La extinción de la megafauna del Cuaternario tardío ha sido un «tema candente» de la investigación y muy debatido ya desde la época de Darwin, pero especialmente desde la década de 1960, cuando Paul Martin encendió el debate con su teoría de la exageración prehistórica. Dada su relevancia, el tema ha tenido cada vez mayor repercusión en los últimos diez años, el más reciente evento de extinción paleontológica, es algo que nos concierne a todos debido a la pérdida de la biodiversidad.
Aunque a veces se describe como una «extinción masiva»,por sí mismo, el evento del Cuaternario tardío no se compara con las grandes extinciones de un pasado lejano, como el caso de finales del Pérmico, donde se estima que el 90% de las especies se extinguieron, o la del Cretácico-Terciario (K/T), con un 75%; ambos diezmaron múltples grupos de animales y plantas marinos, terrestres y biomas de agua dulce. El evento del Cuaternario tardío, por el contrario, sólo afectó a los grandes mamíferos (en general se define como a los adultos que superaban los 44 kg. de masa corporal), aún así, con las mayores pérdidas de este grupo (alrededor del 70% de las especies americanas y el 90% de las australianas), el número de especies que se perdió fue menos de un millar, aproximadamente un 0,01% de la biodiversidad mundial total.
Sin embargo, como Sharon Levy argumenta convincentemente, en su excelente libro, «Once and Future Giants«, el impacto de este evento, al menos desde el punto de vista humano, es mucho mayor de lo que estas cifras sugieren. Los efectos ecológicos sobre muchos ecosistemas terrestres ha sido profundo, la biomasa perdida ha sido reemplazada por los humanos y sus animales domésticos. Algunos autores van más allá y sugieren que la extinción de la megafauna, sabiendo ahora el papel que ha jugado a lo largo de los últimos 40.000 años, representa el acto de apertura de un exterminio en curso, la diezmación antropogénica de la biosfera, que pueden acabar en una extinción en masa que rivalice con las del pasado geológico.
El esquema básico del debate ha cambiado poco en los últimos 50 años, aunque ahora tenemos muchos más datos y una mayor variedad de sofisticadas herramientas a nuestro alcance. La idea clave de Martin, en la que a dicha extinción se sigue la propagación de los seres humanos por todo el mundo, se mantiene prácticamente intacta: primero Australia, en algún momento alrededor de hace 50 a 40,000 años, luego de las Américas, entre 14 a 12,000 años, y en los últimos 2.000 años, la fauna de las islas como Madagascar, Nueva Zelanda y las Indias Occidentales, que fueron colonizadas por los humanos. Sin embargo, con el detalle que se estudian las extinciones, con la ayuda de la datación por radiocarbono y otros medios, podemos ver que la situación es más compleja. Los opositores al punto de vista de Martin suelen citar mucho el cambio climático, durante la última edad de hielo y el tránsito al actual período interglaciar, como clave para la extinción, gracias a un detallado mapeo de los cambios de clima y vegetación, y la respuesta de las especies de mamíferos a los cambios de rango importante, junto con las frecuentes y serias recesiones que amenazaban su supervivencia. Una cosa está clara, y es que la extinción de especies diferentes no siempre han estado sincrónizadas en una región determinada, de forma que, probablemente, se relacionan con su propia ecología individual. Sin embargo, como los proponentes de la exageración siempre han señalado, los anteriores ciclos climáticos de edad de hielo no dieron lugar a grandes extinciones. En los últimos años se ha visto un crecimiento, aunque no universal, y este consenso une hasta cierto punto sus perspectivas: el papel humano en la extinción pudo haber sido crítico, pero sólo porque la reducción de las poblaciones de grandes mamíferos se intensificó, y se quedó fragmentado por los efectos del cambio del clima natural y la vegetación.
