En numerosas partes de la obra de Meister Eckhart, el gran místico alemán del siglo 13 y 14, se transmite la idea que desarrollaremos aquí: Lo sagrado no es lo que haces, sino cómo lo haces. Esta es una idea que ha pasado a la sabiduría popular bajo la multicitada y secularizada frase: no es lo que haces sino cómo lo haces. Eckhart escribió en sus Conversaciones de discernimiento:
Las personas no se deberían de preocupar tanto sobre lo que hacen sino más bien sobre lo que son. Si ellos y sus intenciones son buenas, sus actos brillarán. Si eres honrado todo lo que hagas será honorable. No deberíamos de pensar que la santidad se basa en lo que haces sino en lo que somos, pues no son nuestras obras las que nos santifican sino nosotros los que santificamos nuestras obras.
De este pequeño párrafo también podemos desdoblar esa otra frase que tiene ciertos ecos zen, que también vemos circular profusamente en las comunicaciones modernas: cómo haces una cosa, así haces todas las demás. Lo que significa que en el más mínimo de nuestros actos revelamos lo que somos como persona -en el fragmento está la totalidad- y, también, que debemos de hacer cada cosa, por más sencilla que sea, con atención y amor (que son en el fondo sinónimos como notó Simone Weil). Un acto aparente insignificante puede cobrar un enorme significado si se hace con la actitud correcta, si se permite que descienda la gracia. Y podemos cifrar en una página, en un cuadro, en un platillo, en un gesto eso que somos.
En uno de sus sermones Eckhart dice algo que se complementa muy bien con la primera cita. El maestro alemán señala que si crees que encuentras más a Dios en tu meditación o en la Iglesia, «de lo que lo haces a un lado del fuego o en el establo, estás haciendo como si tomaras a Dios y lo enrollaras en una sotana y lo empujaras debajo de una banca». Es decir, lo sagrado no sólo no es qué hacemos, tampoco es dónde estamos. Un templo o una montaña suelen inspirarnos ciertas actitudes de reverencia y asombro, pero en realidad todos los lugares deben de motivar una actitud religiosa o espiritual. Para Eckhart, como para todo los auténticos místicos, lo sagrado debe estar igualmente en todo lo que hacemos y en todos los lugares donde estemos. Podemos decir entonces que lo sagrado es nuestra forma de ver el mundo; no viene de las cosas, de los diferentes objetos que se presentan, sino de una mirada que transfigura la realidad, que la ilumina. Esta mirada, nos diría Eckhart, es la misma divinidad que mira en nosotros.
Ahora bien, esta idea no es algo que sólo encontremos en Eckhart o en Occidente, es central al pensamiento védico (y de allí se distribuye a todas las religiones de India), donde el acto religioso por antonomasia es el sacrificio (yajna). El sacrificio es, por definición, el acto sagrado, y aunque el sacrificio védico estaba delimitado a un perímetro específico y a una serie de complejos procedimientos rituales, su visión sacramental de la realidad suponía que el universo mismo era un sacrificio, y todo los actos de alguna manera se remitían al sacrificio original del progenitor. Más al punto, pese a la delicada serie de mantras y oblaciones y gestos que se hacían en los diferentes sacrificios, el núcleo del sacrificio era una actitud, un cierto estado de conciencia: atención, fe y reverencia. El sacrificio, como ha notado Roberto Calasso, es algo que se hace con un cierto ardor de la mente, con una luminosa intensidad despierta, que es también la esencia de las prácticas ascéticas y contemplativas. Esto es lo que permitiría que los actos del sacrificio pudieran ser luego substituidos por gestos mínimos y sintéticos e incluso por meditaciones y visualizaciones, hasta el punto de que el gran sacrificio universal podía representarse al interior, en el cuerpo del yogui.
El académico Graham Schweig, traductor de la Bhagavad Gita y del poema de la rasa lila de laBhagavata Purana, entiende que en esto consiste la visión del tantra y de las tradicionesbhaktas:
Precisamente lo que los humanos hacen en el mundo, aunque ciertamente es un factor importante, es menos importante que cómo los humanos hacen las cosas en este mundo, o con qué conciencia los humanos las hacen. Así que es esencialmente la cualidad de la conciencia la que distingue la pasión humana de la pasión divina para la escuela de Chaitanya [fundador de la secta gaudiya vaishnava]. Este mudo es real y tiene valor, y la visión tántrica llama la atención hacia esto. Por otra parte, su valor deriva del hecho de que está íntimamente conectado y por ello está relacionado al mundo sagrado. (The Dance between Tantra and Moksha)
La noción de que el mundo es sagrado y tiene un soporte divino permite que cada acto, por más mínimo que sea y aunque no sea visto por nadie, tenga significado y por lo tanto lo constriñe a una ley moral, lo sitúa dentro del dharma. En gran medida, la visión nihilista moderna tiene como lema «Nada es sagrado; todo está permitido»(una frase atribuida a Hassan-i-Sabbah, pero comentada extensamente por Nietzsche y William Burroughs). El cómo hacemos las cosas, tanto en un sentido estético como ético -y por lo tanto no meramente utilitario y egoísta-, se ve amenazado por esta visión, pese a que algunos «humanistas seculares» intenten justificar la posibilidad de una ética y de una estética sin relación a lo sagrado, lo trascendente o lo divino. Y es que no sólo el diablo, sino sobre todo la divinidad está en los detalles.
Twitter del autor: @alepholo
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