Una colaboración de Francisco de Sales es el creador de la web www.buscandome.es
En mi opinión, andamos bastante confundidos en esto de poner límites a los otros, y, en general, consentimos más de lo que sería adecuado.
El inconveniente de esto es que el hecho de no marcar los límites necesarios es algo que se vuelve en nuestra contra y acabamos siendo perjudicados por nuestra actitud.
La corrección –para con los otros, pero no para con uno mismo-, la “buena educación” –pero mal aplicada-, o el “amor al prójimo” –pero mal entendido-, son razones que utilizamos –consciente o inconscientemente- para ser demasiado condescendientes.
En muchas ocasiones cuesta decir “no” –cuando lo que realmente se quiere decir es “no”-, o decir “sí” -cuando lo que realmente se quiere decir es “sí”-, y decir lo contrario de lo que realmente se desea, de lo que sería conveniente y satisfactorio para uno, es, en la mayoría de las ocasiones, el disparadero de una retahíla de auto-reproches y de un estado de mal humor o de mucha rabia… para consigo mismo.
Todos conocemos un dicho: “los derechos de los demás terminan donde comienzan los míos”. Así. Tan rotundo. Tan claro. Tan cierto.
Yo también tengo derechos y no debo permitir que sean avasallados por los demás. Salvo en el caso de que SEA UNA DECISIÓN PROPIA, DESEADA VOLUNTARIA Y CONSCIENTEMENTE, en cuyo caso ya no es avasallamiento.
Si dejo que abusen de mí, de un modo sumiso, obligatoria e indeseadamente resignado, eso va a afectar a mi autoestima, a mi dignidad, y a mi relación conmigo.
Sentiré una frustración oprimente, una sensación de desprecio hacia mí como persona –por mi parte y por parte de los otros-, y la impresión de una falta de respeto a mi libertad de decisión y a mis derechos humanos.
Me quedaré mal. Y SOY YO quien se quedará mal. NO EL OTRO, SINO YO. Me quedaré mal conmigo mismo por algo que me ha venido de fuera y sólo es útil para el otro.
Yo estaba bien hasta que viene alguien que me solicita algo que es bueno para sus intereses –pero no para los míos- y para satisfacer y beneficiar al otro me tengo que perjudicar yo. Error. Porque eso se somatizará en forma de depresión, dolores de cabeza, úlceras, etc.
Absolutamente injusto.
Y uno ha de respetarse y salvaguardarse en lo posible de todo aquello que le vaya a afectar negativamente.
Y no estoy proponiendo la insensibilidad hacia las necesidades de los otros, ni el “no” siempre y como norma, ni el egoísmo como bandera. Estoy proponiendo sopesar las cosas y valorar también la postura o posición de uno frente a los otros. Tasar en su justa medida cada caso.
Conocemos la anterior frase de nuestros derechos pero no aplicamos su contenido. Y nuestros derechos son tan respetables como los de los otros. Nuestros derechos tienen tanto valor como los derechos de los otros.
Una oposición o una negativa bien explicada, con tacto y prudencia, es como decir: “Tengo derecho a ser yo mismo”. Tengo derecho a no hacer lo que no me apetece hacer o lo que me va a perjudicar.
No es nada malo poner límites a nuestra generosidad y nuestra tolerancia.
La abnegación, cuando es involuntaria, se convierte en sumisión y servilismo.
Aceptar una propuesta de otro ha de ser, siempre, un acto voluntario.
Decir no, cuando se desea decir no, es respetarse. Es dignificarse. Es un acto de amor propio.
ES CONVENIENTE REVISAR NUESTRA DECISIÓN…
Cuando la petición que nos hacen es desconsiderada e irrazonable.
Cuando va en contra de nuestros principios éticos.
Cuando es algo que el otro puede hacerlo por sí mismo pero nos lo solicita por su propia comodidad.
Cuando se interpone en nuestras prioridades, o si por ello tenemos que renunciar a algo que para nosotros es importante.
PARA DECIR «NO», CONVIENE…
Decirlo enseguida, antes de que el otro se haga ilusiones y cuente con un sí.
No es obligatorio tener que justificar nuestra decisión, ni hay que inventarse mentiras o excusas.
Decirlo sin ira. Usar la dulzura y la asertividad.
Si es posible, ofrecer una alternativa.
Recuerda esto: la caridad bien entendida empieza por uno mismo.
Te dejo con tus reflexiones…
Gracias