Para la tradición occidental la filosofía, como fue definida por los griegos, consiste en un amor al conocimiento por el conocimiento mismo, no como algo utilitario o ulterior. Pero el amor a la sabiduría, como harían énfasis los místicos, es también la sabiduría del amor, o la aplicación del conocimiento a la vida, una inteligencia no sólo del cerebro sino del corazón.
Amor y sabiduría han sido los dos principios esenciales de la tradición filosófica occidental, si bien con la modernidad y la primacía de la ciencia y la racionalidad entendida ya no en su entendimiento más amplio, sino como el puro ratio, la división, el análisis y la extracción utilitaria del saber de la naturaleza, la filosofía llegó a convertirse solamente en un método lógico racional para producir discurso sobre el mundo. Se puso énfasis en la epistemología y se dejó de lado la ética y aún más los aspectos soteriológicos y espirituales. Pero si queremos ser fieles al espíritu original de la filosofía debemos de recordar este aspecto de transformación espiritual del individuo y del entorno y no sólo considerarla como una serie de principios lógicos que nos muestran la forma correcta de pensar y describir la realidad.
Podemos dar un paso más y sugerir que amor y sabiduría (o conocimiento) son en realidad dos principios universales, a través de los cuales el ser humano actualiza su naturaleza y encuentra sentido en la tierra. Notando primero que amor y sabiduría son los dos pilares de la tradición filosófica griega -particularmente del platonismo pero no únicamente- y del cristianismo, nuestra aseveración se amplía al también notar la centralidad de estos dos principios en la tradición budista, donde explícitamente son los dos aspectos que al ser cultivados conducen a la iluminación o al despertar.
A partir del desarrollo del budismo mahayana encontramos los conceptos centrales de prajna (conocimiento) y upaya (arte o método). Estos dos principios son intercambiables, el primero con sunyata (vacuidad) y el segundo con karuna (compasión o amor). Para el budismo mahayana y luego para el vajrayana, el conocimiento más alto es la vacuidad, que debe entenderse no como la nada, sino como la ausencia de autoexistencia y al mismo tiempo la interdependencia de todos los fenómenos. El método para alcanzar esta sabiduría y al mismo tiempo la puesta en práctica de la misma es la compasión. Es debido a que el individuo descubre que no tiene un yo absoluto y separado de los demás y que existe en completa interdependencia con todos los seres del universo, que la compasión nace y se expande. Existe una profunda retroalimentación entre esta pareja de vacuidad/conocimiento y compasión/método. El conocimiento de la vacuidad motiva naturalmente la compasión; y la compasión es el método regio para alcanzar la liberación -el estado de suprema sabiduría- pues purifica la mente y el karma del individuo con actos bondadosos, haciendo real, experiencia propia, su ausencia de yo, la carencia de egoísmo.
El budismo tántrico imagina a esta pareja como la unión de dos bodhisattvas, el principio masculino (la compasión o el método) y el principio femenino (el conocimiento o la vacuidad). De la unión sexual de esta pareja arquetípica nace el bodhicitta, el espíritu del despertar, la sustancia psicofísica de la iluminación. Así tenemos que en el budismo, y algo similar podría encontrarse en el hinduismo y en el sufismo, lo que en occidente llamamos amor y sabiduría son los dos grandes ejes sobre los que gira la vida religiosa y filosófica.
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