La tecnociencia transforma la filosofía

Foto: Tbel Abuseridze.
En una entrevista realizada a Martín Heidegger por la revista “Der Spiegel”, publicada en 1976, el gran filósofo alemán decía:

“La filosofía no podrá́ operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no solo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”

Continuaba:

“El papel que la filosofía ha tenido hasta ahora lo han asumido hoy las ciencias. Para esclarecer suficientemente el «efecto» del pensamiento tendríamos que dilucidar más detenidamente qué significan aquí́ efecto y acción de producir. Sería necesario distinguir cuidadosamente entre ocasión, impulso, fomento, ayuda, impedimento y cooperación. Pero solo lograremos la dimensión adecuada para estas distinciones cuando hayamos dilucidado suficientemente el principio de razón. La filosofía se disuelve en ciencias particulares”.

Concluía

“Pero sí afirmo: el modo de pensar de la metafísica tradicional, que ha acabado con Nietzsche, no ofrece ya posibilidad alguna de experimentar con el pensamiento la era técnica que ahora comienza”.

El pensador más profundo de Alemania enterraba la filosofía tradicional y no hallaba más respuestas para entender nuestro mundo que las respuestas que diesen las ciencias y la técnica. Eso que llamamos Tecnociencia. Ahí está el nuevo dios que puede salvarnos o liquidarnos.

Pues bien, ante el eclipse de toda metafísica, se impone ir describiendo al Homo Sapiens “en su propia naturaleza, descarnadamente, sin esperar nada si el mismo Homo Sapiens, en un autoejercicio desprejuiciado de toda moral tradicional, no se auto-trasforma en algo más armónico y mejor”.

  1. Debemos comenzar pues por Thomas Hobbes.

La moral y la política de Hobbes parten de la base de que no existen espíritus puros, y de que el alma humana no se distingue de la substancia nerviosa y que se identifica con la actividad cerebral (en lo que por cierto acierta de pleno sin tener idea de los complejos mecanismos del funcionamiento cerebral).

Hobbes enseña que las ideas de bien y de mal son puramente relativas, porque no hay más bien ni mal para el humano que el placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable. El interés particular es la norma única del bien y del mal para el humano, y es hablar de quimeras hablar de justicia absoluta y de moral absoluta, tanto más, cuanto que el humano obra necesariamente sujeto al determinismo, por más que se hace la ilusión de que obra con libertad.

Y si la libertad no existe en el orden filosófico y moral, claro es que tampoco puede existir en el orden social y político. Luego es el Estado, en tanto que representa el derecho y posee la fuerza necesaria para impedir que los individuos se perjudiquen entre sí, o, digamos, se devoren (homo homini lupus) unos a otros, es el factor de estabilidad, de orden y de justicia (imperfecta, porque perfecta no la hay).

El humano, lejos de ser naturalmente sociable, es esencialmente individualista y egoísta, sin más cuidado que su propio bien o placer. El estado natural del hombre particular es la guerra contra todos los que pueden estorbar sus goces: su derecho absoluto y único para aniquilar y apartar los obstáculos que se oponen a su bien propio y personal.

Razón suficiente

Así es que la razón suficiente y la única de la institución de las sociedades es la necesidad de un poder o fuerza superior que establezca la paz entre los hombres particulares. El poder que gobierna esta sociedad representa la absorción de todos los derechos y de todas las libertades de los asociados, de donde resulta que es ilimitado y absoluto, procediendo de él únicamente el derecho y el deber, lo justo y lo injusto, lo tuyo y lo mío.

Cualesquiera que sean sus mandatos, debe ser obedecido siempre, sin que nadie tenga derecho alguno contra el que tiene el poder, el cual no está obligado a nada para con los súbditos. «Esta guerra de todo hombre contra todo hombre, escribe Hobbes, tiene por consecuencia que nada hay que pueda ser injusto. Las nociones de derecho y torcido, de justicia y de injusticia, no tienen allí lugar alguno… La fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales en este estado de guerra. La justicia y la injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del alma.»

El derecho y lo útil son una misma cosa (jus et utile, unum atque idem), según Hobbes. Éste filósofo enseña también que el derecho de propiedad trae su origen, su sanción y su legitimidad, de la ley civil, o, mejor dicho, de la voluntad arbitraria y despótica del supremo gobernante, fuente y origen de todo derecho, de toda justicia y de todo deber. En cambio, éste no está sujeto a las leyes civiles, y ninguno de sus súbditos puede tener derechos contra él.

