La historia revela una sucesión de amaneceres y crepúsculos en diferentes facetas de la actividad humana. Mirando al pasado, podemos ver cuándo y por qué nace la ciencia. No sabemos con precisión cuándo ocurrirá su final, pero ya se ve venir sin embargo tal declive, en particular en las ciencias puras. Después de un verano muy caluroso, siempre llega la época de caída de las hojas.
Hoy, la ciencia y algunos de sus sacerdotes disfrutan de un alto estatus en nuestra sociedad. Se invierten cantidades ingentes de dinero para apoyar investigaciones en ciencia fundamental. La cantidad de publicaciones, la cantidad de grandes instrumentos y la tecnología creada, el número de empleos en investigación, el control preciso de nuestra ciencia en comparación con los tiempos pasados, podrían considerarse argumentos suficientes para mostrar que la ciencia está viviendo actualmente en una edad de oro. Sin embargo, hay algunos síntomas que apuntan a la decadencia de nuestra cultura científica:
En primer lugar, nuestra sociedad se ahoga entre cantidades desmesuradas de conocimiento, en las que mayormente no hay sino investigaciones de poca importancia para progresar en nuestra visión del mundo, aspectos secundarios que no producen avances en los fundamentos básicos de la ciencias puras.
Los científicos verdaderamente creativos están siendo paulatinamente sustituidos por grandes corporaciones de administradores y políticos de ciencia especializados en buscar formas de obtener dinero de los Estados
En segundo lugar, en los pocos campos donde se han dado algunos avances importantes para entender cuestiones aún no resueltas, grupos poderosos de administradores de la ciencia controlan el flujo de información. Tienen sesgos inherentes que resultan en una preferencia por verdades consensuadas, en lugar de tener discusiones objetivas dentro de una metodología científica. Este proceso da pocas garantías de que estemos obteniendo nuevas verdades sólidas sobre la naturaleza de las cosas.
Finalmente, si el proceso científico actual continúa como está, la creatividad individual está condenada a desaparecer. De hecho, los científicos verdaderamente creativos están siendo paulatinamente sustituidos por grandes corporaciones de administradores y políticos de ciencia especializados en buscar formas de obtener dinero de los Estados en megaproyectos con costes crecientes y retornos cada vez más raquíticos.
En esencia, nuestra ciencia se ha convertido en un animal sin alma, o más bien una colonia de animales, un grupo de organismos, que devoran los esfuerzos humanos y no ofrecen nada más que crecimiento por el fin del crecimiento. Las organizaciones científicas se comportan como una colonia de bacterias que se reproducen hasta donde llega la comida disponible. Cuanto más los alimentas, más crecen: más estudiantes de doctorado, más investigadores posdoctorales o con plaza fija, más artículos publicados, más supercomputadoras, más telescopios, más aceleradores de partículas, etc. Y, si el grifo de dinero se cierra, la cantidad de personas que dedican su tiempo a la ciencia y sus subproductos se reducen proporcionalmente.
El proceso en la ciencia actual se reduce a encontrar un pequeño nicho en la naturaleza que analizar, haya o no haya en él alguna cuestión fundamental que resolver, para luego publicar artículos sobre tales feudos, obtener citas de colegas con el objetivo de obtener trabajos y dinero extra para gastos, obtener dinero para emplear a más estudiantes de doctorado, investigadores postdoctorales, etc. Y cuando estos estudiantes e investigadores postdoctorales crecen, se convierten en nuevos investigadores senior que piden más dinero, y así sucesivamente gira la rueda del destino. El sentido de toda esta industria es el de la vida primitiva: solo una lucha por la supervivencia y la propagación de genes intelectuales.
No es solo una crisis de sentido y espíritu, también hay o habrá una crisis en el negocio de la ciencia, al menos para las ciencias puras. Las ciencias aplicadas y la industria de aplicaciones tecnológicas son otro cantar, lejos de estar en decadencia viven una eclosión sin parangón, pero pertenecen más al espíritu mercantil-ingenieril que a la curiosidad científica. Las instituciones científicas siguen la estructura del capitalismo, por lo que deben crecer continuamente. La labor experimental en aspectos fundamentales de las ciencias puras se vuelve cada vez más costosa, optando por el camino sin retorno de sostenerse mientras se mantenga el aumento de inversión económica y, cuando se alcance el límite donde ya no pueda crecer, será inevitable su crisis.
