Lo destierro y expulso del momento presente y cotidiano, del momento futuro y de todo cuanto amo.
Tenaza y amarra que sujeta libertades de la mente y del alma, libertades.
Enemigo huidizo que quedarse quiere para siempre y que siempre deploramos.
Miedo. Cadena de cadenas.
Miedo a perder, a ganar, a subir, a bajar, a ser y dejar de ser, a tener y no tener, a morir o perecer, a servir o ser servido…
Miedo es lo que nos aleja de nosotros mismos, de la eternidad contenida en un segundo y de lo que contiene el mayor de los disfrutes al andar por el mundo vestidos de carne y huesos: ver el sol levantarse y perderse por el horizonte.
Así de fácil y sencillo. Y entre medias: llorar y reír, reír y llorar, hablar y cantar, decir poesía y escribirla…, traer hijos al mundo y enseñarlos a volar. Verlos volar y hacer su vuelo propio no tu propio vuelo. Acunar sueños y acariciar amapolas en primavera. Vivir como atardeceres que contemplan amaneceres, albas vestidas de aurora que florecen a mediodía y se dejan besar por la luna llena.
Y así, soñar viviendo, volar andando, volar en sueños, vivir despiertos. Pero volar. Alzar el vuelo y ver el mundo terrenal como es, sin miedo: un río de luces y sombras. Un río. Y nosotros, finita infinitud, estelares de roca.
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