¿Alguna vez has reaccionando mal emocionalmente sin comprender qué ha desatado esa respuesta?
¿Una persona te provoca un profundo rechazo, pero no sabes por qué?
¿Últimamente te has sentido más triste, enfadado o frustrado?
Si es así, es probable que padezcas una alergia psicológica.
Todos conocemos la alergia, una reacción de defensa del organismo ante sustancias externas que penetran en el cuerpo. Cuando nuestro sistema inmunológico detecta esas sustancias, que puede ser desde un alimento hasta el polen, las reconoce como ajenas e intenta neutralizarlas desencadenando una serie de síntomas bastante molestos.
Sin embargo, todos tenemos – y necesitamos – un sistema inmunológico emocional. Ese sistema nos ayuda a mantenernos a salvo y evita, por ejemplo, que invitemos a un completo extraño a casa que nos pone los pelos de punta. Cuando ese sistema funciona adecuadamente, nos ayuda a protegernos, nos sirve como una brújula para guiar nuestro comportamiento. El problema es que cuando experimentamos una situación muy intensa emocionalmente, ese sistema puede comenzar a fallarnos desencadenando una alergia emocional.
¿Qué es la alergia emocional?
La palabra alergia viene del griego, de los vocablos alos y ergos. Alos quiere decir otro, diferente, extraño. Ergos significa reacción. Por tanto, la alergia no sería más que una reacción frente a lo diferente, aquello que no se reconoce como propio y que se cataloga como un peligro potencial.
En el plano psicológico, el concepto de alergia emocional cobró relevancia en la década de 1950, fundamentalmente de la mano de P. Sivadon, quien pensaba que la hipersensibilidad a ciertas emociones se convierte en un mecanismo patógeno central que termina desencadenando otras patologías.
Por tanto, la alergia emocional sería una reacción intensa desde el punto de vista a afectivo a una persona o situación presente que nos recuerda, consciente o inconscientemente, un evento negativo e impactante emocionalmente de nuestra historia vital.
Las personas que son más susceptibles a ciertas emociones, generalmente de valencia negativa, suelen responder de manera similar a quienes padecen alergia cuando se exponen al alérgeno:
– Experimentan esa emoción negativa con más frecuencia que la persona promedio.
– La emoción se activa con numerosos estímulos, la mayoría de los cuales pasan desapercibidos para la persona promedio o no les resultan molestos.
– Cuando se ha activado la reacción, se produce un secuestro emocional en toda regla; es decir, se pierde la capacidad para actuar de manera racional.
¿Cómo se desencadena esta alergia psicológica?
La alergia emocional se instaura de manera bastante parecida a la alergia física: es el resultado de nuestra exposición a una experiencia que, por algún motivo, ha desencadenado una fuerte reacción emocional. Luego, cada vez que nos expongamos a estímulos que nos recuerden esa experiencia o generen una emoción similar, tendremos la tendencia a reaccionar de manera excesivamente emocional porque se desata un mecanismo de defensa psicológico.
En este sentido, un estudio pionero realizado en la Universidad de Wisconsin propone que los signos de neuroinflamación que acompañan al Síndrome de Burnout, una condición que se caracteriza por apatía y agotamiento extremo, responden a una reacción inmunológica a patógenos de origen no somático, de manera que lo han calificado como una respuesta de “alergia emocional”.
Blankert sugiere que “las personas con Síndrome de Burnout en la fase de agotamiento se han convertido en emocionalmente alérgicos a algunos aspectos de su trabajo” y que “la palabra intuitiva ‘alergia’ encaja muy bien con la neuroinflamación que padecen, así como con el impacto general que tiene esa situación en el sistema inmunológico”.
En práctica, si una persona ya posee cierta hipersensibilidad emocional, la exposición a situaciones que considere como un serio peligro – aunque realmente no lo sean, puede generar emociones que, quizá en un primer momento parecen superadas o minimizadas, pero se activan con posterioridad cuando se produce otra situación que actúa como un recordatorio emocional del evento original, lo cual suele desencadenar angustia, agitación y confusión.
Las consecuencias de la alergia emocional
Las reacciones que desencadena una alergia psicológica no son racionales, de manera que podemos llegar a actuar de manera muy desadaptativa. Esto se debe a que no estamos reaccionando a la situación en sí, sino que esta se ha convertido en una representación de la situación pasada.
Lo mismo vale para una persona. En práctica, si tenemos una alergia emocional no mantendremos la relación con la persona que está delante de nosotros sino con nuestro pasado, con todo el lastre emocional que esa persona activó, sin darse cuenta, de nuestro pasado. Todo ello nos puede llevar a tomar malas decisiones.
De hecho, la dificultad a nivel emocional para discernir entre lo seguro y lo inseguro puede hacer que asumamos riesgos innecesarios o que, al contrario, rehuyamos situaciones que serían beneficiosas y desarrolladoras.
A esto se le suma que, según Sivadon, la alergia emocional a menudo es el preludio de problemas psicológicos más graves, como las crisis de ansiedad o el trastorno de estrés postraumático. Si no logramos detectar esos alérgenos emocionales, terminarán escapando de nuestro control. Es probable que esa alergia pierda poco a poco su especificidad y amplíe su campo de acción, convirtiéndose en una intolerancia cada vez más amplia a diferentes emociones activadas por estímulos siempre más variopintos.
¿Cómo evitar que la alergia emocional empeore?
Existen diferentes maneras de evitar que la alergia emocional empeore. La técnica de desensibilización sistemática suele ser muy eficaz, al igual que ocurre para muchas alergias físicas. Consiste en exponerse, de manera controlada, a los estímulos que desencadenan esas emociones negativas.
Si la reacción emocional es muy intensa, primero se realiza el ejercicio mentalmente, solo visualizando la situación o la persona que nos genera esas emociones. Luego se puede pasar a la realidad, dosificando el grado de exposición para que la ansiedad no sea tan alta como para reforzar el problema.
De esta manera conseguimos, por una parte, volvernos cada vez más tolerantes al alérgeno, hasta que este no cause ninguna reacción y, por otra parte, desarrollamos nuestra resiliencia, aprendemos a gestionar mejor nuestras emociones, de manera que en vez de convertirse en nuestros enemigos, puedan cumplir su papel protector.
Fuentes:
Blankert, J. P. & (2014) Neuroinflammation in burnout patients. Conference: Breakthroughs in burnout researcht. At Hoogstraten; 1.
Sivadon, P. (1953) La notion d’allergie émotionnelle. AMP; 111: 239-40.