¿Y, acaso, no es superior aquel que cura el alma, que es más que el cuerpo?
Paracelso
Uno de los objetos emblemáticos –y hasta secularmente hieráticos– de nuestra época es la pastilla, la solución más sencilla posible para nuestros problemas. No hay nada más fácil que tomarse una pastilla, un principio activo encapsulado para hacer que cualquier malestar sea neutralizado; podemos confiar pasivamente en su operación milagrosa. No tenemos que hacer nada, sólo dejar que esa blanca panacea actúe en nosotros. La situación más representativa es esta: una persona siente un dolor, ni siquiera sabe bien cuál es la causa de ese dolor, pero antes de sufrirlo o averiguar su causa y significado opta por una pastilla. Se la toma y posiblemente se va a dormir; espera que al día siguiente ya no sienta el dolor y se olvida. Otra situación, igualmente común: una persona va con un médico y le describe una serie de síntomas; el médico decide recetarle una serie de medicamentos estándar para la condición que describe, quizás sabiendo que no recetarle nada a un paciente y recomendarle cosas como dietas o ejercicios ante de iniciar un tratamiento agresivo, si bien puede ser mejor a largo plazo, no quitará el dolor inmediato que el paciente reclama sea suprimido, y consciente también de que su autoridad y el halo de sabiduría que proyecta está fundamentado en cosas concretas –el paciente se debe llevar algo, necesita materializar su consulta y creer que tiene una solución al alcance que no depende del ejercicio de su voluntad.
Es emblemático de nuestra época pero quizás, también sintomático –literalmente, nuestro abuso de confianza en las “pastillas” nos está produciendo todo tipo de síntomas. No hay duda de que sociedades como la estadounidense viven en un estado de sobremedicación y el paradigma de la salud en Estados Unidos es copiado en muchas partes del mundo. Hace algunos años se detectó que la tercera causa que más contribuía a la muerte en Estados Unidosera precisamente el tratamiento médico. Otro estudio encontró que 6.5% de las personas que son internadas lo son por los efectos secundarios de medicamentos. Evidentemente algo estamos haciendo mal cuando nuestro esfuerzo por curarnos nos está enfermando más. Esa ubicua pastilla blanca que es la solución más sencilla posible, no es del todo inofensiva, incluso cuando se trata de suplementos “naturales” que supuestamente no tienen efectos secundarios. Me atrevería a decir que incluso cuando estas pastillas son poco más que placebo –como ocurre con la mayoría de los suplementos– es la práctica misma de depositar todo el poder de sanación en una pastilla o en otra persona –y confiar ciegamente en “la ciencia” y en “los expertos”– la que nos está enfermando.
La revista New Scientist le dedica un número completo a este problema que es urgente ya en países como Estados Unidos y que merece que consideremos seriamente una reforma o un cambio de paradigma sustancial en la salud pública y su relación con la industria farmacéutica. Un sondeo reciente en Inglaterra mostró que 50% de las mujeres había tomado un medicamento de prescripción la semana pasada y 25% había tomado tres. “Estamos viendo un dramático incremento en la dependencia a medicamentos para resolver todos nuestros problemas”, dice Clare Gerada, directora de Médicos Generales del Royal College de Inglaterra. “Hay una fuerte tendencia a buscar enfermedades antes de que ocurran, y las empezamos a tratar ‘sólo por si acaso’”. Las consecuencias de tomar medicinas para males que todavía no se presentan y anegar cualquier enfermedad a su primer asomo hace, según Gerada, que no sea inusual que muchas personas tomen hasta 15 medicamentos al día. “Me sorprende lo poco que las personas se quejan del número de medicamentos a los que están sometidos. Hasta hace 1 década, las personas llegaban y cuestionaban si en realidad los necesitaban en un principio”. Una pregunta que quizás deberíamos hacernos frecuentemente: ¿realmente necesitas tomarte esa pastilla?, ¿realmente hace mejor tu vida? Es posible que sólo la haga más fácil por el momento, pero no por mucho tiempo. Por otro lado, aunque parezca difícil, la mayoría de las personas descubre que está mejor cuando deja de tomar medicamentos y además recobra su estado de ánimo y su autoconfianza al notar que es capaz de curarse sin agentes externos.
Klim McPherson, un epidemiólogo de la Universidad de Oxford, analiza el sistema médico global y señala que los doctores se concentran tanto en los beneficios clínicos de los medicamentos que descuidan los diferentes efectos que pueden tener en los pacientes. “Es un brazo benigno del paternalismo. No piensan en lo que significa tomar un medicamento por el resto de tu vida”. Y es que tomar un medicamento suele incrementar la probabilidad de que luego tengas que tomar otro. McPherson parece detectar también el aspecto un tanto deshumanizado de la medicina moderna, en la que los médicos se convierten solamente en especialistas técnicos que tratan enfermedades y no enfermos, tratan órganos y pedazos del cuerpo y no seres humanos integrales y se remiten solamente a sus aparatos, a sus fármacos y a sus protocolos y no se involucran con los pacientes ni buscan métodos alternativos e incluso imaginativos para tratar enfermedades.
La edición especial de New Scientist dedicada a la sobremedicación y los efectos secundarios de los medicamentos que consumimos, detecta inquietantes efectos secundarios del consumo de los suplementos de testosterona que toman más de 2.3 millones de hombres en Estados Unidos (y millones más en suplementos para aumentar la libido, que no son reportados). El uso excesivo de la píldora anticonceptiva también es alarmante ya que se han encontrado diversos efectos colaterales, incluyendo daño cerebral. No menor es la preocupación que genera la enorme popularidad de las estatinas usadas para bajar el colesterol, medicamentos que han sido ligados a numerosos efectos secundarios, incluyendo riesgo de diabetes. Otros ejemplos notables de serios efectos secundarios y farmacodependencias pueden ser observados en el consumo de antiácidos, laxantes (los cuales incluso pueden producir daños neuronales) y analgésicos; el abuso de antibióticos podría ser el problema más serio de salud en las siguientes décadas. Incluso la siempre pensada inocua aspirina, que toman 40 millones de personas todos los días en Estados Unidos, parece tener ciertos riesgos para la salud (si bien también tiene varios beneficios).
