LA SERENIDAD COMIENZA AL ACEPTAR LA REALIDAD

En mi opinión, hay demasiadas cosas ajenas y externas a las permitimos que tomen el mando de nuestro estado de ánimo.

Dependemos excesivamente de los otros y sus opiniones, y les permitimos inmiscuirse en nuestra vida y que nos aporten inseguridad y rabia o dolor.

Dependemos en demasía de nuestra mente, que no siempre está de nuestro lado y a nuestro favor, y tiene tendencia a aportarnos insatisfacciones aprovechando la falta de control sobre ella.

Dependemos mucho de las expectativas que nos formamos acerca de la gente, de nuestros planes –muchos son insensatos-, de los sueños que sólo pueden estar dentro de los sueños y no caben en la realidad, del pasado y lo que arrastramos, del miedo a lo que vendrá.

Todo lo expuesto –y mil cosas más- consiguen que el sosiego y la calma no estén entre nosotros.

Tenemos tensiones y una intranquilidad que puede llegar hasta la ansiedad; nos mortificamos pensando y pensando, magnificando las cosas simples que nos ocurren, agravando lo que no debiera estar cargado de gravedad.

Nos oponemos a lo que no nos gusta, a que no se cumplan nuestros deseos –por descabellados que sean-, y sólo queremos que las cosas sean según nuestro criterio, y si no es así… sufrimiento y tensión.

O sea, no sabemos manejarnos bien en un mundo que nos presenta a diario gran parte de las cosas que he expuesto, y somos nosotros –sólo nosotros- quienes hemos de decidir si queremos seguir con estas costumbres masoquistas o si queremos plantar cara a todo esto y salir de la noria que da vueltas en el mismo sitio.

Si aceptamos la realidad –lo cual no quiere decir que nos conformemos o que estemos de acuerdo-, sin oposición, sin exigencias, sin frustración, la serenidad encontrará en nosotros un sitio en el que instalarse.

 

Esto no es un alegato a favor del pasotismo, ni promulgo la indiferencia o la indolencia. No pretendo que nos arranquemos el corazón y nos pongamos uno de piedra.

Propongo la objetividad –esa capacidad de ver los sucesos desapasionadamente, con lo que ganaremos en realismo-, y sugiero tener una buena capacidad de restar importancia a lo que realmente no es importante, de quitarle autoridad a los inconvenientes, y de relativizar las cosas.

La realidad es innegable y no tiene adjetivos. Somos nosotros quienes se los adjudicamos. Y somos los beneficiados o perjudicados si no lo hacemos del modo correcto.

Las cosas son lo que son, y no son buenas o malas. Aceptarlas nos aleja de la intranquilidad y nos acerca a la serenidad.

Conviene tener una conversación seria con uno mismo, y con los propios sentimientos, y debatir sobre este asunto. Ver qué aporta de positivo y de negativo esa lucha continua contra lo que pasa, esa exigencia desmedida de que todo sea según nuestros deseos, y conviene proponerse la paz como estado de ánimo habitual, ponerse a salvo de lo que nos sea ingrato o doloroso, y todo ello como un merecido acto de Amor Propio, que es algo que ha de prevalecer por encima de todos los vaivenes que nos impone la vida… si nosotros autorizamos a que así sea.

Todo aquello que nos puede afectar negativamente –como lo expuesto- requiere que le prestemos atención.

Instaurar la paz, el orden, la estabilidad, y la serenidad, es una tarea necesaria.

Te dejo con tus reflexiones…

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