Inclinación y poder

«El soberano, escribe el autor del Leviathan, debe ser inviolable e inmune, es decir, debe tener inmunidad e impunidad completa en todo cuanto emprende o hace. Es dueño, además, de establecer o señalar la religión que bien le parezca para sus súbditos, que están obligados a obedecerle en esto como en todo lo demás. El bien y el mal, la virtud y el vicio, dependen también del soberano, cuyas leyes civiles contienen y determinan lo que sus súbditos deben tener por derecho y deber, por bueno o malo, por virtud o vicio.» «La ley civil y no la ley natural es la que enseña qué es lo que debe llamarse robo, asesinato, adulterio.»

En suma: Hobbes es un nominalista perfecto y absoluto, y como por otro lado, es un lógico severo, toda su doctrina se resuelve en sensualismo materialista: en psicología, el hombre está constituido por un conjunto de facultades naturales, nutrición, movimiento, sensibilidad, razón, voluntad, las cuales no son más que fases y manifestaciones del organismo. El yo es la resultante del conjunto orgánico, y la conciencia se identifica con la sensación. En materia moral, el placer y el dolor lo son todo: se identifican con el bien y el mal, los cuales dependen también de los temperamentos, climas y opiniones. En política, todo depende y se explica por el interés y la fuerza.

Evidentemente, del filosofar de Hobbes se pueden extraer dos bloques de conclusiones importantes: La inclinación al mal del hombre individualmente considerado y la necesidad de un poder fuerte que le permita vivir en sociedad. De ese poder supremo emanan las leyes reguladoras de las acciones humanas y dentro de él.

Hobbes no podía saber que las nuevas tecnociencias podrían mejorar, que no eliminar, a ese ser malvado sin convertirlo en borrego.

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2. Y ahora Friedrich Nietzsche

Para Nietzsche, el mundo es una aventura sin objetivo y esto es fundamental para comprender la filosofía posmoderna actual. Y digo Posmodernidad, sin t de post, pues no se trata de una tendencia filosófica ligada a la modernidad, sino una manera de ver las cosas diferente, muy diferente.

El humano y el mundo carecen de un objetivo concreto, por lo que no es posible hacer juicios de valor acerca de él y del propio mundo. Las cosas de este mundo no pueden ser juzgadas en nombre de nada, no podemos condenar su situación confusa y alborotada como si se tratase de un mundo armonioso que es imaginario.

El sentido de moral de Sócrates en la antigüedad y del cristianismo que le dio la continuidad, es un modelo de comportamiento angélico que nada tiene que ver con la conducta humana, ya que ésta se basa en estados emotivos, en pulsiones.

El error de Sócrates

Nietzsche refuerza literariamente sus argumentos acudiendo a figuras de la antigua mitología griega. Rechaza la ilusión del Apolo racional, contra la realidad del Dionisos emotivo. Nietzsche explica el error de Sócrates pretendiendo hacerlo todo inteligible, intelectualizando la pregunta sobre la virtud, sobre el sentido de la vida, afirmando que sólo lo que se puede entender es bello, descartando lo instintivo por lo didáctico hasta llegar a la moraleja. Sócrates cree en la vida inteligible negando lo demás.

Esto para Nietzsche es negar la vida misma y no le falta razón. Apolo, dios del sueño, de la luz y del arte, plasma la belleza serena del mundo para cuidar al hombre del caos del universo y la existencia, sumergiéndolo en una tranquila ensoñación. La filosofía socrático-platónica sería para Nietzsche el producto de un sueño de un mundo ideal habitado por la armonía entre los hombres que lo pueblan. Nada más lejos de la realidad, según la Historia se ocupa de demostrarnos.

Dionisos, en cambio, se manifiesta como una explosión de vitalidad, donde incluso desaparecen los límites de la individualidad. El hombre fuera de la noción del yo se identifica en el caos vital, esencia del mundo. Afirma la vida tanto en su belleza como en su crueldad.

Para Nietzsche, el socratismo en sus interpretaciones también pervierte el espíritu de Apolo, al hacer creer que la ilusión es lo real, lo cual conduce a un rechazo de la vida misma. El nihilismo no sólo es la impotencia para creer en Dios sino “la impotencia para creer en lo que es, para ver lo que se hace, para vivir lo que se ofrece”. Es la enfermedad  surgida de todo idealismo. La moral tradicional es para Nietzsche un caso especial de inmoralidad.

