a sí mismo Apóstol de los Gentiles dice en oposición al Cristo, al que por cierto jamás conoció: ‘Quiero que sepáis que la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer, el varón.’
Añadiremos que sólo alguien muy íntimamente ligado a la figura de Cristo podría llegar a tener una conciencia elevada y real de su verdadera naturaleza. ¿Qué mejor que su propia compañera?
De este modo se comprenden perfectamente los versos finales del Evangelio de Juan (12), en los que se narra la tensa conversación de Pedro con el Cristo resucitado a propósito del discípulo amado, que no es otro que María: ‘Viéndole, pues, Pedro dijo a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le dijo: Si yo quisiera que éste permaneciese hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme. Se divulgó entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría; mas no dijo Jesús que no moriría, sino: Si yo quisiera que éste permaneciese hasta que venga, ¿a ti qué?.’
Y permanece en el despertar al arquetipo femenino (en hombres y mujeres) que está viviendo el mundo.
Ésta, estimados lectores, ha sido la exposición de una censura de casi dos milenios llevada a cabo por el cristianismo. Una censura que cercena el papel crucial de la mujer. Una mutilación que ha sido muy conveniente para las camarillas de los altares.
El origen del nombre Magdalena es Magdala, palabra hebrea que significa ‘torre’.
En Mateo 21:33, Marcos 12:1 y Lucas 20:9, se nos cuenta una parábola que habla de la importancia del arquetipo femenino y, posiblemente, del propio Sistema de Control:
Un propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre. La arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió a sus empleados a recibir los frutos. Pero éstos agarraron a los enviados y los golpearon y mataron. El propietario envió nuevos mensajeros y fueron tratados de la misma manera. El dueño se dijo: ‘enviaré a mi hijo, que le respetarán’, pero la respuesta fue la misma: muerte. Ante este panorama, ¿qué ha de hacer el dueño de la viña con aquellos labradores?
(¿Son esos ‘labradores’ unos entes que –supuestamente- enviados desde niveles evolucionados del cosmos (el propietario), encargados de supervisar la evolución del ser humano (las uvas), se adueñan de la viña (la Tierra) y la torre (Magdalena, el arquetipo femenino), provocando la cuarentena respecto del resto del cosmos?)
Magdalena, la Virgen Negra, enlaza con la esposa exiliada que aparece en el Antiguo Testamento, concretamente en el ‘Cantar de los Cantares’. Es negra por estar tostada bajo los efectos del sol (la masculinidad sin frenos que ha dado como resultado el mundo tal como es). Observemos la vinculación evidente entre dos escenas que nos cuentan lo mismo. La primera, Cantar de los Cantares, un libro que habla expresamente de los Esposos (el complemente masculino-femenino); la segunda pertenece al Evangelio de Juan, el momento en que Magdalena descubre que Jesús ha resucitado:
Cantar de los Cantares (3,2-4)
Es de noche:
‘Me levanté y di vueltas por la ciudad, por las calles, y por las plazas, buscando al amado de mi alma. Le busqué y no le hallé. Me encontraron los centinelas que hacen la ronda en la ciudad: ¿Habéis visto al amado de mi alma? En cuanto los había traspasado, hallé al amado de mi alma. Le agarré para no soltarlo hasta introducirlo en la casa de mi madre, en la alcoba que me engendró’.
Juan (20,12)
Es de noche. Magdalena ve a dos ángeles vestidos de blanco, a la cabecera y pies del sepulcro. Le preguntan por la razón de su llanto: Se han llevado a mi señor y no sé dónde le han puesto. Ella se volvió hacia atrás y vio a Jesús, sin reconocerlo. Ella lo acaba reconociendo y ella lo agarra; él le dice: Suéltame.
Magdalena, arquetipo femenino del ser, está en oposición a la figura arquetípica de Pedro y su Iglesia:
La tercera y última aparición de Cristo a los suyos tras la Resurrección se produce cuando éstos están pescando y el discípulo amado (María Magdalena) lo reconoce. Esto se nos narra en el Evangelio de Juan (21,1-14)
Allí se dice que los discípulos, capitaneados por Pedro, salieron de noche a pescar al mar de Tiberíades, pero no obtuvieron pesca alguna. Llegada la mañana se hallaba Jesús en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que aquel hombre era Jesús. Éste se dirigió a ellos y les preguntó por la pesca, a lo que éstos le respondieron que no había nada. Entonces, Jesús les dijo que echasen las redes a la derecha de la barca y así hicieron, no pudiendo arrastrar las redes de tanta muchedumbre de peces. Fue entonces cuando el discípulo amado le dijo a Pedro: ‘¡Es el Señor!’ y Pedro lo reconoció y se tiró de la barca. Los otros discípulos ‘vinieron en la barca, pues no estaba lejos de la tierra, sino como unos 200 codos, tirando de la red con los peces’. Jesús les dijo que subiesen la red a la tierra -que estaba llena- y se sentaran con él a comer un pez y un pan que tenía sobre unas brazas encendidas. Por cierto, las redes llevaban ciento cincuenta y tres peces grandes, una cifra que no es casual…
La investigadora de la figura de Magdalena, Margaret Starbird, revela (El legado perdido de María Magdalena, Editorial Planeta, 2005) que mediante la gematría (consistente en la aplicación de valores numéricos a cada una de las letras griegas o hebreas) se puede afirmar que el número 153 se correspondería con Magdalena, la esposa de Cristo, en tanto que esa multitud de peces simboliza a las energías que se fusionan con el Esposo, el Cristo.
La parábola identifica a la ‘noche’ con los tiempos de oscuridad respecto de la conciencia, mientras que ‘la mañana’ representa todo lo contrario, el proceso actual.
Los discípulos congregados en esta escena de la playa son: Pedro, María, Natanael, Tomás, Santiago y Juan de Zebedeo y un séptimo anónimo. Si tomamos los 154 peces (le hemos sumado el que Jesús ya ha puesto en el fuego) y los dividimos entre los invitados al desayuno tenemos como resultado el número maestro 22. El santoral de Magdalena es el 22 de julio, día en el que, por cierto, desde hace cientos de años se lee en las iglesias cristianas, el fragmento antes mencionado del Cantar de los Cantares…
(1)Evangelio de Felipe, Nag Hammadi, logiones 36 y 59.
(2)Juan 19,25-27.
(3)Capítulo 20, versículos 1-11.
(4)Juan 13,23-25.
(5)Juan 18,15-16.
(6)Lucas 24,11-12.
(7)Juan 21,7.
(8)Juan 21,20.
(9)Evangelio de María Magdalena, folio 17.
(10)Evangelio de Tomás, logión 114.
(11)Peter Calvocoressi, La Biblia: Diccionario de personajes, Alianza Editorial (2001)

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