En esta introducción no se pretende exponer una historia de la metafísica de la India en general. Ni siquiera de una de sus creaciones más acabadas, profundas y eficaces como es el Vedanta Advaita (ad-vaita = no-dual). Más bien efectuaremos algunas reflexiones en torno a algunos textos de antiguos maestros como Sri Sankaracharya o de representantes contemporáneos como Sri Ramana Maharshi y Sri Nisargadatta Maharaj.
El Vedanta Advaita no es ni una filosofía ni una religión ni mezcla de ambos; es una doctrina metafísica. Veda viene de vid-, «ver» (como en latín videre) o «saber», de donde procede vidyâ (conocimiento, siendo el Vedanta, el final del conocimiento), dado que tal saber consiste en una «visión interior» de la unidad del Ser o, si se prefiere, de la no-dualidad del Absoluto que acaba con la búsqueda del conocimiento. Según esto, la individualidad humana no es más que un estado del Ser, entre un número indefinido de estados, cuya suma no refleja el Ser total, siendo tales estados de existencia un reflejo ilusorio sobrepuesto al Ser. Solo el Ser es, mientras que los estados existen (ex-stare), es decir, son sustentados o vivificados por el Ser, que es lo Único real. El Único es el Uno sin segundo, siendo el segundo un mero espejismo. Ahora bien, la no-dualidad del Absoluto no significa que no existamos, sino, más propiamente, que no somos como creemos que somos ¿Qué somos realmente?
Enseña el Advaita que cuando alguien comienza la búsqueda de un conocimiento trascendente, debe examinar cuales son los auténticos propósitos que le mueven a ello para que, llegado el
caso, abandone aquellos prejuicios o ideas preconcebidas que resulten un verdadero lastre. Uno de los prejuicios más comunes consiste en creer que la Vía metafísica otorgará al buscador ventajas tales como la iluminación, la paz, poderes, reconocimiento ajeno, conocimiento (aunque sea de sí mismo), etc. En suma, está buscando algo que viene de fuera y le proporcionará experiencias satisfactorias. Otro error muy común acontece cuando uno cae víctima de sus propios espejismos. Por ejemplo, en el momento en que uno se considera un aspirante o buscador espiritual (sadhaka) o incluso un comprensor, comienza a autosugestionarse imponiéndose y sobreimponiendo a los demás una determinada imagen o modelo conceptual; «debo adoptar tal pose», «no debo comer esto», «debo parecer así», «esto es malo», «esto es bueno» y, en definitiva, «este es un ignorante», «yo estoy en la verdadera senda», «yo tengo el conocimiento». Y así vive estrangulado por los conceptos que él mismo ha creado. Otro de los errores más extendidos es el voluntarismo. El voluntarista cree que la «liberación» es el resultado de aplicar un método concreto basado en prácticas ascéticas, devocionales, meditativas e intrincados métodos de acrisolado linaje que le facilitarán la realización de sus deseos. Así, por ejemplo, aprenderá a controlar la respiración y a llevarla a algún punto del cuerpo con el fin de entrar momentáneamente en samadhi y alcanzar la convicción de ser un realizado. Sin embargo, quienes practican éstas u otras técnicas para entrar y salir del samadhi o cualquier otro estado supraindividual raramente comprenden que ello no es la finalidad de la búsqueda, y que tal estado pasajero no implica necesariamente el verdadero conocimiento.
¿Cuál es el verdadero conocimiento? Para el Advaita, el conocimiento dual produce ignorancia y sufrimiento, mientras que el conocimiento no dual que, en rigor, puede considerarse un no-conocimiento, constituye el único fiable. En un antiguo texto Vedanta se explica que, como el mundo del conocimiento es inagotable, no puede proporcionar por sí mismo la verdadera sabiduría porque todo conocimiento implica la dualidad, es decir, separación del conocedor y lo conocido; «Si hay esclavitud, hay liberación; en la ausencia de la esclavitud, no hay ninguna liberación. Si hay muerte, hay nacimiento; en la ausencia del nacimiento, no hay tampoco ninguna muerte. Si hay «tú», hay «yo»; si no hay ningún «tú», no hay ningún «yo». Si hay «esto», hay «eso»; en la ausencia de «eso», no hay tampoco ningún «esto». «Si ello está aquí» implica que algo no estaba aquí; «ello no estaba aquí» implica que algo estaba aquí. Si hay un efecto, hay alguna causa; en ausencia de efecto, no hay ninguna causa. Si hay dualidad, hay [un concepto de] no dualidad; en la ausencia de dualidad, no hay tampoco ningún [concepto de] no dualidad. Si hay algo que ver, también hay un veedor; en la ausencia de algo que ver, no hay tampoco ningún veedor» (Ribhu Gita, p. 22). La realidad no es ni subjetiva ni objetiva, ni mente ni materia, ni tiempo ni espacio.