También el socialismo y todas las formas de humanismo son para él un cristianismo degenerado porque mantienen la creencia en un objetivo de la historia que traiciona a la vida y a la naturaleza, sustituyendo fines reales con fines ideales y contribuyendo a invalidar las voluntades y las imaginaciones.

Nietzsche también consideraba que se podría vivir sin creer en nada, haciendo de la falta de fe un método, asumiendo el nihilismo hasta las últimas consecuencias, desembocando en un desierto donde se ha de sentir un mismo movimiento primitivo de dolor y de alegría.

Moral del rebaño

Nietzsche distinguía entre la moral del “señor de sí mismo” o del héroe y la moral del “rebaño”, para rechazar esta última, que él consideraba como la moral dominante del mundo moderno.

Exaltaba la moral del “señor de sí mismo”, no para el grupo de quienes ostentaran algún tipo de poder, sino para todos, especialmente para grupos y tipos humanos menos favorecidos, los cuales no debían optar por una “moral de rebaño”, adecuada a las exigencias y flaquezas de los mediocres que, aunque sean la norma en los humanos, los hacen estúpidos y perjudica el desarrollo de las excepciones para superar esa debilidad, que a pesar de ser demasiado humana, constituye una negación de la vida.

Para la moral de señor de sí mismo, bien y mal equivalen a noble y despreciable. La moral de señor  de sí mismo debe despreciar como malo lo que es resultado de la cobardía, del temor, de la compasión, de lo que sea débil y disminuya el impulso vital. La moral de señor de sí mismo debe apreciar como bueno todo lo superior, altivo, fuerte y dominador. Debe basarse en la fe en sí mismo y el orgullo propio.

El propósito de la moral del rebaño es condenar los valores y cualidades de los héroes, de los hombres libres. Después de denigrar el poderío, el dominio y la gloria de la moral del señor de sí mismo, la moral del rebaño determina como buenas las cualidades de los débiles. Dice Nietzsche que las ovejas inventan una moral que haga llevadera su condición y consideran buena la obediencia porque tienen que obedecer y el orgullo malo porque se opone a la obediencia. El sentirse aborregados e integrados en el rebaño, los hace débiles, mansos y esperanzados en la misericordia, críticos del orgullo y de la fortaleza.

Las características básicas del bien y el mal, resultantes de la moral del rebaño, tienen su origen en el resentimiento. Es la moral como herramienta de control social para la defensa, la venganza y la afirmación de los débiles ante los fuertes, tanto actuales como potenciales.

Moral superior

Él sugería una “moral superior” que sustituyese las categorías básicas de bien y mal, resultantes de la moral del rebaño, por la categoría característica de una “moral del señor de sí mismo”, con un contenido variable ajustado a las formas intensas de vida que los seres humanos excepcionales pueden alcanzar.

El impecable filosofar crítico de Nietzsche, a continuación va a estar falto de un conocimiento que aún no existía: el funcionamiento molecular de los seres vivos que, en su plenitud alcanza una belleza incomparable.

Para Nietzsche la noción de “humanidad superior” y su correspondiente “moral superior” era más una creación de la sensibilidad estética que del conocimiento y un modo de vida que refleja la mayor capacidad de los seres humanos.

El arte para Nietzsche constituye una función humana creativa de un modo de vida más intensa y que refleja la mayor potencialidad de los seres humanos. Muy bien, pero faltaba el complemento indispensable que nadie conocía por entonces: la lógica molecular que alumbra una estética inigualable.

El humano para Nietzsche es un ser incompleto, puente entre el simio y el superhombre, que debe ser superado. El ideal de superhombre tiene una moral de nobleza que acepta la voluntad de poder, es un legislador que crea sus propias normas de vida, ama la vida y a este mundo. Acepta el placer y el dolor sin renegar de ninguno de los dos. No se trata de un ideal concebido para privilegiados, sino para cualquiera que pueda superar su moral de rebaño.

En esa conciencia de que el humano es un ser inacabado, está el germen del humamo nuevo, del humabo posthumano que está próximo. Y ese hombre se halla alejado de los arcaicos conceptos de bien y mal.

Por eso nuestro modo de actuar ha de ir más allá del bien y del mal tradicional, sin ignorar que tal y como está constituido en nuestro cerebro el libre albedrío, en su sentido más amplio, es una mera ilusión.

(*) Javier del Arco es Biólogo y epistemólogo. Editor del Blog Biofilosofía   de Tendencias21 y Socio Ejecutivo del Club Nuevo Mundo.  
https://www.tendencias21.net/La-tecnociencia-transforma-la-filosofia_a45424.html

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