«Desde el reino mineral hasta el reino humano, y más allá, a través de las jerarquías angélicas hasta Dios, la vida se manifiesta con una intensidad y una sutileza crecientes. Lo que diferencia a las criaturas entre sí, es la intensidad de las vibraciones que animan las partículas de su ser. Por eso puede decirse que su evolución se mide en función de la intensidad de su vida. Hasta que no han comprendido esta verdad, los humanos viven al ralentí: sus pulmones, su hígado, su corazón, su cerebro, todo en ellos está estancado, y se encuentran expuestos sin cesar a trastornos físicos y psíquicos. Se parecen a las ruedas que giran lentamente: el barro se pega a ellas.
Cualesquiera que sean el estado y las condiciones en las que os encontréis, nunca debéis aceptar la inercia. Aunque estéis extenuados, impedidos, enfermos, tratad al menos de hacer un gesto, de dar un paso. Y si esto os resulta verdaderamente imposible, tenéis el pensamiento para imaginar que os desplazáis y que actuáis exactamente como antes. Diréis que cuando estamos inmovilizados el pensamiento no es un gran recurso. Os equivocáis: el trabajo del pensamiento, de la imaginación, despeja el camino, traza un surco creando así las condiciones favorables para un posible retorno de la actividad.»
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