Filipinas tiene una de las economías que más rápido crece en Asia, pero no hay suficientes puestos de trabajo para todos.
De modo que cada año el gobierno enseña a miles de personas las habilidades que necesitarán para obtener un empleo en el extranjero.
Cuando llego a la Academia de Empleadas del Hogar, en Manila, los ejercicios de la mañana ya han comenzado.
Un escuadrón de limpiadoras uniformadas está pasando sus plumeros por cada rincón de la sala de estar. En la cocina los aprendices de cocinero están absortos en los más delicados detalles de la preparación de una ensalada.
La academia parece un plató de telenovelas, cada habitación meticulosamente decorada para imitar el aspecto de una gran residencia.
Bajo las escaleras está un aula llena de viejos y elegantes pupitres escolares. Aquí, los sirvientes toman lecciones de higiene, respeto y finanzas personales, según me cuentan.
El gobierno filipino forma a decenas de miles de empleadas del hogar, choferes, mecánicos y jardineros cada año con el propósito expreso de enviarlos a servir en el extranjero durante un largo periodo de tiempo.
Para el Estado es todo beneficio. Estos exiliados económicos –hay unos 10 millones actualmente- envían remesas de divisas extranjeras, que son vitales en la economía filipina.
Y, por otra parte, el extraordinario éxodo de mano de obra actúa como una válvula de escape para un país que lucha por proveer empleos a una población que crece en más de dos millones al año.
“Estamos orgullosos de lo que estamos haciendo”, me dice María, una de las empleadas en formación. “Somos héroes nacionales”.
Esta fue la primera frase que acuñó la campaña de propaganda del gobierno, y está claro que las 20 jóvenes reunidas en torno a mí, uniformadas y corteses sin mácula, quieren, desesperadamente, que sea verdad.
“No debe ser fácil dejar a sus familias”, les digo.
“No tenemos opción”, responde Evelyn, una delicada chica que no mide más de un metro y medio. “Tengo un bebé en casa, pero no puedo mantenerlo. Con el salario que gane en Kuwait mi madre podrá criarlo”.
Muchas de las otras aprendices asienten con simpatía, casi todas, al parecer, se enfrentan a la perspectiva de separarse de sus hijos durante al menos tres años, posiblemente más. Su realidad será un prolongado servicio en una cultura ajena.
El estado de ánimo en la academia ha decaído. La mitad de estas jóvenes están ahora llorando.
El centro de llamadas del mundo
Junto a las remesas de trabajadores en el exterior, hay un nuevo fenómeno que mantiene a flote la economía de Filipinas.
Es conocido como el «proceso de subcontratación de negocios», que se podría denominar el auge de la economía del centro de servicio de llamadas de atención al cliente.
Cada vez más empresas occidentales trasladan sus operaciones administrativas de bajo costo al país.
“Hemos rebasado a la India”, dice Dyne Tubbs, gerente de la compañía Transcoms, mientras vigilamos a su armada de telefonistas filipinos empleados por una compañía de mensajería de Reino Unido.
Es medianoche en Manila, las cuatro de la tarde en Londres, y los teléfonos están al rojo vivo. Y así será hasta el amanecer.
«Las empresas británicas nos quieren porque nuestro inglés no tiene acento. Los graduados más brillantes de nuestras universidades luchan por conseguir un trabajo aquí. Sólo reclutamos a los chicos más inteligentes. Y cuando acabemos su formación adquirirán hasta el famoso sarcasmo británico», dice Tubbs.
Natalidad disparada
Un tercio de la población filipina tiene menos de 15 años.
El país puede haber encontrado un nicho único en la economía global pero las actuales tasas de crecimiento, aunque impresionantes, no sostendrán a una población que se prevé que se duplique, de los 100 a los 200 millones, en los próximos 30 años.
Ese es el motivo por el cual Jane Judilla puede ser la clave para el futuro económico de la economía filipina. Jane no es una empresaria o una política, es trabajadora de salud reproductiva que pasa sus días en algunos de los barrios más miserables de Manila.
Gracias a una ley impulsada por el gobierno el año pasado, ahora tiene permitido ofrecer a los filipinos pobres el libre acceso a los preservativos, la píldora anticonceptiva, incluso la esterilización a las mujeres que lo deseen.
La Iglesia católica, que tiene la lealtad de un 90% de los filipinos, luchó contra la iniciativa con uñas y dientes, pero fracasó. Judilla me presenta a Sheralyn Gonzales, una pálida mujer de 30 años que tiene 10 niños y otro en camino.
Pregunto a Gonzales si ella es feliz. «Seré feliz cuando haya tenido al bebé y consiga ser esterilizada», dice.
«Mi hijo mayor abandonó la escuela, y apenas podemos permitirnos el lujo de educar a los demás. Yo les digo a mis hijos que tengan dos hijos y que después utilicen métodos anticonceptivos». Si la próxima generación de Gonzales sigue su consejo el futuro de su país será prometedor. Si no es así, decenas de millones de jóvenes filipinos pueden encontrarse atrapados en una trampa de pobreza, dependientes de un empleo en el extranjero como única vía de escape.
Algo de España les quedó a los filipinos.