Para aquellos de nosotros con inclinación espiritual que miramos hacia el futuro, a menudo es difícil encontrar un camino o práctica que tenga mucho sentido. Lo que quiero decir es que es difícil encontrar un camino espiritual que tenga una orientación verdaderamente contemporánea, una que no nos obligue a adoptar estructuras de creencias antiguas que ya no sean relevantes para nuestro tiempo. Por eso creo que necesitamos crear un nuevo contexto para nuestro desarrollo espiritual individual y colectivo, uno que sea apropiado para nuestras circunstancias del siglo XXI.
El nuevo buscador, el buscador posmoderno, está en una situación única. Pero es una situación que no podría ser más emocionante, porque está muy preñada de potencial creativo. Por “buscador” me refiero al individuo inspirado espiritualmente que está despierto a lo que yo llamo el “impulso evolutivo” pero que ha abandonado los enfoques tradicionales porque simplemente no parecen ser capaces de satisfacer nuestras necesidades psicológicas, filosóficas y espirituales contemporáneas. Estoy hablando de aquellos individuos en el límite que quieren catalizar una revolución en la consciencia y la cultura, una revolución que será capaz de crear nuevas estructuras dinámicas que permitan que surja un nuevo futuro. Creo que tal revolución tendría que basarse en el descubrimiento científico, histórico, cultural y espiritual más importante de los últimos trescientos años: la evolución.
¿Y eso por qué? Porque al considerar lo que significaría crear nuevas estructuras para el desarrollo espiritual individual y colectivo, es necesario tener en cuenta un hecho importante: hasta hace muy poco en la historia humana, no sabíamos que todos somos parte de un proceso de desarrollo que tuvo un comienzo en el tiempo y que va a alguna parte. Muchos de nosotros tendemos a olvidar que fue solo en el siglo XX cuando descubrimos lo que se llama tiempo profundo: el lapso incomprensible de catorce mil millones de años desde que el universo surgió.
No tengo dudas de que el proceso evolutivo, desde el Big Bang hasta el momento presente, no es simplemente un evento aleatorio y sin sentido. Si uno retrocede y mira detenidamente todo el proceso, desde sus inicios, se puede ver una dirección innegable e incluso, me atrevo a decir, un propósito en su desarrollo majestuoso. ¿Pero quién o qué inició ese proceso? ¿Qué energía o inteligencia tomó la decisión de dar ese primer salto milagroso desde la no-forma a la forma, desde la nada a la energía y la luz, a la materia, a la vida, a la consciencia, a la conciencia auto-reflexiva? Un movimiento tan audaz, ese salto instantáneo de la nada al comienzo de todo, solo pudo haber sido realizado por una fuerza que era nada menos que divina. Ese impulso, ese impulso evolutivo, es lo que yo llamo Dios. Ese mismo impulso no está separado de la parte más importante de todos y cada uno de nosotros, de nuestro impulso humano exclusivo de crear e innovar y, lo más importante, de nuestra voluntad de evolucionar conscientemente.
Como ese impulso, todos hemos estado aquí, en alguna forma o condición, a lo largo del viaje alucinante e inspirador del Devenir que se ha estado desplegando desde que comenzó el proceso del tiempo. Hemos estado juntos desde que la densidad infinita surgió de la nada absoluta cuando se creó el universo. Hemos estado juntos desde que los átomos, que constituyen la base de toda la materia, se formaron trescientos mil años después. Estuvimos allí cuando esos átomos formaron nubes de gas, que se convirtieron en estrellas, que se agruparon como galaxias, cada una de las cuales produjo miles de millones de sistemas solares llenos de pequeños planetas rocosos, como nuestra hermosa Tierra, que se forjó a partir de los restos de generaciones de estrellas muertas.
Hemos estado aquí desde que surgieron los primeros microorganismos unicelulares de la sopa primordial y durante la lenta floración de la vida en toda su diversidad. Estábamos aquí cuando los grandes dinosaurios gobernaban indiscutiblemente la cadena alimenticia, y a través de su desaparición. Cuando los primeros homínidos caminaron por la sabana africana, este impulso, que es lo que todos somos, guió cada paso evolutivo. Y desde que nuestros antepasados aparecieron en el escenario de la vida hace solo doscientos mil años, ese impulso ha guiado el vasto tapiz desplegado del desarrollo cultural que nos lleva a este momento presente.
A lo largo de todo este proceso, desde el comienzo de los tiempos hasta el mismo filo del futuro, hemos estado aquí en cada paso como la energía e inteligencia que ha impulsado la evolución cósmica, planetaria, biosférica, animal, humana y cultural. ¿Qué quiero decir con todo esto? Quiero decir que, como impulso evolutivo, como la fuerza iniciadora que impulsa todo el proceso creativo, desde las dimensiones más internas de nuestros interiores humanos hasta los confines de nuestro cosmos, siempre hemos estado aquí.
Fue mi propio descubrimiento gradual y el despertar a esta imagen del proceso de desarrollo en su conjunto lo que finalmente me llevó a reinterpretar y redefinir el sentido y el significado del despertar espiritual, de la iluminación, para nuestro propio tiempo. Y este despertar no es simplemente una mayor apreciación cognitiva del desarrollo milagroso de todo el cosmos en evolución del que todos formamos parte. Estoy hablando de una experiencia real en el nivel de consciencia de la presencia de ese mismo telos o sentido de atracción hacia el futuro. Estoy convencido de que el salto esclarecedor trascendental que debemos dar los que estamos a la vanguardia es la transición delicada e importante desde el mero reconocimiento intelectual y filosófico de que nuestro cosmos y nuestra cultura están evolucionando, hacia la experiencia directa, sentida, y viviente de la energía y la inteligencia que está impulsando todo el proceso, vibrando en nuestro propio corazón y mente. Tiene realmente sentido que un camino espiritual que nos permita crear el futuro en nuestro propio tiempo tenga que basarse en tal revelación.
Es una percepción constantemente fascinante el hecho de que somos, en todos los niveles de nuestro ser, productos del tiempo y del proceso creativo. Pero es literalmente esclarecedor cuando comenzamos a experimentar directamente que somos verdaderamente uno con la mente de Dios, uno con el impulso evolutivo original que eligió dar ese salto eterno del Ser al Devenir hace catorce mil millones de años.