En primera instancia esta pregunta parece fácil de responder: pues la motivación de buscar la verdad sería lógicamente encontrarla. Y una vez encontrada habría satisfacción, inclusive paz y entendimiento. Sin embargo, ciertos filósofos han contendido que en buscar siempre la verdad, sin detenerse en un punto fijo y calcificado, yace el auténtico estado del filósofo.
La tradición occidental tiene en Sócrates algo así como su patriarca. Sócrates dijo que el sólo sabía que no sabía nada y por ello el oráculo lo designó el más sabio de los hombres. En una primera instancia esto sugeriría una actitud de búsqueda perenne, de no-hallazgo. Sin embargo, en la complejidad de los diálogos platónicos, emerge también la figura del Sócrates que por momentos parece defender la noción de que la verdad es el bien supremo y que el filósofo debe obtener ciertos conocimientos para poder liberarse del mundo de las apariencias y alcanzar el mundo de las ideas.
Nietzsche por su parte hace una lectura -ciertamente debatible- de Sócrates como el filósofo que sostiene que el mundo es inteligible y que es el deber del hombre penetrar sus misterios para alcanzar verdades racionales, de esta manera creando el modelo para la ciencia. Es Sócrates para Nietzsche el filósofo apolíneo, científico, mesurado, el cual rompe con el instinto dionisíaco, con la posesión, lo trágico y la poesía como medios de conocimiento.
Para Nietzsche el modo estético, del artista, es superior al modo dialéctico del filósofo. «Cuando sea que la verdad es descubierta, el artista siempre se aferrará arrobado a aquello que aún sigue cubierto, incluso después de dicho descubrimiento», dice Nietzsche en El nacimiento de la tragedia. Nietzsche piensa en Lessing quien escribió:
Si Dios hubiera encerrado toda la verdad en su mano derecha y en su mano izquierda hubiera dejado en su mano izquierda, la búsqueda única e incesante por la verdad, aunque con la aclaración de que siempre estaré en el extravío, y él me dijera «Elige» -yo humildemente asiría su mano izquierda y diría «Padre, dame [esto]. La verdad pura es después de todo exclusividad tuya.»
Lessing sostiene que lo que hace digno al hombre no es la posesión sino la búsqueda, siendo que además la verdad absoluta sólo es terreno de la divinidad. Nietzsche lo llama «el más honesto de los teóricos». Tempranamente tenemos aquí un indicio de lo que será esencial en la filosofía de Nietzsche su rechazo de lo teorético, de la metafísica especulativa, y la primacía de la voluntad y el cuerpo.
Para concluir podemos decir que la idea de Nietzsche es ciertamente atractiva, especialmente para una modernidad nietzscheana que, ya sea por la misma influencia del filósofo o por su propio desarrollo, tiende a creer que la verdad es siempre relativa (lo cual es también una postura metafísica) y como tal, lo más que puede hacer el ser humano para tener una vida significativa es autocrearse como una obra de arte. Sin embargo, no deja de ser un tanto romántica -y quizá nihilista, aunque esto más a la luz de su obra posterior-, que sirve sobre todo como una motivación para no conformarse con las verdades convencionales, pues si es que existe la verdad, y ésta no es algo que uno decide por sí mismo, entonces encontrarla significaría una transformación del individuo, o, mejor dicho, una unidad con la realidad, un encuentro de lo que es y por lo tanto, como han defendido numerosas tradiciones, un estado de paz, entendimiento y libertad. Por poner un ejemplo, ¿no sería mejor salir de la cueva que siempre estará tratando de escapar, aunque este tratar de escapar sea también una experiencia enriquecedora? Especialmente cuando el que sale de la cueva, según el mito platónico, tiene la capacidad de regresar y ayudar a los demás y tal conocimiento de la verdad no es el fin de la existencia, sino el comienzo de la existencia real.
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