¿Luchas por controlar tu mente? Pues, interpretar tus instintos viscerales podrá ayudarte a tomar la decisión correcta.
Se supone que la toma de decisiones había sido ya superado por la ciencia desde hace tiempo. Se inició en 1654, con un intercambio de cartas entre dos eminentes matemáticos franceses, Blaise Pascal y Pierre Fermat. Sus puntos de vista sobre los juegos de azar ponen el fundamento a la teoría de la probabilidad. Y ya en el siglo XX, tales ideas fueron desarrolladas dentro de la teoría de decisión, una elegante formulación muy querida por los economistas y sociólogos de hoy. La teoría de la decisión ve a los humanos como «optimizadores racionales». Dada unas determinadas opciones, sopesamos cada una, considerando su valor y probabilidad, y luego elegimos la que tenga la «más alta expectativa útil».
Con tu experiencia en la toma de decisiones, es probable que hasta aquí ya hayas notado algunos defectos. Hay una idea bastante ridícula de que los humanos son racionales, y la dudosa noción de que, aun en el caso de que pudiéramos acceder a toda la información necesaria, sería posible controlar sobre la marcha los cálculos de la probabilidad. La teoría de la decisión explica cómo sería nuestra toma de decisiones si fuéramos computadores lógicos o seres omniscientes. Pero no lo somos. Simplemente somos simios bastante inteligentes, con un cerebro formado por selección natural para poder guiarnos a través de este mundo desordenado.
Los investigadores de la decisión han ignorado esta inconveniente realidad, ocasionalmente, se solía parchear la teoría cuando los experimentos revelaban excepciones a sus reglas. Pero este enfoque de rehacer y reparar iba a cambiar pronto. A principios de este año, un instituto independiente, llamado Ernst Strüngmann Forum, reunió a un grupo de grandes pensadores científicos de Frankfurt, en Alemania, para considerar el posible abandono de esa vieja e idealista teoría y empezar de cero con una nueva más realista, basada en los principios evolutivos. Un larga semana de trabajo ofreció una fascinante exploración de las fuerzas que realmente dan forma a nuestras decisiones: rasgos innatos, emociones, expectativas, ideas erróneas, conformidad y otros factores muy humanos. Mientras que nuestra toma de decisiones puede parecer incoherente o, en ocasiones, francamente perversa, lo verdaderamente intrigante es la frecuencia con que estas fuerzas, aparentemente irracionales, nos ayudan a tomar la decisión correcta.
Tenemos que empezar a reconocer que muchas de nuestras decisiones no son conscientemente calculadas. Cada día podemos enfrentarnos entre 2.500 a 10.000 decisiones, que van desde asuntos menores acerca de qué marca de café beber hasta la cuestión de con quién debemos casarnos, y muchos de estas decisiones se realizan en las inexploradas profundidades de la mente subconsciente. De hecho, Ap Dijksterhuis, de la Universidad de Radboud Nijmegen en los Países Bajos, y sus colegas, descubrieron que nuestro pensamiento subconsciente es particularmente astuto cuando se enfrenta a decisiones difíciles, como qué casa comprar o decidir entre dos coches con muchas características diferentes (Science, vol 311, p 1005).
¿Qué guían a estas sensaciones viscerales? Siendo inaccesibles a un examen de conciencia, el proceso se hace particularmente difícil de comprender. Una idea es que se basan en el análisis heurístico, reglas mentales que, aplicadas en las situaciones adecuadas, nos permiten tomar decisiones rápidas con un mínimo de esfuerzo cognitivo. La «heurística de reconocimiento», por ejemplo, te dirigirá a elegir una opción familiar, allí donde hay muy poca información para seguir adelante. La «heurística de satisfacción», por su parte, te dirá que elijas la primera opción que cumpla o supere tus expectativas, de manera que cuando se retrase mucho tiempo una elección ya no estará entre tus intereses.