Pero aunque todas estas divisiones son solo creaciones de la mente humana, lo cierto es que ha de haber algo o alguien que esté aquí para ser testigo de ello y que no forma parte del espejismo. Ser consciente del problema supone el primer paso para salir del problema; «Así como el que percibe una vasija es siempre distinto de la vasija y nunca puede ser la vasija, también tú, el perceptor de tu cuerpo, eres distinto de tu cuerpo y nunca puedes ser el cuerpo… De modo similar puedes estar seguro de que tú, el espectador de los sentidos, no eres los sentidos, y darte cuenta de que tú tampoco eres ni la mente, ni el intelecto, ni el aliento vital» (Sri Sankaracharya, 18 Tratados Vedanta Advaita, p. 73-76).
Lo paradójico es que, aunque la búsqueda metafísica consista en deshacerse de Mâyâ (etimológicamente, «lo que no es»), el propio deseo de escapar de ella es Mâyâ misma. Si uno comprende que está viviendo un sueño que se llama «vigilia» o «mundo» y que la búsqueda forma parte de ese sueño, entonces deja de buscar salidas o, al menos, acaba con la angustia de la búsqueda. La idea misma de ir más allá del sueño es ilusoria porque forma parte del sueño. Sri Nisargadatta afirmaba que el problema no reside en saber que se está soñando, sino en que nos agradan unas partes del sueño y rechazamos otras…. nos empeñamos en resistir y combatir esas partes del sueño e, incluso, nos embarcamos en cruzadas para mejorar este sueño que llamamos mundo sin plantearnos que tal vez no es el universo el que necesita mejorar, sino solo nuestro modo de mirar (Ante de la consciencia, p. 51). Si el conocimiento de todo lo que vemos es tan falso como un espejismo (Mâyâ), porque tiene como causa y consecuencia la dualidad, se deduce de ello que el conocimiento verdadero es el no dual, es decir, el conocimiento de Sí Mismo. Este auto-conocimiento tiene un sabor y aroma especiales que lo distingue de otras supuestas formas de conocimiento indirecto o mediato, pues no se basa en el paradigma usual y sulbalterno de un conocedor (mente), un objeto conocido y el acto de conocer (pensamiento). Por el contrario, el conocimiento no dual es directo e inmediato porque, siendo el sujeto su objeto de conocimiento, prescinde del pensamiento para situarse en otro dominio del Ser. Unos lo llaman nous, otros intelecto puro, otros atención o auto-consciencia, otros «Yo soy»… Sea como fuere, es un estado, todo lo superior o trascendente que se quiera, pero, al fin y al cabo, un estado más. Llegados a este punto, nuevamente hay que dejar constancia del pánico, por no decir, horror, que el buscador occidental siente cuando se habla de rebasar, sublimar o «aniquilar» la mente. Está tan identificado a la mente y a los pensamientos que le resulta extraordinariamente difícil entender que ella es solo una herramienta más entre otras. Generalmente entiende como progreso espiritual algo así como la potenciación de la mente y el desarrollo de sus poderes parapsicológicos y mentales. En coherencia con tal equívoco, se embarca en una frenética carrera por acumular lecturas y experiencias de lo «transcendente» que le proporcionen la suficiente «autoridad» intelectual.
Ante este tipo de actitudes generalizadas de búsqueda de conocimiento se recomienda la autocrítica más feroz. Primeramente debe averiguarse si lo que se está buscando es un conocimiento que, siendo aceptable para la mente, pueda ser objeto de apropiación y exhibición ante los demás para que reconozcan su superioridad. En tal caso, ha de comprender que esa clase de conocimiento no consiste más que en repetir lo que previamente se ha leído o escuchado y que la mera erudición solo llenará la mente de innumerables conceptos que reforzarán la vanidad. Por el contrario, en el ámbito metafísico, no se trata de conocer sino de ser, no se trata de potenciar la mente, sino de trascenderla para que no obstaculice otro instrumento que se considera superior; la consciencia. Entiéndase bien, para el Advaita, la erudición en sí misma no afecta a la Vía metafísica si se pone al servicio de la búsqueda de la Verdad. No lo es si conduce al deseo de ser admirado, si alimenta el espejismo de la dualidad, es decir, el hecho de suponer que hay un «alguien», una identidad individual, que «conoce» o «sabe» y otros que «no saben».
