Humildad no es pensar que eres menos, es no creerte más

Con el auge del narcisismo, la humildad parece haber sido relegada a un segundo o tercer plano. Muchas de las personas que se han convertido en ídolos de las masas no resaltan precisamente por su humildad sino más bien lo contrario: suelen tener una elevada dosis de egocentrismo que roza el narcisismo.

Como resultado, no es extraño que las personas humildes terminen pareciéndonos un poco extrañas, como si siguieran un ritmo de vida sincopado que casi nadie entiende y mucho menos comparte. Y sin embargo, la humildad es uno de los valores más importantes para nuestro bienestar psicológico.

La parábola que revela el increíble valor de la humildad

Un fervoroso meditador, después de pasar años concentrándose en un mantra, pensó que había aprendido lo suficiente como para enseñar a otros. Aunque el alumno no era muy humilde, los maestros del monasterio no estaban muy preocupados, pensaban que con la madurez también llegaría la humildad.

Tras algunos años de enseñanza exitosa, el meditador pensó que ya nadie podría enseñarle nada; pero al enterarse de que un importante maestro vivía en una cueva cercana, la oportunidad le pareció demasiado emocionante como para dejarla pasar.

El maestro vivía solo en una isla en medio de un lago, por lo que el meditador contrató a un barquero para que lo llevara. El meditador se mostró respetuoso con el anciano maestro y, mientras bebían té, le preguntó sobre su práctica espiritual. 

El anciano dijo que no tenía una práctica espiritual, excepto por un mantra que repetía todo el tiempo. El meditador se mostró visiblemente complacido porque el ermitaño estaba usando el mismo método que él. Sin embargo, cuando el maestro pronunció el mantra en voz alta, ¡el meditador se horrorizó!

“¿Qué pasa?”, preguntó el maestro.

“No sé qué decir. ¡Me temo que has desperdiciado toda tu vida! ¡Estás pronunciando el mantra incorrectamente!

«¡Oh, eso es terrible! ¿Cómo debería decirlo?”, preguntó el anciano.

El meditador pronunció el mantra correctamente y el anciano maestro se mostró agradecido. Le pidió que lo dejara solo para meditar de inmediato. En el camino de regreso, el meditador pensó que se había convertido en un maestro consumado y sintió pena por el ermitaño. Pensó que había tenido suerte con su llegada ya que así podría meditar con el mantra correcto antes de morir.

Sin embargo, cuando el bote ya iba por la mitad del lago, el barquero le indicó asombrado la llegada del anciano.

“Discúlpame, por favor. He olvidado la pronunciación correcta del mantra. ¿Podrías repetirla?”, le preguntó.

“Obviamente no lo necesitas”, tartamudeó el meditador asombrado por aquel milagro; pero el anciano insistió tanto que el meditador volvió a repetírselo.

El maestro se alejó repitiendo el mantra con mucho cuidado, lentamente, una y otra vez, mientras caminaba por la superficie del agua de regreso a la isla.

Esta interesante parábola nos habla de cómo a veces estamos demasiado llenos de nosotros mismos como para aprender de los demás, de manera que desperdiciamos oportunidades preciosas para crecer, solo porque pensamos que estamos un nivel por encima del otro. Y también nos habla de la humildad que encierra la auténtica inteligencia y la confianza en uno mismo, la humildad de la que nace la disposición a escuchar de los demás.

¿Qué es la humildad – y qué no es?

Muchas personas tienen un concepto erróneo de humildad asociándola más con la humillación que con la madurez y la grandeza. De hecho, psicólogos de la Universidad de Columbia Británica creen que existen dos tipos de humildad. La humildad abnegada o humillante es aquella que “proviene de los fracasos personales, involucra una autoevaluación negativa y acciones orientadas a esconder a los demás esa imagen; lo cual genera una disposición a la vergüenza, una baja autoestima y la sumisión”, como apuntaron.

Obviamente, la humildad que enaltece y libera no es esa. ¿Qué no es la humildad?

  • No es dejar que otros pasen continuamente delante de nosotros, en el sentido literal o metafórico.
  • No es ser víctimas del efecto felpudo y dejar que los demás nos pisoteen.
  • No es sacrificar constantemente nuestros intereses y necesidades a los de los demás.
  • No es evitar los conflictos a toda costa solo para ser amable.
  • No es ocultar nuestros sentimientos o acallar nuestras opiniones para estar de acuerdo con los otros.

