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Antes de que fuera un adolescente, Nim ya se había pegado sus juergas. El clima de libertad en el que estaba siendo criado –en el seno de una familia hippy de la costa este en los años 70- había modificado su condición. Poco antes de que el experimento diera un giro radical, Nim había probado algunas drogas, fumaba e incluso se le podía ver con cierta frecuencia bebiendo alcohol. Fue tan solo una de las muchas etapas que vivió Nim Chimpsky, el mono que quisieron convertir en humano.
Hace unas semanas contábamos el relato de Gua, el chimpancé que vivió como si fuera un hijo natural de la familia del psicólogo Winthrop Kellogg. Ocurrió en los años 30 y se trataba del primer experimento que se aventuraba en la idea de investigar la distancia que nos separa a los humanos de los animales. El resultado, como en la mayoría de casos de este tipo, resultó terrible, no sólo para la propia Gua, también para el hijo del psicólogo, quién acabó siendo otro damnificado de los estudios de su padre.
Tras Kellogg se fueron sumando otros experimentos muy parecidos, tanto en la ejecución como en el triste resultado. Luego llegaría una corriente lingüística para refutar lo aprendido anteriormente, y tras esta, el proyecto Nim como desafío al mismo.
Y como en el caso de Gua, la propia historia y el relato de los hechos dejaría bastante claro el (sin)sentido del mismo.
De Chomsky a Chimpsky
A finales de la década de los 50 aparece la figura del profesor del MIT, filósofo y lingüista estadounidense Noam Chomsky para darle un vuelco al campo de la lingüística teórica. En esencia, el profesor atacaba directamente a los presupuestos centrales de la psicología conductista, hasta ese momento santo y seña en psicología.
De esta forma, lo que hasta entonces se daba por válido cuando se hablaba de la adquisición del lenguaje -el aprendizaje y la asociación- se encuentra de frente con la propuesta que postula Chomsky. Una revolución que rezaba que nuestro lenguaje era posible por un dispositivo cerebral innato (que llamó el “órgano del lenguaje”) gracias al cual podemos aprender y utilizar el mismo lenguaje de forma casi instintiva.
Chomsky postulaba la existencia de la gramática universal y define lagramática generativa. La primera es aquella que afirma que subyacen determinados principios a todas las lenguas naturales, principios innatos dentro de la condición humana. Por tanto, con su teoría partimos de la idea en la que un niño tendría tal capacidad.
La segunda es aquella que el profesor denomina como el conjunto de reglas innatas que permiten traducir combinaciones de ideas a combinaciones de un código; por ejemplo el hecho que un niño sea capaz de forma innata de transformar la gramática universal en una particular de la lengua que el crío escucha a su alrededor.
Y si tras el conductismo apareció Chomsky, tras el filósofo apareció la figura del doctor Herbert Terrace para intentar tirar por tierra las teorías de Chomsky. Así daba comienzo el proyecto Nim bajo una simple premisa: ¿puede un chimpancé aprender el lenguaje humano?
El proyecto Nim
Unos años antes de que apareciera el trabajo de Terrace se había producido un experimento con el chimpancé Washoe. En este caso se trataba de enseñarle al animal el Lenguaje Americano de Signos, aunque una versión más básica y reducida. Los resultados fueron todo un éxito y quizá por ello Terrace quiso ir un paso más allá.
El Proyecto Nim partía de la base utilizada con Washoe, aunque haciendo uso de las técnicas experimentales más a fondo. Según Terrace y sus colegas, dado que el 98,7% del ADN en los seres humanos y los chimpancés es idéntico, un chimpancé criado en una familia humana con la ayuda del lenguaje de signos podría arrojar luz sobre la posibilidad de que adquiera el lenguaje y la forma utilizados por los seres humanos. Así nació el proyecto, encabezado por el psicólogo y concebido como un desafío velado a la tesis de Chomsky que afirmaba que sólo los seres humanos tienen nuestro lenguaje.
Dicho y hecho. Era el año 1973 cuando Terrace se acerca al Instituto para el Estudio de Primates en Oklahoma y toma una cría de chimpancé de los brazos de su madre. Se llamaba Nim y contaba con tan sólo 10 días de edad. El nombre que adoptó posteriormente, Nim Chimpsky, no es más que un juego de palabras de los propios investigadores, una clara referencia a Noam Chomsky.
Una vez que tenía al animal, Terrace busca una familia con la que llevar a cabo el experimento. El profesor conocía a una alumna suya que tenía el perfil que buscaba: Stephanie LaFarge. Casada con un poeta y con hijos, Stephanie vivía en el Upper West Side de Manhattan bajo el influjo de la época, una familia de hippies que tratarían a Nim como a un miembro más. De hecho, Nim fue amamantado durante los dos primeros meses. La familia no tenía ni la más remota idea de cómo criar a un chimpancé, mucho menos a enseñarle el lenguaje de los signos, pero a Terrace pareció darle igual si con ello eran capaces de convertirlo en un humano libre de ataduras. Según explicaría Stephanie:
Nim necesitaba pañales y le daba el peño a diario. Sí, era raro porque era un chimpancé, pero al mismo tiempo hubo una especie de normalidad sobre él desde el principio, como si fuera una más de la familia desde el mismo momento en que llegó.
Mientras que los niños del matrimonio iban a la escuela, Nim acudía a una clase especial en la Universidad de Columbia. Allí se reunía con los investigadores para aprender el lenguaje de los signos. El objetivo que estos tenían era abrir una ventana a los pensamientos de Nim y ver si podía desarrollar habilidades del lenguaje real.