Por tanto, el progreso en la Vía Advaita no consiste en acumular conocimientos y experiencias sino, por el contrario, en desapegarse o desprenderse de todo aquello que se considera una adherencia extraña a la verdadera naturaleza del Ser (Espíritu, Sí Mismo, Âtmân). Y hay que advertir que, para el Vedanta Advaita, el organismo que usualmente creemos que somos, es decir, el cuerpo-mente, no es más que una adherencia momentánea y pasajera que no es el Sí Mismo. Cada organismo cuerpo-mente posee unos condicionamientos latentes que han de ser conocidos, reconducidos y, finalmente, sublimados. En la India tales condicionamientos o latencias psicomentales son denominados samskâras o vàsanâs, «impregnaciones» o «residuos» que, como hoy diríamos, tienen su origen en la «memoria genética» y en el entorno cultural. En tanto que nuestros vasanas o deseos latentes no estén debilitados, el organismo cuerpo-mente continuará errante y disperso. Si se trata de que el jinete (nuestra naturaleza real) dome el caballo (vasanas del cuerpo-mente) para que le ayude a desplazarse rápidamente hacia su destino, ¿en qué consiste la doma? Una cosa parece clara; no consiste en forzar o violentar nada. En la India se suele poner el ejemplo de la vaca que se escapa del establo y se va a pastar a los campos vecinos. Si se la fuerza a permanecer en el establo, volverá a escaparse, pero si se la alimenta con buen pasto, finalmente, se la puede dejar en libertad porque solo querrá el forraje del establo. Similarmente, la mente que está acostumbrada a prestar atención a los objetos externos debido a la fuerza de los vasanas latentes que se manifiestan como pensamientos, si es educada adecuadamente, acabará por dejar de prestar su atención a Mâyâ y se centrará en el Sí Mismo.
1. Yo no soy el cuerpo
¿Dónde estaba «yo» antes de nacer?, ¿dónde estaré «yo» dentro de cien años? «Eso», que permanece inalterado y más allá de las condiciones espacio-temporales y está más allá de una forma (cuerpo) y un nombre individual, soy «Yo» (es decir, «Yo» sin «yo»).
Usualmente se dice que no somos el cuerpo, ni la mente, ni los sentimientos, ni los deseos, etc., pero esa misma reflexión negación (neti, neti) sigue siendo un proceso conceptual. Ciertamente no hay nada malo en la idea «yo soy el cuerpo», siempre y cuando se comprenda que no somos solo un cuerpo (o una mente) que tiene un nombre y que nació en tal fecha. Simplemente hay que comprender que quien toma erróneamente este cuerpo como «yo» es la mente, porque «Yo» es una realidad omniabarcante y trascendente (transmental o supramental) que abarca no solo el «yo», sino también el «tú» y el «ello», es decir, Todo (y por tanto, también es Nada).
A la pregunta ¿quién soy yo? el Advaita suele responder con la metáfora del cuenco con agua que es devuelta al lago, o del riachuelo que vuelve al mar ¿Puede alguien distinguir cuáles son las aguas de los diferentes ríos que confluyen en el mar? De la misma manera, ¿cómo distinguir esa partícula de consciencia «individual» que constituye el «yo» cuando se sumerge en la consciencia total que es el «Yo» o «Eso». Es más, en última instancia no existen diferencias entre el agua de mar, el agua de lago, el agua de río o el agua del grifo. Todas son agua que arrastra sales y demás componentes o adherencias minerales según discurra por diversos lugares. Por eso, al igual que el agua no tiene partes separadas, pensar que uno es aparte de la Fuente Primordial no deja de ser una pretensión creada por el ego. Para el Advaita, la consciencia individual, entendida como la sensación «yo soy un individuo o un alma confinada dentro de los límites de un cuerpo», es una forma distorsionada de la consciencia pura «yo soy» que aspira a prolongar el «deseo de ser alguien; alguien separado, alguien especial; alguien con su propia historia y que se encuentra completamente atrapado en este estar tejiendo la telaraña personal, en este estar construyendo y sosteniendo la historia personal, impulsado por el afán de afirmar y reconfirmar de continuo el yo individual» (David Carse, Perfecta Brillante Quietud, p. 101).
En suma, para el Advaita, no es el individuo el que tiene consciencia, es la Consciencia la que asume innumerables formas. Pero estamos tan acostumbrados a pensarnos como cuerpos que tienen consciencia, que no concebimos que sea la Consciencia quien sostiene los cuerpos.