Ni la pastilla roja, ni la pastilla azul
La única libertad a nuestro alcance: el autoconocimiento.
Octavio Paz
Evidentemente, tomar un medicamento puede salvar la vida o mejorar drásticamente la calidad de vida de muchas personas. Sin duda muchas, pero seguramente no la mayoría o un importante porcentaje de las personas que toman medicamentos a mediano y largo plazo podrían evitarlos y así mejorar también drásticamente su calidad de vida, e invertir en su propia salud y hasta en su economía. No analizaremos aquí el jugoso negocio que representa para las farmacéuticas la cronificación de las enfermedades o el estrecho vínculo que tienen estas transnacionales con los lobbys de salud pública y con los médicos (lo que hace que tengan listo el bolígrafo en todo momento para recetar los fármacos que las farmacéuticas obsequiosamente empujan para que sean promocionados). De esto hay incontable evidencia. Mi interés es sólo llamar la atención a la posibilidad, aunque parezca remota, de que consideres, si es que tomas medicamentos y recurres frecuentemente a sustancias químicas para paliar tus achaques o mejorar tu desempeño, que existen otras opciones y que casi siempre lo que puedes conseguir a través de medicamentos e incluso suplementos lo puedes conseguir comiendo y haciendo diversos ejercicios, especialmente alguno que permita controlar y dirigir tu respiración. Incluso uno no debería desestimar, si está enfermo, dedicar su vida a la salud (a curarse a uno mismo y a los demás), como el caso de Marsilio Ficino, el gran intelecto detrás del Renacimiento florentino, quien se habría ordenado como médico sacerdote después de sufrir una crisis depresiva. Claro que esto toma más tiempo y requiere que dediques buena parte de tu energía e interés a cultivar tu salud, a investigar y a poner en práctica tus conocimientos para crear una disciplina (¿pero acaso hay algo más importante?). No se trata de declarar desierta la industria médica (aunque algunas personas consideran que la realidad es que el sistema de la medicina moderna está terminalmente enfermo), o de creer que se puede obtener el conocimiento que tiene un un médico simplemente leyendo un par de libros de dietas o artículos en internet. Por eso se plantea como fundamento de este acercamiento a tomar control de tu propia salud no consumir fármacos, en la medida de lo prudente ni siquiera vitaminas y suplementos (o, en caso de ser necesario, por qué no aprender a hacer tinturas, extractos y autocultivo); el primer paso es seguir la máxima del padre de la medicina occidental, Hipócrates, el juramento de “Primero no hagas daño” (Primum non nocere). El otro eje fundamental de este acercamiento es preguntarte por las causas, no darle tanta importancia a los síntomas, más que como información que puede llevarte a la causa de tu enfermedad, la cual muchas veces está en una conducta o en un hábito físico y mental que puedes aprender a evitar. Esto significa probablemente no suprimir los síntomas para que puedan comunicar la razón de su existencia. Si tus síntomas no son muy graves, puedes tomar este camino largo, tratando de introducir la menor cantidad de variables y riesgos.
Se puede tomar este principio rector incluso recurriendo a tratamiento médico, es decir, buscar siempre primero alternativas de tratamiento que no involucren el consumo de fuertes fármacos o procedimientos invasivos. Puede suceder que no atacar una enfermedad con medicamentos desde un principio pueda ser contraproducente; siempre existen riesgos, por esto se requiere cierta madurez, cierta inteligencia, cierta capacidad de discernimiento a veces difícil de tener, especialmente cuando se está enfermo, y es que la enfermedad suele afectar a una gran cantidad de sistemas y órganos– y es difícil por eso mantener la lucidez–, aunque para la medicina occidental moderna sólo esté focalizada en una parte y por lo tanto supuestamente puede ser tratada sin afectar otros sistemas y órganos. Sin embargo, tomar medicamentos casi siempre es más riesgoso que no tomarlos, especialmente cuando se utilizan estos medicamentos solamente para tratar los síntomas y no las causas de una enfermedad; se forman fácilmente dependencias. Dicho esto, los beneficios de lograr tomar control de la propia salud son considerables, sobre todo porque esto suele producir una transformación integral en el individuo. Notar que es uno el que se cura, que su intención ha logrado materializarse y actuar sobre el cuerpo (en la alianza no dual entre la mente y el cuerpo) es altamente satisfactorio; descubrir que, inversamente a cómo la tensión y el estrés agravan nuestro malestar, existe también un efecto de autosanación y un aprender a estar sanos. El cambio se derrama holísticamente. No es menor tampoco el hecho de descubrir que nuestra salud depende de nosotros y que somos responsables de lo que nos sucede; si bien hay accidentes y sucesos incontrolables, la forma en la que los asimilamos y experimentamos depende de nosotros y eso es a fin de cuentas la verdadera salud: la propia salvedad. En este sentido, la verdadera salud no es la negación de la enfermedad, es un arte de vivir con la enfermedad y un desarrollo de la voluntad, apoyado en una piedra angular: el autoconocimiento.
Twitter del autor: @alepholo
http://pijamasurf.com/2015/05/vivimos-en-un-mundo-en-el-que-las-medicinas-que-tomamos-nos-enferman-no-sera-mejor-dejar-de-tomarlas/