Si la tecnociencia “saca” a los agricultores del campo ¿cómo será nuestra comida?

 

Por Miguel Jara

En el campo, de donde provienen en su mayoría los alimentos están ensayándose adelantos tecnológicos de manera continua. Una de las últimas “modas” es la transformación digital, la “revolución Big Data”; el análisis de datos que así en bruto, dispersos, no nos cuentan nada pero bien estructurados y analizados fascinan a muchos y ayudan a otros.

Equipos de sensores que evalúan el estado de cultivo a nivel del suelo, planta y clima; cámaras multiespectrales para identificar coberturas vegetales en un mapa cartográfico, donde se aprecian las malas hierbas, las necesidades de abono o prever el estrés hídrico de la planta vigilada; infrarrojas o térmicas instaladas en drones; o el uso de satélite para teledetección, generan una ingente recogida de datos, que debe ser sistemática pero que como indican algunos expertos y otros vendedores “solos no sirven para nada”.

Cruzarlos mediante una aplicación informática y gestionarlos a tiempo permite tomar decisiones y reducir así, por ejemplo, los costes de cultivo. Los avances en la producción de alimentos que sean útiles (los habrá que no fructifiquen por no ser todo lo eficaces que se esperaba) bienvenidos sean.

El problema que le encuentro al impulso de la tecnociencia en el campo (algo que suele pasar desapercibido para los habitantes de las ciudades) es que está pensado para las grandes compañías, aquellas que producen mucho. Para pequeños y medianos agricultores, los campesinos de toda la vida, disponer de medios técnicos complejos y sofisticados con los que controlar sus cosechas es caro.

Se promueve así un modelo agrícola industrializado donde cuenta más la cantidad que la calidad pues para producir mucho has de utilizar gran cantidad de fitosanitarios, no puedes permitirse “sorpresas” que pongan en riesgo los cultivos. La manera que tienen las empresas agrícolas de expandir las nuevas tecnologías y sus servicios aplicados es asociarse a “recetadores”. En esto se parece mucho a la industria farmacéutica que lo hace con los médicos a los que agasaja con regalos y prebendas, en la mayor parte de las ocasiones disfrazando de ciencia lo que es simple “compra de voluntades”.

Un actor muy importante a la hora de “recetar” productos y servicios son las asociaciones agrarias. Las hay de muchos tipos, colores e ideologías. Bayer, una de las mayores empresas agrícolas del mundo, por ejemplo, realizaba hace poco tiempo lo que dio en llamar el “Digital Farming Day”, en colaboración con ASAJA, que es la Asociación de Jóvenes Agricultores de España.

La jornada se desarrolló en Sevilla y convocó a expertos de todos los ámbitos del sector agrario para “avanzar en el desarrollo de la agricultura digital como camino hacia una agricultura más productiva y sostenible que pueda ayudar a hacer frente al reto de alimentar a 9.000 millones de personas en el año 2.050″.

Como ocurrió durante la introducción en el mercado de los alimentos transgénicos y su posterior defensa, este tipo de compañías aluden al marketing de las emociones, a llegar a nuestro corazoncito haciéndonos creer que su principal objetivo es combatir el hambre en el mundo.

Pero resulta que en el planeta Tierra se produce suficiente comida para todos sus habitantes, como recuerda en todos sus informes la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. El problema es que está tan mal repartida que cada vez más persona padecen hambrunas.

Bayer, en ese evento, presentaba la tecnología Zoner, un sistema de teledetección que, a través de imágenes de satélite, analiza los campos y detecta problemas para poder emplear recursos con precisión. También promocionaba la aplicación Weedscout, destinada a reconocer en pocos segundos la hierba que va creciendo en los cultivos a partir de una sola imagen. De igual modo, intentaba vender Expert, una plataforma que incluye modelos predictivos para las enfermedades principales en los cultivos de trigo, cebada, remolacha y patata.

Las grandes empresas agroalimentarias intentan dirigir el modelo alimentario hacia sus intereses. Para el año 2020, la multinacional alemana espera lanzar quince nuevos productos como los fungicidas Luna y Aviador Xpro, así como los insecticidas Sivanto. También semillas nuevas y de patente como la soja LibertyLink y variedades híbridas de cánola marca InVigor (esta es conocida también como colza, de infausto recuerdo en España pero cuyo aceite es muy usado en países como Alemania, por ejemplo).

Desde hace algún tiempo se viene hablando sobre la agricultura “inteligente”, la digital, la basada en el Big data. Una agricultura sin agricultores o con una mínima cantidad de estos, dirigida por técnicos. Si la producción de alimentos queda en manos de agrogeeks cómo será nuestra alimentación, ¿digital también?

Hoy casi ninguna persona que tenga un pequeño huerto o jardín prescinde de riego por goteo regido por un programador. No es que sea tonto el que no lo use es que a lo mejor cuando apareció esa tecnología no tenía el dinero suficiente para “estar en el mercado”. La tecnociencia no es democrática, hasta que una aplicación se muestra útil para el conjunto de la sociedad, sólo beneficia a quienes están arriba de la cadena productiva y una parte de quienes no pueden adaptarse, se quedan en el camino.

Y es lo que sucede en el campo con las nuevas tecnologías agrarias, quienes progresan son las grandes compañías, mientras pequeños y medianos agricultores simplemente van desapareciendo por no poder competir. Así que bienvenida sea la tecnología pero buscando el modo de democratizar su uso (y por supuesto contando sólo con la que pruebe su eficacia y seguridad).

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