Fundamentalismo: Islamismo, Judaísmo y Cristianismo (Al Borde de una nueva Edad de las Tinieblas)

Al borde de una nueva Edad de las tinieblas: Reinventemos la Ilustración

Por: Anahí Seri
Bien entrados ya en el siglo XXI, cuyas campanadas se prolongaron hasta el 11 de septiembre de 2001, el término «fundamentalismo» se asocia, sobre todo, con el adjetivo «islámico», y hay buenas razones para ello. Pero muchos no son conscientes de la enorme fuerza que tienen las corrientes fundamentalistas también dentro del judaísmo y el cristianismo. Valga un ejemplo anecdótico para el primer caso: en marzo del año pasado (2006), el rabino sefardí Mordechai Eliyahu, antiguo rabino jefe, promulgó un edicto en el que instaba a los padres a desfigurar o desmembrar los muñecos y peluches de sus hijos para no violar la prohibición bíblica de posesión de ídolos. Había que amputarles una pierna o un brazo, o al menos quitarles un ojo o una oreja.


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Las iglesias cristianas no suelen llegar a extremos tan estrambóticos, al menos aquí en España. La Conferencia Episcopal, concretamente, hila mucho más fino, empleando expresiones altisonantes como la «dignidad humana inviolable». Dignidad que, sin embargo, se le niega al enfermo de distrofia muscular que desea poner fin a una vida llena de sufrimiento. Curiosamente, para la iglesia católica tiene más valor un embrión de seis días que un niño de tres años aquejado por una enfermedad incurable que podría salvarse si su madre trajera al mundo a un hermanito histocompatible; la pega es que para que nazca ese hermano hay que descartar unos cuantos embriones.
En un sentido estricto, no se puede decir que los obispos que promueven esas ideas sean fundamentalistas; no se trata de una interpretación literal de la Biblia, pues nada se dice en las sagradas escrituras sobre los humanos no nacidos, o sobre los medios técnicos con los que la medicina actual es capaz de alargar la vida. Tal vez sería más correcto hablar de integrismo. El mayor reproche que se le puede hacer a la actual iglesia católica es el de no acatar la separación entre el poder terrenal y el divino e intentar inmiscuirse en asuntos que sólo incumben a la sociedad civil.
Donde el fundamentalismo más literalista campa a sus anchas es, por supuesto, en EEUU. Hace poco más de un año, en el estado de Pensilvania hubo que acudir a un juez para que dirimiera la cuestión de si se podía obligar a los profesores de ciencia a hablar del «diseño inteligente» (que no es más que una nueva versión, ligeramente maquillada, del creacionismo). Por fortuna, el juez dictaminó que la enseñanza del diseño inteligente era inconstitucional. Pero los intelectuales estadounidenses están muy preocupados por el cariz que está tomando la situación, la amenaza que se cierne sobre la ciencia. Se habla de situación de emergencia. Algo se está moviendo, pues hay varios libros críticos con el fenómeno religioso que se están vendiendo sorprendentemente bien: The God Delusion, del biólogo Richard Dawkins, Breaking the Spell, de Daniel Dennett, o Letter to a Christian Nation, de Sam Harris, ambos filósofos. Los ateos están empezando a «salir del armario» en un país donde ningún candidato a un cargo político se atrevería a confesar que no cree en Dios. Stuart Kauffman, físico y biólogo, plantea una nueva espiritualidad en un artículo titulado Más allá del reduccionismo, la reinvención de lo sagrado: él cree en un Dios no personal, no teísta, algo así como el «ser supremo» de Robespierre. Pero tanto los agnósticos moderados como los ateos más combatientes se ven hermanados en un combate por la ciencia y el humanismo. Hay que reavivar el espíritu de la Ilustración para evitar que nos precipitemos en una nueva Edad de las tinieblas.

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