La vía satélite de la evolución
La heurística está moldeada por elecciones exitosas previas, ya sea por los circuitos cableados de la evolución o lo aprendido por ensayo y error, así que no es de extrañar que funcione. Peter Todd, de la Universidad de Indiana, Bloomington, ha demostrado, p. ej., que la satisfacción es una base sólida para la elección de una pareja romántica (New Scientist, 4 September 1999, p 32). La heurística de reconocimiento, por su parte, puede asentar algunas de tus mejores presunciones ante la elección de multiples acertijos. Sin embargo, algunos críticos dudan de si nuestras elecciones subconscientes realmente se basan en un análisis heurístico, y argumentan que este enfoque de la toma de decisiones no sería ni rápido ni sencillo, en el plano cognitivo, dado que se necesita un mecanismo mental complejo para seleccionar la heurística apropiada para usar.
Nuestras emociones, pueden ser la fuerza motriz del subconsciente en la toma de decisiones. Ahora sabemos que lejos de ser la antítesis de la racionalidad, las emociones son en realidad nuestra navegación vía satélite de la evolución, nos dirige hacia las elecciones que tienen más beneficios de supervivencia. El enojo nos puede motivar a castigar a un transgresor, por ejemplo, para ayudarnos a mantener el orden social y la cohesión del grupo. Así lo afirma Peter Hammerstein, de la Universidad Humboldt de Berlín, Alemania, que ayudó a organizar el taller de trabajo. El asco, por otra parte, nos resulta fastidioso y moralista, lo que debe provocar elecciones que nos ayuden a evitar la enfermedad y evitar a esas personas que no siguen las reglas. Y mientras que el miedo a menudo parece conducir a reacciones exageradas, cobra sentido si tenemos en cuenta los peligros que enfrentaban los humanos prehistóricos, dice Daniel Nettle, de la Universidad de Newcastle, Reino Unido. Si en una ocasión, cuando el crujido entre los arbustos era en realidad de un depredador, los que pagaron el precio más alto son los menos neuróticos de nuestros antepasados, y sus relajados genes no pasaron a la próxima generación (Personality and Social Psychology Review, vol 10, p 47).
La heurística y las emociones nos ayudan inconscientemente a centrarnos en lo que importa. Esto es tan importante como cuando tomamos decisiones conscientes, incluso las situaciones cotidianas más básicas son demasiado complejas para que nuestros cerebros puedan calcular toda la información necesaria. En vez de eso, tenemos que simplificar.
Gordon Brown en la Universidad de Warwick, R.U., afirma que clasificamos alternativas basándonos en una fácil cognitividad, las comparaciones binarias. Por ejemplo, al decidir si £ 2.20 es mucho por una taza de café, se puede recordar una media docena de ocasiones en las que se paga menos y sólo dos cuando se ha pagado más, lo que nos lleva a clasificar este café en la categoría de «caro», y elegir no comprarlo. El así llamado enfoque de «decisión por muestreo» simplifica las opciones, pero también nos puede llevar a tomar malas decisiones, cuando la información limitada que se utiliza para clasificar las alternativas es incorrecta, o está basada en creencias falsas (Cognitive Psychology, vol 53, p 1). Si, por ejemplo, frecuentas la noche con amigos borrachos, eso te puede llevar a concluir que el consumo de alcohol debe superar el 20 por ciento en los bebedores, cuando en realidad el tope está en el 1 por ciento, lo que hace más probable que decidas hacer caso omiso de la problema. Tal decisión por muestreo, podría incluso influir en tu elección cuando te enfrentas a amenazas más inmediatas: las personas que viven en una sociedad con altas tasas de mortalidad son más propensos a decidir ponerse en situación de riesgo que alguien que haya tenido poca experiencia de peligro.
Esto no es muy alentador, pero Alex Kacelnik, de la Universidad de Oxford, tiene una visión más optimista de nuestra capacidad de escoger y elegir la información sobre la que basamos nuestras decisiones. «La selección natural nos permite corregir nuestro comportamiento para hacer aquello que funciona», dice. Kacelnik cree que, la fuerza que más influye en la toma de decisiones es el aprendizaje por refuerzo. En otras palabras, aprender de la experiencia y las preferencias de lo que ha funcionado en el pasado. No hay nada polémico aquí. Pero, añade, también estamos influenciados por nuestras cambiantes estados internos, cosas como el hambre, la sed y la libido, por lo que las elecciones se amoldan a nuestras necesidades. La teoría de la decisión ha luchado durante mucho tiempo con el problema de que la gente es incoherente (ver anexo «La lógica de la inconsistencia»), pero Kacelnik sostiene que las aparentes incoherencias en la elección pueden surgir simplemente porque nuestras preferencias cambian de acuerdo a nuestras necesidades. «La utilidad es un blanco móvil», señala. No podemos demostrar una «racionalidad económica» en la tradicional teoría de la decisión, sino que nuestras elecciones tienen su propia lógica, que él llama «racionalidad biológica».