El problema llegaba cuando volvía a “casa”, ya que el desorientado chimpancé convivía en otra realidad, con los LaFarge tratándole como a un humano más. Nim llegaba y como los hijos naturales de los LaFarge, se ponía a jugar con el resto de críos de la casa. Sin embargo, las fiestas adultas en la casa también lo eran para el chimpancé, quién en esta época probó con frecuencia el alcohol, los cigarros e incluso el cannabis.
Las “aventuras” del chimpancé se hicieron públicas saltando a la primera plana de medios como la revista New York, o la especializada en el cannabis High Times, incluso llegó a tener una aparición en el mítico programa Sesame Street.
Pero la libertad que le fueron ofreciendo los LaFarge se tornó en unas actitudes por parte de Nim cada vez más violentas. A medida que fue pasando de la pre-adolescencia a la adolescencia, Nim se volvió más agresivo y nadie sabía qué hacer. Según explicaría Stephanie:
El problema llegó cuando comenzó a morder. Eso era un gran problema, y si bien a mis hijos podía enseñarles a no hacerlo, con Nim todo era más difícil y no veíamos que fuéramos capaces de controlarlo.
Así fue como la familia se puso en contacto con Terrace para comunicarle que no continuarían con el experimento. El doctor no tenía la intención de abandonar el trabajo que había llevado hasta ahora, incluso aunque el mismo no tuviera visos de llegar a una conclusión satisfactoria (Nim apenas sabía decir alguna palabra).
Terrace recogió a Nim y lo dejó con unos cuidadores mientras buscaba una nueva ubicación y “familia”. Al final tomó las riendas de su propio trabajo y se fue junto a un grupo de investigadores a continuar los estudios en una gran casa apartada de la urbe. Una época oscura en cuanto al experimento del que poco se sabe más allá de que el animal fue intensificando su violencia. Terrace contaría que fue un espacio en el tiempo donde el animal se fue disciplinando, pero lo cierto es que un ataque de Nim a una de las investigadoras fue el detonante para dar por terminado el intento de humanización del animal.
Tras un periplo de varios años en los que el chimpancé había pasado por varias familias y ambientes, el animal acaba en el lugar donde nació, en el Instituto para el Estudio de Primates en Oklahoma. De esta forma, el chimpancé que se había convertido en una estrella, el mono que se anunciaba como la primera prueba de que los animales podían hablar como los humanos, el mismo que había disfrutado desde su nacimiento de libertad, tanto en el sentido físico (en espacios abiertos viviendo con los humanos), como en el terrenal, llegando a desarrollar hábitos como fumar…. Ese mismo mono volvía a una jaula, despojado de los atributos humanos que le intentaron aprender. Volvía a su propia especie, donde Terrace lo condenaba y lo abandonaba a su suerte.
Y así fue como Nim, apático y con problemas para socializarse con su especie en el nuevo hábitat, encontró a un amigo en la figura de Bob Ingersoll, un estudiante graduado que trabajaba como asistente de investigación en las instalaciones de primates en el instituto de Oklahoma. Según contaría este años más tarde:
Cuando lo vi por primera vez podía leer el miedo y la aprensión a través de su expresión facial y su lenguaje corporal. Fue tremendamente doloroso para él el cambio que había pasado. Estábamos muy preocupados por Nim y pasábamos mucho tiempo con él asegurándonos de que estaba comiendo y bebiendo y que no fuera atacado por otros chimpancés.
A su vez, Ingersoll comenzó a usar el lenguaje de signos con Nim para consolarlo. El joven contaría que el animal nunca fue agresivo con él y que rápidamente se convirtieron en grandes amigos:
Era muy fácil pasar el rato con él. De hecho, creo que él hubiera hecho por mí lo mismo que yo creo que hice por él, que era hacer que se sintiera cómodo, seguro y familiarizado con la nueva situación que le tocaba vivir.
Luego llegarían los primeros paseos fuera de la jaula, espacios que el hombre recordaba compartiendo risas e incluso cannabis, un hábito que no se había separado del chimpancé desde su etapa en Nueva York:
Fumamos hierba con él de vez en cuando. Y es que cuando hacías algo y él no estaba incluido, él lo sabía. Eran los 70 y para ser honestos, él mismo fue el que nos indico con señales que quería, fue una especie de “yo primero”. Nos quedamos impactados . A pesar de que estábamos familiarizados con que los chimpancés podían beber y fumar cigarros, nunca habíamos oído sobre un chimpancé que quisiera fumar hierba. Desde luego, fue una revelación.
Para desgracia de Nim, cuando el chimpancé comenzaba a ver la luz con la ayuda de Ingersoll, el instituto se queda sin fondos y entró en una grave crisis. Una veintena de chimpancés acaban siendo vendidos a la Universidad de Nueva York para ser utilizados en tratamientos experimentales con la hepatitis. Nim fue uno de ellos.
Con la ayuda de Ingersoll acabó salvándose de una muerte segura. Nim terminó sus días en un rancho para animales maltratados en Texas. Fallecía deprimido el 10 de marzo del 2000 a los 26 años de edad tras un ataque al corazón, una muerte prematura para un chimpancé.
Así terminaba la historia de un chimpancé al que un día intentaronhumanizar. Terrace jamás logró sus propósitos refutando la teoría de Chomsky y acabó rendido a una evidencia: lo poco que Nim “aprendió” sobre el lenguaje fue a través del control, no de la comunicación. El chimpancé había aprendido algo, había imitado las respuestas apropiadas en lugar de formar o construir frases.
Quizás el proyecto no fuera tan malo del todo. Desde luego, el propio Terrace tenía razón en algo: Nim abriría una puerta, aunque no en la mente del animal, sino en la del ser humano. Y es que podemos convertirnos en una especie de locos.