Levy, en su libro, se ocupa de todas estas cuestiones con una lectura fácil y perspicaz. Ella ha entrevistado a muchos de los investigadores principales, especialmente de América del Norte y Australia, y ofrece una información precisa, actualizada y bien referenciada de su trabajo, desde la alimentación de las esporas de los hongos de estiércol como marcador de la megafauna, o los colmillos en anillo de los mamuts para la estimación de las variables de la historia de vida, hasta la modelización informática de la caza de los humanos prehistóricos, y también, del ADN antiguo que permite estimar el cambio de tamaño en las poblaciones primitivas. Su enfoque es refrescante y equilibrado, explicando las fortalezas y debilidades de cada modelo, sin tomar partido por una u otra teoría.
El otro punto fuerte del libro es que proporciona, de la manera más convincente posible, una relato integrado de la extinción de la megafauna pasada, el impacto de estas pérdidas sobre el mundo moderno, y la situación actual y la conservación de los grandes mamíferos a nivel mundial. También escribe la influencia de los aborígenes australianos sobre la megafauna, que en un primer momento, posiblemente contribuyó a la extinción, y aún más recientemente, el mantenimiento de los ecosistemas y la biodiversidad a través de las prácticas de gestión de la tierra, siendo sustituida ahora por la política oficial, si cabe, aún más dañina. Al otro lado del mundo, los efectos de la caza comercial y el calentamiento global del Ártico sobre la megafauna, como las ballenas y los renos, se ven poderosamente relacionados con los efectos no sólo sobre las propias especies, sino también sobre los pueblos indígenas que antes (y de forma sostenible) los explotaron.
En la discusión, no son menos sensibles y equilibradas las propuestas más recientes de «re-wilding» [conservación a gran escala] de las regiones depauperadas de grandes mamíferos, debido a la extinción del Cuaternario tardío y la intervención humana más reciente. Casi ningún ecosistema de la Tierra es realmente «salvaje» en el sentido de no estar afectado por la actividad humana, y tenemos que trabajar en esta situación, incluyendo la coexistencia e introdcción de especies nativas, en la conservación del mundo natural. Los experimentos en el norte de Siberia y Groenlandia, con la reintroducción de caballos y bueyes almizcleros en sus territorios antiguos, indican que el pastoreo puede convertir el hábitat de una tundra húmeda en uno más seco, en terrenos con una hierba más parecida a la del Pleistoceno superior, y así ayudar a mitigar los efectos del calentamiento climático en la erosión del medio ambiente de permafrost. Mucho más controvertida es la propuesta de introducción de especies exóticas en las Grandes Planicies de América del Norte, como elefantes y camellos para «reemplazar» especies análogas, como el mamut y los camélidos de América del Norte extinguidos. Levy traza una accidentada historia de forma más o menos intencionada de las especies exóticas introducidas, como el dingo y el dromedario en Australia, o caballos salvajes en América del Norte, cuyo control pueden plantear problemas importantes, ya que no son parte de una comunidad ecológica equilibrada. Sin embargo, la introducción de poblaciones sin límites de grandes depredadores, como los leones, en el interior de América del Norte se entiende que es políticamente poco realista.
Incluso con la clonación y ADN antiguo, no recuperaremos una megafauna que ya hemos perdido. Pero la comprensión de las causas de esta pérdida y su impacto en nuestro mundo, así como el afán de mantener los grandes mamíferos que quedan, tal como Levy argumenta de forma clara y convincente, son fundamentales para nuestra propia supervivencia como especie.
- Referencia: PLoSbiology.org, 1 noviembre 2011, por Adrian M. Lister
- Libro e Imagen: Sharon Levy (2011) «Once and Future Giants: What Ice Age Extinctions Tell Us About the Fate of Earth’s Largest Animals». Oxford University Press USA. 280 p. ISBN-13: 978-0195370126 (hardcover). $US24.95. Doi:10.1371/journal.pbio.1001186.g001 .
- Autor del artículo: Adrian M. Lister es investigador de Paleontología en el Museo de Historia Natural de Londres. Es autor de «Mammoths: Giants of the Ice Age» (3rd edition 2007, with Paul Bahn) y «Evolution on Planet Earth: The Impact of the Physical Environment» (2003, with Lynn Rothschild).
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