La selección natural puede explicar, incluso, nuestra desconcertante propensión a evitar la elección y simplemente seguir al rebaño. Rob Boyd, de la Universidad de California en Los Angeles, señaló en el taller de trabajo, que hemos evolucionado el aprender de los demás, porque a menudo es la opción más sabia. «La mayoría de situaciones están mucho más allá de la capacidad de un individuo el conocer lo mejor que es posible hacer». Sin embargo, somos buenos en reconocer quien copia, aduce Laura Schulz, del Massachusetts Institute of Technology, que ha descubierto que incluso los niños pequeños evaluan la experiencia de sus «maestros». Como resultado, nuestras tendencias conformistas, a menudo conducen a decisiones sorprendentemente buenas (New Scientist, 1 May 2010, p 40). Éstas nos permiten encajar cuando empezamos en una nueva escuela o en un nuevo trabajo, y hacer buenas compras de los últimos productos sin información completa sobre las alternativas. La otra cara, es que también podemos caer en una línea de comportamiento inmoral o ilegal de entre las que nos rodean o dejarnos llevar por líderes manipuladores.
La consideración de los demás es otro aspecto del comportamiento humano que se enfrenta a la teoría de la decisión. Hay muchas situaciones en las que un optimizador racional no debiería cooperar, ya que usaría preciosos recursos que podríamos utilizar para mejorar nuestras propias circunstancias. Desde un punto de vista evolutivo, se podría argumentar que algunas formas de aparente altruismo nos ayudan a construir alianzas y a mejorar nuestra posición en la escala social, pero ¿qué pasa con las veces en que exageramos la cooperación? Una donación anónima a la caridad, por ejemplo, no aumentar tu reputación ni convence a otros para ayudarte en caso de necesidad. En términos estrictamente evolutivos, es una mala elección. Pero lo hacemos de todos modos, por ese cálido resplandor del altruismo, que es como una especie de recompensa evolutiva a los jugadores en equipo, nos hace sentir bien. En efecto, somos engañados por un error mental. Y no es el único problema que poseemos. También se ha descubierto una variedad de prejuicios mentales que subyacen en algunos de nuestros comportamientos más ilógicos y arbitrarios (ver anexo «Errores mentales que nos hace parecer tontos»).
Entonces, ¿qué está pasando? ¿Ha evolucionado nuestro cerebro de tal manera que se han convertido en inadaptado para el mundo moderno? Una cosa queda clara, que los investigadores estudian con más detenimiento cómo decidimos realmente, en lugar de cómo se debería. Aceptar que no somos optimizadores racionales le hará la vida más difícil a los economistas y a todos aquellos que buscan una fórmula para la elección, y es por lo que algunos miembros del grupo de Frankfurt se resistían a abandonar la obsoleta teoría de decisiones. Sin embargo, una mejor comprensión de las fuerzas que sustentan nuestras decisiones nos podría ayudar a todos a tomar mejores decisiones.
Los conformistas, por ejemplo, podrían ser persuadidos para que adoptaran hábitos ambientalmente sostenibles, simplemente porque los demás ya los tienen. Todos podemos ser más conscientes de estos errores y sesgos que dan forma a nuestro comportamiento. El descubrimiento de la «fatiga de decisión», por ejemplo, es lo que hace cuatro veces más probable que los jueces concedan la libertad bajo fianza por la mañana que por la tarde, lo que nos puede persuadir a tomarnos más tiempo de espera cuando enfrentamos una serie de problemas difíciles (Proceedings of the National Academy of Sciences, DOI: 10.1073/pnas.1018033108). Y comprender que las conductas de tus seres más cercanos y queridos pueden sesgar nuestra visión de nuestro propio estilo de vida, podría hacernos reflexionar antes de decidir si seguir o rechazar un régimen de salud.
De todas las elecciones que enfrentamos todos los días, la decisión de intentar tomar las mejores decisiones es sin duda la más obvia.