Este hundimiento no solo afectará a la ciencia, sino que será paralelo al de muchos otros aspectos de nuestra civilización
Hoy en día, los países más ricos tienen como objetivo invertir alrededor del 3% del PIB en investigación y desarrollo, de los cuales el 20% se dedica a las ciencias puras. Este gasto es mucho más alto que en el pasado, tanto en términos absolutos como relativos, y ha crecido continuamente en las últimas décadas, con pequeñas fluctuaciones. Tal inversión, posiblemente, ya está cerca del límite asintótico en términos de la cantidad relativa de dinero que una sociedad puede pagar. Por lo tanto, puede que no esté muy lejos una crisis económica en la ciencia. Bien podría ser que muchos centros de investigación continúen durante algunas décadas con un presupuesto constante o decreciente, pero con el tiempo reconocerán que no se pueden hacer avances sin aumentar los presupuestos, y entonces estos centros comenzarán a cerrarse, uno tras otro. Esto no sucederá muy rápido, será un proceso que posiblemente durará varias generaciones. Y este hundimiento no solo afectará a la ciencia, sino que será paralelo al de muchos otros aspectos de nuestra civilización. El fin de la ciencia significará el fin de la cultura europea moderna, el ocaso de una era iniciada en Europa alrededor del siglo XV y que se extiende hoy en día en todo el mundo: la era científica.
¿No somos lo suficientemente sabios para detener este declive? No, no lo somos. Tenemos mucho conocimiento acumulado, pero la memoria no es inteligencia ni sabiduría. Los humanos son individualmente inteligentes, pero cuando se unen en grandes grupos esta inteligencia se diluye. Ejemplo de ello lo tenemos en cómo se está abordando el problema del cambio climático, que no se puede detener debido a esa estupidez colectiva y será irreversible por muchos siglos. El destino de nuestra civilización no se puede cambiar. “No es el individuo sino el espíritu de una cultura el que se harta”, dijo el filósofo de la historia de principios del siglo XX Oswald Spengler en su obra La decadencia de occidente. Lo que tenga que suceder, sucederá. Las sociedades desarrollan sus culturas, y crecen, se reproducen y mueren.
La edad de oro de la ciencia nunca volverá. Pero podríamos al menos tratar de preservar algo de su espíritu, en el que las mejores inteligencias puedan producir soluciones inteligentes a diversos problemas. Pensar en nuevas ideas con experimentos de bajo presupuesto o desarrollos intelectuales producidos por pocas personas tiene más mérito que los macroproyectos de megacostes de la gran ciencia actual. Muchos científicos podrían, posiblemente, quejarse de esta solución y decir: “Con un presupuesto bajo, no podemos crear ciencia innovadora”. Y la respuesta debería ser igualmente firme: “Si no puedes producir nuevas ideas o nuevos análisis de datos disponibles en ciencia, y tu única idea de avance es pedir más dinero para un aparato más caro que el anterior, entonces la única opción que te queda es abandonar la investigación”.
Traducción del artículo de Martín López Corredoira, “Have we reached the twilight of the fundamental science era?”, Euroscientist.com, número especial sobre “Ethics, values and culture driving research”, 6-5-2014. Las ideas presentadas aquí se desarrollan con mayor extensión en un artículo y en el libro The Twilight of the Scientific Age (en inglés).
Foto: BarbaraALane
Buena reflexión y posiblemente acertada. No obstante, pienso que la inteligencia individual seguirá produciendo conocimiento. Tal vez sin una distribución ni disponibilidad tan amplia como ahora; posiblemente sin tanto rigor al detalle y casi seguro que de mayor complejidad conceptual. Pero seguirá habiendo ciencia y conocimiento, es connatural a nuestro cerebro. Y, en ocasiones. menos es más.