Josep Guijarro
Lahij es un pueblo con una sola calle principal situado en la provincia de Ismaylli, en la ladera sur de la Cordillera de Gran Cáucaso y a una altura de 1.211 metros. Es uno de los asentamientos más antiguos de la República de Azerbaiyán. Su milenario acantarillado y sus calles empedradas así lo atestiguan. Los edificios de viviendas antiguas no han cambiado durante los últimos siglos, las plantas bajas de las casas construidas en la calle principal siguen empleándose como talleres y comercios; joyeros, herreros, curtidores y fabricantes de alfombras se dividen el protagonismo de este espacio donde el tiempo parece haberse detenido. Distraigo la mirada en los comercios artesanales. Me paro frente a una especie de broche circular fabricado en cobre que luce en una desvencijada estantería de madera junto a otros objetos de metal. Su diseño me resulta peculiar, extraño y perturbador a la vez: “Æsir” –me espeta un anciano que cubre su cabeza con un peludo sombrero ruso. Entonces no imaginaba lo que iba a lamentar no comprender lo que trataba de decirme aquel artesano que –pobre de mí- creía que quería “colocarme” su creación por unos cuantos manats. Porque sabría más tarde que Æsir (que fonéticamente es muy parecido a azerí, el gentilicio de Azerbaiyán) es como se conoce el origen terrenal de los dioses vikingos. Sí, como lo lees: ¡escandinavos en Eurasia!
Azerbaiyán: ¿La tierra de Odín?
Pero –como digo- no tomaría conciencia de la importancia de la palabra Æsir o Ases (en español) hasta el día siguiente, durante una visita a la iglesia de Kish (o Kiç en azerí). Se trata de un templo de arquitectura albanesa en el Cáucaso, que se erige en lo alto de un promontorio, a las afueras de la localidad de Shaki. Cuando desciendo del destartalado taxi, un viejo Lada de fabricación rusa, advierto frente a la verja de entrada, la presencia de un todoterreno blanco que luce una bandera noruega. Una mujer con la dentadura dorada y un jersey de lana verde se aproxima y se brinda a hacerme de guía. Lleva en sus manos una bandeja con vasos de té que acaban de beber en el jardín los diplomáticos noruegos. Me identifico como periodista y le pregunto intrigado qué hacen aquí. La mujer, entonces, me pone en contacto con Ilhama Huseyinova, directora del museo de la iglesia Kiç. Ella me cuenta que el gobierno noruego financia desde el 2000 una investigación arqueológica encaminada a demostrar que sus ancestros nacieron en Azerbaiyán. Fruncí el ceño.
“Thor Heyerdalh –me explica Ilhama para dar respuesta a mi extrañeza- visitó Azerbaiyán en 1999 y halló una increíble semejanza entre los barcos esculpidos en los petroglifos de Gobustán y las embarcaciones vikingas. Según su investigación –continúa explicando- esta fue la cuna de Odín, quien emigró hacia escandinavia por el Cáucaso, camino del Mar Negro, atravesando Sajonia, Odense en Fionia, la antigua Sigtuna (Dinamarca) para establecerse finalmente en Suecia. Una migración –concluye-, de 31 generaciones.”
En efecto, Heyerdalh pretendía escenificar un relato del historiador sueco del siglo XIII, Snorri Sturluson, perteneciente a la saga Heimskringla, y que versa sobre el origen de las dinastías reales y los dioses precristianos nórdicos. En ella describe al dios Odín y algunos otros dioses nórdicos como si hubieran sido personas reales, que emigraron de zonas colindantes al río Don y recibían el nombre de Æsir.
Ahora maldecía no haberme podido entender con el artesano de Lahij.
-Pero los azeríes –le objeto a la directora- no tenéis ningún parecido con los nórdicos.
“Te equivocas –me interrumpe Ilhama-. La etnia azerí es rubia, tiene los ojos azules y es de constitución alta. De hecho, Heyerdalh encontró en esta iglesia la conexión al hallar en una cripta del siglo I, los esqueletos de dos seres humanos de 2,30 metros de altura”.