Anexo: Errores mentales que nos hacen parecer tontos
El cerebro humano no calcula las elecciones como un ordenador racional, sin embargo, nuestras decisiones suelen ser efectivas. No obstante, algunos de nuestros sesgos mentales son difíciles de explicar.En las situaciones nuevas, o aquellas en las que la información es limitada, tenemos la mala costumbre de basar nuestras decisiones en las conexiones aleatorias. Este efecto, denominado de anclaje, lo vio por primera vez Daniel Kahneman, de la Universidad de Princeton, y el fallecido Amos Tversky, y las consecuencias pueden ser desconcertantes. Un estudio descubrió que la gente escribía más ítems, cuando se les pedía que escribieran números más altos siguiente al propuesto, cuyo valor se desconocía, que cuando tenían que escribir un número más bajo.
Kahneman y Tversky también revelaron nuestras propias actitudes ante los riesgos. Tendemos a ser más cautelosos de lo que es lógico, cuando hay la posibilidad de obtener grandes ganancias o pérdidas pequeñas. Sin embargo, hacemos elecciones demasiado arriesgadas cuando existe la posibilidad de obtener una pequeña ganancia o una gran pérdida. En los últimos años, nuestra inclinación a subestimar eventos raros, pero catastróficos, ha sido llamada el efecto del cisne negro.
Otro de los factores que sustentan algunas malas decisiones es el sesgo de confirmación, nuestra tendencia a poner demasiado énfasis en algo que confirme lo que ya creemos. Entonces hay una aversión a la pérdida: se siente peor el perder algo lo que sea que ganar una cantidad equivalente, y nos protegemos de tal manera que da lugar a perder la oportunidad de obtener una ganancia. Además, cuando elegimos si deseamos continuar con una empresa, irracionalmente consideramos la inversión que ya hemos hecho en ella, la falacia del gasto irrecuperable. Mientras tanto, nuestro sesgo a corto plazo -el descuento temporal-, significa que tendemos a preferir más las pequeñas recompensas de ahora a los más grandes después.
Anexo: La lógica de la inconsistencia
Si prefirieses las manzanas a las ciruelas y las ciruelas a las peras, entonces la elección entre manzanas y peras, obviamente, sería las manzanas. ¿O no? En realidad, la gente no demuestra un comportamiento así de lógico. Este tipo de inconsistencia, conocida como intransitividad, ha dado un dolor de cabeza a los matemáticos que tratan de entender la toma de decisiones. Sin embargo, su error puede estar en el hecho de pensar en el cerebro humano como un ordenador, en lugar de cómo una entidad biológica resuelve el problema de cómo comparar manzanas, peras y ciruelas.
Es cierto que nuestra comprensión de lo que sucede en el cerebro cuando se toma una decisión es muy confusa, tal como se hizo evidente en Ernst Strüngmann Forum sobre la toma de decisiones en Frankfurt, a principios de este año. En general, se acepta que debe haber un «moneda común» mental para comparar las opciones. Esto es que, el cómo se llega a manzanas, peras, o lo que sea, todavía es un misterio. Sin embargo, Nick Chater, de la Universidad de Warwick, Reino Unido, sostiene que debido a que el cerebro carece de tiempo y potencia de cálculo, se evalúa sólo un limitado número de atributos para cada alternativa. Este proceso podría explicar la intransitividad, según el psicólogo cognitivo Danny Oppenheimer, de la Universidad de Princeton.
Se cree que el cerebro utiliza un tipo de sistema de votación: las diferentes áreas del cerebro sopesan los diversos atributos de las manzanas, peras y ciruelas, por ejemplo, y compiten entre sí para obtener su elección preferida. Si no hay un claro ganador, usted puede decidir cualquiera de las frutas, y dependiendo de la región pasa a tener ventaja en ese momento (ver diagrama). La intransitividad podría ser un subproducto de la forma en que funciona nuestro cerebro, en lugar de un rasgo que se haya desarrollado en propio beneficio.
- Referencia: NewScientist.com, 14 de noviembre 2011 por Kate Douglas
- Imagen 1) Kotryna Zukauskaite
- Traducido por Pedro Donaire
- http://bitnavegante.blogspot.com/2011/11/hora-de-decidir-que-fuerzas-sutiles.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+bitnavegante+%28BitNavegantes%29&utm_content=Google+Reader&utm_term=Google+Reader