¿El bosque más grande del planeta es el Amazonas?
Cuanto más profunda y analítica es nuestra mirada a la realidad más nos vamos decepcionando en ese camino que algunos emprendemos de intentar entender el mundo. Y vamos percibiendo y comprobando día a día, según vamos cuadrando ideas, conceptos y datos, y según vamos colocando piezas en el puzzle de nuestra comprensión de las cosas, que la vida no es como nos cuentan, que hay muchas mentiras en el discurso con que nos narran el mundo, y que con mucha frecuencia la realidad es mucho más infame y másgrotesca de lo que nos gustaría. Y vamos percibiendo también que nos dificultan enormemente el conocimiento y el acceso a la verdad, de tal manera que la mayoría acaba aceptando como válidos unos presupuestos que muchas veces poco o nada tienen que ver con lo que es realmente cierto.
A veces incluso uno piensa que no merece la pena profundizar en conocer la realidad porque la desilusión y la desesperanza nos invaden irremediablemente en uno u otro momento. Aunque inmediatamente levantemos la mirada y volvamos a creer firmemente, como los filósofos griegos, que el conocimiento aporta la felicidad al ser humano, puesto que el fin del hombre no puede ser otro que conocer la esencia de las cosas y resolver sus grandes interrogantes. Lo explicaba muy bien Bertrand Russellcuando afirmaba con rotundidad que la felicidad es el objetivo de la vida, y que es imposible acceder a ella sin conocimiento. En realidad, se trata de, contra viento y marea, no justificar jamás la inconsciencia ni la ignorancia, por más que muchos son diestros en esconder, como el avestruz, la cabeza bajo el ala.
En estas reflexiones he estado enfrascada en los últimos mientras intentaba digerir distintas informaciones que nos llegan en los últimos tiempos sobre el pésimo estado del mundo que vivimos. La ONU advertía a finales de mayo, en un informe de 1.800 folios que revela las conclusiones de tres años de investigación exhaustiva, que el planeta está en su peor momento de la historia debido a la acción directa del hombre; que vive una situación límite por el abuso desmedido de los recursos naturales y que más de un millón de especies animales y plantas están en peligro inminente de extinción; que la situación ya es crítica, y probablemente irreversible si no se actúa ya mismo y de manera rotunda y efectiva, lo cual, como muchos intuimos, es bien difícil conociendo mínimamente cómo funciona la especie humana, especialmente esa parte de la especie humana que llega a las altas esferas del poder.
Si a nivel medioambiental hemos llegado a una situación límite, a nivel político estamos bastante cerca. Aunque lo uno conlleva, en realidad, lo otro. En las últimas décadas el neoliberalismo, que es la psicopatía llevada a la gestión política y que parece no tener fin, ha dejado en evidencia el alto grado de malignidad al que pueden llegar los representantes públicos. Un neoliberal enormemente voraz, Trump, calificado públicamente como un psicópata de libro, abandonó, en representación del país más poderoso del mundo, el Acuerdo de París sobre cambio climático. Se criminaliza a los pobres y a los inmigrantes. Se deja morir a inmigrantes en el mar, y se veta a los refugiados.
Bolsonaro ha acelerado hasta límites inaceptables la deforestación del Amazonas, el último gran pulmón del planeta. Y su impunidad vergonzosa, y la de tantos que contaminan el planeta o utilizan para beneficio propio los recursos naturales de todos viene avalada, a nivel ideológico, por décadas de creacionismo y negacionismo, doctrinas que sostienen, como las religiones, que la naturaleza fue una creación de un ente superior para uso, abuso y disfrute de los hombres, y niegan el cambio climático, aunque es un hecho científicamente probado. Recordemos a Rajoy y a su primo.
¿De dónde provienen tanta inconsciencia y tanta malignidad? ¿Cómo es posible que muchas de las personas que ostentan el poder político, económico, empresarial o financiero no tengan en cuenta que sus decisiones y su manera de gestionar el poder están destruyendo literalmente el mundo, y con ello a la misma humanidad a la que también pertenecen? Me temo que la respuesta es compleja y, como casi todo, multifactorial, aunque, sintetizando mucho, es evidente que les importa absolutamente nada, porque sólo son capaces de valorar cualquier cosa relacionada con ellos mismos, con su poder o con su dinero; puesto que, como diría Robert Hare, el mayor experto en psicopatía del mundo, son personas sin conciencia.
Estamos en un mundo sin conciencia y en acelerada decadencia, a pesar del esfuerzo de muchas personas comprometidas. Realmente no es nada fácil mantener la esperanza en este contexto tan hostil y desalentador del que apetece muchas veces escapar y centrarse únicamente en nuestro micromundo personal. Sin embargo, sabemos bien que en la especie humana se condensan las mayores miserias, pero también contiene inmensas grandezas. Y frente a la ausencia de conciencia, hay que poner conciencia; y hay que poner convicción y compromiso, aunque sólo sea simbólico, con todo aquello que sabemos que construye un mundo más humano y solidario. Como dice el gran Michel Onfray, la razón, la libertad, los derechos humanos, los derechos animales, la ecología, el feminismo, el humanismo, el laicismo y la fraternidad son mis ideales. Y con ellos merece la pena mantener firme el compromiso.