A continuación me invita al interior y abre una compuerta desde la que advierto a cierta profundidad la presencia de los restos humanos. Torpemente ajusto la sensibilidad de la cámara y empiezo a disparar. ¿Seres de más de dos metros de altura? ¿Los hijos de los dioses? Increíble.
El proyecto Odín
Las tesis de Heyerdalh fueron expuestas en 2001 en un libro inédito en España. Lleva por título Jakten På Odin (Proyecto Odín) y en él ponía de relieve la similitud de ciertos diseños en broches circulares del Cáucaso (como el que llamó mi atención en Lahij) y los escandinavos. También reparó en las etimologías de ciertas localidades que habrían sido lugares de paso de ese éxodo que situaba en torno al año 60 a. C. Es el caso de Azov, que se asemeja a con el Ashof mencionado en las viejas crónicas y que significaría “templo de los Ases”.
¿Era esa región el lugar donde los Ases y los Vanir (posteriormente deificados) lucharon entre ellos antes de partir al norte? Por si fuera poco, As y Van son términos geográficos que figuran en viejos escritos asirios.
Tras la muerte de Heyerdalh en 2002, tomó el testigo de la investigación su viuda, Jacqueline Beer quien, con la ayuda de los científicos Bjornar y Susilla Strorefjell reforzaron las tesis del tan célebre como polémico antropólogo hallando restos de sacrificios rituales en Kiç.
Sumamente intrigado por estos hallazgos pongo rumbo al sur. Quiero ver con mis propios ojos las embarcaciones “rojas” que Heyerdalh identificó con los barcos vikingos en el yacimiento de Gobustán, patrimonio de la UNESCO.
¿Barcos vikingos en Gobustán?
La Reserva estatal de Gobustán se extiende a 64 Km. de Bakú, la capital de Azerbaiyán. Se localizan allí más de 600.000 petroglifos que representan hombres primitivos, danzas rituales, chamanes, animales, escenas de caza y los misteriosos barcos de remeros que sirvieron de punto de partida a los descubrimientos de Heyerdalh.
El yacimiento es muy diferente hoy en comparación a cuando estuvo habitado por los presuntos “dioses escandinavos”. El nivel del mar Caspio, por ejemplo, estaba 80 metros por encima del actual, convirtiendo el enclave en un poblado costero. El guía no entiende mi insistencia en querer ver los misteriosos barcos en detrimento de otros relieves más espectaculares, o las llamadas Gaval Dash, una suerte de piedras musicales o tamburinos, propias de este lugar, que se utilizaban como instrumento musical para las danzas rituales.
Finalmente accede a acompañarme y, a pocos metros de la entrada, detecto el primero de ellos. La típica proa curvada y rematada por un sol, así como los remos me sobrecogen. ¿Qué antigüedad podían tener estos relieves? Porque, en el fondo –lo confieso-, me sorprendía que compartieran el mismo espacio que las escenas de caza de antílopes o toros salvajes, a los caballos y danzas chamánicas de la Edad del Bronce… ¿Cómo era posible? ¿No era un anacronismo? ¿Un enorme OOPART?
El guía me explica que en Gobustán hay petroglifos con 20.000 años de antigüedad, otros de la edad del bronce y, los más actuales, que se remontan al siglo V a. C. ¿Eran esas embarcaciones de juncos de esa época? Las preguntas se amontonaban en mi cerebro mientras trataba de inmortalizar las distintas escenas de los “hijos de los dioses”.
Separar el grano de la paja
Al llegar al hotel en Bakú no puedo dejar de buscar una conexión a Internet para poder empezar a contrastar la información que poseo. Nada en español, casi nada en inglés y algo en noruego. Y lo poco que hay es polémico y contradictorio. La comunidad científica califica a Heyerdalh de pseudocientífico, a las etimologías de simples coincidencias y de los restos óseos… ni una palabra. Se impone entrar en contacto con Bjornar y Susilla Strorefjell ¿Habrán empleado la genética para conocer el ADN mitocondrial y, con él, saber si coincide con el genotipo nórdico?