La parábola budista de la flecha (o por qué es estúpido pensar en teorías de la conspiración en este momento)

Las teorías de la conspiración abundan en estos momentos, lo cual no es una sorpresa. A diferencia de las miles de predicciones y escenarios cataclísmicos que suelen hacer los fanáticos de las teorías de conspiración, en estos momentos parece haber realmente una crisis, un momento de transformación y caos paradigmático. Algunos creen ver sus «profecías» cumplidas. Sin embargo, por más radical que nos parezca, no se trata el fin del mundo, sino de algo que ha ocurrido y seguirá ocurriendo en  la historia de la humanidad. Albert Camus, en su novela La peste, escribe: «Ha habido innumerables pestes y guerras en la historia, y sin embargo siempre sorprenden al ser humano».

No es imposible que el coronavirus esté siendo utilizado para manipular el mercado financiero o que incluso haya sido orquestado por algún oscuro potentado. Dicho eso, no hay ninguna evidencia concluyente y no resulta muy probable. La impresión que deja la realidad es que nadie tiene el control y el ser humano ilusoriamente cree que puede controlar la naturaleza en su conjunto, cuando no puede ni controlar su vida cotidiana. Pero lo importante, en todo caso, no es eso, lo importante es que el pensamiento conspiracional es impráctico y poco inteligente. Generalmente sólo es nocivo para aquel que lo practica en su trinchera, pero en algunos casos puede tener influencia en la sociedad y llegar a ser de alguna manera letal. Un ejemplo que se encuentra en uno de los sutras del Majjhima Nikaya sirve para ilustrar. La historia es contada por el Buda aparentemente después de que un discípulo estuviera impaciente de escuchar del maestro las respuestas a las «catorce preguntas sin respuesta», las cuales tenían que ver con cuestiones altamente metafísicas (como la eternidad del mundo, la vida después de la muerte, etcétera):

Hubo una vez un hombre que fue herido por una flecha envenenada. Sus familiares y amigos le querían procurar un médico, pero el hombre enfermo se negaba, diciendo que antes quería saber el nombre del hombre que lo había herido, la casta a la que pertenecía y su lugar de origen. Quería saber también si este hombre era alto, fuerte, tenía la tez clara u oscura y también requería saber con qué tipo de arco le había disparado, y si la cuerda del arco estaba hecha de bambú, de cáñamo o de seda. Decía que quería saber si la pluma de la flecha provenía de un  halcón, de un buitre o de un pavo real… Y preguntándose si el arco que había sido usado para dispararle era un arco común, uno curvo o uno de adelfa y todo tipo de información similar, el hombre murió sin saber las respuestas.

Si asumimos que el problema es global, de todos (y lo es, por ello es una «pandemia»), entonces podemos cada quien identificarnos con el hombre herido. Querer determinar en momentos críticos asuntos abstrusos e inesenciales es gastar la energía y dificultar el proceso de sanación y resolución del conflicto. Se puede decir incluso que es más «grave» querer buscar el culpable que estar herido, al menos desde una perspectiva budista. Desde la perspectiva budista estar envenenados o enfermos por una flecha -cuyo arquero nos es desconocido, como el virus- no es demasiado grave. El mundo es impermanente, la realidad de este mundo es que todo está cambiando. Resistirse a este cambio no sólo es la fuente del sufrimiento actual sino la semilla del futuro sufrimiento y la marca de una mente afligida e ignorante -verdaderamente patológica-, la cual perpetuará el sufrimiento. Buscar un culpable en la vida -alguien externo en quien depositar nuestra propia responsabilidad- nos evita dedicarnos a sanar y a estar presentes en un momento que requiere toda nuestra atención, en dado caso para curarnos, pero también para soltar y liberarnos de nuestros apegos y aflicciones. Más importante que lo que sucede es cómo actuamos, pues no podemos controlar los sucesos que ocurren pero sí nuestra actitud y respuesta a ellos. Buscar culpables y albergar sombríos pensamientos obsesivos sobre «manos invisibles» moviendo los hilos nos distrae de la posibilidad de actuar con responsabilidad y compasión. O incluso de la posibilidad que el momento ofrece -en lugar de perseguir oscuros hilos en Internet- de entrar en un estado contemplativo, de silencio o reflexión, para aprovechar su particularidad y consonancia.

El coronavirus no será seguramente un golpe mortal para la sociedad. Quizá no estamos heridos con una flecha envenenada como la de la historia. Pero es indudable que se trata de una fuerte prueba, de un serio aviso y de un momento crucial en la historia de la humanidad (en relación al cual el coronavirus no es más que otro síntoma, seguramente el más agudo hasta la fecha). Una gran cantidad de personas morirán y la vida de muchos más cambiará de manera importante. 

Esto es algo lamentable e inquietante, aunque al mismo tiempo es parte de la realidad, realidad que solemos olvidar en el confort de la modernidad.  

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Un comentario en “La parábola budista de la flecha (o por qué es estúpido pensar en teorías de la conspiración en este momento)

  1. Lo que el coronavirus está haciéndo, además del daño obvio de muertes y problemas, es » devolvernos al suelo «. Nos está mostrando la fragilidad de ese supuesto estado de confort en el que creemos vivir.

    Basta un elemento minúsculo, de los muchos que existen, para volver patas arriba toda la sociedad. Y sesgar vidas como el trigo en los campos. Un enemigo » invisible » puede provocar el caos y la destrucción con más severidad que los » visibles «.

    Esto pasará, seguro, y entonces será el momento de extraer enseñanzas para, en la medida de lo posible, protegernos frente a la próxima amenaza. Que seguro que también la habrá.

    Un saludo y quedaos en casa.

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