La vanidad es una religión que cuenta con una legión de fieles. Los hay de todo tipo y condiciones, pero más allá de sus diferencias todos tienen una característica común: usan una máscara. Las personas que alardean mucho sacrifican su verdadera identidad – o al menos una parte de ella – en el altar de las apariencias. Presumen de sus cualidades, logros y éxitos para conseguir la admiración y el respeto de quienes le rodean. Y si es necesario, también recurren a las exageraciones y las mentiras.
No obstante, detrás de esa aparente seguridad en realidad se esconde una sensación de incompletitud, como reveló un estudio realizado en la Universidad de Texas. En práctica, las personas que presumen mucho de sus logros y competencias necesitan llenar un vacío en su identidad. Sus alardes son una estrategia compensatoria para autocompletar simbólicamente su identidad, llenando la parte que les falta.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces
Hay personas que necesitan alardear de sus cualidades y presumir de sus triunfos. Viven pendientes de dejar claro sus méritos y, si es posible, posicionarse un escalón por encima de los demás. Se alimentan de los aplausos y el reconocimiento externo. Sin embargo, como no es oro todo lo que reluce, en el fondo esas personas podrían tener un gran problema con sus símbolos de identidad.
Los símbolos de identidad son aquellas características con las que nos definimos y que los demás reconocen. Ser músico, investigador, profesor, padre, leal o inteligente son “etiquetas” que nos colocamos para ser reconocidos en sociedad. Todas esas etiquetas forman parte de nuestra identidad y moldean la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Estos psicólogos se preguntaron si la confianza que tenemos en la identidad que hemos construido determina la necesidad que sentimos de influir sobre las personas que nos rodean. Para comprobarlo, en un experimento, pidieron a los participantes que nombraran una actividad o tema en el que se sentían particularmente competentes y que escribieran cuántos años habían dedicado a ello y cuándo fue la última vez que se desempeñaron en esa área.
Luego les pidieron que escribieran un ensayo sobre esa área y decidieran cuántas personas debían leer lo que habían escrito. Lo sorprendente fue que, cuanto menos experiencia y dominio tenían los participantes sobre una actividad o tema, más amplio querían que fuera su público.
Al contrario, las personas más experimentadas se mostraban más autocríticas y modestas. Esto indica que las personas que alardean mucho tienen identidades menos “completas” y desean influir más sobre los demás.
La falta de símbolos de identidad conduce a la exageración del “yo”
Los investigadores señalan que “es poco probable que una persona que posee competencias duraderas se involucre en acciones auto-simbolizantes. La persona con una gran experiencia en una actividad, por ejemplo, no llama infinitamente la atención de los demás sobre sus características o competencias; dicha persona llevará a cabo la actividad en una atmósfera de modestia y sin pretensiones.
O sea, las personas que se sienten completas y seguras de sí mismas no necesitan presumir constantemente de sus logros y cualidades porque les basta el reconocimiento interno, no necesitan los aplausos externos para apuntalar su “yo”.
“Al contrario, el uso frecuente de símbolos de estado como ‘saber más’ que el otro y los esfuerzos por influir sobre los demás pueden tomarse como signos de inseguridad o ‘incompletitud’ en el dominio de una actividad”, apuntaron los investigadores.
En práctica, las personas que alardean mucho no están dispuestas a tolerar “insuficiencias” en las dimensiones importantes de su autodefinición. Y como suelen ser impacientes con respecto a la definición del yo, cuando sienten que se han quedado cortas en alguna de las áreas de su identidad, en vez de trabajar en ellas para irlas mejorando, simplemente recurren a otros símbolos identitarios para cubrir la parte que falta o exageran sus logros y cualidades para lograr el reconocimiento que creen merecer.
Por supuesto, no podemos negar que el entorno en el que nos desenvolvemos genera una presión social para que nos presentemos de la mejor manera posible y poder obtener así la aprobación y el respeto que necesitamos para vivir en sociedad. Sin embargo, tenemos que vigilar la máscara que nos ponemos, porque con el tiempo podemos olvidarnos de quiénes somos realmente, como dijera Alan Moore.
La apariencia, sin esencia, es una cáscara vacía, una fachada que antes o después caerá. Quienes viven demasiado pendientes de dejar claro sus méritos tendrán que pagar un precio muy alto ya que se convertirán en esclavos de su propio disfraz. Como dijera Honoré de Balzac: “Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”.
Fuentes:
Wicklund, R. A. & Gollwitzer, P. M. (1981) Symbolic Self-Completion, Attempted Influence, and Self-Deprecation. Basic and Applied Social Psychology; 2 (2): 89-114.
Parra, S. (2019) Las personas inseguras alardean tanto porque necesitan rellenar vacíos en su identidad. Xataka.
Las personas que alardean mucho necesitan llenar vacíos en su identidad