El otro tipo de humildad, que estos psicólogos denominaron “apreciativa” proviene de una autoestima sólida, por lo que nos permite apreciar los logros de los demás sin experimentar envidia. Esa humildad consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y defectos, sin vanagloriarnos de ellos. El psicólogo Pelin Kesebir de la Universidad de Colorado ha descubierto en sus estudios que ser humilde implica tener un “ego tranquilo” y “la voluntad de aceptar los límites del ‘yo’ y su lugar en el gran esquema de las cosas”.

En otras palabras, una persona humilde sabe en qué es buena y en qué es mala y no busca continuamente el elogio o la confirmación de los demás. La persona humilde no siente la necesidad de proclamar sus competencias y éxitos, no es pretenciosa ni soberbia.

¿Cuál es la clave de la humildad?

 “Humildad no es pensar que eres menos, es no creerte más”, escribió el novelista C. S. Lewis y ahora la ciencia le da la razón. Psicólogos de la Universidad de Duke realizaron un estudio muy interesante en el que, según ellos, han descubierto la esencia o la cualidad más importante de la humildad. Estos investigadores reclutaron a 419 personas y les pidieron que describieran sus principales logros en la vida y que los compararan con los de los demás.

Luego cada participante realizaba un test en el que se analizaban diferentes características de personalidad, entre ellas la humildad. Los investigadores también les preguntaron cómo pensaban que los demás debían tratarlos en función del tipo de personas que eran y los logros que habían conseguido.

Los psicólogos descubrieron que las personas que obtuvieron un puntaje alto en humildad no eran diferentes a los demás en términos de la importancia que le conferían a sus logros o competencias, lo que las distinguía era una característica espacial a la que denominaron “no derecho yóico”. O sea, las personas humildes reconocían la importancia de sus logros y lo excepcional de algunas de sus cualidades, pero aún así no creían merecer un tratamiento especial.

La humildad como experiencia de liberación personal

La humildad es, ante todo, una experiencia de liberación personal. Ser humilde implica renunciar a ciertos reflejos y patrones de pensamiento de autograndeza que nos llevan, por una parte, a sentir la necesidad de competir o impresionar a los demás y, por otra parte, a pensar que tenemos derecho a recibir un trato de favor.

La humildad, al contrario, atenúa el impulso de oponerse o superar a los demás, o de reaccionar de forma automática ante las amenazas percibidas al sentido de uno mismo. Despojarnos de esa necesidad nos conduce a un estado de liberación interior porque somos conscientes de que no tenemos que superarnos más que a nosotros mismos.

La humildad implica una experiencia de crecimiento personal en la que hemos desarrollado una seguridad tal que ya no necesitamos ponernos por encima de los demás, pero tampoco nos ponemos por debajo de ellos. Significa que hemos comprendido que todos estamos al mismo nivel, desde la persona aparentemente más “importante” hasta la menos “importante”, porque todo aquello que nos separa y estratifica no son más que construcciones sociales ficticias. Ser humilde es, por tanto, reconocer que somos tan valiosos como cualquiera, ni más ni menos.

Cuando alcanzamos ese nivel de confianza y seguridad en nosotros mismos, nuestro ego se verá menos amenazado y será menos reactivo, lo cual nos permitirá apreciar, alabar y alentar a los demás. Eso significa que podremos mantener relaciones interpersonales más auténticas y asertivas, como demostró un estudio realizado en la Universidad de la Mancomunidad de Virginia. Las personas se sentirán afirmadas, apreciadas, alentadas, validadas y nutridas emocionalmente, no sentirán que necesitan competir con nosotros. Y eso también hará que se muestren más auténticas.

La humildad es, como dijera Fritz Perls, ser conscientes de que “yo soy yo y tú eres tú; no estoy en este mundo para estar a la altura de tus expectativas, y tú no estás en este mundo para estar a la altura de las mías”. Y asumir esa idea puede ser el acto más liberador de nuestra vida.

Fuentes:

Banker, C. C. & Leary, M. R. (2019) Hypo-Egoic Nonentitlement as a Feature of Humility.Pers Soc Psychol Bull; 146167219875144.

Arreola, S. (2019) A Story About a Man Who Was Forced to “Find Humility”. En: Medium.

Weidman, A. C. et. Al. (2018) The psychological structure of humility. J Pers Soc Psychol; 114(1): 153-178.

Kesebir, P. (2014) A quiet ego quiets death anxiety: humility as an existential anxiety buffer. J Pers Soc Psychol; 106(4): 610-623.

Davis, D. E. et. Al. (2013) Humility and the Development and Repair of Social Bonds: Two Longitudinal Studies. Self and Identity; 12(1): 58-77.

Humildad no es pensar que eres menos, es no creerte más

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