2. Yo no soy la mente
Se afirma que «la mente es ella misma la polución, siempre. La mente misma es la magia maravillosa. La mente misma es la gran ilusión. La mente es como el hijo de una mujer estéril. La mente misma es pensamiento, y la mente misma es egoidad» (Ribhu Gita, p. 59). De nuevo estamos ante otra paradoja; a pesar de la desconfianza del Advaita hacia el conocimiento, no obstante, se afirma que es el propio conocimiento el que puede ayudarnos a salir del laberinto de los conceptos para descubrir qué o quién somos en realidad. Ciertamente, la mente es necesaria en la vida diaria, pero intentar comprender la metafísica por medio de conceptos es como buscar los cuernos de una liebre: «Los órganos del conocimiento, los sentidos, los órganos de acción, la vigilia, el sueño con sueños, el sueño profundo, y todos los demás estados son todos como los cuernos de una liebre. Toda esclavitud, toda «liberación», todo «conocimiento», Dios, todo el tiempo, y toda instrucción son todos como los cuernos de una liebre» (Ribhu Gita, p. 51). El buscador recrea conceptos transcendentes como Dios, karma, reencarnación, salvación, y, por tanto, se ve obligado a mantenerlos, defenderlos e incluso imponerlos a los demás viviendo con la angustia de perpetuarlos. No obstante, siendo el mundo (nuestro mundo) una mera proyección de nuestros pensamientos, la cuestión sería más bien cómo salvar tal mundo de nosotros mismos. El paso principal consiste en comprobar experimentalmente que la mente no es nada más que el pensamiento «yo», es decir, que la mente y el ego son lo mismo; «La mente es un paquete de pensamientos. Los pensamientos surgen debido a que hay el pensador. El pensador es el ego. El ego, si es buscado, se desvanecerá automáticamente. El ego es el pensamiento-raíz del que surgen todos los demás pensamientos» (Sri Ramana Maharshi, Conversaciones I, p. 442). Llegados a este punto, cabe preguntarse; ¿qué hay por encima de la mente? O, empleando el lenguaje Advaita, ¿quién observa la mente?, ¿quién es testigo de los pensamientos? Sin duda, la consciencia.
3. Pero yo no soy la consciencia
Una de las aportaciones más trascendentes de la mística de la India es la experiencia de la consciencia-testigo, es decir, la consciencia desprendida de las adherencias psicomentales, físicas y de sus condicionamientos genéticos y culturales individuales. Mientras la consciencia se involucra en los pensamientos, la mente parece tener su propia autonomía, pero cuando retiramos la atención de todos los pensamientos descubrimos que la mente no es nuestra última realidad; hay vida más allá de la mente. Todos experimentamos el hecho de pensar, incluso podemos ser testigos de pensar, es decir, ser conscientes de que estamos pensando. Pero podemos dar un paso más cuando somos conscientes de que somos conscientes. En ese momento se produce un bucle que detiene el flujo metal y nos sitúa en un estado de autoconsciencia o de consciencia pura. Allí no hay pensamientos o, si quedan, son observados con total desapego y neutralidad. Pero inmediatamente también observaremos nuestra incapacidad para permanecer estables en dicho estado porque los pensamientos requieren nuestra atención. Pues bien, ese estado de consciencia individual «yo soy», libre de pensamientos, es lo que en la terminología religiosa se denomina «alma» y constituye la puerta o preliminar hacia el estado de consciencia universal (1) e ilimitada «Yo soy», que es lo que se llama «espíritu», «corazón», «núcleo del alma» o «Dios». Y se la llama Dios porque tal consciencia «yo soy» es la fuente original de la que surge la dualidad, es decir, Dios-mundo, Creador-Creación.
Este hecho explica que el nombre del dios Brahma proceda de brahm-ahan, literalmente «yo soy». Así, el mahavakya o «gran dicho» «Yo soy brahman» (Brihadaranyaka Upanishad 1. 4. 10) significa precisamente, «yo soy, yo soy». Ello coincide con el secreto nombre de Dios que aparece revelado a Moisés en Éxodo (3. 14); «YO SOY EL QUE SOY» (EHYEH ASHER EHYEH) cuya importancia se deduce del hecho de que es la única vez que en la Biblia un nombre de Dios aparece en mayúsculas. Y en el Evangelio de San Juan y en otras partes de la Biblia se dice que «Antes de que Abraham fuera, yo soy» (8.58), colocándose ese «yo soy» al final de la frase para acentuar el significado de «yo soy» pretendido por Jesús. Ahora bien, este «yo soy» no es un pensamiento; «yo soy» no consiste en pensar en «yo soy».
Por eso conviene distinguir entre el «yo» como puro Sí mismo, y el pensamiento «yo soy». Una cosa es experimentar la autoconsciencia o «Yo soy» y otra cosa es pensar que «Yo soy». Hasta cierto punto son dos situaciones incompatibles en la medida en que la autoconsciencia «yo soy» rebasa o transciende el pensamiento. En suma, la consciencia «yo soy» no es un pensamiento, sino el estado desde donde se observan los pensamientos.
Segunda Parte
Notas:
Conviene advertir que la consciencia universal no es la consciencia colectiva. Mientras la primera es la fuente homogénea y sin partes, la segunda, que es una creación de la psicología moderna, implicaría una suma de partes que mantienen su individualidad.
Fuente: Javier Alvarado. Historia de los métodos de meditación no-dual
https://www.nodualidad.info/textos/introduccion-al-vedanta-advaita-1.html V