La distinta posición de los otros planetas del Sistema Solar influye en la órbita de la Tierra
El clima de la Tierra es un fenómeno extremadamente complejo del que solo tenemos datos muy limitados. Por ejemplo, ocurre que los registros más antiguos de temperaturas datan del siglo XIX, y que las huellas del clima pasado que quedan en la geología son gruesas y hablan de períodos de tiempo muy largos. La mayoría de los expertos pueden detectar un calentamiento global acelerado por el hombre y agravado por la destrucción de la naturaleza, pero junto a este proceso hay otros naturales que ejercen una influencia que no siempre podemos comprender. La actividad del Sol, las erupciones volcánicas, el comportamiento de la magnetosfera o la actividad de los seres vivos también puede cambiar el clima de formas difíciles de prever. A veces unos factores van en una misma dirección pero otras no. Esto muestra que en el clima lo único fijo es el cambio.
«Es un resultado impresionante, porque se pensaba que este largo ciclo había ocurrido hace 50 millones de años, pero ahora se ha confirmado para al menos los últimos 205 millones de años», ha dicho en un comunicado de la universidad de Rutgers Dennis V. Kent, primer autor del estudio y experto en paleomagnetismo. «Ahora, los científicos pueden vincular cambios en el clima, el medio ambiente, la evolución de los dinosaurios y los mamíferos y los fósiles en todo el mundo con este ciclo de 405.000 años de una forma precisa».
Desde hace mucho tiempo los astrofísicos han sugerido que la resonancia de los planetas del Sistema Solar crean ciclos en la órbita de la Tierra. Los cálculos matemáticos habían permitido, incluso, reconstruir la evolución de este fenómeno durante los últimos 50 millones de años. Pero ahora, por primera vez, los investigadores han encontrado evidencias físicas para apoyar esta hipótesis, lo que tiene relevancia para los estudios del clima, la evolución de la vida y la propia evolución del Sistema Solar.
Este efecto sobre la órbita es causado sobre todo por Venus y Júpiter. El motivo es que el primero es el planeta más cercano a la Tierra y que el segundo es, con mucho, el planeta más masivo del Sistema Solar. Pues bien, las órbitas de estos planetas hacen que cada varios cientos de miles de años la posición de estos mundos «tire» de la Tierra en relación con el Sol o que el efecto sea contrario.
Las rocas del pasado
Para llegar a estas conclusiones, los autores del estudio han extraido testigos de roca en Arizona y han analizado otras muestras procedentes de Nueva York y Nueva Jersey. En Arizona analizaron rocas formadas en el Triásico tardío, hace 209 a 215 millones de años, en un momento en que comenzaron a evolucionar los mamíferos y los dinosaurios y el súper continente de Pangea se fragmentó. En concreto, analizaron pruebas de fenómenos deinversión de los polos magnéticos.
En Nueva Jersey y Nueva York encontraron restos de la misma época con señales de una alternancia entre períodos secos y húmedos. Al combinar ambos obtuvieron evidencias de que el ciclo de 405.000 años potencia los efectos de otros ciclos planetarios que influyen en el clima.
Los ciclos de Milankovitch
¿Cuáles son estos ciclos? Si los sencillos movimientos de rotación y traslación determinan el paso de los días y las estaciones, algunos movimientos más sutiles del globo influyen en el clima y generan largos ciclos, que, por ejemplo, generan períodos glaciales e interglaciales. Se trata de los llamados ciclos de Milankovitch, en honor al matemático serbio que los estudió en los años veinte.
Se conoce un ciclo de 100.000 años en la excentricidad de la órbita terrestre y que se suma al de los 405.000 ahora estudiado. También hay un ciclo de 41.000 años de duración marcado por la inclinación del eje de la Tierra en relación con el Sol, y uno de 21.000 marcado por el cabeceo del planeta, que recuerda al de un trompo cuando gira y se tambalea.
La realidad es que todos estos ciclos influyen en el clima. Determinan cuánta luz solar incide sobre cada hemisferio, lo que es muy importante, porque el norte y el sur no tienen la misma superficie de tierra firme y de océano y, por lo tanto, no reaccionan igual a los cambios en la cantidad de radiación solar que llega.
Sin tener en cuenta que los continentes se mueven en el plazo de millones de años, puede ocurrir que varios de los ciclos de Milankovitch «empujen» en un mismo sentido y promuevan el calentamiento del planeta. Sin embargo, otras veces alcanzarán un equilibrio o bien promoverán el enfriamiento.
En los setenta se averiguó que los ciclos de Milankovitch parecían explicar la sucesión de glaciaciones y calentamientos de los últimos milones de años, pero no se puede encajar estas tendencias con los cambios en la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, otro gran factor que influye en el clima.
Ahora, la investigación de Kent explica que cuando el ciclo de 405.000 años llega al máximo y la órbita de la Tierra se alarga, los cambios provocados por los otros ciclos se hacen más intensos. En consecuencia, los veranos acaban siendo más cálidos y los inviernos más fríos. Los períodos secos más secos y los húmedos, más húmedos.
Esto coincide, según los investigadores, con lo que ocurrió a finales del Triásico, un momento en que el clima era cálido por motivos desconocidos. Las precipitaciones aumentaron cuando la órbita era más excéntrica, y cuando fue más circular aparecieron periódos más secos.
Según la teoría de Milankovitch, en la actualidad la Tierra está en el máximo de un ciclo de calentamiento de 21.000 años, que acabó con el último período glacial. Por tanto, dentro de milenios deberían comenzar a notarse los efectos del enfriamiento natural del clima. Por otro lado, el planeta está casi en la parte circular del ciclo de 405.000 años, por lo que es difícil que este ciclo tenga consecuencias en la escala de tiempo humano. «Podría pasar. Supongo que podríamos esperar para ver. Por otro lado, todo el dióxido de carbono que estamos metiendo en la atmósfera ahora es clave. Está teniendo un efecto que podemos medir justo ahora. El ciclo planetario es más sutil», ha explicado Dennis V. Kent.